El 29 de junio de 1986, la Argentina venció 3 a 2 a Alemania Federal y se consagró campeona del mundo en el Azteca de México. Después del título en el ’78, fue el segundo domingo más glorioso de la historia del deporte argentino

En el coloso del Distrito Federal todavía se vislumbraban las grietas de un intenso terremoto que azotó a México meses antes de la Copa del Mundo. Domingo soleado en la capital mexicana. Los hinchas mexicanos y el rejunte de los turistas europeos cuyas selecciones habían sido eliminadas gritaban por la Alemania occidental de Franz Beckenbauer. El Kaiser buscaba el título mundial como entrenador, ya que en 1974 ya había saboreado las mieles del éxito del Mundial en tierras germanas.

El temperamental cuadro de Schumacher, Matthäus, Rumenigge y Allofs partía como favorita tras su rutilante eliminación de los campeones de Europa, la coqueta Francia de Michel Platini. Sabían que sus rivales habían dejado atrás a selecciones de peso, como Inglaterra y Bélgica, pero se creían superiores.

La tradicional fe y seguridad alemana estaban ilesas. También sabían que Diego Maradona había desequilibrado como un jugador de fútbol jamás lo había hecho antes. Había que ponerle doble o triple marca. El capitán argentino ya había anotado cinco tantos y había logrado penetrar a las defensas en los cuartos y en las semifinales.
Y el marcaje se sintió desde un principio y desquició a Maradona: a los 17 minutos de juego, el árbitro brasileño Romualdo Arppi Filho le sacó tarjeta amarilla.

¿Diego Maradona y diez más?. Frase polémica si la hubo y la hay. Pero repasando aquel campeón mundial, la máxima se cae por su propio peso. Argentina formó con Pumpido; Cucciufo, Brown y Ruggeri; Olarticoechea, Giusti, Batista, Enrique, Maradona, Valdano y Gurruchaga. Resistido y amado por igual, el técnico de ese equipo fue Carlos Salvador Bilardo.

Había optimismo y Diego había subido a un Olimpo durante el Mundial del cual ya no quiso bajar. Bilardo era conciente de la trinchera alemana en torno al capitán de su equipo y supo explotar el resto del mediocampo. De hecho, la magistral habilitación para el gol de Burru, a siete minutos del final, fue de lo más elocuente de la apuesta de Bilardo: el Negro Enrique, sin marca, en el centro del campo, le dejó indicó el sendero del gol al 7 de la selección.

Y el partido fue un síntoma de lo que había sido esa Copa del Mundo: Argentina, superior, se adelantó con goles del Tata Brown (23 PT) y Valdano (10 ST) y Alemania se recuperó y empató con un tanto de Rumenigge (29 ST) y Vöeller (35 ST) sin un juego para destacar. Pero la ilógica razón del fútbol hizo que Shumacher abriese con exceso el short amarillo y el tiro cruzado del delantero argentino pasara entre las piernas. Gol que gritó todo un país.

El mes de junio suele ser para el fútbol un mes de evocaciones, nostalgias y el recuerdo de las lágrimas caídas. Claro, junio es el inicio del verano en Europa y el hemisferio Norte; junio es el mes de las Mundiales, cuando las bibliotecas y videotecas deportivas se agitan. Hoy toca una de las páginas y las secuencias más gloriosas. O como solía titular el decano de la revistas deportivas, El Gráfico. Aquel domingo fue una auténtica “Epopeya del fútbol argentino”.

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