Ella…
La música es uno (sino, el único) de los placeres que siempre ha disfrutado sin pudor, pero con cierta contención. La clásica, en particular. Cuando supo que André Riu vendría a Lima, sus ojos parecían el día central de una fiesta patronal. Brincaba de la emoción como una niña pequeña en Noche Buena.
Sin embargo, ella es cuidadosamente selectiva. Unos ingresos medios, una hija con habilidades especiales y una madre con alzheimer exigen de tácticas y estrategias para deslizarse con destreza en la cuerda floja de la economía. No solo de la monetaria. Siempre está un paso más adelante en la economía del cuidado. El tiempo le alcanza hasta para enseñar a su perra a cruzar un aro en el aire o a bailar en dos patas. Conoce el color de cada una de las 20 pastillas de la madre convertida en hija, y cada uno de los gestos de la hija que se convierte en hermana. Y sí, es aprehensiva, meticulosa y jodida. Porque la vida le enseñó que cuando se cuida de otro, un pequeño descuido puede costar un tobillo roto, mucho mal rato y déficit de paciencia.
En medio de los torbellinos del cuidar a otros, sus ojos vuelven a brillar. Después de unos cuantos lustros, Ella volverá al ruedo del mundo profesional (¿dije que ella tenía UNA pasión?, perdón, conté mal, tiene varias). Su segunda pasión es la psicología educacional. ¿Por alguna causa personal? Ni idea, sólo sé que ama ayudar y su instinto es innato. Es una super woman (con todo lo que los tratados de psicología puedan decir al repecto). Canaliza las fuerzas del universo para calmar los fuegos del averno. Aun en esas circunstancias, brinda consuelo a otros testigos estupefactos que incursionan en ese infierno, cual bomberos, con poco menos que una manguera.
Y Ella sonríe. Es su mejor arma contra el mal rato. Recibe de la naturaleza y de lo cotidiano el regalo de lo hermoso, con la sencillez serena del alma que arropa a la tormenta en lo más profundo de la entraña. Y baila, baila como una posesa, al ritmo de lo que le va dictando la entraña.
Ella… es mi hermana.