[Visto: 2331 veces]
MACHU PICCHU: “ALMOHADA DE ENTRESUEÑO”
Machu Picchu es visitado todos los días por cientos de turistas nacionales y extranjeros quienes son atraídos por el misticismo mágico de sus templos y la energía que irradia.
Cusco ha sido reafirmado como la obra arquitectónica mejor lograda en el mundo, dentro de un valle sagrado que esconde un misterioso pasado incaico.
Competir con otras maravillas que ha construido el hombre con sus manos fue innecesario, porque Macchu Picchu será por siempre (o hasta que la naturaleza lo permita) de una belleza inimitable.
Razón tuvo Martín Adán al preguntarse:
¿Qué eres tú, Machu Picchu,
almohada de entresueño?…
El esplendoroso paisaje al amanecer seduce nuestros ojos. Es una sensación inexplicable. Sentir las pupilas dilatarse con la luz destellante, reflejo de un majestuoso paraje, acortarse la respiración con un suspiro, resplandeciente emerge entre montañas: Machu Picchu. Entre caminos zigzagueantes y la maleza fértil se abre un extramundo donde una energía mágica absorbe el alma.
Apreciar su andenería es indescriptible. Piedra sobre piedra erige un monumento, el paraíso eterno de un sueño.
Silueta de un cóndor es alfombra en la entrada de una habitación, es guía entre laberintos de historia.
El Intihuatana, acelera el pulso al roce de la piel, el cuerpo se detiene ante él, como si el tiempo se hubiera adormecido un instante y los pasos sobre un lecho verde fueran rodeados por la perfección cálida de sus piedras (infinitas en la meseta).
El sonido de sus aguas al caer, como un susurro que acompaña el recorrido tallado en losetas rocosas.
El templo del sol es protegido por su guardián, un pequeño habitante, quien conduce a viviendas de múltiples ventanas triangulares desde donde se contemplan infinitos precipicios.
Los morteros, llenos de agua del rocío, reflejan el deslumbramiento de unos ojos visitantes, que rodean su espacio.
Piedras brillantes y relucientes cubren restos de una mágica civilización, encaramada entre los brazos del Waynapicchu.
Estar allí es cobijarse entre el murmullo de los Apus, rozar las nubes del azul cielo, envolverse en su misterio, sentir el éxtasis inconmensurable, que sólo podrá resurgir en el devaneo de un recuerdo.
Competir con otras maravillas que ha construido el hombre con sus manos fue innecesario, porque Macchu Picchu será por siempre (o hasta que la naturaleza lo permita) de una belleza inimitable.
Razón tuvo Martín Adán al preguntarse:
¿Qué eres tú, Machu Picchu,
almohada de entresueño?…
El esplendoroso paisaje al amanecer seduce nuestros ojos. Es una sensación inexplicable. Sentir las pupilas dilatarse con la luz destellante, reflejo de un majestuoso paraje, acortarse la respiración con un suspiro, resplandeciente emerge entre montañas: Machu Picchu. Entre caminos zigzagueantes y la maleza fértil se abre un extramundo donde una energía mágica absorbe el alma.
Apreciar su andenería es indescriptible. Piedra sobre piedra erige un monumento, el paraíso eterno de un sueño.
Silueta de un cóndor es alfombra en la entrada de una habitación, es guía entre laberintos de historia.
El Intihuatana, acelera el pulso al roce de la piel, el cuerpo se detiene ante él, como si el tiempo se hubiera adormecido un instante y los pasos sobre un lecho verde fueran rodeados por la perfección cálida de sus piedras (infinitas en la meseta).
El sonido de sus aguas al caer, como un susurro que acompaña el recorrido tallado en losetas rocosas.
El templo del sol es protegido por su guardián, un pequeño habitante, quien conduce a viviendas de múltiples ventanas triangulares desde donde se contemplan infinitos precipicios.
Los morteros, llenos de agua del rocío, reflejan el deslumbramiento de unos ojos visitantes, que rodean su espacio.
Piedras brillantes y relucientes cubren restos de una mágica civilización, encaramada entre los brazos del Waynapicchu.
Estar allí es cobijarse entre el murmullo de los Apus, rozar las nubes del azul cielo, envolverse en su misterio, sentir el éxtasis inconmensurable, que sólo podrá resurgir en el devaneo de un recuerdo.
Micaela