La crisis de Honduras provocada por el ex Presidente Zelaya – ya existe consenso sobre el hecho de que él fue el causante, al pretender pasar por encima de la Constitución hondureña para construir su camino a la reelección – no sólo ha puesto en tela de juicio la presunta “santidad” de los regímenes democráticos y la capacidad real de los organismos internacionales para intervenir en los asuntos internos de los países miembros. También ha hecho patente la doble moral de muchas de las democracias latinoamericanas – de ciertos “demócratas” es mejor decir – que se acomodan en la “celestial” terraza del observador privilegiado sólo para el aplauso efímero y el reflector televisivo.
Los más encendidos autodenominados defensores de la democracia – nunca explican qué democracia es la que defienden – son fáciles de reconocer. Se pasearon en los diarios y estaciones de radio y televisión de los países latinoamericanos en el último mes, incluyendo la CNN y otras cadenas internacionales. Se apresuraron a calificar de “ruptura democrática”, de “golpe militar de estado”, de “dictadura tradicional” y de “afrenta al estado de derecho” a la aplicación de una salvaguarda contemplada en la propia Constitución de Honduras. Aunque al mismo tiempo, añaden que el detonador fue el propio Zelaya con su pretendido intento de seguir los pasos de Chávez, Correa, Morales y de su vecino cercano Daniel Ortega para abrir el paso a su perpetuación en el poder. Es decir, es una ruptura democrática pero con parlamento y elecciones ya convocadas en pocos meses; es golpe militar pero no hay un solo militar en el gobierno; es dictadura tradicional pero el actual mandatario ya anunció que se va apenas se elija al nuevo Presidente; y la afrenta al estado de derecho parece que no tuviera nada que ver con quien precisamente ocasionó la crisis por violar las reglas del juego democrático.
Sin duda, el discurso de la mala retórica da para muchas salidas, de modo de convertir el día en noche o la piedra en oro. Sin embargo, los mismos defensores de Zelaya, que se apresuraron a atacar al gobierno hondureño en ejercicio y avalaron, con su actitud, la prepotencia de Hugo Chávez al amenazar con atacar militarmente a Honduras, se hacen de la “vista gorda” cuando se trata de ver la viga en el ojo ajeno de la democracia venezolana, que sí, es democracia también. No hay duda entonces, que a la democracia, hay que ponerle apellido, para definir qué democracia defiende cada quien. Porque hay demócratas y “demócratas”.
Entonces esos “demócratas” del discurso, se ven a sí mismos como “cruzados” de una causa superior cuando brindan apoyo al ex Presidente de Honduras, pero no ven, al propio tiempo, cómo el Presidente de Venezuela pretende acallar y reprimir a los periodistas venezolanos con una ley contra “delitos mediáticos”. O viola flagrante, burlona y desparpajadamente, la voluntad de su propio pueblo al haber inventado un jefe de gobierno de Caracas, “de libre nombramiento y remoción” por el Presidente, mediante la dación, en abril pasado, de la insólita Ley Especial sobre Organización y Régimen del Distrito Capital, solamente porque el electo Alcalde Metropolitano de Caracas es de la oposición. Privándole así, vía decreto, del presupuesto que le corresponde por ley y se le cercenó toda posibilidad práctica de ejercer labores de gobierno para las que fue elegido en el pasado proceso electoral de noviembre de 2008.
Tampoco los “demócratas” mediáticos ven cómo el mismo personaje ha insertado elementos de violencia abierta sin precedentes en el continente, como su alianza con el cuestionado gobierno iraní y el financiamiento al FARC. A lo que hay que añadir la tensión que ha provocado con el gobierno de Colombia, por razones obvias derivadas de la cercanía del Socialismo del Siglo XXI con el FARC; y con el gobierno del Perú, con su abierto apoyo – algunos altos funcionarios del gobierno peruano acusan que existe financiamiento concreto – a las revueltas de pobladores amazónicos y a la campaña gratuita de desprestigio por la desinformación generada a raíz de dicha crisis. En ambos casos, Chávez realiza sus operaciones con aliados y lugartenientes. En el primer caso, cuenta con Correa; en el segundo, con Evo Morales.
Pero los “demócratas” latinoamericanos que le saltan al cuello a Micheletti, han brillado por su ausencia antes tan flagrantes y escandalosos hechos. Queda en el terreno especulativo, preguntarse si es la falta de escrúpulos o la carencia de reflejos políticos lo que induce a estos comportamientos tan deplorables de las democracias latinoamericanas. Quizás sea mejor, en aras de un ejercicio de cortesía, pretender que son solamente torpes, en vez de abyectos e inmorales. Es posible que las adiposas democracias, tan frondosas en el peso muerto y tan faltas de “músculo político”, expliquen así su falta de reacción ante lo que pasa ante sus ojos. Tal vez esto explique también por qué tienen la “vista gorda” y sólo ven lo que quieren ver.
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