PRESENTACIÓN
El Instituto de Apoyo a Grupos Vulnerables – INAGRUV creado por un grupo de mujeres empoderadas, nos convoca al apoyo de grupos vulnerables. En esta ocasión el tema es violencia familiar y el auxilio es en favor de los varones.
La violencia familiar es una de las formas más infames de la violencia y sus efectos son graves y perniciosos para el bienestar humano. Las magnitudes de la violencia familiar nos indican que su lesivo ejercicio ocurre en casi todos los escenarios; y, las referencias de la historia y la literatura nos cuentan que ocurre desde tiempos muy antiguos.
Las niñas y los niños llevan la peor parte, soportan el dolor y el sufrimiento sin posibilidades de alivio, ni por racionalización ni por transferencia. No tienen los elementos para elaborar argumentaciones que le expliquen y justifiquen, ni tienen otras personas en quienes descargar neuróticamente la agresividad. Niñas y niños simplemente la padecen.
Las mujeres son las víctimas reconocidas y visibles. Son quienes nos han alertado sobre su extensión y vigencia y nos han conmovido con el relato de sus padecimientos. Pero las mujeres también son, en gran medida, la posibilidad de reproducción o de rehabilitación.
Los varones estamos en el banquillo de los acusados, somos normalmente los agresores inmediatos, los pegalones, ofensores, humilladores; en suma los seres violentos. Sin embargo, los varones somos también víctimas de la violencia, y no me refiero a la casuística –cada vez más creciente– de hombres maltratados, sino al condicionamiento como seres agresores, al rol infame que la sociedad nos ha asignado.
Pero, ¿es fatal y todopoderoso el mentado rol?, ¿es posible escapar del condicionamiento? La apuesta de INAGRUV es optimista y promisoria. Encontramos en los presentes módulos un conjunto de elementos que indicarían que transitan por la senda correcta.
La inequidad de género es un tema transversal en los presentes módulos. La inequidad de género involucra a varones y mujeres puestos en una relación asimétrica. Trabajar seriamente este problema implica trabajar con ambos lados, no sólo con la mitad del problema (1). Por ello, estos módulos complementan correctamente los Módulos de Autoestima y Autocuidado para Mujeres, que también desarrolla INAGRUV. Así trabajamos no sólo con la versión de la Caperucita Roja, sino que accedemos a la versión del Lobo para involucrarlo en una relación más armoniosa.
Nos parece sumamente importante que el primer paso que se plantea sea el auto reconocimiento como ser violento. En definitiva, los problemas de salud en los cuales la conducta es preponderante, aceptar que uno está inmerso en un problema no sólo sirve para convencerse que el cambio de conducta es necesario, sino que el convencimiento de ello es el primer paso del cambio. Además, si este reconocimiento es experimentado con profunda emocionalidad, se constituye en una forma de experiencia religiosa que hará trascender esa suerte de fatalismo todopoderoso, en que se configura el ser varón violento.
Otro elemento relevante del proceso es lo que INAGRUV denomina “desprogramación” en términos estrictos lo que proponen es un cambio epistemológico, un cambio en la forma de aprehender las relaciones humanas, particularmente las relaciones de pareja y las relaciones familiares. En términos prácticos se trata que los participantes identifiquen los hechos o situaciones que han ido modelando y construyendo su ser agresivo.
Pero en términos simbólicos avanzan mucho más. Bien sabemos que nuestras conductas están íntimamente ligadas con nuestras creencias y la religión es una de las fuentes primigenias. Por ello nos parece excepcional y singular que la pintura que ilustra la carátula corresponda a una representación gráfica de un mito Asháninka: Kaametza y Narowé; el cual contrasta frontalmente con el mito hebreo de Adán y Eva, insinuando con ello otro tipo de imágenes arquetípicas de mujer y varón y de sus relaciones entre ellos. Una versión resumida de ese hermoso relato asháninka adecuada a los propósitos de esta presentación es la siguiente:
Cuando todo era nada, cayó un relámpago sobre un árbol de pomarrosa,… ahí mismito brotó un lindo animal, un ser humano: ¡Kaametza! Kaametza significa en idioma asháninka “la muy hermosa”. Así comenzamos con Kaametza, con una hembra.
Kaametza deambulaba por el bosque, andando, buscando; y fue atacada por un otorongo negro. Ella se arrancó un hueso de su cuerpo y lo utilizó como puñal y le sacó la garganta al otorongo. Kaametza acariciando su hueso, le dio las gracias con su aliento, con el cariño de su boca, jadeando. Y el hueso se encendió, como aquellos relámpagos que no suenan, que sólo saben alumbrar. Kaametza soltó el hueso, que se puso a dar vueltas como un ahogado, buscando aire, ocupando una forma que ya estaba en el aire, imitando los ojos y los brazos y el pelo de Kaametza, como si el cuerpo de Kaametza hubiera tenido siempre un molde allí en el aire, esperándolo… y después, retrocediendo y avanzando, buscando diferencias en el aire, diferenciándose de lo idéntico de Kaametza, al final aquietándose en la playa de ceniza, en lo oscuro, igualito y distinto de Kaametza…
Así fue que apareció el varón, así aparecimos.
El primer shirimpiare, que ya por entonces vivía sin vivir, sin cuerpo, y que estaba de testigo, observándolo todo desde el aire… decidió que era bueno que el hombre acompañará a la mujer y que juntos se procurarán descendencia, y le obsequió asimismo dándole un nombre: Narowé.
Este relato rompe con los mitos y creencias tejidos durante siglos y defendidos desde las posiciones idealistas, demostrando que no necesariamente todas las culturas conciben la aparición de la mujer como un ser que por “acto divino” es creada para ser sujeto de dominio; sino, que más bien la reivindica como fuente de vida, como ser capaz de enfrentar los retos y asumir la conducción de aquellos que están dispuestos a construir un mundo diferente.
Finalmente, las recomendaciones de organización ulterior para la ayuda mutua resultan imprescindibles para las posibilidades futuras. Los participantes están en medio de una sociedad tejida con la trama de la inequidad de género y de relaciones familiares violentas, pero están cuestionándolas en sus bases. Es preciso, entonces, que se refuerzan mutuamente, como un ejercicio de fortalecimiento espiritual, sin el cual, fácilmente, podrían volver a pecar.
Rubén Villasante
Iquitos, enero 2004
(1) Esto que parece tan claro y tan obvio en muchos casos no es tal. La planificación familiar es un buen ejemplo de la inequidad de tratamiento desde la perspectiva de género. No sólo las actividades están dirigidas de manera preponderante a las mujeres sino que la desproporción en el número de métodos es evidente. Ya se ha inventado el condón femenino, pero aún esperamos las píldoras inyectables e implantes intramusculares masculinos anticonceptivos.
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