He llegado a concluir que el Nobel peruano no sólo jamás construyó un partido liberal  en el país donde nació, sino que destruyó el germen de algo que pudo serlo. Cuando pudo trabajar en ello, apenas terminada la elección de 1990, optó por irse. Nada quedó de la lucha de los ochenta.

Mario Vargas Llosa ha dejado un legado liberal hacia afuera de su país, materializado en escritos breves. No ha escrito un libro de filosofía política liberal. Tampoco hay una sola de sus novelas que lo emparente con Ayn Rand. Ha tenido excelente marketing, eso sí. Pero el liberalismo peruano le deberá muy poco, cuando llegue el repaso final.

La lucha que encabezó contra Alan García y la estatización de la banca, con el tiempo ha ido perdiendo la impronta liberal que expedía a fines de los ochenta. El tiempo ha borrado lo hecho antes.

Por tanto, el gran legado de Mario Vargas Llosa para el liberalismo del Perú va a terminar siendo, con el paso del tiempo, la división permanente de los liberales peruanos. Perverso legado.

Y todo porque a razón de su sorpresivo, persistente y testarudo apoyo al gobierno humalista, liderado por un discípulo convicto y confeso de Hugo Chávez, y  ya por cuatro largos años, hoy se sienten “liberales” desde cualquier antifujimorista hasta los confesos villaranistas progre.

Vargas Llosa borró los límites mínimos para separar a los liberales, de los simples promotores de democracias con mercados semi abiertos.

Y va a costar muchísimo volver a restablecerlos.

Tarea pendiente para los auténticos liberales peruanos. Una más.