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En el siguiente artículo (PUNTO DE VISTA – El comercio, 17-10-2008) Luis Felipe Calderon explica de una manera muy didactica el efecto Pigmalión.
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“Ten cuidado con lo que desees… porque podría terminar haciéndose realidad”, tal como le pasó al rey Pigmalión, quien esculpió la más bella estatua –llamándola Galatea– al punto que terminó enamorándose de ella al verla tan hermosa y al imaginarla dotada de todas las virtudes espirituales y morales. Conmovida por la monumental bobería de este rey, Afrodita lo premió dándole vida a Galatea, quien a su vez se enamoró de Pigmalión, se casaron y, como ocurre en las novelas rosa, fueron felices por siempre.

Antiguamente habíamos creído que solamente la realidad generaba nuestras expectativas. Pero, en cambio, ahora sabemos que lo opuesto también puede ser verdad: en ciertos casos, nuestras expectativas pueden crear la realidad.La primera pista que llevó a descubrirlo fue el ver que, casi sin excepción, las hijas de los alcohólicos terminan casadas con alcohólicos. Es como si tuvieran un eficaz radar (por supuesto que inconsciente) para detectar y atraer a alcohólicos o a alcohólicos en potencia. Siendo su peor temor el casarse con alguien como su papá, terminan haciendo de este temor una realidad.

Otro ejemplo muy conocido está en la escuela. Se descubrió que las preferencias de los docentes suelen impactar en el desempeño de sus alumnos. Cuando el profesor cree que un alumno será bueno en su curso, el desempeño de este alumno mejora. Y cuando el profesor cree que el alumno lo hará mal, el desempeño de este se deteriora.

Con estos hallazgos nació el concepto de “efecto Pigmalión” que se inmortalizó a través de la pieza de teatro “Pigmalión”, de George Bernard Shaw, llevada al cine en la película “Mi bella dama”, protagonizada por Rex Harrison y Audrey Hepburn.

En ambas obras vemos cómo la fuerza de la expectativa termina germinando una realidad, ya sea para bien o para mal.

Sin embargo, este comentado efecto Pigmalión también lo podemos encontrar en las organizaciones.

Por ejemplo, en el extremo negativo, un jefe que cree indignos de confianza a sus subordinados propiciará, “sin querer queriendo” (a través de su maltrato y sus muestras de desconfianza), que ellos necesiten vengarse actuando de un modo inadecuado contra ese jefe.

Al ver estas conductas, el jefe terminará confirmando su expectativa negativa y al final dirá: “¿No les dije? No se puede confiar en nadie”.

Pero el efecto Pigmalión también tiene su lado positivo: también es verdad que si esperamos lo mejor de la gente, se incrementa la probabilidad de que saquemos lo mejor de ella.

Si les damos responsabilidades y esperamos que las asuman correctamente, la cantidad de personas que responden positivamente se incrementará. Y esto es algo que podemos y debemos usar en nuestras relaciones personales y, por supuesto, especialmente, en las relaciones con nuestros subordinados.

*PROFESOR ASOCIADO DE ESÁN

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