Trabajo final presentado para el curso de Narrativa.
Diciembre de 2009.
La literatura testimonial forma parte importante de todas las sociedades. El estudio de testimonios, tanto escritos como orales, nos permite comprender, entre otras cosas, cómo se construye la historia de un determinado país o grupo social, y cómo es que los actores sociales asimilan los hechos que los rodean y determinan su propio destino. Es por ello que el presente trabajo se centrará en el análisis de las memorias de un mayordomo del Palacio de Gobierno en la primera mitad del siglo veinte. Este texto, cuyo título es 40 años al servicio de los Presidentes del Perú en la Casa de Pizarro y cuyo autor es Tomás Meza, no es muy conocido ni difundido —se puede encontrar una copia en la Colección Félix Denegri Luna de la Biblioteca del Instituto Riva Agüero—, pero su importancia radica en la peculiar posición del sujeto enunciador. Lo que este trabajo pretende es analizar, justamente, cómo la posición del sujeto enunciador influye en el discurso del texto y, por ende, en la construcción de la imagen de los presidentes, como símbolos de autoridad, que transcurren por el Palacio de Gobierno. Si bien el libro relata los acontecimientos comprendidos entre 1917 y 1957, nos enfocaremos principalmente en parte del oncenio de Leguía y en el golpe de Estado de Sánchez Cerro; esto por dos motivos: primero, porque el mismo autor se involucra más con esta etapa de la historia por su afinidad con ambos presidentes, y, segundo, porque la gran controversia causada por ambos personajes ha sido la fuente de muchos otros discursos que también influyen en la historia de nuestro país al mismo tiempo que son producto de ella.
Antes de introducirnos en el análisis del texto es necesario conocer un poco más acerca del contexto histórico en el que nos movilizaremos a lo largo de las siguientes páginas. Augusto B. Leguía estuvo dos veces en el poder: de 1908 a 1912, su primer periodo, y de 1919 a 1930, su segundo y más conocido periodo, el cual recibe el nombre del oncenio de Leguía. Este segundo periodo es el que nos interesa, pues, debido al distanciamiento de las clases aristócratas, al enfrentamiento con el civilismo y a la irregularidad de las acciones realizadas, entre otras cosas, Leguía se ganó muchos opositores, aunque nunca le faltaron seguidores (Burga y Flores Galindo 1991: 125-142). Es por ello que, cuando en 1930 el militar Luis M. Sánchez Cerro se levanta contra él desde Arequipa y toma el poder, muchos sectores sociales estuvieron de acuerdo con su golpe de Estado, mientras que muchos otros no. Existen, por supuesto, muchos otros factores que influyeron en los acontecimientos históricos que se produjeron en estos años, pero ahondar en ellos requeriría un estudio aparte, por lo que nos limitaremos a analizar los diferentes discursos que surgieron de este controvertido contexto.
La posición de Tomás Meza, el autor de las memorias y por tanto el sujeto enunciador de estas, influye de manera determinante en el discurso y en la construcción de la imagen de Leguía y de Sánchez Cerro; y para poder analizar cómo se da esto, urge primero analizar cuál es esta posición. Tomás Meza es un trabajador del Palacio de Gobierno y de este hecho podemos deducir dos elementos importantes: que pertenecía a un sector socioeconómicamente bajo y que se encontraba en una relación de alteridad, en condición de inferior, con los presidentes y funcionarios del Estado. Es por ello que llamarlo sujeto subalterno es muy tentador, pero para ello es necesario conocer antes lo que esto realmente implica. Es muy difícil, si no imposible, hallar algún estudio acerca de la subalternidad que no se refiera, en alguna parte, al trabajo de Gayatri Chakravorti Spivak acerca del sujeto subalterno y su capacidad para expresarse como tal. A partir de ese reconocido artículo, ¿Puede hablar el sujeto subalterno? (una de las traducciones del título), se han hecho muchos otros análisis y enfoques a otras áreas de estudio. Todos estos trabajos manejan la idea de que el sujeto subalterno lo es porque no puede hablar, y si habla, entonces dejará de ser subalterno (Spivak 1998). Este es un aporte importante porque nos dice que no necesariamente todo aquello que se encuentre en una relación desigual será subalterno; “el subalterno no es sólo el que dentro de una cultura determinada se maneja en los márgenes de ella sino quien no puede expresarse a través de sus formas de representación” (Silva 2006: 126). Entonces la pregunta que nos debemos de realizar es dónde se halla Tomás Meza, el sujeto enunciador de nuestro texto. Si bien todo indica que su posición es la de sujeto subalterno, hay un hecho importante que puede negar lo anterior —un hecho que, por cierto, nos permite realizar este estudio—: la publicación, aunque no muy difundida, de sus memorias. El sujeto subalterno en este caso logró hallar una forma de representación; el sujeto subalterno logró hablar, por decirlo de una manera, y por lo tanto ya no correspondería llamarlo sujeto subalterno en el sentido que manejan los estudiosos del tema. Sin embargo, esto tampoco es cierto totalmente, ya que, si bien Tomás Meza logró hablar, este logro no es completo en el sentido de que él no dice todo lo que quiere decir, ya sea consciente de ello o no. La posición de subalterno —seguiremos llamándolo así— de Tomás Meza sigue dejando huella determinante en su texto, como lo veremos más adelante.
Pero antes, Tomás Meza se configura como autoridad para hablar de los presidentes, de manera similar a los viajeros que también se configuran como autoridades para hablar de las sociedades. Esto lo hace, primero, presentándose a sí mismo como mayordomo personal de los presidentes (Meza 1959: 15) y, por tanto, como un peculiar e importante testigo de los acontecimientos relevantes para la historia de nuestro país. Segundo, Tomás Meza también se legitima narrando un suceso que se dio en el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero en el cual manifiesta que la esposa del presidente le sugirió escribir todo lo que había visto en sus tantos años como mayordomo (ver anexo 1). Mediante la introducción de este episodio en su discurso, el autor está respaldando la decisión de escribir y publicar sus memorias con la opinión de quien él considera alguien importante, la esposa de un presidente del Perú. Estas son las dos formas más evidentes en las que notamos cómo Tomás Meza busca configurarse como una autoridad para poder hablar de los presidentes y legitimar la existencia de su texto, pero hay muchas otras manifestaciones más que son menos evidentes pero igual de importantes.
Asimismo, estas y otras manifestaciones nos permiten observar dos grandes huellas dejadas en el texto por la posición subalterna del sujeto enunciador, aquel sujeto que logra hablar pero no logra decirlo todo. Esta es la primera huella: cuando se contrasta la cantidad de veces que el autor habla de sí mismo con la cantidad de veces que se refiere a los sucesos políticos que lo rodean, es evidente que le da más importancia a estos últimos que a su propia experiencia. El autor se involucra a sí mismo deliberadamente solo en el primer capítulo del libro, en donde describe su pueblo natal y narra algunas vivencias suyas hasta antes de entrar a trabajar en el Palacio, y en otras contadas ocasiones, como cuando deja conocer un poco de su vida conyugal como un segundo plano de su vida laboral (ver anexo 2). Fuera de estas ocasiones, el autor relata siempre los acontecimientos políticos que él considera de mayor interés; así, por ejemplo, una característica del libro es la minuciosidad con que se listan los nombres y cargos de los altos funcionarios estatales en cada cambio de gobierno; otra es el contar hechos que el autor conoce de segunda mano, como las acciones en los viajes de los presidentes al interior del país. Esta preponderancia de los sucesos colectivos sobre los personales se debe, entre otros factores relativos a la literatura testimonial, a la posición de subalterno de Tomás Meza. Sin embargo, si bien el deseo del autor por figurar no es explícito en la mayor parte del texto, esto no quiere decir que no exista. Por el contrario, todo el texto se encuentra contaminado —para expresarlo de alguna manera— por una búsqueda de protagonismo refrenado por la posición subalterna del autor.
Las manifestaciones de este deseo de figurar, de esta búsqueda de protagonismo, que encontramos en el texto se hacen más evidentes en el periodo de los presidentes Leguía y Sánchez Cerro, pues el sujeto enunciador pasa constantemente de ser testigo a ser actor —es válido aclarar, antes de continuar, que no se pretende determinar la veracidad de absolutamente todos hechos relatados en el texto, este es principalmente una construcción que, antes de precisar los sucesos históricos al pie de la letra, representa el imaginario del autor—. La amistad de Tomás Meza con Sánchez Cerro al inicio solo es relevante porque le permite al primero conocer determinados sucesos, pero él no forma parte de ellos directamente. Un ejemplo de esto es el altercado, durante el segundo gobierno de Pardo, que tiene Sánchez Cerro con un conserje porque este le llevó el desayuno frío. Este evento es interesante porque, cuando Sánchez Cerro le cuenta a Tomás Meza cómo su superior no hizo caso a sus quejas acerca del conserje, comenta lo siguiente: “Cuando yo sea Presidente, esto lo arreglaré” (Meza 1959: 18-19). En este caso, el sujeto enunciador solo narra lo que vio, o, mejor dicho, lo que le contaron; y su amistad con Sánchez Cerro solo importa en el discurso en cuánto le permitió conocer este dato curioso acerca de uno de los presidentes del Perú. Sin embargo, ya en el oncenio de Leguía, después de haber perdido el favor del presidente por su insurrección en Cusco, Sánchez Cerro se encuentra con Tomás Meza para pedirle un favor (ver anexo 3). Aquí, el sujeto enunciador deja de ser solo un testigo para pasar a ser un actor, pues Sánchez Cerro puede llegar a establecer lazos nuevamente gracias a que Tomás Meza le consigue una entrevista con el presidente. El deseo de figurar es evidente, ya que, más allá de la veracidad o falsedad de estos hechos, el haber incluido un episodio así demuestra que se quiere ser parte de la historia del Perú; los hechos colocados de esta forma implican que Tomás Meza tuvo mucho más que ver con el futuro golpe de Estado de 1930 por haberle dado la oportunidad a Sánchez Cerro de volver a ganar la confianza de Leguía. Si bien no se puede saber si la participación de este actor-testigo es determinante o no para la historia del Perú —o sí los hechos siquiera sucedieron de esta forma—, sí se puede saber cuán relevante es para el discurso y para el propio sujeto enunciador.
Gustavo García señala respecto a la irrupción del ‘yo autorial’ de forma reiterativa que puede utilizarse para legitimar las aseveraciones del testigo, a pesar de que la crítica no acepta este rasgo en la moderna literatura de testimonio (2003: 110). Tomás Meza sí irrumpe con el ‘yo’ en varias partes del discurso pero de una forma muy disimulada e inconsciente, y cuando lo hace, además de buscar la legitimidad de sus aseveraciones como lo dice Gustavo García, es una manera inconsciente de buscar el protagonismo, que luego es frenada por la posición de alteridad. Esta posición hace que, primero, sean muy pocas las veces en que explícitamente el autor sobreponga lo personal sobre lo colectivo y que, segundo, aquellas veces en que el discurso se contamina por la búsqueda de protagonismo y el deseo de figurar sea solo de una manera parcial, en donde se no se dice todo lo que se piensa, como lo que piensa Tomás Meza acerca de la conducta de Sánchez Cerro al querer acercarse a Leguía después de haberse levantado contra él. Pero esto ya forma parte de la segunda huella.
Esta segunda huella es la creación de un discurso mayoritariamente neutral que tiene como resultado el elogio incondicional a los presidentes, que son la representación de la imagen de la autoridad. Para mostrar cómo sucede esto se comparará el discurso de Tomás Meza con otros tres textos que abarcan el mismo periodo. Debido a que la posición del sujeto enunciador es distinta, el discurso de estos últimos es mucho más directo, con menos frenos y menos eufemismos para describir los acontecimientos referidos. El primer texto, las memorias de Augusto B. Leguía, Yo tirano, yo ladrón, se asemeja al texto trabajado por su naturaleza, pero el sujeto enunciador en este caso es diametralmente opuesto. No es solo que Leguía no es un sujeto subalterno, sino que se le puede considerar un sujeto hegemónico; incluso cuando se halla enfermo y en prisión, él tiene medios de representación. Si bien se intenta silenciar su voz en ese momento, esta no corre el riesgo de ser ignorada y por lo tanto no se puede hablar de subalternidad (Silva 2006: 143). Desde las primeras páginas, hasta el final, Leguía hace busca legitimarse y legitimar sus palabras, pero no recurriendo para ello a la opinión de otras personas, como se vio que lo hizo Tomás Meza. En las primeras líneas encontramos lo siguiente: “El que os habla desde este mal inspirado libro, pero preñado de verdades sinceras, es un recluso en vísperas de rendir cuentas ante el divino Tribunal de Dios […]” (Leguía Salcedo: 6). Leguía hace uso de una falsa modestia para moderar la agresividad, no necesariamente en un sentido negativo, de su discurso; así también, se sobre identifica con la posición marginal —lo que algunos conocen como las tretas del débil—, la de recluso, para establecer una relación más personal con el lector y hacer más fácil su defensa contra las acusaciones que se le hacía de tirano y ladrón. Es decir, que mientras Tomás Meza lucha para lograr hablar, para hacer escuchar su voz, a través de sus memorias, Leguía tiene que usar estrategias probablemente inconscientes en las suyas para atenuar su voz.
Los otros dos textos fueron escritos por partidarios, uno, de Leguía y, otro, de Sánchez Cerro. Contrastar estos textos en los cuales hay una postura evidente mostrará cómo es que el texto de Tomás Meza busca la neutralidad en los temas políticos controversiales, lo cual parecería una postura ingenua, si no fuera porque se conoce más acerca de la posición de subalterno que le impide expresar muchas cosas. El texto escrito por la hija de Leguía, Enriqueta Leguía Olivera, Un simple acto de justicia: la verdad desnuda sobre los gobiernos y obras de Leguía, defiende incansablemente a su padre de las acusaciones que se le hacen, de manera similar a lo que hace él mismo en sus memorias. El texto enumera las obras del gobierno de Leguía y resalta todas las buenas tácticas políticas que se dieron en ese tiempo. Enriqueta Leguía Olivera llama tirano a Sánchez Cerro (2000: 82) y dice que su padre fue “¡El mejor gobernante y e Mayor Patriota que ha tenido el Perú en lo que va de este siglo!” (2000: 15-16). Además, se toca el tema de la traición a Leguía, al igual que lo hacen las memorias de este último. Un ejemplo de esto es el fragmento del poema con que empieza el libro (ver anexo 4) que hace referencia a los traidores de Leguía, incluido Sánchez Cerro. Lo importante de este texto es la manera directa de enunciar lo que su autora considera lo justo. La opinión que se tiene acerca de los sucesos no se intenta ocultar, sino que esta es la parte más importante del texto. De manera similar, el último texto muestra una postura clara, aunque en este la opinión, si bien está presente, no constituye la parte principal del libro. Sánchez Cerro: papeles y recuerdos de un Presidente del Perú, es una compilación de documentos de todo tipo referentes al caudillo, sobre los cuales Pedro Ugarteche comenta brevemente mientras que provee al lector de un marco histórico. En estos comentarios suyos es que se puede ver la postura de Pedro Ugarteche, que por cierto era amigo de Sánchez Cerro: él llama dictadura al gobierno de Leguía (1969: VIII) y le atribuye una crisis moral que obligó a los estudiantes universitarios a intervenir (1969: V). Además, Pedro Ugarteche dice que los pueblos del Perú, sin excepción, proclamaron Segundo Libertador de la Patria a Sánchez Cerro, que aprobaron su gesto viril y patriótico y que condenaron al régimen depuesto (1969: VI).
A diferencia de estos textos, el texto de Tomás Meza intenta mantenerse neutral, esconder su opinión por debajo de los hechos. Esto se puede ver como un intento de objetividad al relatar los acontecimientos que forman parte de la historia de nuestro país, como un intento de constituirse en una autoridad académica infalible. Sin embargo, la otra lectura de esta búsqueda de neutralidad es la que se refiere a la posición de subalterno del sujeto enunciador. A lo largo de todo el texto, Tomás Meza oculta su opinión respecto a la acciones de las altas autoridades, pero hay ocasiones en las que juzga las acciones de algún mando inferior (ver anexo 5). Esta peculiar forma de desarrollarse el discurso también resulta en otra característica importante: el elogio incondicional de los presidentes. Así como el sujeto subalterno lucha por no dar su opinión frente a temas en los que una autoridad muy importante está involucrada, así tampoco se atreve a hablar acerca de ella. El elogio general a los presidentes, pues de todos ellos habla bien en el texto, se debe de nuevo a la posición del sujeto enunciador. Tomás Meza es testigo de muchas acciones cuestionables de los presidentes, como la referida traición de Sánchez Cerro a Leguía, por ejemplo, pero él no se atreve a criticar ni a decir más acerca del tema. Solo en una línea hay una manifestación de una opinión que levanta Tomás Meza acerca de un presidente del Perú: “Yo le expresé entonces [a Sánchez Cerro]: ‘Si usted ha actuado contra Leguía ¿como [sic] quiere hablar con él?’” (1959: 45). En esta frase hay un reclamo que Tomás Meza le hace al caudillo, pero no dice nada más al respecto. Esto muestra que la neutralidad y en el elogio constante a los presidentes en el texto no se debe simplemente al deseo verdadero de alcanzar la objetividad, pues si no se hubiese mantenido al margen en todo momento, sino que estas manifestaciones peculiares son huella de la posición subalterna del sujeto enunciador, que, como se dijo atrás, por más que logró hablar, no logró la libertad para decir todo lo que deseaba.
Volviendo a la discusión inicial acerca de la posición del sujeto enunciador en las memorias de Tomás Meza, se puede agregar un dato más que ayuda a cerrar la idea de la subalternidad y su relación con el discurso del texto y la construcción de la imagen presidencial. La idea de Spivak es que el subalterno es subalterno porque no puede hablar y si habla dejará de serlo, pero aquí es necesario agregar que no se trata de hablar por el simple hecho de hablar, sino para que el subalterno deje de tener esa condición debe de poder “hablar de una forma que realmente nos interpele” (Beverly 2004: 23). Es por ello que Tomás Meza, a pesar de haber logrado hablar por medio de sus memorias, sigue teniendo rasgos peculiares en su discurso que delatan su posición de subalterno. El haber logrado hablar, pero no haber logrado hablar de una forma que realmente nos interpele, o, en este caso, que interpele a sus autoridades, los presidentes, hace que el texto de Tomás Meza tenga aquellas dos grandes huellas de su posición subalterna, vistas precedentemente. La primera huella es la preeminencia de los sucesos históricos y colectivos por sobre los sucesos personales a lo largo de las memorias, lo cual se contrapone con el deseo de figurar y de relacionarse directamente con los acontecimientos históricos. La segunda huella es la neutralidad del discurso, es decir que el sujeto enunciador no quiere emitir su opinión respecto a la mayoría de sucesos; esta neutralidad deviene en el elogio incondicional de los presidentes, por representar a la autoridad más alta. Estas dos huellas en el texto de Tomás Meza indican que todavía se encuentra en la posición de subalterno y es a ello que se debe la peculiaridad de este texto: la ambivalencia del discurso que expresa a la vez la posibilidad e imposibilidad de hablar de este sujeto subalterno. Como ya se mencionó, más allá de preocuparse por el aporte histórico de estas memorias, este trabajo se interesó en analizar cómo la posición subalterna del sujeto enunciador influye de forma determinante en el discurso y, por tanto, en la construcción de la autoridad en los presidentes.
Anexos
Anexo 1:
Un día que la señora de Bustamante y Rivero había invitado a un grupo de señoras a almorzar en el Palacio de Gobierno, entre quienes se encontraba la esposa del Secretario de la Presidencia, doctor Soto de la Jara, aquella dijo, en momentos que yo servía a la mesa, que era un empleado muy antiguo en Palacio y que me había visto otras veces; que era ahijado de su tío Manuel Ugarteche; que cuantas [sic] cosas sabría yo de servir con tantos gobiernos. Entonces la señora de Bustamante manifestó, que yo debía escribir todo lo que había visto y que, si yo quería, buscaría una persona para que me ayudara a hacerlo. Pero como al poco tiempo fué [sic] derrocado el gobierno del doctor Bustamante y Rivero, el asunto quedó en nada. (Meza 1959: 111-112)
Anexo 2:
En esos momentos apareció el Mayor Tolmos, por el corredor, y me dijo: “El personal civil sale inmediatamente, porque Palacio va a ser bombardeado”; y, con insistencia, me exigía que saliera. […] Apenas aparecí en la puerta, un sargento me dijo “alto”. Vi que las tropas estaban tendidas en las calles alrededor de Palacio y sabía que el Jefe del Dos de Artillería […] era el Comandante Seminario, a quien pedí que me hiciera acompañar por dos clases hasta mi casa. Cuando llegué a esta, le conté a mi señora lo que iba a pasar en Palacio [el golpe de Estado de Sánchez Cerro]. Me recosté vestido a dormir, pero no volví a escuchar ningún disparo. A las cinco y media de la mañana me levanté y me dirijía [sic] a Palacio, a donde llegué a las seis de la mañana. Al salir dije a mi señora: “Si no vengo a la noche es porque hay peligro”. Cuando desembocaba de la calle Mantas a la Plaza de Armas vi una cantidad de presos a los que había abierto las puertas de la cárcel y se dirigían a Palacio de Gobierno. (Meza 1959: 57-58)
Anexo 3:
[Sánchez Cerro] se dirigió a mí, llamándome por mi nombre; yo volví la cara y lo reconocí vestido de paisano. Entonces le dije: “Como [sic] va, mayor”. Él contestó: “Te estoy esperando, desde hace dos noches. Quiero pedirte un servicio”. Yo sabía que la policía secreta lo buscaba y me dí [sic] cuenta de lo que deseaba. Le dije: “¿En que [sic] le puedo servir?”. Él respondió: “Lo que quiero es hablar con Leguía”. Yo le expresé entonces: “Si usted ha actuado contra Leguía ¿como [sic] quiere hablar con él?”. Él repuso: “Dígale usted que yo me muero de hambre, que soy capaz de cualquier cosa; que por eso quiero hablar con él”. Enseguida le dije yo: “Voy a consultar. Usted me espera en este lugar mañana”. Me despedí y proseguí a mi casa. (Meza 1959: 45)
Anexo 4:
Aunque de rabia se desangre
la maldad y la ignominia
de los enemigos
y aún de los amigos que en ese tiempo
te adularon y luego te negaron. (Leguía Olivera 2000: 11)
Anexo 5:
Y en seguida, le dió [sic] dos bofetones y varios puntapies [sic], acordándose seguramente de lo que el Coronel Bazo había dicho cuando él [Sánchez Cerro] ingresó a Palacio, ayudado por mí, para hablar con el señor Leguía. Inmediatamente lo hizo detener y al Frontón, porque en la isla de San Lorenzo estaba el señor Leguía. En el Frontón el Coronel Bazo se enfermó con eczema en la cara, no podía dormir bien, y recordaba cuando yo le había dicho: “Coronel, déjeme defender al señor Leguía, la gloria será para usted”, y, en vez de permitirme tal cosa, me había correteado con la espada desenvainada. Esto lo soñó mil veces, según él mismo me dijo, cuando podía conciliar el sueño, una vez que estuvo libre. (Meza 1959: 63-64)
Bibliografía
BEVERLY, John
2004 Subalternidad y representación: debates en teoría cultural. Madrid: Iberoamericana.
BURGA, Manuel y Alberto FLORES GALINDO
1991 Apogeo y crisis de la República Aristocrática. Lima: Rikchay Perú.
GARCÍA, Gustavo
2003 La literatura testimonial latinoamericana. (Re) presentación y (auto) construcción del sujeto subalterno. Madrid: Pliegos.
MEZA, Tomás
1959 40 años al servicio de los Presidentes del Perú en la Casa de Pizarro. Lima: [s.n.].
LEGUÍA SALCEDO, Augusto
19– Yo tirano, yo ladrón. (Memorias del Presidente Leguía). Lima: [s.n.].
LEGUÍA OLIVERA, Enriqueta
2000 Un simple acto de justicia: la verdad desnuda sobre los gobiernos y obras de Leguía. Lima: Horizonte.
SILVA SANTISTEBAN, Rocío
2006 “Spivak, los subalternos y el Perú”. Hueso húmero. Lima, número 49, pp. 133-144.
SPIVAK, Gayatri Chakravorti
1998 “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”. Orbis Tertius. Año III, número 6, pp. 175-235.
SOMMER, Doris
2005 Abrazos y rechazos. Cómo leer en clave menor. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.
UGARTECHE, Pedro
1969 Sánchez Cerro: papeles y recuerdos de un Presidente del Perú. Lima: Universitaria.
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