A PROPÓSITO DE “LA CONSTRUCCIÓN DEL SEXO” DE THOMAS LAQUEAUR.

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El destino es la Anatomía

Este texto, además de ser entretenido nos explica que no siempre existió ese modelo diferenciado –de dos sexos- que existe hoy en día, y que nos parece tan cotidiano y evidente. Muy por el contrario, desde Aristóteles hasta aproximadamente el siglo XVIII, existió un solo modelo.

El modelo de único sexo, era aquel según el cual la interpretación que se le daba a la unidad corpórea de hombre y mujer, partía de una concepción según la cual el hombre era el ser humano perfecto, cuyo cuerpo poseía mayor calor que el de la mujer. En consecuencia, era el hombre el que a través del flujo de semen creaba la vida humana, mientras que la mujer simplemente era la receptora de dicha vida, y la cuidaba en su interior.

El hombre era según Aristóteles, la única causa eficiente generadora de vida, mientras que la mujer era la causa material. Se creía que el hombre otorgaba el animus (alma) y que la mujer actuaba como mera –incubadora- del nuevo ser humano.

Por otra parte, la visión unisexuada, implicaba pensar que los órganos sexuales del hombre y la mujer eran idénticos, con la diferencia que los de la mujer debido a su imperfección eran internos, mientras que los del hombre eran externos.

Así, por ejemplo, el conducto vaginal sería una especie de pene interno, los ovarios y el útero serían testículos atrofiados, y los labios vaginales harían las veces de prepucsio.

Se pensaba también que las mujeres tenían semen, pero que éste era débil en atención a que era menos caliente y espeso que el del hombre; y en ese orden de ideas, el semen de la mujer solo serviría para “jalar” el semen del hombre hacia la cavidad interna de la mujer, donde se formaría la vida creada por el semen de aquel.

Solo se veía en la mujer aquellos elementos reproductivos que se consideraban comunes a los hombres, aunque sea por oposición; es decir que se invisibilizaba el cuerpo femenino como tal; tomando del mismo solo aquellos atributos que según la interpretación de la época, le correspondían en forma simétrica con los del hombre.

En el caso de Aristóteles, si bien intentó definir al hombre y la mujer como seres distintos, destacando en sus escritos que el hombre era perfecto y la mujer imperfecta, su discurso visto como un todo lógico, estaba más proclive a ser ligado al concepto de un solo sexo que al de dos sexos.

Este filósofo griego, basó las diferencias a nivel social y jerárquico entre hombres mujeres como diferencias nacidas de la capacidad de unos y la incapacidad de otras.

Mientras para Aristóteles solo existía una semilla de la vida (la del hombre), para Galeno ambos (hombre y mujer) eran portadores de ésta, creyéndose que la semilla que aportaba la mujer era de condición más débil que la aportada por el hombre; y de ahí la jerarquía de los sexos. Se pensaba además que las mujeres tenían pene y testículos internos similares a los del hombre, pero de condición inferior.

Respecto del deseo sexual, para Aristóteles el semen masculino era una de las causas de la líbido, tanto del hombre como de la mujer. Respecto del hombre, para generar la vida y de la mujer para absorver el semen del hombre con su propio cuerpo.

Entonces, se trató de averiguar cuáles eran las causas del placer sexual, y la
relación de este placer con la reproducción humana. Aristóteles no admitía ninguna relación entre ellos, pues el semen era creador de vida al margen del placer sexual que pudiese o no experimentar la mujer.

En la edad media, se relacionaba el orgasmo con la fecundidad. Se pensaba que la mujer solo podía concebir cuando disfrutaba de la relación sexual y si llegaba al orgasmo. Es decir que éste era el sistema por ejemplo, del consentimiento de una mujer a tener una relación sexual; presumiéndose el consentimiento en caso que la mujer quedase embarazada.

De otro lado, también se recreaban semejanzas entre el aparato digestivo y el aparato reproductor boca/vagina, pene/laringe; y que así como los alimentos comidos sin ganas no se digerían bien, las relaciones sexuales sin placer llevaban a la no concepción.

En síntesis, la sexualidad se interpretaba de forma jerárquica, tan es así que para Aristóteles por ejemplo, el sexo y la sexualidad de los esclavos carecía de importancia, pues éstos no poseían relevancia política alguna.

La interpretación de la estructura corpórea y sexualidad humana, no obedecía estrictamente a conceptos biológicos, sino a conceptos de poder, política y prestigio social. Así, la interpretación científica sirvió de sustento y apoyo al sistema de redes de jerarquías sociales.

La representación del sexo

La ciencia médica se convirtió en un apoyo para el orden jerárquico establecido, por lo que es necesario destacar que la ciencia no se abstrae de la cultura en la que se desarrolla.

Se interpretaban los ciclos del cuerpo como ciclos cósmicos, es decir que la relación entre los cuerpos, se consideraba influída por entes ajenos a él como el cielo o las estrellas.

El mito de Adán es muy relevante, pues si bien Adán descendería directamente de la Divinidad, Eva lo haría del hombre por ser creada de una parte de su cuerpo, convirtiéndose éste en su co-creador.

A la mujer se le investiría de poderes malignos, se le liga a lo oculto, lo desconocido, lo demoniaco (hechicería, satanismo y similares); hecho que justificaría su subordinación y dominación en la escala social.

La representación de un solo sexo dio lugar a que mujeres que ocupaban cargos de mando muy alto y de poder como Isabel I, jugaran con esos atributos masculinos a fin de legitimar su poder. Por ejemplo, esta reina afirmaba que pese a tener el cuerpo de una mujer, tenía el corazón y estómago de un rey, del rey de Inglaterra. Esta lectura es muy interesante, pues significa la afirmación de que contaba con esa alma masculina “fuerte y perfecta, la única capaz de dominar y regir”, haciéndose llamar Rey de Inglaterra en vez de Reina.

Esta es una clara alusión a lo andrógino, debido a la carencia de un sistema de dos sexos; y a la evidente subordinación y menosprecio de la mujer dentro de la escala social.

El arte no estuvo ajeno a esta mezcla de caracteres, incluso físicos entre uno y otro sexo, pues curiosamente algunas representaciones de Adán lo mostraban embarazado, como esperando dar a luz a la mujer de la cual era co-creador con la divinidad.

Se estableció el vínculo entre conducta y sexualidad; así, se creía que si una mujer realizaba tareas “físicas” propias de un hombre, ésta podría cambiar de sexo; existiendo mitos y leyendas al respecto. No obstante, y debido a la minusvalía de la mujer dentro de la sociedad, el cambio inverso, de hombre a mujer era impensable, debido a que la evolución natural sería “de lo imperfecto a lo perfecto”, es decir “de mujer a hombre”, pero de ninguna manera de hombre a mujer.

Subyace en estos tiempos un temor hacia las mujeres, el que se iría acrecentando, creyéndose incluso que el estar mucho tiempo al lado de ellas, podría provocar en los hombres cierto afeminamiento, que evidentemente era indeseado por corresponder a un status inferior.

Solo había un sexo, dentro del cual los más perfectos se distinguían como hombres, y los menos perfectos lo hacían como mujeres.
Es complejo plantear el esquema heterosexual en un sistema en que parecerse a las mujeres como producto de la convivencia resultaba peligroso; este tema merece un análisis aparte; pero parece ser que en esta época se favorecían principalmente las actividades separadas entre hombrees y mujeres para evitar la conversión y afeminamiento de aquellos.

Las relaciones de amor y odio entre hombres y mujeres, pasarían por el análisis de la “perfección” versus “la imperfección”; la mujer amaría al parecer ¿eternamente? al hombre con el que tuvo su primera relación sexual por haber recibido de él la perfección; mientras que los hombrees odiarían a las mujeres por recibir de ellas la imperfección.

Para los médicos de renacimiento existía un solo sexo aunque existiesen dos sexos sociales, a los que se les atribuía derechos y obligaciones de orden diferente; interpretándose estas categorías como naturales y lógicas. El pene sería entonces el signo de status, y el temor de que las mujeres pudiesen convertirse en hombres, nacería porque de ser así, éstas entrarían al mundo de los hombres, un mundo privilegiado de status y poder –competencia-.

Podríamos leer entre líneas un temor a las capacidades de las mujeres, y a compartir con ellas los privilegios del mundo de los que gozaban los hombres.

Para siglo XVI las lesbianas eran por trasgredir el esquema de género, es decir por recrear el papel activo del hombre dentro de una relación sexual, caso en el cual no se habrían convertido a hombres, pues de haber sucedido este cambio, el supuesto pene externo crecido les permitiría tener relaciones sexuales con una mujer. No existían cuestionamientos sobre el sentir de las personas; solamente sobre su conducta y si tenían o no el status suficiente como para realizarla, el sexo era pues una categoría sociológica.

En el siglo XIX, la conducta empezaría a carecer de importancia, situándose ésta en la biología de la época, nuevos conocimientos científicos, como el hecho de que el corazón bombea la sangre a través del cuerpo, redifinirían a su vez las imágenes y concepciones sobre los cuerpos de hombres y mujeres.

En este contexto, el control de la mujer, guardaría relación con el sistema capitalista de producción y las ideas basadas en la superioridad del hombre; se continúa así invisibilizando a la mujer dentro de la sociedad: “su cuerpo es débil y débil su razón”.

El lenguaje sobre el sexo, continuó reproduciendo la marca de género y prejuicios sobre las mujeres heredados de épocas anteriores, el calor corporal continuó cumpliendo un importante papel en la jerarquización social.

El descubrimiento de los sexos

El siglo XVIII trajo consigo cambios importantes en relación a las concepciones sobre el sexo, surge la idea de dos sexos como fundamento para el concepto de género.

En este sentido, temas como la relación sexual y el placer tomaron vital relevancia, convirtiéndose en temas de discusión en el ambiente médico. Se acrecienta la búsqueda de verdades comprobables, es decir, se agrandan las diferencias entre verdad-mentira, posible-imposible, cuerpo-espíritu y sexo biológico-género histriónico.

Los órganos sexuales de la mujer cobran vida propia como singulares, suyos y únicos, dejando de lado la referencia a los órganos masculinos como base para su interpretación y conocimiento.

Esta división se vio favorecida por las circunstancias políticas que rodearon la época, surgiendo los primeros movimientos feministas y antifeministas en Europa; progresando los estudios biológicos sobre el sexo en un afán de comprensión real de los fenómenos. Sin embargo, una vez más, la incorporación de los hechos biológicos al lenguaje, se teñirían inevitablemente de argumentos ajenos de tipo sociológico dentro del marco de su explicación; quedando establecida al menos primariamente la diferencia conceptual entre lo natural y lo social.

La búsqueda entonces sería encontrar el fundamento biológico de las divisiones sociales entre hombres y mujeres, comenzando a surgir cuestionamientos serios sobre la legitimidad de los órdenes sociales u ordenamiento del mundo social.

Los cuestionamientos políticos a la autoridad del rey, sustrayendo de la naturalidad el fenómeno del sistema monárquico, llevaría a cuestionar políticamente la naturalidad o no de la jerarquización entre hombrees y mujeres.

Filósofos como Locke, centraron su discusión en comprobar la mayor capacidad del hombre, mientras que Hobbes señaló la función reproductiva de la mujer como causante de su subordinación al no poder ésta dedicarse a actividades públicas como consecuencia de las tareas domésticas y de cuidado del grupo familiar.

Se trataba de dar respuestas al papel del hombre y la mujer en la reproducción sexual, y a la importancia o no del orgasmo femenino para la concepción; creyéndose que una mujer no podía concebir, al menos que diese su consentimiento. En este sentido, ilícitos como la violación, serían cuestionados en caso la mujer quedase embarazada como consecuencia de tal acto; rechazándose la veracidad de la palabra de la mujer violentada en relación con la del violador. Es decir, que según ese discurso, habría por ejemplo mujeres a las que “les habría gustado ser violadas”, y que en consecuencia estarían mintiendo al denunciar el hecho.

Hacia 1820, en los grupos intelectuales, se desecharía la idea del embarazo como prueba del consentimiento de la mujer a tener una relación sexual; tratándose de establecer supuestos y consecuencias lógicas en base a un rigor científico. Los dibujos de la época, asimilaban el organismo y órganos humanos a una máquina, descontextualizándolos y aislándolos como objetos de estudio. No obstante, el modelo anatómico por excelencia continuaría siendo el del hombre, con el que la mujer diferiría en algunos aspectos biológicos.
Con el descubrimiento del óvulo, recién quedaron selladas las diferencias biológicas entre hombres y mujeres (hombre-esperma, mujer-óvulo); considerándose el óvulo como un nido o pesebre en el que valga la redundancia, “anidaría” la vida humana.

En ese sentido, el modelo monogámico heterosexual pareció encontrar un fundamento científico para su existencia, al ser el hombre el que introduce su esperma en el huevo de la mujer, solo habría una nidación (la suya y no de otro).

Así, la cultura influenció una vez más de forma radical en el pensamiento científico, se ovarizó a la mujer, definiéndola básicamente en función a su contenido ovárico. Diversas enfermedades fueron atribuídas a los ovarios, acrecentándose corrientes médicas a favor de la castración o histerectomía de las mujeres como remedio a sus males orgánicos o psíquicos. Podemos encontrar aquí un temor de los hombres frente a los órganos sexuales de la mujer, a los que se atribuía un poder tal vez de forma inconsciente, poder que había que combatir y aplacar.

Respecto del placer, se proyectaba en la mujer las nociones de placer masculino, hablándose incluso de erección femenina interna y externa; creyéndose que la ovulación en la mujer era inducida por el coito o solamente por el deseo sexual, se detalla las partes erógenas del cuerpo femenino (clítoris, vagina …), tratando de explicar el por qué de la sensibilidad o insensibilidad de las mujeres. Entonces, la mujer tendría orgasmos, pero no siempre sería capaz de sentirlos. Se teoriza sobre el placer femenino aunque sin base científica, concluyendo que las mujeres no sentían el placer conscientemente; mientras que los hombres sí disfrutarían del sexo. El sexo se convertiría en un deber de la mujer hacia el marido (débito sexual), y se invisibilizaría el placer femenino, poniéndose la sexualidad de la mujer al servicio del hombre.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Laqueaur Thomas. La construcción del sexo. Madrid, Cátedra 1994.

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