Se despierta toda las mañanas a las 5, a veces decide esperar a que los otro se levanten y no lo hace sino hasta las 6 ó 7. Se alegra demasiado cuando sabe que le van a llevar el desayuno a su cama y aunque nunca le llevan lo que realmente quiere comer, se alegra de que al menos tengan el gesto de llevarle comida sobre todo por el delicado estado en el que se encuentra, le alegra que se preocupen por ella y también por su hijito. Le duele un poco la espalda pero eso es natural en toda mujer que piensa ser madre. Camina por el corral mientras oye reír a las otras niñas, juegan y se divierten en compañía, las saluda con tranquilidad y va hacia los gallineros – las malditas gallinas chilenas le han despertado más temprano que lo usual pero no importa, finalmente sabrán muy sabrosas en una sopa de gallina y fideos – sonríe y sigue caminando, le aprietan un poco los pies – la presión por el estado en el que se encuentra – y anhela ver a su esposo. Sabe que llegará para el almuerzo y empieza a desesperarse, ¿qué deberé cocinar?, ¿habrá comido algo anoche?, ¿tendrá ganas de comer una sopita de esa gallinita escandalosa?, sonríe, su esposo es muy comprensivo y sabe bien que cualquiera cosa que ella le prepare le gustará, él siempre fue muy cariñoso. Su hermana se levanta algo tarde, esa niña mimada, y su hijo mayor ha empezado a preparar el desayuno de las niñas y de su hermana, ella quiere mucho a su hijo mayor, es tan pequeño, tan joven y tan responsable; unos pancitos con queso y algo de agua de manzana o quinua para ellos. ¿Dónde estará mi esposo? – se pregunta, ya debería llegar, mira el reloj por enésima vez y ya dan las 2. Este hijo malvado, son las 2 y aún no termina de preparar el desayuno para las niñas, para mi hermana, para nadie; este hijo malvado debe recibir una paliza. Empuña un bastón de su abuelo y va a la cocina, su hijo está sentado, triste, mirando al fuego consumirse bajo una olla. Su expresión es vieja, cansada, su hijo tiene 11 años y está cansado, ella también se ha cansado de solo caminar hasta la cocina y ver el fogón – es increíble que a esta pobre mujer le hagan caminar tanto, increíble que la hagan enojar tanto – empuña el bastón con el poco aliento que le queda luego de la caminata del corral a la cocina y le da unos toquecitos en la cabeza, su hijo voltea la cabeza y una sonrisa triste le dirige. Tiene grandes ojeras y es bastante delgado, su chaqueta está sucia pero ella no puede hacer nada – en su estado sería malo mojarse, su bebé podría coger un resfriado, no dicen que todo lo que siente la madre lo siente el niño? – su hermana lavará la ropa mañana, eso está claro. Las niñas siguen remoloneando en el corral, María, Victoria, Ana, Julia; que ociosas estas niñas, nunca hacen nada, solo juegan durante todo el día.
El condenado sol empieza a quemar y no recuerda día más caluroso que este, no día más caluroso en los últimos 5 meses, meses en los que su esposo no volvió a casa, meses que se acabaron. Hoy vuelve, su devoto esposo, su amado esposo. ¿Acaso no vino anoche? Ha pasado mucho tiempo en cama y no está al tanto de las fechas – pero ¿5 meses?, ¿no son acaso mucho tiempo para no darse cuenta? Una llamada, el teléfono repiquetea por segunda vez y de la cocina al corral y del corral a la sala hay un trecho largo. Parece que nadie más oye el teléfono, voltea el rostro y su hijo sigue impávido ante el fogón, las niñas siguen escandalosas en el corral y su hermana ha salido – ¿acaso la vio esta mañana? – ¡María!, ¡Victoria!, ¡Ana!, ¡Julia!, nadie contesta, nadie responde, las niñas están absortas en su juego. María coge una ramita y dibuja círculos en el terral, habla quedo y nadie le escucha, quizá sólo gesticula. Victoria tiene una muñeca en su regazo y la mece y el viento peina sus cabellos, sonríe pero no se inmuta ante los gritos y los llamados. Ana mira al cielo, deja caer una que otra lágrima en la árida arena y murmura. Julia por su lado corretea a las gallinas chilenas, las corretea en silencio y todo ese silencio se llena con los llamados, el teléfono y el cloquear de las gallinas. Es increíble que hagan caminar tanto a una mujer en su estado, increíble – se dirige al teléfono que ya suena por 5ta vez y la noche empieza a caer. Aló? Quién está del otro lado?… Sí, aquí es, sí, ella habla… ¿mi madre?, ¿enferma? ¿cómo?… No puede ser… ¿mi madre?… Si claro, yo saldré esta noche para allá… si, salgo ahora mismo. Gracias, gracias. Hasta luego. Cuelga el auricular y rompe en llanto. Mira el reloj una vez más, son las 5 de la tarde. Su esposo no vendrá hoy, quizá venga mañana, pero mañana ella ya no estará. Hoy mismo sale a Huánuco. Hoy mismo irá a ver a su convaleciente madre. Las niñas siguen jugando en el corral, su hijo sigue frente a ese eterno fogón, su hermana ha vuelto y ha cruzado el corral para encerrarse en su habitación – ¿cómo es posible que hagan hacer tanto esfuerzo a una mujer en su estado? – vuelve a su habitación y empieza a alistar sus maletas, recuerda, su esposo se las llevó cuando partió; ¿Volverás pronto, amor? Te extrañaré, sí, claro… ¿volverás para cuando nazca nuestro bebé? Te esperaré con la comida servida y la casa limpia. Las niñas y mi hermana me ayudarán y nuestro hijo también. Adiós. La ropa se empieza a juntar sin concierto alguno en la puerta de su habitación – ¿Acaso nadie piensa ayudarme? ¡Insensibles!, ¡ingratos! ¡Mi madre está que se muere y ustedes no se inmutan ante nada! Hacer renegar a una mujer en mi estado, ¿dónde se ha visto? – luego son los costales los que se empiezan a llenar con toda la ropa desperdigada y poco a poco los montículos van desapareciendo uno a uno, los costales, a tomar forma. Su hijo mayor le mira desde la puerta de la cocina, al otro lado del corral y solloza, aún se oye el crepitar de los leños ardiendo en el fogón. Empieza a arrastrar los costales a la puerta y dirige miradas de odio a todos, a las niñas, a su hijo mayor, a su hermana encerrada en su habitación – siempre ausente. No volveré a esta casa más, aquí nadie me quiere, aquí nadie me tiene en cuenta, insensibles; murmura, mastica en su boca más palabras de odio y sigue arrastrando los costales hacia la puerta, cuando se abre, el tiempo vuelve a su cauce normal y sigue corriendo. María y Victoria se abalanzan sobre la anciana que arrastra los costales hacia la puerta y le hablan, le intentan convencer de que no tiene que ir a Huánuco, que todo esta bien, que su madre no esta enferma, que descanse y que tome esa sopa de quinua que con tanto trabajo su hijo a preparado. Su hijo no tiene 11 años, su hijo tiene muchos más, que descanse, que descanse y que solo tiene 85 años.