¿Se juega algo realmente crucial en Chile?

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Para los estándares latinoamericanos, admitamos que las elecciones presidenciales chilenas suelen ser aburridas. En un continente donde cada cuatro, cinco o seis años, lo que se pone en juego en las urnas es una concepción del mundo, plasmada en un modelo de desarrollo que hoy se mueve en la dicotomía “estatismo o mercado” y en un liderazgo que marca distancias reales con el opositor en proporción a las diferencias ideológicas, hay que decirlo, las elecciones en Chile no generan el más mínimo suspenso sobre algo que realmente marque una diferencia substancial.
Seguramente para los chilenos, el suspenso existe en la medida en que aprecian distinciones entre Frei y Piñeira, entre el proyecto de país de la izquierda y de la derecha, o entre la participación en el gobierno de gente ligada a los todavía monstruos vivientes que son Allende y Pinochet. Pero para los que vemos el big picture desde afuera, sinceramente, es poco lo que hay en juego en estas elecciones que pueda significar un cambio dramático.

Hace varios años, Rudiger Dornbusch expresó en una conferencia en la Universidad Católica de Lima, algo totalmente cierto, refiriéndose a la economía peruana: un país que se levanta buscando como primera noticia el valor del tipo de cambio o de la variación de los precios, es un país que anda mal. Y parafraseando a Dornbusch, podríamos decir que los países que no confrontan grandes sobresaltos en cada elección, son países que caminan bien.

Para nadie es un secreto que Chile viene haciendo las cosas bien, en términos de políticas de desarrollo, desde hace más de treinta y cinco años. En aquél tiempo, muchos le criticaron, dentro y fuera de sus fronteras, que se tomaba su propio camino “desairando”, por así decirlo, el presunto camino común al que los demás países latinoamericanos habían decidido transitar por una especie de “mandato de la historia”. Entonces adoptaron políticas ortodoxas en el manejo económico, se retiraron del Acuerdo de Cartagena e implementaron un modelo económico que más tarde, otros querrían emular. Más allá de la polémica interna acerca de su propio proceso político que gatilló, y luego sostuvo, este despegue, lo cierto es que, para el observador externo, Chile ha basado este desarrollo en tres pilares fundamentales: la receta ortodoxa del libre mercado, la apuesta por la educación y las infraestructuras públicas de calidad y la estabilidad de las reglas de juego alejada de sobresaltos políticos tropicales.

Esta elección presenta algún dramatismo no tanto por lo estrecho de la distancia en la que llegan ambos candidatos a la segunda vuelta sino por el añadido que significa que la Concertación pueda perder el poder después de dos décadas sin interrupción alguna. Pero más allá de esta consideración casi anecdótica, ¿alguien puede pensar que Piñeira o Frei implicaría un cambio de estos pilares fundamentales del modelo de desarrollo chileno? ¿El propio Enríquez-Ominami, a pesar de su talante de outsider y de su posicionamiento antisistémico? ¿Lo habría significado antes Joaquín Lavín o Soledad Alvear?

Hay una idea en otros países latinoamericanos de que Piñeira sería el candidato liberal. Pero en realidad, es un conservador, no un liberal. Los grandes empresarios no quieren más mercado libre, sino más mercados para sus productos, y si son cautivos, mejor aún. Por su parte, conviene recordar que Frei fue el Presidente que impulsó fuertemente los procesos asociativos público-privados en infraestructura, incorporando capital privado intensamente a los servicios públicos, en tiempos en que el ex Presidente Lagos era ministro de Obras Públicas. De modo que difícilmente estos líderes de la izquierda chilena puedan ser calificables de “anti-liberales”. Como se ve, el caso chileno muestra que lo que en otros países aparece como una confrontación nítida, en el país sureño existen otros elementos que no permiten esta separación ideológica tan tajante como aparenta ser.

Y entonces, ¿dónde se ubican los liberales en Chile? Pues si nos ceñimos al clásico, aunque casi caduco esquema lineal, izquierda-derecha, pero que en el caso chileno es válido aún, los liberales están en el centro. Unos con la Concertación, otros con la Coalición. No es cierto que Piñeira sea el candidato liberal. Es un conservador, como Lo que sucede es que la mayoría de liberales ve con agrado la alternancia del poder, que la Concertación ha monopolizado por dos décadas, fruto de elecciones limpias y transparentes, sin embargo.

Por tanto, estricto sensu, los liberales chilenos no ganan ni pierden en esta elección, gane Piñeira o gane Frei. Chile no decide, en cada elección, el modelo de desarrollo, que es básicamente liberal, y que sentó sus bases con tal fuerza, que ha soportado cuatro gobiernos democráticos desplegados en dos décadas. El propio Hugo Chávez, llamado a ser pariente político de la Concertación, despotrica contra la política chilena afirmando que su izquierda es sólo ficticia porque está infiltrada, en su particular concepción, de la ideología del capitalismo derechista. Visto así, los liberales chilenos ya han ganado la gran batalla de las ideas. Lo que no ha sucedido en otros países latinoamericanos.

Lo que puede implicar un avance es perfeccionar ese modelo liberal, construyendo una propuesta propia, una “tercera vía” de un liberalismo desmarcado del conservadurismo mercantilista, que transite caminos no exentos de polémica como el manejo de las rentas de Codelco, la política de compras militares o la reducción de regulaciones excesivas del estado, en algunos segmentos de la vida de los chilenos, que van incluso más allá de lo económico. Pero nada de esto pareciera que puede avanzarse ni con Frei ni con Piñeira. Si los liberales chilenos quieren avanzar más, habrán de construir esa propuesta que aun espera, en un futuro todavía incierto.

Eugenio D´Medina Lora
Publicado en Libertad Digital – España / Madrid, 16 de enero de 2010
http://www.libertaddigital.com/opinion/eugenio-dmedina-lora/se-juega-algo-realmente-crucial-en-chile-52789/

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