Recordando a mis maestros

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Hoy es el día del maestro y espero que mis maestros hayan tenido un gran día. Y mis colegas dedicados a la docencia, también. Algunos son incluso, mis amigos.

No puedo dejar pasar el saludo especial a mis maestros de la Universidad Católica, mi única alma mater. En lo tiempos en que me enseñaron en los 80, aprendí de ellos la importancia de la calidad y la excelencia, a la par de la importancia del respeto a la diversidad y la tolerancia a las ideas.

Algunos pocos de ellos, dos décadas después, dejaron de creer en eso, o cuanto menos, de actuar en consecuencia a ese talante. Pero los quiero recordar como fueron entonces. De hecho, la mayoría sigue siendo así y los aprecio y respeto por eso, aunque a veces coincidamos y otras no tanto.

Sinceramente, muchos de ellos, fueron maestros increíbles por cuyas aulas he tenido el privilegio de pasar, desde filósofos e historiadores, hasta economistas. De lujo. Mi privilegio.

Hoy hay más profesores que maestros. Pero todavía pueden encontrarse algunos. En cualquier parte, en cualquier universidad. O también puede que sólo las universidades se queden con profesores, o apenas con instructores. Es cuestión de suerte encontrarse a un verdadero maestro. Es cosa de talento, mística y arte el convertirse en uno.

Por cierto, hoy estuve acompañando emocionalmente al Uruguay del Maestro Tabares frente a Holanda y la actuación charrúa ha sido todo un regalo de dignidad, a pesar de la derrota. Fue mi manera de celebrarlo, a la par de algunos saludos de alumnos en la universidad y de simpatiquísimos y generosos posts en mi portal Facebook que algunos chicos tuvieron la gentileza de dejarme.

Encontré además, una nota que escribí hace pocos años referente a uno de mis más queridos maestros de toda mi vida: el profesor Walter Seminario, mi maestro del Champagnat. Replico la nota a continuación, como un pequeño homenaje a él. Y en su persona, a todos los demás maestros que tuve.

Hace pocos días, el 6 de julio, pasó el Día del Maestro. Cuando entré ese día a la universidad, uno de los vigilantes me dijo “feliz día”. Pero no le entendí. Y no lo hice porque apenas soy un profesor universitario. Para convertirme en maestro, me falta muchísimo más. Sin embargo, regresando a casa, me enteré que era el día del maestro, sólo que ya no había formación en el patio del colegio para recordármelo. Entonces decidí escribir al maestro que más influyó en mi vida. Y esa noche, le escribí una breve nota a Walter Seminario.

Cada dia que pasa, comprendo que la palabra “gracias” se hace mas pequeña para referirse a ciertas personas, por la deuda impagable que uno ha acumulado. Walter Seminario es una de ellas, para mi. Al paso de los años, entendí que los más importante que aprendi para convertirme en economista me lo dió la gente como él. No fueron fórmulas ni metodologías. Fueron los basics de la vida.

Educado en una década en que la política estuvo presente, yo no la veía, pues creí que los gobiernos militares eran lo “natural”. Sólo recordaba un viejo anuncio de la Democracia Cristiana del centro de Lima que ví alrededor del 64 -o 65 un día que salí como mis papás. Tenía la foto de un señor, que supongo que era Cornejo Chávez. Recuerdo cuando el profesor Seminario nos explicaba los alcances de la Constitución que se iba a elaborar en el 78. Fue el primer maestro de ciencia política que tuvimos, sin saberlo. Lo convencería de buen agrado para que abra un seminario de filosofía política. Algo como el seminario de Von Misses cuando se fue de Austria a Estados Unidos, salvando las distancias ideológicas. Apenas nos regaló una micronésima de su saber, porque no podríamos haber asimilado más. Hoy aprendería mucho más de él. Todos lo haríamos.

Cada cierto tiempo, puedo contactarlo por internet. Pero sería muy bueno que lo invitáramos a almorzar alguna vez. Yo lo ví por última vez hace algunos años en la Universidad Católica, cuando don Walter estaba en inquietudes de estudios filosoficos. Ya adivinaron: me regaló su generosidad con un abrazo. ¿Saben algo? Sentí una sensación de seguridad y amparo que hacía años no podía sentir. Es que me quedé, en buena medida, en los diecisiete años, el pelo largo y la música de los Beatles. No me terminé de ir de esa cuadra del Pasaje Olaya.

La noche del último Día del Maestro sólo atiné, torpemente, a enviarle un saludo de parte del modesto profesor que aspira, algun dia, a ser un maestro como él. No sé cómo escribirle, pues siento que no doy la talla para dirigirme a él directamente. No puedo compararme al maestro, especialmente con la pluma y la cultura que él maneja. Pero creo que me entendió. Y cual padre tolerante, me regaló una palabras que constituyen una lección. Como cada tanto que él me escribe, me coloca nuevamente en la vieja carpeta de madera del “Quinto C”, donde parece que una parte clave de mi vida se acurrucó en el tiempo para no moverse más.

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