La bochornosa y torpe publicación de un editorial firmado, nada menos que por el director de uno de los principales diarios de Lima, donde se daba cuenta de las “limitaciones en cuanto a ortografía y sintaxis” (sic) de la congresista Hilaria Supa, que a juicio de ese señor, “dejan mucho que desear” (sic), es el ejemplo más reciente de que el peor antiliberalismo se suele acunar en la propia entraña del liberalismo. De paso, ha sido un manjar para los antiliberales de las trincheras socialistas, en todas sus versiones. El punto de fondo, según el citado editorialista, identificado mediáticamente como “liberal”, es que resulta inconcebible que se le pague tanto dinero a alguien que no tiene buena ortografía y pretende darle más fuerza a su argumento con la poca elegante mención de su pasado como mucama. Según el pensar de dicho columnista, el magro nivel del Congreso – y de la política peruana – tiene que ver con el nivel de formación escolar de los representantes. Poco importa si la mayoría de congresistas, o ministros, o funcionarios públicos de alto nivel, tengan grados universitarios, pues la explicación de por qué el país está sumido en el subdesarrollo, pasa más por los que se parecen a Supa que por los que se parecen a PPK. Poco importa también, que la mayoría inmensa de peruanos de la calle, tengan una situación personal que se parezca más a la de Supa que a la de PPK.
No pretendo caer en la hipócrita mojigatería peruana de defender al indio por ser sólo indio o a la mujer sólo por ser mujer. No es mérito especial ser indio o blanco, rico o pobre, hombre o mujer. Ni me voy a sumar a la discriminación inversa, para pretender favorecer la presencia femenina en el Congreso a la par que se cierran las listas partidarias con la eliminación del voto preferencial. Ni seguramente, las posiciones políticas de la congresista Supa tienen muchos puntos de coincidencia con la mías. Pero hay normas de comportamiento, que son elementales. Se dice que un verdadero caballero “no tiene memoria”. En política, se puede ser más caballero, y definitivamente, más inteligente políticamente, si uno tiene el estatus de “líder de opinión” y piensa los efectos directos y colaterales de lo que expresa. Como también se puede ser bastante torpe políticamente, aunque al mismo tiempo uno pueda exhibir títulos universitarios, un buen colegio de procedencia o una buena labia para comunicar y discutir.
Solamente desde la ignorancia más supina, anquilosada y tercermundista se puede apelar al exacerbamiento de la discriminación étnica o cultural para pretender defender plataformas políticas, cualquiera sea la tesitura de éstas. Por eso, discursos como el de Chávez, Morales o Correa, son casos de estudio ya no sólo para los políticos, sino para los antropólogos. Porque sólo desde la torpeza política, se explica que alguien que pretende jugar con la camiseta de “liberal”, practique precisamente la actitud antiliberal de deplorar el derecho a la diversidad y el respeto a la ley, dos de los pilares del liberalismo, además de la economía de mercado. Al fin y al cabo, el liberalismo es una forma de ver el mundo en el cual, sencillamente, uno convive con la diversidad en el marco del respeto de la ley.
La señora Supa, cuya lengua materna no es el español, tiene derecho de hablar o escribir todo lo mal que quiera en un idioma que no es el suyo, igual que un gringo que viene de EEUU puede masticar apenas el español, sin que pase por ignorante. Y la señora Supa también tiene el derecho de ser congresista porque la ley no exige parámetros académicos para acceder a ese cargo. Si a alguien no le gusta la ley, que haga una campaña para cambiarla o que se postule al Congreso para desde ahí, proponer otra ley. Pero abiertamente, sin rodeos, sin personalismos ofensivos. En suma, sin acudir a ese nada viril y pusilánime “pacto infame de hablar a media voz”, que ya denunciaba hace más de un siglo González Prada como “marca de clase” del temperamento peruano.
En adición, lo único que han hecho los referidos ataques mediáticos, ha sido publicitar a una congresista que no es precisamente de las líderes del Parlamento. Un efecto bastante similar al de la exposición mediática que ha ganado una de sus colegas, la señora Fujimori, que con el juicio político a su padre, con todas las controversias que ha originado, ha visto incrementar su intención de voto para las elecciones de 2011. Por donde se le mire, más allá de los aspectos éticos intrínsecos del hecho, la falta de inteligencia política salta a la vista.
Lamentablemente, este ejercicio mediático no es el único ejemplo del antiliberalismo “desde adentro”. Por eso, el liberalismo peruano tiene la urgencia de desmarcarse del conservadurismo tránsfuga, de ese Frankenstein que vendría a ser un “fachiliberalismo”, que todavía preserva categorías racistas en su discurso y en su mentalidad; así como desmarcarse del anarquismo capitalista que pretende que el juego social es un “sálvese quien pueda” y una especie de “sopa biológica” donde prevalezca el darwinismo social. El liberalismo es, afortunadamente, otra cosa completamente distinta.