En el último día del año me vienen a la mente un cúmulo de reflexiones e imágenes de un año que recordaré, en mi fuero personal, como un gran año.
Pasará a mi historia personal como un año tan bueno y edificante como lo fueron el 2003 y el 2008, para citar años de este milenio. Lo termino con salud, con mi hija en un momento maravilloso de su evolución y con más sueños que cuando empezaba el primero de enero pasado. Dios me dio todo. ¡Qué podría pedirle para el año próximo! Solamente pedirle lo mismo.
Por qué no decirlo, ha sido un año de pequeños éxito personales, que para mí, han sido grandes. Más allá de lo notorio de algunos eventos, mi mayor éxito ha sido atravesar un proceso personal que me ha dejado expedito para empezar el año próximo asumiendo desafíos nuevos que quiero confrontar. Que necesito confrontar.
He visto a mi país encontrando una senda que me deja más tranquilo que en años anteriores, porque veo que las opciones políticas que se perfilan como favoritas para el próximo año terminan siendo variantes de la continuación del camino emprendido desde las reformas de los noventa. Aun así, no me resigno. Voy a esperar que se perfile una alternativa más audaz, que nos lleve a acelerar los cambios, porque los pobres no pueden esperar un simple “chorreo”.
Entre las imágenes recordables, me quedan las de los terremotos de inicio de año en Haití y Chile, las del Mundial de Sudáfrica, las de las campañas electorales por Lima y Piura y las del Nobel de Vargas Llosa. En el plano personal, me guardaré para siempre mi paso por México, siempre tan especial, y la primera vez que estuve en Brasil, donde la vista del Río Grande y la magnificencia de Sao Paulo se quedaron en mis retinas. Además, estuvo el acceso a nuevos medios en los que pude exponer ideas. Y también, mis agradables clases, en especial, en las que discutía de política con chicos de veinte que recién asomaban a esas lides. Hicieron ellos que mis lunes fueran verdaderos viernes.
Atravesé extremos. Y sobreviví a ellos. El diez me entregó una renovación acerada de mi confianza personal. Encontré lo mejor y lo peor del género humano. El abuso, la prepotencia, muchas veces amparada en la institucionalidad y la política baja, soterrada, de esa que te patea de a poquitos, pero no te da la cara. No han logrado quitarme las ilusiones. Al contrario. Ahora aprecio mejor a las personas. Esto me hizo crecer. Me hizo más fuerte. Y me dio una nueva responsabilidad.
Un año de exploraciones nuevas, de conocimientos nuevos, de incorporación de personas nuevas que me enriquecieron, de recuperación de otras de las que no sabía hace mucho. En esto, mucho tuvo que ver mi incursión en las redes sociales, a la que me resistía mucho y a la que, me parece, he aprendido a domar ya finalizando el año. Es momento de agradecerles a todas y cada una de las personas que me acompañaron en este 2010, en lo presencial, en lo virtual, da lo mismo. Estuvieron conmigo cuando muchas veces ni sabían si yo estaba bien o estaba mal. Me enseñaron desde la convergencia o la divergencia de opiniones. Fueron importantes y lo seguirán siendo. Gracias a todos y a cada uno de esos seres humanos, piensen o no como yo, compartan o no mi ideología. Compartimos la humanidad, que es infinitamente más importante que la ideología.
Gracias diez. Nunca te olvidaré pero tengo que dejarte ir, con cierto aire de nostalgia. Next!
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