Diecisiete años tenía la primera vez que acudí donde el dentista para que me extraigan una muela irremediablemente dañada. Papá me llevó. Fuimos al consultorio de Victor Roca, mi tío, esposo de mi tía Magnolia, la prima de mi mamá. Ambos, papás de mis primos Víctor Manuel y Luis. Su consultorio se ubicaba en un segundo piso de un pequeño edificio de la Av. Venezuela en Breña, muy cerca de una peculiar iglesia de limpios trazos verticales. Papá para ubicarse tomaba como referencia un bar conocido como “El Gato Negro” que se encontraba muy cerca de allí.Llegamos y ahí estaba mi tío, siempre de pie, trabajando ataviado de su bata blanca y sus característicos anteojos de grueso marco negro atendiendo a sus pacientes. En su escritorio un ejemplar del diario Expreso del día, su periódico favorito, con el crucigrama de la última hoja escrupulosamente completado. Una radio de modelo antiguo sintonizada en cierta emisora de AM dejaba escuchar a un tipo de voz grave y sentenciosa que enumeraba qué vegetales había que comer para combatir tal o cual enfermedad.

Siempre que mi tío veía a papá se alegraba mucho. Ambos eran pura risa. Medio en broma, medio en serio papá aprovechaba para preguntarle donde escondía la pistola que se había comprado. Me causaba gracia porque daba la impresión que papá sólo había ido hasta ese lugar para hacerle esa sola pregunta. Mas, lo que en realidad papá buscaba, era que el tío nos cuente las extremas medidas que la vida le había obligado a aprender para salir bien librado de ladrones que se hacían pasar por pacientes. “Para que sepas que en esta vida, las cosas no son fáciles”, me decía.

La gran amistad que unía a papá con el tío Víctor nació cuando papá cayó enfermo afectado por la desaparición de la abuelita Olinda. No hubo día que mi tío dejara de visitarlo a la clínica. Llegaba, se sentaba al lado de él, conversaban y tras leer su periódico se marchaba entrada la tarde. Fue precisamente así, mientras estuvo internado. Papá siempre me lo recordaba y soy testigo de la gran estima que le tenía.

El tío Víctor era hincha del Alianza, pero no era de aquellos apasionados del fútbol que no se pierden ningún partido del equipo. No, más bien prefería escuchar por radio los partidos, pero sí se alistaba para ver por televisión los partidos importantes. Para ello, nos iba a visitar a la casa con sus hijos, con Luis mayormente, y disfrutábamos así como renegábamos del desempeño del equipo. Tras el fútbol, aquellas tardes de domingos futboleros culminaban en divertidas conversaciónes sobre todo lo que había que comentar.

Las últimas veces que volví al consultorio de Breña fue a inicios del 2010. Esta vez era Luis, su joven hijo, quién convertido en dentista como su papá se encargó de hacerme algunas curaciones con mi tío presente como su asistente. El consultorio no había cambiado mucho, el mismo lugar, la misma radio encendida y el mismo periódico que yacía sobre el escritorio.

Una triste llamada teléfonica anunció que mi tío Víctor había dejado de existir.
La noticia nos abrumó a todos.
No pude acompañar a la familia.
Pero he querido rememorar a mi tío escribiendo
tal cual siempre lo recordaré.

Billy Colonia
Sábado 22 de septiembre del 2012

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