El coronavirus tiene características parecidas a la ideología: es invisible, cuando las personas se contaminan es difícil deshacerse, se transmite fácilmente y cuando se generaliza se convierte en una pandemia o en un pensamiento ideal. La diferencia es que la propia gente muere a causa del virus biológico, en el otro caso las ideologías pueden matar, como ha sido largamente demostrado en la historia, el nazismo alemán, el comunismos soviético o chino, mataron millones de personas en nombre de ideologías totalitarias y por acción de sus líderes.

Pero ahora el coronavirus también está matando por dos razones: porque los países están mal preparados para una eventualidad de esta envergadura, o porque algunos gobernantes, amparados en ciertas ideologías neoliberales o izquierdistas, han subestimado la potencia de este virus y están privilegiando sus intereses económicos y/o políticos.

La pandemia del coronavirus y el funcionamiento normal y simultáneo de la economía es una ecuación letal, con resultados bastante predecibles: el virus va a ganar, es decir va a matar más gente de la que debería. Esto nos plantea el tema central de la actual pandemia ¿cuánto vale la vida de las personas? Hay dos posiciones al respecto.

Por un lado, hay quienes, como el presidente de Estados Unidos, el primer ministro británico y el presidente de Brasil -para quien el coronavirus es una “gripecita”- asumen que si tienen que morir algunas decenas de miles de personas con tal que no se pare la economía no importa, es el costo social de cualquier pandemia o crisis.

Por otro lado, hay quienes pensamos que la vida no tiene valor monetario ni precio y que hay que hacer todo lo posible para salvar al mayor número de vidas.

En el fondo de esta controversia están los principios éticos y la moral, que se plasman en los derechos humanos fundamentales como el derecho a la vida, que toda persona por el simple hecho de estar viva tiene. Este derecho la protege de cualquier atentado contra su vida por parte de cualquiera, incluyendo a los gobiernos. Por ello, cuando un gobierno toma la decisión de que las personas sigan trabajando pese a que hay el alto riesgo de que se contagien con el coronavirus, están atentando contra el derecho a la vida y contra la dignidad de las personas.

Por ello, el coronavirus está poniendo a prueba los principios que defienden la vida y está trazando una línea entre aquellos que el mundo no puede parar, porque la economía no puede parar, y aquellos que pensamos que sí puede parar porque hay miles o millones de personas cuyas vidas, cuyos proyectos de vida, cuyos sueños no se realizarían y, en mi opinión, no hay justificación racional y práctica que los justifique. Este es el momento de la solidaridad, de la cooperación, del desprendimiento para que, parada la economía, los que menos tienen puedan acceder a un ingreso temporal y solidario y todos deberíamos colaborar a ese fin.

En consecuencia, es imprescindible hacer todo lo posible para que se infecte el menor número de personas y mueran los menos así sean adultos mayores, pues el derecho a la vida es también es el derecho a una vida completa.

Autor:

Efraín Gonzales de Olarte, profesor del departamento de economía de la PUCP, investigador del IDHAL.

Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.

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Virus e ideología: ¿Cuánto vale la vida de la persona?

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