Mejor lo digo de entrada: no soy un cristiano ejemplar. De hecho, siempre me de declarado como un “católico cultural”, antes que como un católico practicante. No alcanzo, de ninguna manera, los ribetes espirituales que sí tocan algunos miembros de mi familia y varios de mis amigos. No pretendo ni por asomo ser un ejemplo, tan sólo aspiro a ser un opinante medianamente calificado. De hecho, no aspiro siquiera a enseñar algo, sino a lo sumo, a ayudar a otros a aprender. Si es que quieren, en el uso pleno de su individualidad. Nada más. De modo que esta reflexión, solamente es eso, una reflexión casi, casi, para mí.
Tengo un grupo espectacular de amigos del colegio, con los que me comunico por Internet a través de un grupo email. Habitualmente recreamos ahí nuestros alter-egos de chicos del colegio setenteros, en un espacio que tiene nuestros propios códigos, y nos decimos y enviamos lo que queremos, sin censura alguna. En él, prima la diversidad tanto política como religiosa, en todos los matices.
Se me ocurrió enviarle a este grupo un mail en Jueves Santo planteando la idea de que por dos días – Jueves y Viernes Santo – bajáramos el tono de los mensajes de correo. A los minutos, recibí la respuesta fulminante de uno de los más queridos e influyentes integrantes de ese grupo, y amigo muy querido por mí, por cierto, diciéndome derechamente que si no me gustaba que en esos días hubieran correos subidos de tono, que no abriera mi casilla, me dedicara a rezar e incluso tuvo la gentileza de recomendarme que me diera una vuelta por la Librería de Ediciones Paulinas y me la pasara leyendo.
Tan furibunda respuesta, me llamó a pensar un poco más. ¿Ya se volvió “malo” guardar alguna mesura en Semana Santa? Recuerdo por cierto, y él también porque tenemos similar edad, cuando a las 12 m del Jueves Santo las radios como Panamericana, 1160, Radio Mar o Radio Miraflores. cortaban toda música comercial y pasaban música sacra. A lo mucho, Stereo Lima 100 pasaba música instrumental, tipo Paul Mauriat y así por el estilo, pero eso ya era como de “avanzada”. De la televisión ni se diga: sólo películas en blanco y negro sobre temas bíblicos. Y por supuesto, ni pensar en comer algo que no fuera pescado. Todo esto, por supuesto, hasta llegar al sábado. Ni qué decir de lo que esto era en la zona andina peruana. Según me cuentan, ahí ni se podía cobrar una deuda ni trabajar, tampoco lo de la música ni demás.
Cuando en los tempranos ochenta mi generación inició el rictus de la juerga desenfrenada en Semana Santa, a niveles masivos, en las playas del sur de Lima, a modo de post-scriptum del verano austral, se cambió totalmente el chip. Ayudó a esto la apertura democrática de 1980 y la aparición de una nueva televisión, que entró de sopetón a lo comercial. Con el color no desapareció sólo el blanco y negro, sino los últimos cables a tierra mediáticos de la gente común con estas fechas presuntamente importantes para el “pueblo cristiano”.
Pero mi amigo del colegio – colegio católico, por cierto, – a pesar de lo contundente de su comentario, se quedó corto. Un ministro de estado salió recientemente a los medios a recomendar el uso de preservativos en estos días de “feriado” y cree firmemente que está haciendo “docencia” con la gente, a base de un “pragmatismo” que muchos entienden como una expresión de una realidad marcada por el hecho concreto de que la mayoría de personas toma conmemoraciones como la Semana Santa o la Navidad simplemente como días en que no se trabaja. Es decir, ya es “oficial” el asunto del cambio de chip de cómo vivir la Semana Santa y la forma “políticamente correcta” de hacerla, literalmente hablando.
Otro amigo muy querido, argentino él, me entrega una reflexión alternativa: “Más allá de lo religioso, el mensaje civilizador de las Pascuas es de resurrección en términos netamente humanos. De re-nacimiento, en un sentido amplio, personal y profundo. De sufrir el fracaso, de re-nacer fortalecidos y volver a intentar. Todos nos caemos. Lo importante es levantarnos de nuevo. Siempre hay una segunda (tercera, cuarta, quinta…) oportunidad. Si no, la vida sería demasiado aburrida.” Este espíritu es el que me interesa rescatar en mi forma de vivir la Semana Santa: el mensaje civilizador de que siempre es posible ese renacimiento. Ese volver a hacerse a sí mismo, en la segunda o en la enésima oportunidad. Y aunque implique dolor y atravesar cada uno su propio Gólgota, confrontando sus miedos y sus dudas, asumiendo riesgos, pero con la convicción de lo que creemos y le da sentido a nuestra existencia, más allá de lo “popular” o “impopular” que podamos parecer a los ojos de los demás.
Esta es la lección que yo encuentro hoy, en la Pasión de Cristo. Sí arriesgado, sí decidido, sí convencido, sí consecuente. No claudicante, no titubeante, no populista, no obsecuente. Si eso solamente fuera el significado de Semana Santa, más allá de todos los otros netamente cristianos, ya habría valido la pena tomarse estos días sin desperdiciarlos en una borrachera. Y así es para mí.
Como dije al inicio, no soy un cristiano practicante. No voy a servicios religiosos, no leo la Biblia en detalle, ni predico el Evangelio. Pero como “católico cultural”, me gusta vivir estos días así como cercano a la Pasión de Cristo y a lo que implica como significado, para mí, en mi uso de mi libertad individual. Así fue en toda mi corta vida. Y como le comentaba a mis amigos del colegio, me gusta pasar estos días, tranquilo, con los personajes entrañables de toda Semana Santa que se respete, llámese Jesucristo, la Virgen Maria y por supuesto, el infaltable Charlton Heston en la tele.
Hay y hay. No me parece mal que ciertas personas decidan moderarse, tomando, en fiestas, comiendo, ese tipo de cosas, durante semana santa. Está bien si prefieren regirse por lo que se acuerdan de lo que decían sus abuelas o sus mamás y estén en la convicción de acordarse de ellas así. O quizás se estñan volviendo más devotos católicos de lo que nunca han sido y ayudan, bajo su pensamiento, en este caso, moderarse bajando el tono de sus mensajes en el correo.
Cada uno tiene su forma de pensar, eso es lo que hace divertido conocer a la gente.
Pero, creo, que si a mi edad alguno de mis amigos me dice eso, yo creo que le respondería algo parecido. No es falta de respeto, sino que, siendo de una generación que ha estado desligando de la práctica católica, y además de tener todo un séquito de conceptos encontra de ella, creo que hay ciertas cosas que se deben hacer y otras que, bueno, ya uno verá.
Lo que si respeto es lo de no comer carne. No tengo problema. Me parece bien, además. No te vas a morir por eso. Si lo incumple, siendo de familia medianamente religiosa, entonces es porque eres un caprichoso.
Algunos exageran con las medidas y hay otros que los hacen acordarse de cuando eran chicos y tanta regulación espiritual les malograba la espontaneidad.
Este artículo me hace interiorizar sobre la manera en que vivimos realmente la Semana Santa, efectivamente hay de todo, pero la propuesta de guardar mesura me parece atinada para aquellos que creemos en Jesús y en su mensaje. Cada quien tiene su manera de vivir estos días.En mi familia desde hace años a alguien se le ocurrió festejar el Domingo de Resurrección como si fuera Navidad, me pareció una gran idea porque en realidad es un día grande para nosotros los católicos. La idea medular es darle importancia en nuestra vida ya sea comiendo con la familia, quedándose en casa, disfrutando una película bíblica, acudiendo a fetividades religiosas pero siempre conservando el espíritu de estos dias que se traduce en mesura, al menos así lo siento yo, lo cual comparto con Eugenio quien con su estilo tan peculiar nos hace reflexionar al respecto.