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El amor y las relaciones de pareja en Sendero Luminoso

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¿Cómo era la vida amorosa de los militantes de Sendero Luminoso? ¿Había algún tipo de control sobre ella o interés por parte del partido? ¿Podía un(a) camarada enamorarse de alguien que no comparta la ideología partidaria? Quizá, nuestro sentido común nos diga que la vida privada de sus militantes era de poco interés para Sendero, pues, ¿qué tiene que ver el amor con la lucha? Probablemente, los roles de esposos o amantes de los camaradas no solo no eran relevantes para el partido, sino que podían resultar un obstáculo en tanto podían distraer a los militantes de sus deberes partidarios. De hecho, hay investigaciones como la de Luis María Dietrich (2014) “`La compañera política’: mujeres militantes y espacios de agencia en insurgencias latinoamericanas” que hacen eco de este sentido común al señalar que en las relaciones interpersonales de los miembros de movimientos insurgentes se dio una clara diferenciación entre el espacio público y el espacio privado, en la que lo público –las relaciones entre “camaradas”– estaba politizado y lo privado –las relaciones entre “marido” y “mujer”–, despolitizado y fuera de todo control e interés partidario. Sin embargo, por lo menos para el caso peruano con Sendero Luminoso, un análisis de los testimonios de mujeres ex senderistas muestra que el espacio íntimo de sus militantes ―el amor, el sexo, las relaciones de pareja― sí fue objeto de regulación por parte del partido. El amor se politizó y se instrumentalizó en Sendero Luminoso, y se convirtió en una manera más de demostrarle lealtad al partido y trabajar por la revolución.

El amor en el comunismo: el amor-camaradería

“`La compañera política’: mujeres militantes y espacios de agencia en insurgencias latinoamericanas” de Luisa María Dietrich (2014) desarrolla la tesis de que movimientos insurgentes de El Salvador, Colombia y Perú manipularon e hicieron uso de las construcciones de género con fines partidarios. Parte de este ejercicio de manipulación fue el control de las relaciones interpersonales de sus militantes. Pero este control fue parcial,  abarcaba solo la dimensión pública de la camaradería, pero no el espacio íntimo de las relaciones de pareja, en las que los camaradas dejaban de ser sujetos del partido para pasar a ser solo hombres y mujeres, cada uno responsable de su propia situación personal. En el espacio público, dice Dietrich, los militantes debían ajustarse a la doctrina comunista partidaria, según la cual hombres y mujeres eran iguales, tenían las mismas responsabilidades, las mismas destrezas y los mismos derechos, la mujer tenía igual participación política y don de mando que el hombre, sus roles tradicionales de madre y cuidadora del hogar fueron asimismo relegados para que ella pueda asumir los trabajos que exige la lucha armada; sin embargo, esta igualdad de géneros se desdibujaba y dejaba de ser impuesta de manera sistemática en el plano personal, donde operó más bien “una despolitización de la vida privada y afectiva” porque “las organizaciones insurgentes mant[uvieron] este ámbito como menos funcional para la lucha armada; por ende, la organización reclam[aba] menos control sobre los comportamientos de los insurgentes y tácitamente permit[ió] la persistencia de patrones tradicionales de comportamientos que conlleva[ron] inequidades de género” (Dietrich 2014: 25). Entonces, en términos de identidades de los militantes, Dietrich identificó dos dimensiones que no están conectadas entre sí: los “compañeros políticos” y los “compañeros afectivos”; en esta última, surgió la figura tradicional del “marido” que somete a “su mujer”, tal como se hace evidente en el siguiente testimonio de una ex militante colombiana:

Una cosa son los hombres, compañeros, y otra cosa son los “maridos”, […] de los maridos líbrame señor. Cuando esos se vuelven maridos de uno o alguna, ahí es cuando juega toda la dimensión de género […] yo no quería para mí nada de eso. Qué horror. A la otra le tocaba lo maluco, a uno le tocaba lo bueno. Las otras como dormían con ellos, les tocaba todo lo maluco que se viene con la relación entre hombres y mujeres (Mujer 2, M-19, Colombia, citada por Dietrich 2014:26).

No obstante, como ya se adelantó, en el caso peruano con Sendero Luminoso, la actuación y el impacto que tuvo el partido en el espacio íntimo de sus militantes fue bastante diferente. Así como Sendero se ocupó de proponer un discurso sobre la mujer y su emancipación[1], también se ocupó de proponer un discurso y una práctica sobre aspectos centrales de lo íntimo como el amor, el sexo, la pareja y el matrimonio, porque todos ellos fueron considerados parte importante del proyecto emancipatorio femenino. En el discurso de Sendero sobre la mujer, que tuvo una orientación marxista, el matrimonio y la familia eran instituciones burguesas que constituían la raíz de la opresión femenina, por lo que, si la mujer quería emanciparse, debía también cambiar su manera de relacionarse con la pareja y los hijos[2].

Un texto que expresa de manera transparente  los postulados del comunismo marxista sobre el amor y  las relaciones de pareja es El amor en la sociedad comunista de Alejandra Kollantay (1973 [1921]). Kollantay fue una importante líder comunista e intelectual rusa, defensora de los derechos de las mujeres que trabajó junto a Lenin en la formación de soviets; llegó a ser la primera mujer electa para el Comité Ejecutivo de los Soviets de Petrogrado y la primera también en el gobierno ruso al ser nombrada Ministra de Defensa Social (Kollantay 1973 [1921]). Esta figura femenina fue un importante referente del comunismo peruano; de hecho, José Carlos Mariátegui, en su conocido artículo “Las reivindicaciones feministas” de 1924, la señala como un modelo de mujer que hay que seguir para dejar atrás la servidumbre femenina y su condición de “mamífero de lujo”:

Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el sistema colectivista reemplace al sistema individualista, decaerán el lujo y la elegancia femininas (sic). La humanidad perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. […]. La moda no consistirá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour ataviada por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay. Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más. (Mariátegui 1924, sin página; el subrayado es mío).

En El amor en la sociedad comunista, Kollantay (1924) se pregunta: “¿Qué lugar corresponde al amor en la ideología de la clase obrera?” (p.49). Según ella, durante mucho tiempo el amor había estado fuera del foco de interés de cualquier guerra o cualquier proyecto revolucionario por considerarse un tema de segundo orden y una fuente de desperdicio de las energías psíquicas de los miembros de la colectividad que luchaba; el amor no solo no tenía importancia alguna en el terreno de la lucha, sino que podía convertirse incluso en un obstáculo. El amor era, pues, un “asunto privado”. Sin embargo, dice Kollantay, desantender al amor es un gran error porque esta actitud deja de reconocer que este “no es solamente un poderoso factor de la Naturaleza, que no es únicamente una fuerza biológica, sino también un factor social” (p.54). El amor tiene un carácter social porque, a lo largo de la historia, ha sido moldeado y producido por las necesidades sociales de la humanidad; cada época “ha establecido reglas que determinaban cuando y en qué condiciones el amor era considerado legítimo (es decir, cuando correspondía con los intereses de la colectividad), y cuando tenía que ser considerado como ´culpable´ (es decir, cuando se encontraba en contradicción con la sociedad)” (p.55).

Entonces, para el comunismo, el amor no es un asunto de dos, sino un fenómeno social que involucra al individuo con su comunidad y que está gobernado por las reglas que funcionan en esta. Por tanto, las energías amorosas pueden ser canalizadas a objetivos sociales y, para el comunismo, esto no es otra cosa que orientar el amor a los intereses de clase. ¿Cuál es, entonces, el “amor legítimo” para el comunismo?, es decir, ¿cuál es el tipo de amor que le es funcional? Kollantay también se plantea esta cuestión: “¿Cuál es el ideal de amor de la clase obrera? ¿En qué sentimientos tienen que basarse las relaciones sexuales en la ideología proletaria?” (p.57). El amor legítimo del comunismo es el amor-camadería. Este amor se caracteriza por privilegiar la amistad por sobre otros sentimientos como el deseo o la necesidad de poseer al otro. El amor-camaradería es semejante al cariño que hay entre los miembros de la familia, como el amor entre hermanas y hermanos o entre padres e hijos:

Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, el exigente y absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo que el deseo egoísta de ‘unirse para siempre al ser amado’, si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su ´yo´, no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos harán que se desarrollen otros elementos preciosos de amor (Kollantay, 1973 [1921]. p. 70).

Este amor-camaradería del comunismo es el que permite al sujeto que ama amar sin desantender sus deberes en el partido porque este amor “está basado en la colaboración en el trabajo, en la solidaridad del espíritu y de la voluntad de todos los miembros, hombres y mujeres” (p.63). En este sentido, más que un modelo de relación con el otro, el amor-camaradería es una forma de relacionarse con el partido. El otro, la pareja, sería simplemente un medio a través del cual se ama y se muestra lealtad a la revolución:

La ideología de la clase obrera […] subordina al mismo tiempo el amor que los miembros de la colectividad trabajadora sienten entre sí a otro sentimiento mucho más poderoso, un sentimiento de deber con la colectividad; por muy grande que sea el amor que una a dos individuos de sexos diferentes, por muchos que sean los vínculos que unan los corazones y las almas, los lazos que los unan a la colectividad tienen que ser mucho más fuertes, más numerosos y orgánicos (p.69).

La cita anterior es muy clara, el amor por la pareja debe estar subordinado al amor por el partido y a sus intereses. Algo que no dice Kollantay de manera explícita pero que se puede desprender fácilmente de su argumento es que en un amor “legítimo” no se puede amar a alguien que esté fuera del partido o que no comparta su ideología, porque  el amor-camaradería –su mismo nombre lo dice– tiene su razón de ser en el servicio a la causa; el amor está aquí politizado e instrumentalizado.

 

El amor-camaradería en Sendero Luminoso

Ahora bien, en los testimonios de mujeres ex senderistas que mostraré a continuación es muy claro que sus ideas de amor y de relación de pareja están sostenidas en la doctrina del amor-camaradería que acabo de caracterizar. En una reciente investigación, López (2012) recoge el siguiente testimonio de “Lucía”, una ex senderista que habla de una relación amorosa que tuvo en el pasado con un miembro del partido y la define como esencialmente “política”: “él su trabajo, yo mi trabajo y la relación era política, más que todo, si sirve a lo nuevo, sirve mucho más” (Lucía, citada por López 2012: 28, el subrayado es mío). El amor aquí es más que nada una relación laboral; aquello que los une es el objetivo que tienen en común, la causa revolucionaria, y no parece haber espacio para otras dimensiones del amor como el deseo o la construcción de un proyecto en común fuera de los intereses del partido. Esto es evidente en el siguiente fragmento de su testimonio:

Se puede tener esa relación por esa práctica cotidiana en la vida que en común llevamos, entonces en eso va naciendo, pero ese amor tiene un sello de clase […] la cuestión es que sirva pues al objetivo que uno tiene porque eso se da normalmente en todo sitio, pienso que es así (Lucía, citada por López: 28).

Como bien señala López (2012), el amor de Lucía existe porque sirve al objetivo revolucionario, su amor tiene un “sello de clase” y aquí es más que evidente que una camarada no puede –no debe– amar a nadie más que a otro camarada. La preeminencia del partido por sobre la pareja, la familia y cualquier otra dimensión de la vida es algo que se observa comúnmente en el discurso de hombres y mujeres senderistas. Quizás un caso emblemático sea el de Elena Iparraguirre, segunda esposa de Abimael Guzmán y número dos del partido, lugar que ocupó luego de la muerte de Augusta La Torre, primera esposa de Guzmán. Iparraguirre siempre ha sido descrita como una mujer fuerte, determinada y muy política, que supo anteponer los intereses del partido a sus intereses personales como madre y esposa. Han sido muy difundidas declaraciones suyas en las que sostiene que ella abandonó a su familia ―esposo e hijos― por unirse al partido y que lo hizo de manera absolutamente consciente. Ante la pregunta de si fue una decisión difícil, ella responde: “Fue doloroso. Me tuve que amarrar el corazón con las tripas para hacerlo. Pero no fue difícil” (Ronclagliolo 2007). Antes, en otra entrevista, había declarado algo parecido: “Me rebelé contra el papel que le impone la sociedad a la mujer y me até el corazón con mis tripas y salí sin voltear atrás” (EFE, 2006).  ¿Cuál sería entonces el papel que verdaderamente le corresponde a una mujer en la sociedad, concretamente, en una sociedad injusta que necesita una transformación? Pues el papel de un “soldado” que, por sobre todo, ama al partido y a la causa revolucionaria. Esto queda bastante claro en un poema que ella escribió desde la cárcel, en el que intenta explicar a sus hijos por qué los abandonó:

     ¿Por qué yo salí de un portazo sin mirar atrás?

Porque hacía frío al frente y yo tenía una cobija

Porque había hambre abajo y yo sabía cocinar

Porque volaban vampiros y yo los podía cazar

Porque había tanto que hacer para volver el mundo al revés

Que bajo el sol rojo me hice soldado y volví a nacer

                                                  (Tomado de Roncagliolo 2007: 184).

Entonces, si su rol social es principalmente la de ser soldado, y si es por eso que ella ingresó y se mantuvo en Sendero Luminoso hasta sus últimas consecuencias, es decir, si su gran amor es el partido, ¿qué lugar ocupa Abimael Guzmán en los afectos de Elena Iparraguirre? Pues, no cabe duda de que ella ama en él al hombre del partido, o más claramente, ama al partido a través de él, porque esa es la esencia del amor-camaradería; de hecho, en una entrevista que le hace Roncagliolo (2007: 242) ella hace evidente que en su relación no pudo nunca separar en la persona de Guzmán al esposo del líder del partido, o mejor dicho, no hubo en realidad para ella un “esposo”, sino un “camarada”: “¿Y era difícil compaginar esos sentimientos [de amor] con las relaciones jerárquicas entre ustedes [entre Iparraguirre y Guzmán]?”, pregunta Roncagliolo a Iparraguirre. Y ella responde: “No. Con decirle que hasta el día de nuestra captura, yo lo llamé ´Presidente´…”.

Entonces, en resumen, en Sendero Luminoso el terreno de lo íntimo ―del amor, el sexo y las relaciones pareja― estuvo politizado e instrumentalizado en función de los intereses del partido. La utilización de una idea particular de amor, el amor-camaradería del comunismo, fue la que hizo posible esta empresa de dominación y control. Entonces, en realidad, no hubo una separación de lo público y lo privado en Sendero Luminoso; en todo caso, lo que ocurrió es que lo privado quedó anulado, totalmente politizado y llevado al terreno de lo público. Como señala Kollantay (1973 [1921]) “el amor […] no es en modo alguno un asunto privado que interese únicamente a dos ´corazones´ aislados, sino por el contrario, el amor supone un principio de unión de un valor incalculable para la colectividad” (p. 55).

Referencias

COMISIÓN DE LA VERDAD Y LA RECONCILIACIÓN

2003    “Violencia y desigualdad de género”. En Informe Final, Capítulo 2, Tomo VIII. Lima. Disponible en <http://cverdad.org.pe/ifinal/>

DIETRICH, Luisa María

2014    “La compañera política”: mujeres militantes y espacios de agencia en insurgencias latinoamericanas. En Colombia Internacional 80, pp.83-133.

EFE

2006    Entrevista completa y desarrollada de Elena Iparraguirre a la Agencia EFE. (Con motivo del llamado Megaproceso a Abimael Guzmán y otros, en octubre del 2006). Disponible en < www.pucp.edu.pe/PepmNu >. Consulta: 12 de julio de 2015.

KOLLANTAY, Alejandra

1973   El amor en la sociedad comunista. Prólogo de Víctor Vásquez Baltazar. Lima: Ediciones Cultura Universitaria-UNMSM. (Traducción al castellano de la edición rusa publicada en 1921).

LÓPEZ, Fiorella

2012   Feminismos desde las fronteras: repensando la emancipación femenina y la revolución en el Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso. Tesis para optar el grado de magíster en Estudios Culturales. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.

MARIÁTEGUI, José Carlos

1924    “Las reivindicaciones feministas”. En Marxist Internet Archive. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/mariateg/1924/dic/19.htm>. Consulta: 12 de julio de 2015.

RONCAGLIOLO, Santiago

2007    La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso. Buenos Aires: Debate.

WEINBAUM, Batya

1984    El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo. Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A. (Traducción española de la versión inglesa The courious courtship of women’s liberation and socialism publicada en 1978).

 

 

Cómo citar este artículo:

Arrunátegui, Carolina. “El amor y las relaciones de pareja en Sendero Luminoso”. En La palabra incómoda. Blog PUCP. Febrero 2016. Disponible en  http://blog.pucp.edu.pe/blog/lapalabraincomoda/2016/02/03/el-amor-y-las-…ndero-luminoso/

 

 

 

[1] “El PCP-SL dirigía mensajes específicos a estos grupos de mujeres profesionales con expectativas frustradas [mujeres cuyas expectativas profesionales contrastaban con su ocupaciones laborales y sus magros ingresos] alentando su incorporación a la lucha armada y la instalación de un nuevo orden –que se suponía les haría justicia-. De alguna manera el PCP-SL canalizaba el odio y frustración derivados no sólo de la discriminación social y racial, sino también de género” (CVR 2003: 56-57; el subrayado es mío).

 

[2] En efecto, en 1884, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels aplicó por primera vez el marxismo a la problemática de la subordinación de la mujer. Él sostenía que solo a partir del surgimiento de la propiedad privada los hombres necesitaron tener a las mujeres bajo su control, pues empezaron a verlas como productoras de vástagos que se convertirían en sus herederos. La mujer jugaba un rol central en esta concepción de familia pues era ella la que debía dedicarse al cuidado del hogar bajo la tutela del marido, que era quien disponía de la fuerza de trabajo (Weinbaum 1984).