El espejo de la crisis también tiene dos caras

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La crisis financiera de EEUU ha despertado renovados ímpetus de las críticas socialistas contra el sistema capitalista. Reminiscencias del crack del 29 o no, lo cierto es que, después de esta nueva crisis, el liberalismo económico, y sus parientes cercanos (el capitalismo, la globalización, el libre mercado y la apertura comercial) son malos nomás. Para ir echando luces al debate apenas iniciado (¿reiniciado?) comparto dos artículos de esta semana, publicados en dos medios periodísticos madrileños de la más alta reputación.

El capitalismo en el espejo
Felipe González – Ex Presidente del Gobierno Español
Publicado en EL PAIS (Madrid) el 17.09.08
http://www.elpais.com/articulo/opinion/capitalismo/espejo/elpepiopi/20080917elpepiopi_4/Tes

Un año después del comienzo de la crisis del sistema financiero de Estados Unidos y su rápido contagio a otras áreas centrales, seguimos sin diagnóstico y, por tanto, sin terapia. O con medidas que tratan de contrarrestar la sintomatología que puede apreciarse sucesivamente, pero sin certidumbre sobre las causas profundas y sus consecuencias, salvo las que van aflorando cada día.
Es una crisis extraña, incluso para reaccionar con una mínima coherencia. Por el momento ha liquidado la extendida creencia de que el mercado lo arregla todo y solo. Es decir, la teoría dominante desde los años 90 del “todo mercado”, con un rechazo fundamentalista a la intervención regulatoria. También ha mostrado que la globalización del sistema financiero plantea problemas de gobernanza que escapan a la capacidad de los poderes establecidos en el viejo Estado nación y en los organismos internacionales tradicionales.
El desconcierto lleva a la Unión Europea a hacer lo contrario de lo que se hace en Estados Unidos en política monetaria, aunque los problemas de inflación sean los mismos. Tanto si bajan los tipos como si suben, en los países centrales sigue cayendo la actividad y los precios se resisten a bajar. En la UE en general, porque Reino Unido va por su rumbo, hay gran resistencia a las intervenciones consideradas como contradictorias con el libre funcionamiento del mercado. En Estados Unidos vemos acciones como la nacionalización encubierta de las sociedades que controlaban casi la mitad del mercado hipotecario, con una intervención de 200.000 millones de dólares y las reclamaciones de más intervención porque las quiebras continúan.
Así podríamos seguir poniendo ejemplos de actuaciones al menos dispares para enfrentar la misma crisis. La paradoja es que el comportamiento pragmático, chocando con la ideología neoliberal, se da en la cuna doctrinal de esta teoría, en tanto que en la UE, tan crítica siempre con ese neoliberalismo, hay una renuencia muy fuerte a la intervención para contrarrestar la sintomatología de la crisis.
Es verdad, casi la única verdad, que se sigue sabiendo poco sobre las causas profundas de esta crisis global y que nadie se atreve a predecir ni los efectos ni la duración. Ha habido otras con anterioridad, como la que indujo hace una década la crisis financiera de los mercados emergentes que terminó contagiando a los centrales en los albores del nuevo siglo. Ahora ha empezado al revés. Son los países centrales, comenzando por Estados Unidos, los generadores de la crisis financiera. Como hace una década pero al revés, hay quienes dicen que los países emergentes están desmarcándose de ella, pero tengo la convicción, que entonces también expresé, de que se contagiará el conjunto del sistema y tendrá efectos sobre la economía real de los países emergentes, no sólo de los centrales.
Subyace a la crisis actual una situación nueva, inducida por dos factores: la evolución de los precios de las materias primas, sobre todo energéticas, que han trasladado masivamente el capital a los países productores y a los que han mostrado capacidad de generar riqueza y ahorro como nuevas potencias emergentes (China o la India). El llamado Occidente desarrollado tiene que pagar en el futuro lo que ha gastado ya, en tanto que las zonas productoras de energía y los grandes emergentes han ahorrado lo que podrán gastar o invertir en ese mismo futuro. Y en todas partes la fuerte tensión inflacionista es el factor más preocupante.
El “triunfo pleno” del sistema capitalista o de mercado, con las variantes que deseen desde China a Chile, tras la caída del modelo comunista, lo ha dejado sin alternativa sistémica. No se pueden considerar alternativas ninguna de las utopías regresivas que aparecen de vez en cuando con poco recorrido y menos consistencia.
Pero estamos haciendo del mercado algo que no es. Una especie de régimen que va más allá de la economía de mercado para llevarnos a una sociedad de mercado, cada vez más global y pretendidamente autorregulada por la mano invisible.
De broma, pero en serio, podríamos decir que el capitalismo no se contrapone al comunismo, por extinción de éste, sino que se mira en su propio espejo y constata que la imagen que le devuelve es fea y fuera de control. Durante años, cuando las cosas marchaban bien globalmente, aun con muchos desajustes y desigualdades lacerantes, las miradas en el espejo han sido autocomplacientes. Ahora, que estamos navegando en la incertidumbre o con la certidumbre de que esto va mal, la imagen que se refleja no satisface a nadie.
Si las consecuencias no fueran tan duras, e incluso dramáticas, sería divertido contemplar al sistema triunfante sin saber qué hacer consigo mismo, sin poder compararse a otros como peores y sin poder encontrar culpables. Pero no da la situación para divertirse y hay que actuar. Primero con el mayor pragmatismo posible y sin pérdida de tiempo, porque las teorías tradicionales no nos ofrecen soluciones a la nueva realidad que aparece fuera de libreto. Esto vale para los Gobiernos europeos y para la propia Unión Europea y su Banco Central, porque es muy peligroso y arriesgado seguir esperando con estos tipos de interés y esta falta de liquidez. Segundo, intentando buscar un papel para la política con mayúsculas, capaz de hacer más previsible la evolución futura de este mercado global que escapa a los poderes establecidos en la sociedad industrial. Un mercado global sin reglas o con las de la famosa “mano invisible”, nos llevará en el futuro a otras crisis, no cíclicas como decíamos antes, sino imprevisibles y sorpresivas como la que estamos viviendo ahora. ¿No se está incubando la siguiente crisis financiera a través de las operaciones a futuro sobre materias primas y alimentación con un escaso nivel de afianzamiento?
Es decir, la famosa gobernanza (papel ineludible de la política) permanece en el ámbito de lo local-nacional y de los obsoletos organismos financieros del pasado, en tanto que los fenómenos económicos y financieros más relevantes se mueven en el ámbito global sin gobierno alguno. Por si fuera poco, la era posterior a la caída del Muro de Berlín ha alimentado un descrédito de la política como un estorbo al desarrollo sin reglas de la nueva era de la globalización. Cargada de paradojas y plena de contradicciones la situación en que nos encontramos, pasamos de pedir a los responsables políticos que no interfieran, que no regulen, que dejen libertad a los mercados, a reclamar que arreglen los desaguisados a los que den lugar, incluso cuando la crisis, por sus causas y consecuencias, está más allá de sus competencias y capacidades locales-nacionales. Más que nunca, necesitaríamos, para empezar, una acción a nivel de la UE y una concertación transatlántica eficaz para continuar. Los responsables del comienzo de esta situación, que alcanza ya dimensiones globales, tienen la obligación de dar respuestas a sus áreas y al mundo. Pero no se ve en el horizonte y esto crea más desasosiego.

El culpable de la crisis es el intervencionismo
Editorial
Publicado en LIBERTAD DIGITAL (Madrid) el 19.09.08
http://www.libertaddigital.com/opinion/editorial/el-culpable-de-la-crisis-es-el-intervencionismo-45424/

Muchos ignorantes económicos consideran a Adam Smith un ingenuo por asegurar que los empresarios, al buscar su propio interés, eran guiados por “una mano invisible” a trabajar por el bien común. Interpretan esta conocida formulación sobre las ventajas del mercado como una confianza ciega en que el empresario hará lo mejor para los demás sin que nadie le obligue. Pero Smith, que pese a sus errores no era desde luego un ingenuo, estaba hablando de la disciplina a la que los obligaba la competencia. De hecho, pocos economistas han sido tan críticos con los empresarios, de los que llegó a decir que, cuando se reunían, “las conversaciones terminan estableciendo alguna forma para conspirar contra el consumidor y subir los precios”.
Por eso a ningún liberal le extrañará que el presidente de la CEOE haya solicitado al Gobierno un “paréntesis” al libre mercado consistente en que el Ejecutivo preste dinero a las compañías con problemas. Un empresario como Díaz Ferrán no tiene mayor interés en el liberalismo que en el socialismo. Lo que quiere es ganar dinero, y si la intervención del Estado se lo va a poner en bandeja, ¿para qué va a defender el libre mercado? De hecho, es frecuente que las grandes empresas, las que poseen capacidad para influir en el Gobierno, tiendan a abogar por el libre mercado y la competencia para los demás y por el socialismo para ellos mismos, siempre y cuando el intervencionismo sea a su favor, claro.
Desgraciadamente, el hecho de que el liberalismo no condene la libre empresa sino que, al contrario, abogue por ella en todos los ámbitos posibles ha permitido al populismo de izquierdas y derechas calificar de “fracaso del liberalismo” a cualquier problema de cualquier empresa del mundo, sin detenerse a considerar que los liberales no abogan por la bondad de los empresarios ni por su infalibilidad, sino por un sistema en el que existan las condiciones para que los esfuerzos de los emprendedores reviertan en el interés general. Un sistema en el que los incentivos obliguen a los empresarios a servir al consumidor para poder ganar dinero. El libre mercado.
Pero en el mundo en que vivimos, raro es el sector que no sufre la intervención del Estado de una manera u otra. Desde los trámites burocráticos hasta los impuestos, pasando por las dificultades a abrir un local a las licencias obligatorias para iniciar la actividad, las empresas no sólo trabajan para satisfacer las necesidades de sus clientes, sino también para cumplir con las obligaciones que les marca el poder. En muchos casos, dichas regulaciones se aprueban –o eso aseguran los políticos– para salvaguardar los intereses de los consumidores o incluso para evitar que las empresas se hagan daño a sí mismas. El que consigan ese objetivo o sean contraproducentes es, sin embargo, materia de debate.
Pero lo que no se puede es proclamar, desde la ignorancia y el sectarismo que han demostrado tantos periodistas –especialmente en la televisión–, que la actual crisis es debida al liberalismo, a la falta de control del Estado sobre el sector financiero y al libre mercado. Simplemente porque es mentira. Los bancos, cajas y demás entidades del ramo son empresas que trabajan con el dinero y el crédito. Y esa materia prima se ha ido convirtiendo a lo largo de los siglos XIX y XX en monopolio del Estado, gestionado por los bancos centrales. La actuación de los mismos ha provocado todo tipo de disfunciones y descoordinaciones durante su relativamente corta historia. La Reserva Federal norteamericana, por ejemplo, se creó para prevenir crisis como la de 1907, crisis de la que sólo han oído hablar los especialistas. Pero sus decisiones provocaron en gran medida la Gran Depresión del 29, que todos conocemos, y la mayoría achaca de oídas al capitalismo y el libre mercado. Para evitar problemas semejantes comenzaron a regular cada vez más estrechamente a los bancos. Por supuesto, no lo lograron.
El sector financiero, en definitiva, es uno de los más regulados e intervenidos tanto en España como en Estados Unidos como en el resto de los países desarrollados. Por tanto, cualquier persona que no mire la realidad con anteojeras ideológicas debería preguntarse si los actuales problemas son debidos a la “parte libre” que queda en el sector o a la intervenida. Y la respuesta no podría ser más sencilla. Durante los últimos años, un buen montón de economistas –entre los que se encuentra, por ejemplo, el conocido gurú socialdemócrata Paul Krugman– venían advirtiendo de los riesgos que suponían los hedge funds, por estar comparativamente mucho menos regulados que los fondos y bancos de inversión como Lehman o Bear Sterns. Sin embargo, estos vehículos de inversión están sobreviviendo mucho mejor a la crisis que los que estaban más regulados y vigilados por los organismos de control estadounidenses.
Sin embargo, la realidad no hará cambiar de opinión a quienes, en su ignorancia, llegan incluso a pedirle explicaciones por la crisis financiera estadounidense ¡al FMI! El problema, claro, es que para muchos lo importante no es analizar la realidad sino culpar a sus demonios particulares de todo lo que sucede en el mundo. La desgracia, para nosotros, es que consigan convencer a la mayoría, y reduzcan así nuestra prosperidad futura, que sólo el mercado puede proveer.

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