Day: noviembre 20, 2008

Lo que no esperabas leer

El 15 de octubre de este año, el tema universal del Blog Action Day fue la pobreza. Lastimosamente, se me pasó la fecha y postergué esta entrada hasta hoy. Las ganas quedaron intactas desde siempre.

El tema es amplio, y no sólo se reduce a lo que está escrito aquí. Únicamente relato el primer encuentro de un niño (de afuera, observador, preguntón) con la pobreza (incluso posiblemente con la indigencia). Ésta es una de las tantas caras como se muestra la situación de pobreza; quise coger la más próxima a todos, la que está en las calles esperando unos céntimos. Finalizo no pretendiendo dar respuestas, quisiera que tú las des. Disfrútenlo. Aunque mejor… que les joda un poco.

El gris celestial contagia a los habitantes del Centro de Lima. Los grupos crudos de masa se movilizan siempre con prisa, mecánicos, contra el tiempo. Alguien capturó su atención, una señora de polleras coloridas sentada en una esquina negra. En brazos, un bebe. A sus pies, una mugrienta taza de plástico amarilla. Las multitudes siguen sus respectivos rumbos. La ignoran.

Al pasar por su lado, la desdentada boca le dijo “colabórame, unas moneditas por favor”. Él no tenía un solo centavo en el bolsillo. Pidió a sus padres que le regalara una moneda para darle a la señora; “No tengo sencillo”, “otro día le das”, sugirieron ellos. Y así tuvo que continuar su recorrido en los jirones coloniales hacia la Plaza Mayor.

No quiso dejar de mirarla. Ella seguía repitiendo “colabórame pe‘, no seas malito”. Le juró que regresaría y continuó tras los pasos de su mamá.

A unas esquinas, otra señora y sus dos niños vendiendo caramelos le interceptaron. Sus padres siguieron caminando. Él tuvo que hacer lo mismo, pero su cabeza los seguía mirando. La niña era de su edad.

Incontables. Una lluvia de personas que nadie veía (o no querían ver). Algunos ofreciendo algo a cambio, otros sólo pidiendo con la palma en alto. Esto no está bien. No puede seguir así, ¿por qué nadie hace algo?

En casa, se propuso juntar todas sus propinas y volver al Centro a repartir lo mismo entre toditos. Su madre le compró una alcancía en forma de chanchito. Empezó. Cada fin de semana, céntimos tras céntimos. Su objetivo siempre ahí. ¿Qué otra cosa podría hacer con ‘dinero’? a veces pensaba. No encontraba otra finalidad. Tampoco le gustaba tener monedas en la mano.

Al fin, el chanchito sonaba lleno al sacudirlo. Le pidió a su papá que lo rompa. El suelo se esparció de piezas rosadas y monedas. “Qué bien… junté cuarenta y siete soles y… treinta céntimos ¡Guau!”, terminó, “al fin”. Ahora al siguiente paso.

Le pidió a su primo mayor que lo llevara al Centro de Lima. Sus padres no lo pudieron llevar. La bolsita donde tenía la plata pesaba. Su primo le preguntó qué iba a hacer con el dinero. Respondió “voy a repartirle a las señoras y señores que están sentados en las esquinas, seguro lo necesitan mucho”. “Qué tonto, mejor cómprate algo enano”. “No quiero”. “Allá tú… vas a tirar la plata”.

Empezó con la señora que vio por primera vez en esa situación. “Señora, he regresado” le dijo. La señora parecía no recordarlo. No había pasado tanto tiempo. Sin embargo, comprendió que en ese par de semanas la señora ha visto a miles de peatones a su lado.

“Tome señora”, le dio una moneda de un nuevo sol y tres monedas de céntimos cobrizos. “Muchas gracias hijito”. Él se sintió mejor ahora, no sólo había “colaborado” sino también cumplió con su promesa de regresar.

Así continuó con el resto del jirón. Algo más de un sol por persona que encontraba sentada con los vasos alzados. Estaba emocionado, los saltos que daba entre pasos lo impulsaron más y más lejos. En otro jirón, un señor gordo y descuidado. Otra niñita de su misma edad. Una nenita con caramelos de limón en la mano. Otra embarazada. Otra señora con bebe en brazos. Un niño con los moquitos al aire y más caramelos de limón. Y así continuó. Y seguía feliz. Su primo se aburría ‘Ya nos vamos, ya no tienes plata nada más que para los pasajes. Ni un helado te pudiste comprar, enano malcriado’.

Un tiempo pasó cuando regresó al Centro nuevamente. Se sorprendió. Otra vez la misma señora en la misma esquina, en la misma situación. Se desprendió de sus padres y se le acercó. “Señora ¿qué le pasó? ¿Por qué sigue acá?”. La señora le respondió, “colabórame por favor hijito”. “Pero ya le di la otra vez”. No lo reconoció. Una mano lo cogió del brazo. “Vamos, oye”. Lo obligaron a continuar.

Ella no era la única, al seguir vi a todos los demás en los mismos lugares. Se sintió inútil, todo había sido un fracaso. La señora no dejó de pedir “limosnita”. Inútil el sol cincuenta que le facilitó.

Le preguntó a su papá “¿‘, por qué la señora me pide más?”. “Porque es floja” respondió colérico.

No es cierto (esa respuesta es el escape de “los adultos”), debe haber algo, algo, algo. Un motivo. Pero qué, qué. Pensaba.

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