No sabría muy bien que es lo que deba decir en este momento, no puedo decir que te haya conocido sólo que tu presencia ya era suficiente para saber que había algo más allá de mis pesares, de mis angustias y de que había aún más en las sonrisas tan radiantes que repartías de forma gratuita. Alguna vez, debo confesar, envidie esa personalidad tan jocosa, divertida pero también analítica y seria cuando era necesaria.
Sin embargo creí, quizá como todos, que tu energía y fuerza no se detendría jamás, que no habría nada que detenga al ímpetu, a la fuerza que bulle por la sangre de los jóvenes, esa magia incontrolable (y tú eras muy joven y yo era muy viejo). Dear D ahora entiendo que esta vejez en la que me sumí, desde que entré a la universidad y mucho antes, no va a servir de nada pues con ella rechazo toda ese energía que yo de ti tanto envidiaba. Dear D, extrañaré tu presencia y levantar la mano cuando tan efusivamente me pasabas a saludar.
Dear D, gracias por todo