Carta(s)

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Siendo que voy a comenzar a leer algunos libros hechos de las correspondencias ajenas , me vino a la mente el recuerdo de la vez en que comencé a escribir cartas y cómo… cómo extraño hacerlo. Cuando quise hacerlo formalmente, recuerdo que me abastecí de toda la papelería Kimberly ofrecida por ese entonces (tiempo ausente de redes sociales): textura, color, tamaño exacto… con hojas porosas y suaves, hojas que parecían arrancadas de árboles y llenas de otoño. Mi estación preferida.

Ciertamente las cartas que más tiempo tomaron en ser escritas, han terminado rotas, o quizás acaso las he digitalizado, para perderse en el olvido. Recuerdo un momento sin embargo,  donde la tarde me evoca pasillos y luces tenues. Su nombre era J. (pensaba que sería de él hasta que encontré una foto suya en esta vorágine de red social que engulle la nostalgia de aquel tiempo en que nadie sabía de nadie.. y solo quedaba soñar). J. nunca estudió conmigo, nunca llevamos la misma clase pero me gustaba verlo jugar fútbol. Algo raro en mí, los que me conocen saben que no me gusta ese deporte. Excepto cuando es el pretexto perfecto para que mi papá se emocione o para lanzar algún par de insultos inadvertidos que se quedan en la emoción de la cancha y en el recuerdo de la gente que me cae mal (¡já!).

Gracias a J., me despejé del primer interés romántico no correspondido en E., ciertamente por algún tiempo. J. tenía los ojos ligeramente hundidos. Me gustaba ver cómo el sol caía sobre su torso pues ello lo hacía ver más alto y (según yo) erguía  su caminar haciéndolo más elegante. Quizás el arrastraba el paso pero, vamos, tenía 19. Me gustaba a escondidas, sin saber que de verdad me gustaba.

Cuando llegaba la tarde, esperaba verlo por el pasillo y quizás robarle el saludo o acaso una breve mirada. Siempre tuvo una mirada agradecida, un saludo fugaz pero alegre y un hastaluego que me hacía esperar un reencuentro hasta el día siguiente. Yo tenía 19 años y que poco me interesaba el fútbol o las cosas que a él le interesaban probablemente. Pero J. siempre me hacía sonreír en silencio.

El último día en que supe de él – no recuerdo porqué, pero sabía que era la última vez que lo iba a ver- me puse a escribir la que yo creo, fue mi primera carta de amor. Seria y formal. Aunque ahora ya no tengo muchos detalles de ese recuerdo, lo que sí se quedó conmigo fueron mis nervios al momento previo. Era de tarde, él sostenía una pelota de lado. El juego había terminado. Quería decirle lo que sentía, o al menos algo parecido. No lo sé. ¡Qué traidora la memoria!

Esto es para tí. Solamente quería dártelo. Eso era todo.

Me fui rápidamente. Me escondí entre las escaleras, los pisos y algún sitio en el que yo no fuera  localizable. Recuerdo su rostro teñido de asombro, su sorpresa al recibir mi carta, el no saber qué decir.

De pronto, a pesar de mis esfuerzos, alguien me vio.

J. te está buscando. ¿Dice que le escribiste algo?

Me llené de nervios e ideas miles. Es increíble que teniendo yo ahora más de cuarenta, recuerde ese momento y el miedo y vergüenza que me invadieron y poseyeron por un gran lapso de tiempo. Mientras la luz se escondía, regresé a mi puesto usual (tenía un trabajo a medio tiempo) y mi compañera de espacio me dijo también que J. me había estado buscando. Pero añadió:

Me dijo que te dijera (sic) que todo está bien. Y que te dijera muchas gracias.

Luego pregunté si estaba molesto, si había dicho algo más, cómo sabían lo de la carta, etc. En realidad solo hice preguntas para distraerme de la alegría de saber que mi remitente había dicho gracias. Fue increíble.

Ahora en que veo su foto, puedo decir que entre aquellos ojos hundidos, entre la misma silueta que recuerdo y la sonrisa que siempre tenía al saludarme… puedo decir que los primeros momentos de todo son eternos. J. es un recuerdo espléndido, ahora tendrá mi misma edad probablemente. Fue la primera persona a la que le escribí bonito y largo. Y lo curioso es que ni su nombre ni su apellido han huido de mi memoria, aún.

Después de muchos años, he escrito mucho más. He enviado cartas a escondidas, cartas que no merecieron mi tiempo y también cartas que llegaron a destino pero que no debí escribir. De todo, en esta viña del señor.

 

Y cuando lo vi por primera vez…. esto pensé:

(ruidito de fondo mientras termino de escribir estas líneas, pues debo regresar a la realidad).

 

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