¿Somos tan ricos como nos han hecho creer?

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Siempre he considerado que una de las frases mas infelices y nefastas que marcan el imaginario peruano es la pronunciada por el italiano Raymondi (para variar, siempre con el complejo – no compartido por el suscrito – de esperar que alguien de afuera nos diga quienes somos) en el sentido que Perú era “un mendigo sentado en un banco de oro”.Siempre he considerado que una de las frases mas infelices y nefastas que marcan el imaginario peruano es la pronunciada por el italiano Raymondi (para variar, siempre con el complejo – no compartido por el suscrito – de esperar que alguien de afuera nos diga quienes somos) en el sentido que Perú era “un mendigo sentado en un banco de oro”.

Claro, así era fácil creernos el cuento y consolarnos al pensar que estamos pobres siendo ricos por la “natural” y pseudo-lógica explicación de que habíamos sido “víctimas” de despojos de españoles, chilenos, ingleses, yanquis y demás etcéteras. Es decir, la historia económica entendida como un ejercicio “dialéctico” entre buenos, nosotros, o mejor aun, nosotros los indios periféricos, y malos, los extranjeros blancos, casi todos del “centro” o cercanos a él.

Por eso, no me llamó la atención las principales conclusiones del libro del Banco Mundial que se titula ¿Dónde está la riqueza de las naciones? (Where is the health of nations – WB, 2006) y que recientemente se puede encontrar en internet. Dicho documento da cuenta de cómo en el siglo XXI asistimos a una revolución de ese concepto ampliamente explorado por el padre del liberalismo económico Adam Smith en el siglo XVIII, al redefinirlo a base de las diferentes formas de capital – físico, financiero, humano, social – que configuran la verdadera riqueza de una nación en estos tiempos. En otras palabras, de nada sirve tener tremenda amazonia o toneladas de minerales bajo tierra, si nuestra gente cada día lee menos, roba más y construye consistentemente una “sociedad de des-confianza estructrural”.

Comparto el artículo de Temple que ha titulado “Lo obvio y lo sorprendente” en el cual describe algunas conclusiones del indicado libro, con mi especial dedicatoria a los nuevos y jóvenes economistas en formación, por quienes albergo la esperanza – ojalá, no utopía – de que se les enseñe la verdadera historia económica del Perú para no seguir con las viejas cantaletas:

“Recientemente, el Banco Mundial publicó en su página web, un libro (interesante por crear un nuevo índice para medir la riqueza de los países) titulado “Where is the Wealth of Nations”. Este libro analiza la riqueza per cápita de una muestra de 118 países, definiendo la riqueza, para tal efecto, como el capital natural, el capital producido y el capital intangible (éste último refiriéndose a la calidad de las instituciones y a la calidad de las personas del país).

Conclusiones lógicas que derivan de este libro son que la riqueza per cápita otorga un ranking similar para los países, que el ingreso per cápita –lo cual era de esperarse. Igualmente obvio, aunque menos generalmente aceptado, es que la mayor riqueza de un país y de sus habitantes no está dada tanto por su capital natural, ni por su capital producido, sino más bien por su capital intangible. En este contexto, hay un cuadro resumen que aparece en el libro, que resalta que aun en los países menos desarrollados, la riqueza per cápita intangible constituye el 59% de la riqueza per cápita total de dichos países, aumentando a 68% en el caso de los países de ingreso medio y a 80% en el caso de los países más desarrollados.

El énfasis, por lo tanto, que está actualmente en boca de todos los peruanos (no sólo en boca del gobierno y del empresariado, sino también de los trabajadores -y, por cierto, de toda la población) en pro de una sustancial mejora en la educación y de correctas prácticas sociales, indica que estamos justamente en el camino correcto.

Hasta ahí lo obvio. Sorprendente es que, según este libro, el capital natural de nuestro país no es tan grande como creemos (el libro claramente muestra que no estamos entre los primeros países con alta riqueza de capital natural), defenestrando así ciertamente la famosa frase, atribuida a Antonio Raymondi, de que nuestro país “es un mendigo sentado en un banco de oro”.

De ser cierto, sin embargo, que no somos un país tan rico como es la creencia popular, no es, según el libro, una desgracia mayúscula. Por el contrario, enfatiza que el dinero fácil proveniente de un abundante capital natural puede, más bien, reducir los incentivos para implementar reformas económicas necesarias. En tal sentido, se podría argumentar que, hasta en esto, no hay mal que por bien no venga.

En conclusión, el saber que no somos tan ricos como creíamos definitivamente duele, pero nuestra compensación frente a esto es, creo yo, que tal situación nos motivará a esforzarnos más, amén de que también nos obligará a ir por el camino correcto.”

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