Revisando algunos portales de ilustres liberales latinoamericanos, no me queda otra que admitir que ya no hay que busca más. El verdadero liberal-libertario, ya está aquí.
¿Cómo lo reconocemos? ¿Cómo sabremos que estamos ante tal eminencia del saber político que debemos tomar como piedra filosofal?
Pues bien, allá voy, de acuerdo a lo que acabo de descubrir.
El verdadero liberal (liberal-libertario, para no entrar en confusiones) primeramente, no es cristiano. No puede serlo, porque para el liberal-libertario puro, toda religión es pura mierda. El hecho de que así piense no significa que sea intolerante, solo es que, simplemente, tener religión, al menos la cristiana, es de imbéciles retrógrados e intolerantes.
Además, el verdadero liberal-libertario tiene que odiar a alguno de estos tres: Trump, Peña-Nieto o Fujimori. Con Uribe no es tan claro, pero con estos, sí. Con uno, clasificas, especialmente si es Trump. Pero si odias al menos a dos, ya eres sólido. Ya si los odias a los tres, eres el tótem mayúsculo del liberalismo. Respecto a gente como Obama o Santos o Vargas Llosa, eso sí, no hay requisitos.
Otro rasgo del liberal-libertario, por supuesto, es indignarse con las barreras a la inmigración, no importa si es o no ilegal. De preferencia, participar en marchas y si es en EEUU, mejor. Esto por supuesto, a la par que defienden el estado de derecho, la rule of law, el imperio de la ley y las reglas de juego iguales para todos. Pero defienden la inmigración a rabiar, claro, siempre que esos migrantes que exigen que los reciba EEUU o Europa no aparezcan al lado de sus casas.
El verdadero liberal-libertario, además, es prolijo para mantener “la pureza de la raza”, es decir, de la raza de los otros como él. Por tanto, cada cierto tiempo, se ve capturado por un indetenible impulso de podar el extenso campo fértil liberal, pues al ser tan amplia y grande la masa de liberales en Latinoamérica, hay que distinguir la paja del trigo. O a los liberales-libertarios de los conservadores o de la izquierda caviar. No, no. Que son otra cosa.
Finalmente, el liberal-libertario que se respete, no respeta opinión ajena y muere con la suya. Detesta la discriminación, pero discrimina. Odia la marginación, pero margina. Lucha por las libertades, pero no admite la libertad de otros de pensar distinto. No es intolerante sino consistente, dice. Los intolerantes son los otros, por cierto desconociendo que él o ella también es parte de esos “otros”.
Así que muchachos, despierten del sueño. Han jugado a ser liberales sin saber que no lo son ni lo serán. No pertenecen a ese selecto grupo. Tendremos que aprender a vivir con eso.