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EL SÍMBOLO DEL PESEBRE

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EL SÍMBOLO DEL PESEBRE

El pesebre es una especie de cajón donde comen las bestias, así como el lugar destinado para este fin. Es pues el símbolo de la carencia y de una lacerante exclusión.

 

La historia de Belén es un relato sobre parias y necesitados, que ya no sólo están recluidos en los barrios marginales o los bajos fondos. Cuesta difícil aceptarlo pero, en no pocos casos, la sociedad toda se ha convertido en un ghetto. Y en varias partes se encuentra una madre que no tiene como vérselas al momento del parto; familias hacinadas en tugurios que, incluso, son inhóspitos para la vida animal; huérfanos y niños anónimos que carecen del abrigo y sustento necesario desde el inicial vagido.

 

Los pobres de todos los pueblos son nacimientos vivientes, a la vista de cualquiera todos los días del año. Para ellos la navidad no tiene una historia sorprendente tras de sí. El estado de necesidad y el sacrificio forman parte de su “estilo” de vida. En cambio, lo que si les llama poderosamente la atención es como esa historia de pobres de Belén se ha convertido, por una suerte extraña y ridícula, en un lucrativo negocio. Otro accesorio de la insaciable maquinaria comercial.

 

La lógica despiadada del consumo adoptó el símbolo del pesebre como un insumo de su industria. Asimiló a la navidad con recreaciones mercantilistas, parodiando la vida dura y sublime de las pobres gentes. Papá Noel, árboles adornados y regalos envueltos con el lujo de la frivolidad, han pasado a ser ornamentos de una navidad traicionada. El ritual comercial ha transformado la historia de pascua en algo banal. Hasta los pobres se han vuelto ajenos a su propia historia de navidad.

 

Ya no hay un sólo Belén. La Noche Buena se ha multiplicado en incontables noches de desamparo. Los villancicos no son más que ecos lastimeros de niños sufrientes aquí y allá. Las manos vacías de las madres, que no tienen como alimentar a sus hijos, son pesebres vacantes. Están abandonados por los hombres y por el Dios que, acaso, ha huido avergonzado de tanta falta de humanidad.

 

La navidad fue hurtada a los que sólo son ricos en historia de indigencias. Y, reescrito con el arte de la opulencia, ésta historia se vende ahora a los que, como nunca antes, se sienten más empobrecidos.

 

Es una paradoja cruel como la historia de los bienaventurados de la tierra se ha convertido en un instrumento más para acentuar las penalidades de la pobreza. Otra ocasión para que los privilegiados de siempre amasen fortuna con las compras navideñas, pagadas con el desconsuelo y la impotencia de los que sólo pueden compartir sus carencias.

 

Así, la navidad ya no es la esperanza coronada de los pobres. En su lugar, los adornos que cuelgan de puertas y ventanas, las luces de bengala, la estrella de escarcha y los gorros rojos y blancos, son los nuevos signos del olvido. Toda la parafernalia navideña desplaza en importancia a los que deambulan hurgando en la basura su cena de noche buena.

 

El 24 de diciembre, a medianoche, recordemos a todos los prójimos olvidados, y recibamos al Dios nuestro. El de los pobres en realidad.

Carlos Castillo Rafael

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