Los liberales y libertarios (teóricos por supuesto, de libro) que hoy descalifican a quienes apoyan a Donald Trump y pretenden trazar una línea divisoria con los “verdaderos liberales-libertarios” (?), en muchos casos son los mismos que, por ejemplo, en su momento (y hasta la fecha) no trazaron similar línea con Mario Vargas Llosa por su apoyo abierto al chavista Ollanta Humala y que habrían votado felices por la permanencia de un gobierno progresista en EEUU hasta completar un megaciclo de doce o dieciséis años más.
Que lo hiciera un izquierdista, vaya y pase, porque es consecuente con su pensamiento. Incluso que lo haga uno de esos progres madurones de clase media alta, desconcertados, de colegio pituco, que pasean en 4 x 4 y aspiran a su casa en Asia, pero votan por Susana Villarán y suspiran en silencio por Verónika Mendoza. Tengo queridos amigos así y los entiendo. Está bien que así sea.
Pero que lo patrocine un liberal-libertario, de esos que compiten entre ellos a ver cuántas páginas se leyeron del “Acción humana” de Mises y crean que la realidad se resume en libros de texto, y encima se lance a trazar “líneas divisorias”, es francamente risible y hasta digno de compasión.
Los grandes liberales, esos que trascendieron, pusieron siempre delante la real-politik y jamás desplegaron su liberalismo fuera del contexto político que les rodeaba. Y entendieron que el mundo cambia y sigue cambiando. Si no, Milton Friedman no habría visitado el Chile de Pinochet ni la China comunista, ni Margaret Thatcher hubiese tenido en Friedrich Hayek a una de sus grandes inspiraciones.
El pensamiento binario, ese de lo blanco o lo negro, sin entender los infinitos matices, no tiene cabida en la política seria.