Primero pensó en ir a Cali, pero era muy peligroso; entonces en el 2004 decide salir de Colombia, llega a Ecuador, a la zona de Tulcán y luego a Quito, donde encuentra que hay muchos colombianos, y eso acrecienta su temor, pues podrían haberlo seguido hasta Ecuador; es más, según él, existen guerrilleros y paramilitares en algunas zonas de Ecuador, y es peligroso quedarse allí.
Llega a Huaquillas, y entra así en territorio peruano, sigue por Tumbes y llega a Lima. Se contacta con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y ellos le ofrecen alojamiento y comida por un mes en un hotel de un barrio de Lima. Hacia el segundo mes encuentra un lugar para quedarse con sus hijos en el barrio de Surquillo; el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados, lo apoyó con mil soles para que se pueda instalar y subsistir con sus hijos, así como trescientos soles para gastos de escolaridad. Sin embargo ese dinero fue poco, su hijo sufre de alopecia en el cuero cabelludo y asma; las medicinas son costosas, aquí pasan necesidades y la
preocupación aumenta.
Para subsistir en el Perú, él ha administrado el poco dinero recibido y realizado viajes al Ecuador para vender libros; sin embargo y pese a que fue apoyado por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y una organización peruana; en este momento el negocio de los libros no es bueno, por lo que le urge pensar en otro modo de subsistencia.
Ha pensado en montar un pequeño restaurante con una señora amiga y ha obtenido presupuestos. Hoy ya no tiene para los gastos diarios del hogar, y precisa una ayuda adicional aproximada de 2000 dólares, pues con ese dinero podría montar un modesto restaurante en el centro de Lima. Allí prepararía comida colombiana y eso le brindaría la posibilidad de atender a las necesidades de sus hijos. Su hija mayor ha terminado el colegio hace dos años, quiere estudiar medicina (neonatología), pero no tiene dinero para matricularse en la academia pre universitaria.
Al momento de escribir estas líneas, el no cuenta con recursos económicos ni medios de subsistencia que le permitan afrontar sus responsabilidades familiares; ello, sumado a la necesidad de contar con un apoyo psicológico que permita que él y sus hijos puedan desarrollarse plenamente y hacer frente a las adversidades que traen consigo desde Colombia, así como las que se les vienen presentando en el Perú.
Según su auto percepción, se encuentra en un estado de indefensión general, por no haber logrado salir de la pobreza pese a sus esfuerzos, sus referencias hacen clara alusión a sentirse muy solo, sin ayuda y sin apoyo de ninguna naturaleza.
Así, su ambiente familiar se trastoca y el pesimismo por momentos invade a todo sus miembros; el hijo menor evidencia problemas en los estudios escolares, debido a un alto stress y desesperanza. Cuando converso con él, noto una sensación de pena y preocupación por los esfuerzos que realiza su padre en el Perú y por la situación que viven hace varios años.
¿A quien acudir? ¿Quién los ayuda? y un ¿Hasta cuándo? son las preguntas cotidianas en las que el optimismo y el pesimismo parecen darse la mano, angustiando cada vez más a sus protagonistas. Sus vidas peligraron por el azote de la guerra y ahora es el desamparo su principal fuente de dolor. ¿Cuántos hermanos colombianos están en nuestro país en situación de refugio o con el status jurídico de refugiado? ¿Tenemos algún plan para enfrentar esta situación? Saltan muchas preguntas a partir de este diálogo franco y directo, pienso en Iquitos y en Tumbes, nuestras zonas de frontera que son las principales puertas de entrada al Perú para ellos.
He compartido con algunas familias sus esperanzas y sus tristezas (allá por el 2007), y creo que podríamos hacer mucho más. ¿Qué habrá pasado desde entonces? ¿Sabemos la magnitud del refugio colombiano en el Perú? Me temo que no; y por eso esta breve historia apunta a divisar las necesidades ocultas en medio del espejismo fronterizo que nos separa.