El COVID 19 ha desnudado sin matices las enormes brechas y desigualdades existentes en nuestro país. Si bien, como se señala, todos estamos en el mismo barco, algunos están en primera clase y otros en tercera por lo que los efectos de la pandemia son diferentes en intensidad según sectores socio económicos, pertenencia étnica y género, entre otros factores.
Quiero detenerme en el impacto que el COVID, y la cuarentena que se sigue desde el 15 de marzo, ha tenido en las mujeres y en las relaciones de género. Debo decir que este impacto es aún mayor en poblaciones de bajos recursos y en poblaciones indígenas pero por el espacio no podré profundizar en este tema.
La violencia basada en género se ha incrementado en los últimos meses. Las llamadas atendidas por la línea 100 a la que acuden las personas cuando se encuentran en una situación de riesgo se han incrementado en 52% en relación con el 2019. Del total, 41,200 llamadas, el 26.4% informan que la víctima es un niño, niña o adolescente, el 62.7% es una adulta y el 7.9% es un adulto mayor. Del total de llamadas, el 77% corresponde a mujeres y el 27% a hombres. En cuanto a casos de violencia atendidos durante el estado de emergencia por los servicios Aurora del Ministerio de la mujer y Poblaciones vulnerables (MIMP) 84% son mujeres y 16% varones. La violencia contra niños, niñas y adolescentes es de 38% y aquella contra adultas es de 57%. Los adultos mayores son víctimas en un 4%. En lo que va del año van 55 feminicidios. Los titulares de periódicos ya no se ocupan del tema y el problema se agrava y normaliza. No se quiere ver el enorme daño que ello provoca en mujeres y niñas.[1]
Se supone que el confinamiento es una medida para salvaguardar la salud de las personas que viven en el hogar, usualmente familias y parientes. No obstante, para un importante grupo de mujeres el confinamiento, lejos de asegurar su salud, la corroe, la merma. La violencia de su pareja o algún otro familiar varón genera graves daños físicos, psicológicos, sexuales en niñas y mujeres. A pesar de la pandemia, el machismo y las relaciones de poder entre los géneros sigue vigente. cobrando, al lado del COVID, nuevas víctimas.
Esa es la paradoja. El hogar y la cuarentena no protegen a la ciudadanía en general. Para las mujeres confinadas enfrentan riesgos para su salud física y mental. Y no hay como resolver. Las casas de acogida no se dan a basto y resulta muy complicado para las mujeres llamar a la línea 100 o denunciar cuando el agresor está a su lado. Debemos pues pensar que en esta coyuntura las mujeres se ven afectadas no sólo por la violencia sino por las condiciones de confinamiento y encierro que agravan esta situación hasta límites insostenibles. El temor a ser maltratadas y a que se repitan las conductas violentas hace de la vida cotidiana de estas mujeres un sufrimiento perenne.
La violencia destruye los vínculos interpersonales y afecta la vida de las mujeres en distintas dimensiones. Desde el enfoque de desarrollo humano las mujeres violentadas ven su libertad cercenada. No pueden elegir la vida que tienen razones para valorar. Su integridad física corre peligro y su capacidad de movilidad se ve restringida. La violencia incluye un conjunto de dimensiones que impiden que las personas que la sufren puedan ampliar sus posibilidades de desarrollo. Los estudios señalan que la violencia, y el miedo a sufrirla, son dos elementos que restringen las opciones de las personas en general y las mujeres en particular. Además, en confinamiento las mujeres no pueden hacer uso de sus redes de apoyo formales e informales. Ese camino está roto.
Quiero insistir en que se trata de una situación que se repite generación tras generación. Las hijas de las mujeres violentadas, que han vivido en hogares con maltrato físico, emocional, sexual tienen cicatrices reales y simbólicas que afectan su vida cotidiana, su seguridad personal, su autoestima y la confianza en sí misma.
Un elemento que agrava aún más la situación es el trabajo doméstico y de cuidados que abrumadoramente es realizado por mujeres y en condiciones más difíciles en la cuarentena (problemas para conseguir alimentos, medicinas, servicios). A ello se suma las tareas escolares y la propia presencia de los niños y niñas que han dejado de asistir a la escuela. El escenario no es fácil como tampoco lo son las soluciones. Si bien hemos avanzado bastante en leyes y normas, la vida cotidiana sigue su propio ritmo. El machismo está allí, incrustado en las mentes y en las prácticas de muchos varones y mujeres. La masculinidad hegemónica, esa que cree que el varón tiene la supremacía y el poder sobre las mujeres y sus cuerpos, está mucho más vigente de lo que se dice en altavoz. Un buen grupo ha perdido sus trabajos o han disminuido sus ingresos y la frustración es grande. Más aún al estar confinados en un espacio – el doméstico- que no consideran “el suyo”.
Por ello es fundamental que los medios de comunicación y la escuela trabajen desde un enfoque de género y desarrollo humano. El fin son las personas y la educación sexista debe cambiar pues los estereotipos de género y los mandatos de masculinidad dominante se aprenden desde la infancia. Las organizaciones de mujeres, los movimientos feministas y la agencia de las jóvenes son factores claves para el cambio. Las manifestaciones han sacado del silencio y la normalización esta otra pandemia que es la violencia. Ese es el futuro.
Notas:
[1] Las cifras son del MIMP. En particular de la exposición que hizo la Directora General de la Dirección contra la violencia de género, Daniela Damaris Viteri, en el webinar que organizó IDEHPUCP sobre el tema. https://idehpucp.pucp.edu.pe/notas-informativas/idehpucp-realizo-el-evento/
Autora:
Patricia Ruiz Bravo, Decana y profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP e investigadora del IDHAL PUCP.
Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.