Memoria colectiva y sentido de comunidad

Memoria Colectiva y Sentido de Comunidad

Es innegable que el pasado tiene, de una u otra manera, un efecto en cómo vivimos el presente, lo cual se evidencia tanto a nivel individual como colectivo. Para ser más precisos, podemos decir que son las elaboraciones alrededor de los eventos y momentos de la historia las que inciden en los modos de significar lo que sucede hoy en día y actuar frente a ello. Dado que nuestro foco de interés se encuentra en el plano social, es relevante considerar el concepto de memoria colectiva, el cual hace referencia al “(…) conjunto de representaciones compartidas del pasado basadas en la identidad común de los miembros de un grupo.” (Licata & Klein, en Licata, Klein, Gély, Zubieta & Alarcón, 2011, p. 356).

La memoria colectiva cumple diversas funciones, entre las cuales se ha enfatizado en la construcción y defensa de la identidad social, en tanto las representaciones sociales acerca de eventos compartidos posee un efecto sobre la pertenencia y los lazos grupales. A partir de dicha función, es posible vincularla con otro constructo: el sentido de comunidad. En su teoría, McMillan y Chavis (1986) destacan el componente histórico, considerándolo como un elemento fundamental en los vínculos emocionales dentro de la comunidad.

El estudio de la memoria colectiva se ha realizado, principalmente, en contextos que han sido desestructurados por fuertes situaciones de conflicto. Así, en nuestro país, las experiencias más características serían aquellas posteriores al Conflicto Armado Interno. Sin embargo, este tipo de espacios no son los únicos en que se hace pertinente realizar un trabajo de memoria colectiva. Un ejemplo de ello es una comunidad rural de la costa norte del Perú en la que se ha venido trabajando, en la cual, la historia de fracasos en los procesos cooperativos y estafas parecen tener como consecuencia el actual clima de desconfianza y la destrucción paulatina del tejido social.

Dadas las relaciones establecidas con el sentido de comunidad, es posible plantear que, en situaciones como esta, realizar un trabajo desde la memoria colectiva podría contribuir con una resignificación más positiva de eventos pasados. Esto, a su vez, incidiría en, por ejemplo, la confianza o la identidad colectiva –elementos centrales del sentido de comunidad-, que luego podrían constituirse como el punto de partida de una mayor participación o acción colectiva, o al menos un trabajo para promoverlas.

Cabe mencionar, finalmente, que en muy diversos contextos, la memoria colectiva es un elemento importante para indagar cuando se inicia –y a lo largo de- una intervención comunitaria. Si lo que se busca es promover el desarrollo y bienestar de una comunidad, es fundamental profundizar no solo la historia, sino los significados que las mismas personas construyen alrededor de su pasado, en tanto la construcción del pasado determinaría aspiraciones para el futuro (Lyons, 1996). Al conocer lo que se recuerda y cómo es recordado por los diversos actores; al conocer cómo es ahora y lo que ha influido para que lo sea, se estaría interviniendo desde la misma comunidad, con una mayor comprensión de las interpretaciones que tiene del presente, y su percepción del futuro.

Anna Balbuena Blengeri
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
Lima, 20 de abril de 2012.

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Guerra y deshumanización

Guerra en franja de Gaza

Si bien se supone que el respeto a la vida es uno de los principios más básicos por los cuales las sociedades actuales se rigen, éste constantemente se ve ignorado a favor de otros intereses. Los niveles de violencia que se viven actualmente son sumamente elevados, en especial en aquellos lugares donde la guerra se ha instaurado, y en los que se ha convertido en la expresión más abrumadora de violencia y agresión hacia los demás. Además de la violencia y destrucción que genera, la guerra conduce a la deshumanización de los grupos percibidos o categorizados como enemigos.

Para la psicología social, el ser humano posee una tendencia innata que lo lleva a formar categorías sociales (grupos), identificarse con algunos de ellos y diferenciarse de otros. Durante la guerra, esta diferenciación se vuelve más crítica y menos consciente. Los prejuicios y estereotipos que formamos acerca de los otros guían una manera específica de vincularnos con ellos y de identificarlos como miembros o enemigos de nuestro grupo de pertenencia.

Se propone que el no reconocimiento del otro como ser humano, produce su denigración y la negación de algunos de los aspectos más básicos de la experiencia humana. Si dejamos de ver a los otros como iguales, como humanos, y los percibimos únicamente como objetos bélicos qué posibilidad de diálogo hacia la paz se puede generar.

No necesitamos ser nosotros mismos quienes disparen las balas o cometan las torturas para utilizar recursos, mecanismos y estrategias que deshumanicen al otro. Las justificaciones y legitimaciones que aceptamos con respecto a la guerra representan una forma de deshumanización indirecta, con la cual nos lavamos las manos, culpamos al enemigo y seguimos con nuestras vidas sin darle mayor importancia a lo sucedido.

Durante los años del conflicto armado interno, sucedió un hecho, a mi parecer, deshumanizante. El conflicto ya había comenzado hace algunos años, sin embargo el centro de este era en la sierra del Perú, alejados de las clases dominantes y dirigentes del país. Asimismo, las víctimas en estos primeros años eran discriminadas y buena parte de la población limeña no podía reconocerse ni mostrar empatía alguna ante el sufrimiento de estas personas. Era como si el conflicto no existiera, pues el discurso hegemónico que se trasmitía en la ciudad era de un negacionismo total sobre el conflicto.

De esta manera las víctimas eran doblemente victimizadas (valga la redundancia) debido a que eran deshumanizadas por los actores enfrentados en el conflicto y eran también deshumanizadas a través del olvido y la indiferencia expresada por parte del resto del país.

Cuando una sociedad se encuentra sumergida en una rigidez ideológica caracterizada por la absolutización de criterios valorativos y esquemas interpretativos de la realidad política y social, produce una idealización de organizaciones, dirigentes y estrategias de acción. Esto, sumado a un escepticismo que niega el conflicto y sus consecuencias reales y objetivas, genera mayores niveles de deshumanización.

Actitudes como esta avalan y justifican la impunidad frente a estos actos y legitiman el poder de un grupo para tomar las decisiones acerca del conflicto. De esta manera, es importante poder humanizar el conflicto, en la medida en que no nos volvamos ajenos ante el sufrimiento de otros. Existen modificaciones tanto cognitivas como afectivas que debemos tomar en cuenta para que de esa forma las consecuencias psicosociales del conflicto no sean tan graves y que eventualmente se pueda lograr un diálogo encaminado hacia la paz.

Silvana Freire B.
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
Lima, 23 de abril de 2012.

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Individualismo y despolitización durante los gobiernos de Pinochet y Fujimori

Fujimori y Pinochet

En este ensayo vamos a discutir acerca de las diferencias y similitudes entre los gobiernos de Augusto Pinochet (1973-1990) y Alberto Fujimori (1990-2000): similitudes en el plano político, pero sobretodo en el económico.

La tesis general que guiará nuestro argumento es que ambos regímenes presentan elementos comunes que los emparentan: el autoritarismo en lo político y la apuesta por un sistema neoliberal en lo económico. Asimismo, discutiremos acerca de la estrecha relación entre el autoritarismo y el neoliberalismo como parte de una opción tomada por ambos gobiernos en dirección hacia la despolitización de la sociedad, es decir, la desarticulación y desmovilización de las fuerzas y dinámicas políticas al interior de ambas sociedades.

Para ilustrar algunas de las ideas propuestas en este ensayo, utilizaremos el texto de Eugenio Tironi (1998): El Régimen Autoritario. Para una sociología de Pinochet.

El periodo analizado para el caso chileno va desde 1980 hasta 1998: desde la promulgación de la Constitución Política durante el régimen de Pinochet hasta el año en que Eugenio Tironi elabora su propuesta (1998). Para el caso peruano, el marco temporal de nuestro análisis se inicia entre 1992-93 y se extiende hasta el presente (2010).

Somos conscientes de que las comparaciones pueden resultar en muchos casos, poco afortunadas. Sin embargo, a veces pueden ser pertinentes porque ofrecen elementos analíticos necesarios para proponer regularidades entre fenómenos psicológicos, sociales, políticos o históricos, de diferentes lugares o épocas.

El ensayo tiene una extensión de sólo siete caras. Para leerlo descargue el archivo en PDF.

Jan Marc Rottenbacher
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
Ensayo escrito en diciembre de 2010.

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Conservadurismo político: algunas reflexiones

Lata de conservas

Una lata de conservas tiene como función preservar la integridad y las propiedades de su contenido durante el lapso de tiempo más largo que sea posible. Dentro de la lata, el producto se mantiene tal y como fue envasado: no cambia, protegido en el interior se mantiene inalterable. Pese a ello, toda lata de conservas posee una fecha de caducidad, luego de la cual, el contenido empieza por modificar sus propiedades y progresivamente se deteriora hasta descomponerse, convirtiéndose así, en algo distinto a lo que originalmente fue.

En el plano social, recurriendo a la metáfora de la lata de conservas, las posturas o ideas conservadoras intentan preservar ante todo, las condiciones y los sistemas sociales y políticos en su versión más tradicional: las cosas deben permanecer tal y como siempre han sido. Sin embargo, y para la incomodidad de las posturas más conservadoras, podemos sostener que en lo social lo único permanente es el cambio y la evolución.

Toda postura conservadora, por más que se empeñe en preservar unas condiciones sociales dadas, tendrá su propia fecha de caducidad. El cambio social, plagado de incertidumbres, resulta ser en la mayoría de los casos, más poderoso que la permanencia y la estabilidad.

Jan Marc Rottenbacher
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
Lima, 10 de abril de 2012.

Desde un enfoque tradicional, la ideología política es vista como un continuo que va desde una ideología de izquierda hasta una de derecha o su equivalente: liberalismo/conservadurismo. Los conservadores, a diferencia de los liberales, se caracterizan por ser renuentes al cambio, así como por aceptar y justificar la inequidad (Bobbio, 1996; Jost, Federico & Napier, 2009). Además, algunas personas políticamente conservadoras tienden a ser, también, autoritarias, lo cual involucra componentes actitudinales como la agresión autoritaria en nombre de las autoridades percibidas como legítimas, la sumisión ante la autoridad y un alto grado de convencionalismo (Altemeyer, 2004).

El conservadurismo político ha sido asociado a una serie de fenómenos psicológicos, como por ejemplo: rigidez mental y bajos niveles de empatía (Cosme, Pepino & Brown, 2010), el prejuicio hacia grupos que amenazan las convenciones sociales o la jerarquía social (Duckitt, Wagner, du Plessis & Birum, 2002), el apoyo al sistema económico neoliberal, el apoyo a la agresión militar (Dambrun & Vatuien, 2010), el apoyo a la pena de muerte (McCann, 2008), entre otros.

Investigaciones recientes sugieren un modelo en el cual las ideologías conservadoras se adoptan, en parte, porque satisfacen ciertas necesidades psicológicas (Jost, Glaser, Kruglanski & Sulloway, 2003). La sensibilidad hacia estas necesidades psicológicas varía en función de cada persona y aquellas personas con una mayor sensibilidad hacia éstas, tenderían a responder en forma de conservadurismo político. Además de ello, se ha encontrado que determinados estímulos ambientales activan dichas necesidades: la percepción de incertidumbre y amenaza. Bajo esta lógica, las personas intolerantes a estas situaciones reaccionan en forma conservadora con el fin de recuperar el control y la seguridad, así como para reducir la incertidumbre. Dicho fenómeno también ha sido denominado reacción autoritaria (Oesterreich, 2005). Asimismo, también se produce el efecto inverso, los conservadores, en comparación con los liberales, son más proclives a percibir incertidumbre y amenaza (Stitka, Bauman & Mullen, 2004).

Aplicado a la realidad, este modelo nos proporciona un marco para entender determinados escenarios políticos. Un buen ejemplo es la actual crisis diplomática por el programa nuclear de Irán en los cuales están involucrado EE.UU., Israel y la Unión Europea (UE). Creo que es importante aquí notar como distintas percepciones respecto a una serie de eventos produjo respuestas sumamente divergentes en la práctica. Este programa nuclear ha generado un clima de incertidumbre e inseguridad en estos países, a pesar de que no existen pruebas concluyentes y cien por ciento fiables de que el programa nuclear sirva para la producción de armas nucleares. Aún así, los sectores conservadores de Israel (Estado que ya tenía muchas tensiones con el gobierno iraní) están convencidos de que el programa nuclear representa un peligro muy serio para la seguridad mundial. Estos fueron los primeros en declarar que están dispuestos a iniciar una guerra contra Irán e incitaron también a otros países a iniciar la guerra (especialmente a su aliado EE.UU.). La reacción de EE.UU. y la UE fue, en este sentido, menos drástica; estos iniciaron un embargo y trataron de disuadir a Israel de iniciar una guerra.

A mi parecer, la respuesta de los sectores conservadores de Israel es un claro ejemplo de una reacción autoritaria motivada por una alta percepción de incertidumbre y amenaza. En este sentido, la respuesta de EE.UU. y la UE puede ser considerada como menos conservadora o más liberal dependiendo de cómo se la quiera ver.

En particular, creo que la forma en que reaccionó EE.UU. habría sido muy distinta si su jefe de Estado habría sido un republicano (que pueden ser considerados más autoritarios y conservadores) en lugar de un demócrata. Esta creencia se basa en las declaraciones de Newt Gingrich (candidato del Partido Republicano para la presidencia de 2012), en las que afirma que si es elegido, apoyaría a Israel en la guerra (Europa Press, 2012). Otro hecho aún más convincente es la reacción que tuvo el ex presidente republicano George W. Bush, al iniciar la invasión de Irak en el 2003 por la supuesta posesión de armas de destrucción masiva, las cuales nunca fueron encontradas.

Así, existen muchos ejemplos en los que situaciones de incertidumbre y amenaza generan distintos tipos de respuestas, siendo estas más radicales y agresivas en el caso de países en los que el sector más conservador predomina. Finalmente, creo que es importante fomentar actitudes más críticas en las personas para que éstas puedan regular sus percepciones de amenaza e incertidumbre, así como fomentar una mayor apertura al diálogo.

Mathias Schmitz
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
Lima, 10 de abril de 2012.

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Sentido de comunidad y violencia

Manifestación

El sentido de comunidad es un concepto que se ha comenzado a estudiar cada vez más en las últimas décadas, tanto desde la psicología comunitaria como desde la psicología política, para comprender los comportamientos de los grupos. El concepto hace referencia al sentimiento de pertenencia y de mutua importancia que comparten los miembros de una comunidad; así como la fe compartida de que sus necesidades encontrarán satisfacción por medio del compromiso de mantenerse juntos (McMillan & Chavis, 1986). El sentido de comunidad cohesiona a un grupo y lo puede encaminar a la acción colectiva. Sin embargo, a pesar de que esto suena muy positivo, no se puede asumir que donde exista un fuerte sentido de comunidad, la comunidad siempre será saludable, ya que no necesariamente es así.

La experiencia muestra que la cohesión que proporciona el sentido de comunidad es tan fuerte que permite a los grupos superar grandes crisis como pueden ser la violencia en sus diferentes manifestaciones: pandillaje, violencia social, conflictos armados, etc. Sin embargo, también se ha visto que un fuerte sentido de comunidad combinado con una gran intolerancia hacía las personas que no pertenecen al grupo y que no comparten sus características, puede llevar a crueles actos de violencia de parte de este grupo. Hace poco fuimos testigos de como en Chile un grupo de neonazis, llevados por su odio e incomprensión hacia la diferencia, mataron a un joven activista gay. Este crimen es solo uno de aquellos tantos que se cometen en nombre de las creencias y dogmas de grupos cerrados e intransigentes, donde la alta influencia del grupo hacia sus miembros desvanece sus individualidades e impide cuestionar las acciones del colectivo.

Sin ir tan lejos, podríamos proponer que un caso similar es el del grupo terrorista Sendero Luminoso, en el cual, la cúpula dirigente logró adoctrinar a sus miembros en el denominado “pensamiento Gonzalo” haciéndolos creer que lo único que importaba era el “partido” y su lucha armada.

Vivimos en un mundo cada vez más interconectado, donde el alto nivel de movilidad lleva a que personas con diferentes maneras de pensar, vivir y entender la vida se encuentren y se mezclen. A esto se suma que la sociedad moderna y urbana tiende a incentivar valores y creencias individualistas, las cuales tienden a resaltar más las diferencias entre las personas, quienes defienden sus ideas e ideales. Por ello el sentido de comunidad debe saber dialogar con estas diferencias tanto al interior de un grupo, como en las relaciones intergrupales. La pertenencia y cohesión de una comunidad, no debe ser incompatibles con el libre pensar y el desarrollo individual. Es necesario pensar en un sentido de comunidad donde la diversidad no genere conflictos por la intransigencia; donde las diferencias enriquezcan al grupo a partir del diálogo, el intercambio y la reflexión, procesos que pueden ser motor para la transformación de la sociedad en una más saludable y tolerante.

Gabriela Távara V.
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
Lima, 03 de abril de 2012.

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