Incendio

De pronto, el bus se detuvo. Se escuchaban voces de personas expresando preocupación: esas voces son inconfundibles para mí.

Adolfo me dijo: ‘Mira eso’.

El espectáculo era impresionante: grandes bocanadas de humo negro inundaban el cielo. Las casas calcinadas se caían a pedazos. Un incendio.

Me percate de algunos detalles:

▪ Un hombre estaba siendo revivido (por así decirlo) por ciertas personas de una ambulancia en plena carretera. Su cuerpo brillaba por la carne viva que lo devoraba poco a poco.

▪ Algunos niños lloraban al lado del afectado, comprendieron quizá que no sólo perderían su hogar.

▪ Un perro, a la distancia, se encontraba en el medio de dos paredes hechas de fuego vívido. Temblaba extendido en el suelo, botaba espuma por la boca y sus ojos permanecían completamente blancos. Muerte inevitable.

▪ Algunas señoras corrieron con lo poco que pudieron sacar, se dirigían desesperadas hacía la ambulancia.

▪ En todo el tiempo que el bus estuvo detenido, nunca llegaron los bomberos.

Luego, el bus dejó la indignación a un lado junto al resto de personas que alrededor de cartones quemados lamentaba su desgracia.

En todo el trayecto no se me quitaba de la mente la imagen del perro moribundo.

 

Perro moribundo. Perro moribundo. Perro moribundo.

Llegué a mi casa. Todo normal.

Me duché. Tenía un compromiso, se me hacía tarde.

Planché mis arrugadas prendas dispuesto salir. Me despedí de mi perro que me miraba incomprendido durante todo el trajín.

Tomé el primer bus que pasó por el paradero.

 

Perro moribundo. Perro moribundo. Perro moribundo.

De la nada, algo se detuvo en mí ¿dejé encendida la plancha? Trataba de recordar: las escenas del planchado y todo lo que poseo quemándose me lo impidieron.

 

Perro moribundo. Perro moribundo. Perro moribundo.

Me dispuse a bajar inmediatamente del bus repitiéndome: ¡No otra vez!.

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