El muy respetado y acreditado periodista y analista político César Campos publicó el viernes 3 de febrero pasado una columna en Expreso, en la cual dejaba clara su posición respecto al Presidente Leguía y contraponía sus argumentos a los que previamente había vertido Mirko Lauer. A juicio de César, las apreciaciones de Mirko fueron, en el mejor de los casos, demasiado generosas acerca del ex gobernante. Dado que Cesar me envió su columna por email – como suele hacerlo con un grupo de amigos cercanos a él – no pude resistirme a entregarle un comentario al respecto, el cual transcribo aquí.
Querido César,
Me ha suscitado especial interés tu columna de ayer, que has tenido la generosidad de compartir conmigo por esta vía, al punto que no puedo evitar comentarla.
Como debes suponer, Mirko Lauer no es un escritor que se mueve en la misma tesitura interpretativa e ideológica que yo. Pero en este caso particular, coincido con la idea de reivindicar a Leguía.
No tengo duda de que Leguía, Velasco y Fujimori, marcaron el siglo XX peruano. Hubiera querido, si cupiera alguna posibilidad contrafactual de reescribir la historia, que esos personajes hubieran sido Bustamante, Belaunde y Vargas Llosa. Pero la Historia (en mayúscula) es la que es, con independencia de las muchas historias que se cuenten por quienes las escriben.
Entiendo de tu comentario que discutes esa idea a partir de lo que denominas “los terribles excesos de Leguía contra las bases democráticas, la moral pública y la libertad de prensa”. Con este concepto, te colocas en la tesitura de Pedro Planas. Respetable. Pero en ese caso, tendrías que reconocer que los mejores regímenes fueron, al menos en el siglo XX, los de Bustamante y Belaúnde. E incluso el Presidente Billinghurst podría perfectamente completar la terna. Y en el siglo XXI, tendría que someterte a la dolorosa situación, por tus simpatías y antipatías políticas, de admitir a Toledo dentro de esos presidentes “fortalecedores de la democracia”.
¿Cómo sostienes eso, cuando la evidencia empírica nos demuestra que esos regímenes – a excepción de Toledo – dieron lugar a resutados que minaron precisamente el orden democrático liberal, sobre el cual se sustentan las libertades individuales, la libertad de prensa y el estado de derecho, pilar de la moral pública?
Alan García, en su primer gobierno, configuró el peor gobierno de la historia peruana. Pero no lo hizo por la enorme corrupción de su régimen, sino por las desastrozas políticas públicas que implementó y que terminaron de postrar al país en la más absoluta miseria, depresión económica y moral y violencia social. Corrigiendo esto en su segundo gobierno, logró pasar por un presidente capaz con talla de estadista. Aunque el asunto de la corrupción siguió constituyendo una asignatura pendiente.
Sostener esta visión de que los mejores gobiernos se juzgan por sus resultados, no me coloca en la orilla del cinismo. Es un error plantear la política en términos de “buenos” y “malos”, o de “morales” e “inmorales”. Simplemente me coloca en la orilla de los que piensan que la política es para producir resultados que impacten en las mejorías de las sociedades. Es el “hacer política”, muy distinto del “escribir sobre política”, terreno donde podemos arriesgar apuestas temerarias para juzgar intertemporalmente a regímenes con una visión de tiempos distintos, siempre desde la comodidad de los que no toman la actitud de pasar del “escribir” al “hacer”.
El tema de la corrupción requiere otro desarrollo. Para mí, no hay gobiernos corruptos sino hay sociedad corrupta. Aquí quiere robar desde el ministro hasta el chico que se copia en el examen. Además, la corrupción no se limita al robo. ¿No es corrupción deportar a gente porque piensa distinto que el régimen de turno, abusando del poder? ¿No es corrupción asignar una plaza de concurso cuando ya se tiene pre-dirigido a quien va esa plaza y el concurso es una farsa? ¿No es incluso corrupción, mantener a fulano amigo de uno, en un puesto público, sabiendo que está infra-calificado para desempeñarlo? Es tan transversal el tema de la corrupción, que me parece merecer otro tratamiento, ya no gobierno a gobierno sino enfocarlo en qué tipo de sociedad tenemos. Excede la capacidad de un solo analista.
Coincido sí en tu análisis final, en el sentido de que similar tratamiento merecerían Leguía y Fujimori. Y no tengo duda de que la gran Historia, esa que se escribirá cuando tu y yo ya nos hayamos ido, querido amigo, va a recoger a ambos personajes como parte de los pilares del sostenimiento de lo que llamamos “república”. Momento en que hayan desaparecido la generación de la venganza y la de sus hijos y nietos. Con el tiempo, nadie se acordará, como ahora no lo hace Lauer al referirse a Leguía, de cuánto se robó en la época de Fujimori. Se recordará en cambio, que derrotamos al terrorismo en su gobierno, que se corrigió un modelo de desarrollo nefasto que se inició desde Belaúnde I y culminó con García I y que se sembraron las bases institucionales de un país que demostró que también podía ser serio y viable.
Un fuerte abrazo,
Eugenio D´Medina Lora
PD: Y culmino diciéndote que no soy fujimorista ni lo he sido jamás, ni voté por Alberto Fujimori ni por sus alcaldes. Voté dos veces por Alan García, pero tampoco soy aprista.
Nota: A continuación la columna original de César Campos.
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Columna:Agenda Política
Título:Leguía y Fujimori
Por:César Campos R.
Publicada en el diario Expreso (Lima, 3 de febrero de 2012)
El comentarista político Mirko Lauer ha iniciado una campaña de reivindicación de la figura de Augusto B. Leguía, dos veces gobernante del Perú, el segundo en el periodo 1919-1930 conocido en la historia como “el oncenio”. Ello bajo el marco de la conmemoración de los 70 años de su muerte.
Tras una somera revisión de las pasiones que desataba en suépoca, Lauer comenta sobre Leguía: “No fue el titán del Pacífico que decían susmás encendidos sobones; pero tampoco el monstruo que pintan las versiones másmezquinas. Hay mucho que aprender de su espíritu emprendedor, de sus virtudescomo administrador del Estado y de su realismo a la hora de defender los intereses del Perú”.
En su análisis, Lauer omite referencias puntuales a los terribles excesos de Leguía contra las bases democráticas, la moral pública y la libertad de prensa (mandó asaltar El Comercio, tomó eldiario La Prensa donde colocó a un director extranjero adicto a su causa) refugiándolo más bien en el concepto de “gobernante de mano dura” para luego destacar sus virtudes administrativas y la modernización que ciertamente insufló a nuestro país en el lapso del régimen asu cargo.
No abunda en la deportación de de los grandesintelectuales de la época (Víctor Andrés Belaunde) o de quienes forzaron suexilio (José de la Riva Agüero). Se detiene en la generosa evaluación que hizo Víctor Raúl Haya de la Torre (otro deportado del leguiismo) en una entrevista de Alfredo Barnechea. Cero análisis también de la corrupción patentada bajo su férula que hizo de muchos coterráneos de Lambayeque súbitos y luego prósperos dueños de grandes extensiones agrícolas o comerciantes de primer orden.
¿Había que ir muy lejos para unaconsideración menos severa? ¿Era necesario colocarse en el bando de los que odian a Leguía por inercia histórica?.No. Mi contemporáneo y colega Pedro Planas – cuando Alberto Fujimori recibía la adulación de tirios empresariales ymuchos troyanos mediáticos – publicó enjundiosos ensayos sobre ese personaje enlas páginas de la revista OIGA. Ensayos que también se reflejaron en sus libros“La República autocrática” (Ed. Fundación Friedrick Ebert, Lima, Perú, 1994) y “La democracia volátil” (Ed. FundaciónFriedrich Ebert Stiftung, Lima, Perú, 2000).
La tesis central de Planas erasimple: no juzguemos a las dictaduras o autocracias por su eficacia – que ciertamente la tienen –sino por el daño que causan al orden social democrático, así como por su proclividad corrupta y corruptora. Planas colocaba frente al espejo a Leguía y Fujimori.
Bajo esta consideración, Lauer nos envía undesafío: si luego de 70 años debemos revalorar a Leguía por sus desvelos afavor de los intereses del Perú, ¿por qué no hacer lo mismo respecto a Fujimorique encarna la instauración del modelo económico abierto continuado por suscuatro sucesores, la captura de la cúpula de Sendero Luminoso y la derrota delterrorismo, la masiva construcción de escuelas y otros?
Donde asiste la misma razón, asiste el mismo derecho.¿Plantearía Lauer una amnistía a Fujimori, el perdón histórico a sus delitos enaras de lo que nos legó positivamente? ¿Es ese el mensaje que nos remite alabando a Leguía?