“Es mejor que te griten “hijo de puta” que “vete a fregar”. Porque el insulto está incorporado a la liturgia futbolística y es un gaje más del oficio; en cambio la recomendación lleva implícita una expulsión”. “Y cien años más tarde” de Jorge Valdano.
El mundial femenino de fútbol lleva ya una semana de concluido, pero las repercusiones deportivas y políticas relacionadas a este evento continúan. Las declaraciones de Rapinoe y la selección estadounidense sobre las brechas salariales dentro y fuera del fútbol, las críticas hacia la poca cobertura de este evento y el hecho (escandaloso e inexplicable) que un canal de televisión con los derechos de transmitir la final de la Copa del Mundo no lo haya hecho demuestran que aún la larga lucha femenina por la igualdad no ha concluido.
En estas semanas, y en paralelo a las consecuencias del mundial femenino, en el Congreso como en otros espacios de la sociedad civil se ha discutido constante y profundamente sobre la paridad y alternancia. Y, aunque lo considero un debate estéril pues no hay nada que discutir (la paridad y alternancia es más que una necesidad en el sistema electoral peruano), estos eventos también me dejan muy buenas impresiones. Puesto que demuestran que existen personas comprometidas con estos temas y alertas en la defensa de la representación femenina.
Sin embargo, es necesario considerar que no basta un mandato de posición en cuotas electorales para asegurar la representación sustantiva de la mujer. Los partidos políticos y la sociedad civil aún cuentan con mecanismos para disminuir la participación política femenina o escapar la legislación si así lo desean. Desde estrategias como obligar la renuncia de una autoridad electa mujer para su reemplazo por un hombre, la asignación de candidaturas femeninas a circunscripciones en donde los partidos saben de antemano que tienen poca o nula posibilidad de elección, hasta trabas en el financiamiento y capacitación llegando incluso, en los casos más extremos pero reales, en el acoso político. La paridad y alternancia es y debe ser solo el primer paso.
Y, retomando el tema del fútbol, me uno a la opinión de Jorge Valdano en su artículo ya citado. ¿Cómo es que el fútbol se puede denominar deporte mundial si se excluye a la mitad de las personas? Han tenido que pasar cerca de cien años para que se cobre conciencia de esta absurda inequidad y se establezcan medidas para equilibrar la balanza. Aunque al final, a pesar del largo camino que aún se debe seguir, el legado de este mundial femenino y de los que vienen es algo más profundo que un título para Estados Unidos (o el país que gane en esa edición) o un espectáculo de 90 minutos. Al contrario, más importante que ello es el mensaje, un mensaje a aficionados y aficionadas que aman este deporte que la misma igualdad en las canchas se debe perseguir fuera de ellas. Para que así, algún día, quizás muy cercano, las medidas de acción afirmativa como las cuotas ya no sean necesarias y solo nos sentemos a ver fútbol.
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