La ultra polémica serie de dibujos animados South Park, creada por Trey Parker y Matt Stone y estrenada el 13 de agosto de 1997, acaba de cumplir su episodio 200, en 14 temporadas. Es una serie para adultos, es decir, para gente que se supone ya tiene conceptos básicos de vida totalmente claros, que vota en una elección y decide por presidentes, congresistas y alcaldes, que si tienen un hijo tienen que responsabilizarse de ellos y que si cometen un delito son juzgados como si tuvieran 50 años. Es decir, para gente que sabe discernir, entresacar y decidir hacer lo que consideren mejor, en el ejercicio de su libertad y responsabilidad individual.
Digo esto porque me rehuso a pensar que la gente adulta pueda excusarse en que fue llevada como borrego a hacer algo que no quiera o en que fue inducida a ciertos comportamientos. Esta serie, en sentido irónico y desenfadado, no es una “hoja de ruta” existencial, sino un elemento lúdico más de los que el ser humano se nutre como parte de su misma naturaleza de humano, desde las épocas de las pinturas de Altamira. En ese sentido, hay que entenderla, según lo veo, a esta y a cualquier programa de televisión, película de cine o expresión de arte, incluyendo al llamado “arte comprometido” o “de protesta”.
Me encantan estos dibujitos y aunque se enojen mis amigos cercanos, los encuentro no sólo divertidos, sino con un trasfondo potente de mensaje social: mas no del tradicional enfoque “moralista” y melifluo, sino a través de una manera directa y carente de melosería de ver la vida social que se despliega a través de su irreverencia brutal, así como de un saludable ejercicio de autoflagelación de nuestras “sagradas” categorías sociales a través de la ironia.
En Perú se estuvo pasando un tiempo corto en horario de medianoche, para que no se alteren los guardianes de la moral. Pero la presión de algunos “sumos sacerdotes” del buen comportamiento social (?), incluyendo a personajes como César Hildebrandt y otros, impidieron que se siga transmitiendo. Claro, aquí “Risas de América” sí es un referente cultural, tanto así que el propio canal del estado ya le puso competencia con su propio antro de lo que algunos le llaman “humor”. ¿Seremos una “sociedad abierta” entonces, o simplemente, una sociedad huachafa?
Bueno, me gustan los Picapiedra, pero no me quedé en ellos solamente. A propósito de estos 200 capítulos, comparto un artículo exquisito de Santiago Navajas, del que es imperdible especialmente la alusión a la ironía, el sarcásmo y la hipérbole. Un análisis que, desde luego, no ha de ser encontrado exquisito para los millones a los que no les gusta esta serie, de manera que, para seguir en el espíritu de South Park, quizás nadie deba leerlo.
200 capítulos de South Park
Santiago Navajas
¿Qué se puede esperar de un espacio que advierte en cada una de sus aperturas: “Este programa es irreal y grosero, las voces célebres son pobres imitaciones y debido a su contenido nadie lo debe ver”?
¿Por qué alguien debería ver una serie con unos contenidos que irritarían tanto a Rouco Varela como a Bibiana Aído? ¿Cómo es posible un humor que hace burla de lo más sagrado, de Mahoma (antes y después del episodio de las viñetas), de la Virgen, de la Iglesia de la Cienciología, de los judíos, de los mormones…? ¿Dónde está el límite de la tolerancia con el sarcasmo, la sátira, la ironía como forma de hacer crítica? ¿Cómo y a quién puede producir hilaridad, chistes escatológicos y obscenos, manifiestamente sexistas, que abusan de los estereotipos y aparentemente sin sentido? ¿Es posible reírse y escandalizarse al tiempo? En definitiva, ¿es South Park la muestra más evidente del triunfo moral y político de una sociedad abierta, liberal y democrática, o, por el contrario, la evidencia de su fracaso, decadencia y agonía?
La acción transcurre en un pequeño pueblo de Colorado en el que viven cuatro niños. Stan Marsh es el personaje más normal, no demasiado de nada. Kyle Broflovsky es su mejor amigo, judío y muy inteligente, valga la redundancia. Si Stan es algo así como el doctor Jekyll, Eric Cartman representa a Mr. Hyde: un orondo niño infernal, egoísta, antisemita, antiecologista, misógino, un terrorista cotidiano que enviará al frenopático a toda supernanny que se cruce en su camino y con el que sólo podrá César Millán, el encantador de canes, cuando le aplique técnicas de entrenamiento perrunas. Por último, Kenny McCormick, un niño muy pobre, que balbucea ininteligiblemente y al que suelen matar en cada episodio (luego resucita sin más explicaciones). Sus familiares y amigos, el personal del colegio y demás paisanos conforman un paisanaje bien peculiar al que se asoman las celebridades más de moda: éstas, frecuentemente son puestas en la picota (por ejemplo, Barbra Streisand y Tom Cruise, que tiene a South Park en su lista negra); pero a alguna se la trata con respeto (Robert Smith, de The Cure, o Radiohead).
Como en las películas de terror genuinas, en las que uno se tapa la cara con las manos pero deja una rendija para seguir mirando, South Park te hace mirar y escuchar… aunque no quisieras ver ni oír. Hay una línea en la que se engarza South Park con Los Simpson, Lenny Bruce y los Monthy Pithon, Muchachada Nui, Ricky Gervais y los heterónimos de Sacha Baron Cohen: la creencia de que el humor es la mejor herramienta para calibrar el respeto de una sociedad a la libertad de expresión. A Lenny Bruce lo detuvieron varias veces por obscenidad. A Trey Parker y Matt Stone, los creadores de South Park, les han censurado en Comedy Central –una imagen de Mahoma–, y en Rusia y Méjico les han llegado a prohibir capítulos. Vamos progresando.
Ello nos debería hacer reflexionar sobre la falta de sentido del humor de los españoles. O, mejor dicho, del cobarde, rastrero y vil chisterío nacional, banal y estéril. Los españoles nos acongojamos ante el ceño fruncido y el estreñimiento agudo de tanta feminista represora, tanto facha reprimido y, en general, tanto analfabeto con ínfulas cruzado contra el humor, incapaz de percibir la sutileza del pensamiento ingenioso. Como señalaba hace poco Javier Marías:
“Ojo con la ironía, no digamos con el sarcasmo y la hipérbole, porque abundan los lectores que no captan esos tonos, que todo lo entienden en su más estricta literalidad, y que, para nuestro pasmo, pueden acusarnos de defender lo que atacábamos o de atacar lo que defendíamos, si para hacerlo no hemos sido puerilmente frontales y hemos hecho uso de ese viejísimo recurso de la ironía.”
Pero tras la máscara de irreverencia cáustica de nuestra serie podemos leer entre líneas un discurso moral y político comprometido con la racionalidad, el pensamiento científico y el sentido común. A través de Stan y Kyle, los alter ego de Parker y Stone, respectivamente, la voz de la lógica, del talante y del pensamiento liberal, la actitud tolerante sin falsos buenismos se impone a la superstición, los lugares comunes, las falacias y la estupidez supina. South Park es la aplicación al humor de las palabras de Gilles Deleuze sobre la filosofía:
“Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene un uso: denunciar la bajeza en todas sus formas (…) Denunciar todas las ficciones, sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esa mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las victimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confunden los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral, y la religión (…) La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza, serían aún mayores si no subsistiera ese poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que quisieran (…) La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía.”
Pero mucho mejor, porque donde la filosofía crítica del filósofo francés entristece, el humor crítico de Parker y Stone divierte e insufla ánimos para la guerra de trincheras cultural.
Lo que hace de South Park una serie de humor insuperable, capaz de disputar a Los Simpson el lugar preeminente del humor animado, es que su iconoclastia no parece tener fecha de caducidad. Es una sabia combinación de bufón de El rey Lear, capaz de decir las verdades más inconvenientes con el humor más despiadado, y el niño que señalaba con el dedo, entre inocente y descarado, al ridículo emperador desnudo. En su decimocuarta temporada, a punto de cumplir los 200 capítulos, sigue como el primer día, fresca e hilarante, mordaz e hiriente, vitriolo en chupitos. Sin duda, se ha convertido en el más brillante intelectual orgánico norteamericano a la hora de presentar, mediante inesperadas pero reveladoras paradojas, las contradicciones profundas de la mente y la cultura norteamericanas, que es tanto como decir de gran parte del mundo.
http://findesemana.libertaddigital.com/200-capitulos-de-south-park-1276237666.html
Totalmente de acuerdo Eugenio.Otra serie que vale ver, creo yo, es Family Guy. Es simplemente genial. Saludos Profesor! Carlos Huarachi.