‘Al Gran Chaparral’
Eran los días en que el cometa Halley nos visitaba. Una soleada mañana de mis vacaciones escolares del lejano 1986 en algún lugar de la urbanización Santa Catalina en La Victoria acompañaba a un puñado de hombres y mujeres tocando puertas por todo el vecindario. Era casi el mediodía y el sol de verano quemaba más fuerte sobre nuestras cabezas. Yo solo esperaba a que transcurrieran los últimos quince minutos del servicio. Habíamos casi completado las manzanas asignadas y solo esperábamos la orden del conductor para dar por terminada la jornada y volvernos a nuestras casas. Nos agrupamos en una esquina y nadie se atrevió siquiera a sugerir que faltaba ocuparnos de un callejón de fachada ruinosa, el cual tenía flanqueada la entrada por dos tipos semidesnudos de apariencia intimidante que mostraban, al parecer con orgullo, las marcas de su azarosa vida en el cuerpo.
El siempre correcto hermano Olivares, ducho en estos menesteres, esperó con paciencia a que los predicadores rezagados se unan al grupo. La espera se volvió tensa, al menos para mi, quién siendo apenas un niño me iniciaba en la poco comprendida pero encomiable labor de salir a la calle a predicarle a la gente acerca de Dios.
Al cabo de un momento estábamos todos. No faltaba nadie. De repente pensé, al observar con detenimiento a nuestro numeroso grupo, que nosotros para los demás lucíamos intimidantes también. El hermano Olivares, se dirigió al grupo de publicadores con su típico estilo flemático: “Hermanos, todavía nos quedan algunos minutos de servicio. Falta cubrir ese callejón. Recuerden que tenemos que dar a conocer la palabra de Dios a todos sin distinciones. Así es que entramos todos de dos en dos. Cada uno protege a su pareja”.
“¡Al Gran Chaparral!” arengó la extrovertida hermana Ercilia, nomás terminadas de dar las instrucciones, para sorpresa nuestra, dejando relucir sus blanquísima dentadura que contrastaba con la tez oscura de su piel morena.
Animados y armados de nuestras biblias y algunas revistas ingresamos al callejón, predicando con denuedo a todos con quiénes nos encontramos en ese lugar.
Fueron muchos sus años de servicio a Dios y yo fui testigo de ello.
Descanse en paz, hermanita Ercilia Joya,