Escena A: El paradero

Terrible día el de hoy en la academia, mis maestros son insoportables y estar rodeado de tanta gente no es algo para lo que yo haya sido concebido (gente que no me ve a mi sino que ve a una pizarra emborronada y vuelta a emborronar). Ya debería haberme acostumbrado a este ritmo de clases y clases y descansos y salidas nocturnas al paradero de Salaverry a tomar un carro que me lleve a mi distrito de origen (aún vivo en Comas y aunque quisiera cambiarme de distrito mis padres no me lo permitirían). No hace mucho fueron publicados los resultados del Fondo de Becas, algunos conocidos míos entraron a la universidad – yo podría haber estado entre ellos, pero no tuve la resolución para dejar el colegio, dejar al grupo de debate, dejar a mis amigos, dejar a mi hermanita; simplemente no pude. Son las 7: 30, la mayoría ya ha salido de la academia pero mi tutor es algo más exigente con los “fijos”, aunque yo no crea que vaya a ingresar en este examen, él tiene cierta confianza desmedida en mí, 7: 45 y yo ya no quiero saber nada más de Educación Cívica. Miro hacia atrás, Carmela me sonríe con cierta familiaridad (somos muy buenos amigos, lástima que a espaldas de mi “hermanita”, somos “amigos con derecho a roce” como le dicen en España, amigos cariñosos como les dicen acá), si estuviese a su lado conversaría, pero estoy seguro que mi tutor nos separaría – como lo ha hecho ahora mismo -, 8:00 pm y los alumnos empezamos a recoger nuestros libros, al fin volveremos a casa.

Tomo la delgada mano de Marcel y empezamos a caminar por la Av. Arequipa, hace mucho frío y me gusta que tenga a alguien a mi lado para que me ayude a soportarlo. Los autos, las personas, las putas madrugadoras, los hombres de cuchillos caídos – ¿vamos al centro de España?,… ¿no?,… ¿la hora?,… claro, vamos a casa – apuramos el paso, una ligera llovizna nocturna nos sorprende y ella se acurruca en mi hombro, se siente tan bien tener a alguien con quien compartir el frío y la noche. Los vendedores ya se han retirado de sus puestos y solo quedan las luces de las farolas para alumbrar nuestro camino, hace mucho frío, demasiado, le paso el brazo por encima del hombro y ella se acurruca de mejor manera. Mi celular vibra, mi hermanita dice si nos podremos ver mañana sábado, Marcel me pregunta quién era, le digo que nadie, mi “hermanita” entiende que debo estudiar y Marcel no es celosa, todo marcha bien bajo la lluvia y llegamos al paradero de Salaverry.

La cola es bastante larga – es curioso pero para tomar el bus para Puente Piedra uno debe de hacer cola (la demanda es mucha) y esperar un buen rato – delante nuestro hay una pareja, un muchacho que viste de terno y lleva un horrenda mochila de tela (el conflicto por su elegante ropa, su extraña mochila y su curioso semblante adormilado me causa mucha gracia) y que abraza a una muchacha por la espalda, la muchacha voltea y me mira, lleva gafas de marco grueso, es de color canela y lleva un saco largo negro con una capucha muy similar al estilo esquimal pero que no impide ver su bonita figura, dice: ¿Me guardas la cola?, asiento con mi cabeza y se marcha, el muchacho le sigue y empieza a imitar a un mono, ella le dice cálmate monito y él sonríe.

Aquella noche compartimos el bus con esa pareja, Marcel me contó un tiempo atrás que tenía una casa en una zona cercana al centro de Puente y que la casa de Jesús María no le pertenecía a ella sino a su tía y que debido al viaje de su tía al interior ella tuvo que volver a la casa de más al norte. Ellos se sentaron delante de nosotros y charlaron un rato, por la charla pude saber que ella se llamaba Yaku y él, Aibraham. Ambos vivían al norte al igual que nosotros y luego de un rato ella se recostó en su hombro y se quedó dormida, mientras ello Marcel me hablaba de presentarme a sus padres y irme a vivir a su casa, yo solo afirmaba con mi cabeza sin mostrar ningún interés, ella se percató de mi desatención y se recostó contra el cristal, estaba cansada y yo sólo quería volver a ver aquellas gafas de marco grueso.

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