Juliana Oxenford, John Stuart Mill y los límites de la libertad de expresión

La semana pasada, en televisión nacional, la periodista Juliana Oxenford entrevistó al vocero del movimiento conservador “Con mis hijos no te metas”, Christian Rosas. Durante este espacio, el entrevistado argumentó a favor de la reapertura de las iglesias, pese a la actual emergencia sanitaria mundial, pues según este: “Es mejor morir libres que vivir esclavos (…)”. Como era de esperar, la entrevista y los contenidos de esta propiciaron críticas en contra de las posiciones defendidas por Rosas y el espacio que la prensa le brindaba. Ante esto, Juliana Oxenford publicó un tuit argumentando su defensa al derecho de libertad de expresión de Rosas. Este razonamiento fue defendido y criticado por distintos periodistas, líderes de opinión y ciudadanos en las redes sociales.

Esta interesante disputa también puede enmarcarse en el debate sobre los límites de la libertad de expresión abordados desde la filosofía y otras ramas de las ciencias sociales. El argumento esgrimido por Juliana Oxenford, en gran medida, encuentra soporte en el fílósofo liberal John Stuart Mill y su defensa a la libre discusión. Según este, la verdad y el conocimiento solo se puede producir en la colisión de argumentos y, en consecuencia, cualquier censura de las opiniones (incluyendo las equivocadas) suponen un error.

Sin embargo, y coincidiendo con el análisis que establece Jason Stanley sobre el concepto de Stuart Mill, este tipo de razonamientos solo se puede aplicar en condiciones utópicas. La idea de un debate abierto entre dos personas solo es válida cuando ambas partes ofrecen argumentos apoyados en la razón y los contraargumentos son igual de razonables siendo la verdad el objetivo que se persigue. Conversaciones como las ofrecidas por Rosas solo terminan por “cerrar perspectivas, incrementar miedos y aumentar los prejuicios”; lo último que buscan opiniones de sectores radicales es una discusión de ideas.

Bajo este punto, es necesario también preguntarse si los debates deben abarcar todas las posturas por más equivocadas o insanas que estas sean. Por ejemplo, ¿es necesario invitar a un terraplanista para saber que la tierra no es plana? Bajo la línea del libre albedrío, ¿es posible dejar que personas argumenten en televisión nacional a favor del racismo o la xenofobia para reafirmar que ser racista y xenófobo es moralmente incorrecto?

Si las respuestas a estas preguntas aún son afirmativas, entonces son los periodistas los que deben repensar ciertos conceptos clave del ejercicio de su profesión. La labor de la prensa en estos últimos años, en donde la política se polariza cada vez más y los líderes autócratas proliferan, es clave para un correcto balance democrático. Un periodismo pasivo frente a opiniones claramente poco democráticas y excluyentes le hace pocos favores a la sociedad. Tal vez ya es hora de considerar que ser “tolerante” a todas las posiciones termina por producir mayores prejuicios.

Nota:

Parte de este artículo se basa en los libros “On Liberty” de John Stuart Mill y el análisis de Jason Stanley en “How Facism Works”. Asimismo, sobre la responsabilidad de la prensa en contextos en donde la democracia se ve amenazada también es recomendable la lectura de “Surviving Autocracy” de Masha Gessen.

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Acerca del autor

Cristhian Jaramillo

Licenciado en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Investigador en la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE). Tópicos de interes: estudios comparados sobre democracias, procesos electorales y políticas públicas vinculadas al crimen organizado.

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