Novah en “La vidente”
Los pocos minutos que paso a solas con Novah, luego suelo recordarlos como instantes de bochorno, de repentina confusión; me sudan las manos, se vuelven torpes e inútiles, apenas logro controlar mi respiración. Novah llega siempre a la misma hora, con paso cadencioso y mirada distraída. Temprano aún, sin suficientes comensales, un comedor casi vacío la recibe a mediodía. Al entrar, se confunde entre las mesas; el tapiz, los cuadros, todo queda hecho de ella. Un ingrávido salto la deposita ante el posible llanto de dos pequeños “infantes”, que incrédulos, la miran por vez primera, y sin perderle un solo detalle quedan ambos pronto satisfechos de su belleza. Una madre, visiblemente contrariada, apenas y contiene sus protestas, prefiriendo evitar una escena de celos, antes la saluda, mirándola con cortesía, incluso sonríen, son ahora amigas de toda la vida. Me apresuro a desaparecer (con el fin de luego ser encontrado por ella), Novah esta en la mesa de siempre, mis colegas ríen observándome desde la trastienda, agazapados, pero cómplices de mi inquietud. Nuevamente estoy solo, estamos solos, la sueca, los gemelos, Mrs. Leighton en la caja (que es como si no estuviera), el rumor de los compañeros; Novah y yo, al fin solos. Novah trae un vestido con flores invisibles, chaqueta azul y sandalias indescriptibles, cruza sus piernas como acto supremo de asentamiento, eleva sus ojos por sobre el resto de mortales y busca a aquel ser enclenque, el del temblorcillo crónico en la voz. Lo ve aparecer presto, extrañamente decidido, sorteando mesas vacías, dando un vistazo a su alrededor. Estoy nuevamente frente a ella, me sudan las manos, observo las suyas posarse una sobre la otra, noto restos de comida sobre la mesa, ella los nota también pero no dice nada, recoge sus manos llevándolas hasta su regazo, entonces se descubren sus rodillas por completo, dejando el tímido asomo de unos muslos torneados. Ella me mira buscándome los ojos, insiste, no se desespera, se cansa, pierde el interés, ordena lo de siempre y queda callada. El ruido de la calle la distrae por momentos, observa por la ventana, se entusiasma y pronto queda prendada de aquel paisaje convulso y soleado.
Esta vez, al parecer, simplemente la trajo la costumbre, un inesperado error de cálculo. Sin embargo, ahora lo veo en sus ojos, Novah permanece imperturbable a causa de una imagen semejante a la de un niño tendido a media calle. Todo es confuso y relativo cuando me asomo a sus ojos sin que ellos me presten atención. Pero de pronto, en un último atisbo, noto su indiferencia en un ademán oportuno. El niño calla desorientado ante la inminencia de unos frenos usados a destiempo. Novah prevé el desenlace. Íntegra, mantiene aún su cortesía, agradece mi prontitud y antes de verme partir en busca de su orden me llama al oído y susurra mi nombre. El paisaje, vuelto calmo en un segundo, insiste en mantener su estúpido cariz soleado. Pienso un momento en el niño y en la madre que inútilmente correrá a asistirlo pero Novah me ha dicho que esta noche podré verla y entonces ya nada importa. La sueca mira a Novah y pregunta si algo ha sucedido, en ese momento, los infantes inician un fuego cruzado de audaces berridos, que oportunos, coinciden con el estruendo ocasionado por el impacto de un niño y su destino. La sueca salta de un grito, se aproxima a la ventana. Entre la espesura de mediodía una pequeña multitud apresura el paso en busca de aquel cuerpo sin vida. Los niños se empujan unos a otros, buscando contagiarse con un poco de ese morbo gratuito. Me dicen que cierre el lugar pues Mrs. Leighton se ha puesto mal, no soporta la presencia de curiosos y menos el lagrimeo compasivo de algunos extraños. Novah toma a uno de los gemelos entre sus brazos, el llanto cesa repentinamente, acaricia sus cabellos, parece decirle algo al oído también; de inmediato, en el pequeño rostro de la criatura parece dibujarse una expresión segura, pero sinistra también. La sueca, sumamente impresionada, reclama en un grito el bienestar y mejor suerte de sus pequeños. Los brazos de mamá se encargan de acoger a cada uno; primero, tras asegurarse de la presencia de ambos gemelos, lleva a uno de ellos hasta su carrito, el llanto de este parece no incomodarle en absoluto. La sueca no tarda en buscar su bolso, encontrar sus llaves y la ahora callada figura de su otro retoño. Novah en medio de la confusión me ve regresar con su pedido, ya no lo quiere, cierro las puertas del establecimiento con una sola imagen en mi mente. Algunos problemas le son insignificantes a Novah, por más que intenta dejar al pequeño con su madre, este parece aferrarse con más fuerza a sus brazos, al placer del contacto con su cabello negro, a la tibies de sus senos puros. Mi vergüenza ya no tiene disimulo, un niño de pecho me ha celado sin razón.
2004