Para la psicología social, el ser humano posee una tendencia innata que lo lleva a formar categorías sociales (grupos), identificarse con algunos de ellos y diferenciarse de otros. Durante la guerra, esta diferenciación se vuelve más crítica y menos consciente. Los prejuicios y estereotipos que formamos acerca de los otros guían una manera específica de vincularnos con ellos y de identificarlos como miembros o enemigos de nuestro grupo de pertenencia.
Se propone que el no reconocimiento del otro como ser humano, produce su denigración y la negación de algunos de los aspectos más básicos de la experiencia humana. Si dejamos de ver a los otros como iguales, como humanos, y los percibimos únicamente como objetos bélicos qué posibilidad de diálogo hacia la paz se puede generar.
No necesitamos ser nosotros mismos quienes disparen las balas o cometan las torturas para utilizar recursos, mecanismos y estrategias que deshumanicen al otro. Las justificaciones y legitimaciones que aceptamos con respecto a la guerra representan una forma de deshumanización indirecta, con la cual nos lavamos las manos, culpamos al enemigo y seguimos con nuestras vidas sin darle mayor importancia a lo sucedido.
Durante los años del conflicto armado interno, sucedió un hecho, a mi parecer, deshumanizante. El conflicto ya había comenzado hace algunos años, sin embargo el centro de este era en la sierra del Perú, alejados de las clases dominantes y dirigentes del país. Asimismo, las víctimas en estos primeros años eran discriminadas y buena parte de la población limeña no podía reconocerse ni mostrar empatía alguna ante el sufrimiento de estas personas. Era como si el conflicto no existiera, pues el discurso hegemónico que se trasmitía en la ciudad era de un negacionismo total sobre el conflicto.
De esta manera las víctimas eran doblemente victimizadas (valga la redundancia) debido a que eran deshumanizadas por los actores enfrentados en el conflicto y eran también deshumanizadas a través del olvido y la indiferencia expresada por parte del resto del país.
Cuando una sociedad se encuentra sumergida en una rigidez ideológica caracterizada por la absolutización de criterios valorativos y esquemas interpretativos de la realidad política y social, produce una idealización de organizaciones, dirigentes y estrategias de acción. Esto, sumado a un escepticismo que niega el conflicto y sus consecuencias reales y objetivas, genera mayores niveles de deshumanización.
Actitudes como esta avalan y justifican la impunidad frente a estos actos y legitiman el poder de un grupo para tomar las decisiones acerca del conflicto. De esta manera, es importante poder humanizar el conflicto, en la medida en que no nos volvamos ajenos ante el sufrimiento de otros. Existen modificaciones tanto cognitivas como afectivas que debemos tomar en cuenta para que de esa forma las consecuencias psicosociales del conflicto no sean tan graves y que eventualmente se pueda lograr un diálogo encaminado hacia la paz.
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
Lima, 23 de abril de 2012.