Cine como espacio de argumentación 2013-1

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Este ciclo 2013-1, se dictó el taller de Cine como espacio de argumentación, a cargo del profesor Christian Estrada Ugarte. En el curso, se propuso analizar tres películas: Ladrón de bicicletas, Recursos Humanos y Martín (Hache) en las que los personajes se enfrentan a dilemas éticos que intentan resolver mediante diferentes propuestas. Nuestro objetivo es que los asistentes reconozcan y evalúen los argumentos que los personajes defienden. Asimismo, esto sirve como punto de partida para definir una postura personal sobre el dilema ético en cuestión y sustentarla con eficiencia.

Los alumnos prepararon como trabajo final reseñas de las películas analizadas. Hemos seleccionado los cuatro mejores trabajos de este grupo y se los presentamos a continuación.

Martín (Hache) de Adolfo Aristarain

por Sofía Hilario

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Un primer travelling lateral nos invita a descubrir un mundo que se va exhibiendo a través de los nuevos espacios en ON que se observan a medida que la cámara avanza. La música rock, el alcohol y las drogas se entremezclan para sugerirnos un ambiente juvenil y desordenado; por lo tanto, intrigante. Si bien ya sabemos que la historia se desarrollará alrededor de un joven, no sabemos exactamente cuál es el conflicto de aquella historia. Este es pues el primer momento clave para emprender el viaje hacia la trama que gira entorno a Martín Hache.

“La hache es una letra muda”, no se pronuncia, se pierde, no tiene lugar. Así es Martín Hache, un joven de 19 años que no sabe lo que quiere, un marginal que no encuentra su lugar ni en la sociedad aristocrática, ni en su familia, ni entre sus “amigos”. Está solo y, además, tal vez lo más importante, no existe, no tiene nombre: Martín es el nombre de su padre y Hache es una consonante muda, no es nada.

Martín es un personaje déspota, totalmente negativo, que trata de aparentar ser un fiel representante de la aristocracia, que sabe de vinos, buenos lugares, que no se identifica con su país, que odia lo cursi, que no acepta el matrimonio y que se droga, como lo hace su hijo. Esto nos prueba que el título de padre ejemplar no le queda, y el pescado lo delata en el restaurante.

La distancia es también un tema central de la historia; los espacios (oficina – discoteca) los kilómetros y palabras se encierran en un conjunto de relación padre-hijo. En esta relación, no hay una preocupación por ayudar al marginal a encontrar su verdadero lugar; no hay un “te amo”. Y por más que “el único que cuenta es el varón”, no hay varón si no hay nombre: su padre solo lo llama Hache.

 “Hay que aceptar las reglas del juego” oímos allí. Ser un buen padre no se logra escribiendo “El asesino difuso”, dando un padre sustituto o llevándose al hijo a España con mentiras. Ser un buen padre se logra aceptando que ser independiente es ser un esclavo, contradiciendo su desamor por Argentina diciendo “te quiero, pibe”, dejando al hijo en las manos de la ciudad argentina donde los techos lo protejan. Ser un buen padre se logra respondiendo al “no sé qué carajos soy”, dando un nombre, suprimiendo la “H” y brindando “por Martín”.

 Fuente de la imagen

http://foxmundi.blogspot.com/2011/10/martin-hache.html

 

Recursos humanos de Laurent Cantet

por Natalie Nuño de Guzmán

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En el análisis de esta película, me gustaría observar el papel de Franck como un héroe postmoderno que se encuentra enajenado por ser un ente desclasado, ni obrero ni directivo: está en una suerte de limbo que no permite ninguna identificación con ningún bando en la disputa. Este personaje tiene como impulso a la acción la búsqueda de sí mismo; tiene la expectativa del reencuentro con su familia por el regreso a casa, pero este retorno  enfrenta su yo de la infancia, identificado con su padre obrero que era su modelo,  con  la figura de su jefe, su nuevo mentor.

Desde mi punto de vista, Franck definitivamente no es un héroe clásico, pero sÍ es una especie de héroe, no por el hecho de revelarse contra los opresores y vengar el despido de su padre, sino más bien por el uso de su condición de “outsider”, que a la vez los conoce a todos y no conjuga con ninguno, para evidenciar la lucha de clases que atraviesan todas las relaciones humanas. Es por esto que es un héroe postmoderno, porque desde su situación, no de vencido, sino de “desbanderado”, alienado por las burocracias y viéndose incapaz de ser un obrero o despedir a uno, decide, en un intento desesperado por definirse a sí mismo y reencontrarse con su yo de la infancia, revelarse contra el opresor.

Si bien Franck no tiene procesos marcados de hibris, anagnórisis y final trágico como los héroes clásicos, sí hay procesos similares en la película, que asemejan el camino del héroe hacia su destino inevitable. En esta película, la anagnórisis de Franck es un proceso que comienza lentamente con la incomodidad frente a la posición de poder, que luego evoluciona en desconfianza cpor el descubrimiento de la lista de despidos de la fábrica. Este descubrimiento lleva al personaje a enfrentarse, en primer lugar, a su jefe, en una posición arrogante y soberbia, pero luego  lo conduce a descubrirse parte de una cadena de poder en la que su mentor es solo un eslabón al igual que él. Esta es la mayor revelación para Franck y aquí también empieza su proceso de hibris, ya que él, moralista y recto, se ve traicionado por su propia arrogancia y, en la cumbre de su hibris,  de su descontrol,  se enfrenta al padre, quien ha decidido no acatar la huelga iniciada por su hijo, pues él le debe al trabajo en esa fábrica la educación que le dio a ese mismo hijo suyo en París.

En cuanto al final trágico e inminente, la idea de escapar, de seguirse buscando a sí mismo es el final trágico e inminente, porque nos deja una interrogante casi perpetua: ¿cuándo termina entonces la búsqueda?, ¿no es acaso suficiente seguir los propios principios para ser feliz?, ¿se puede ser feliz? Si bien todas estas preguntas parten de la interrogante final hecha hacia el protagonista: “¿Cuál es tu lugar?”. Todas estas son también interrogantes para quien ve la película, y son reflejo de las preguntas reales que las personas reales se hacen continuamente.

Fuente de la imagen:

http://elcineyderecho.blogspot.com/2010/10/ressources-humaines-el-poder-de.html

 

Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica

por Mario Núñez Cornejo

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La película nos muestra a la Italia extremamente pobre de la posguerra, y en esta a una familia nuclear sumida en la pobreza, en la que “el Otro” no importa y en la que uno debe resistir estoicamente la adversidad. Se nos muestra a un padre que  pugna por un puesto de trabajo frente a un colectivo endurecido, insensible e indiferente. Necesita un trabajo que le asegure ingresos que posibiliten la subsistencia y reproducción de la familia. Bajo estas circunstancias, un puesto de trabajo lo es todo. Dado el nivel de pobreza y la gran adversidad, el deseo de triunfar lo es todo, tanto que hasta podrían empeñar la intimidad.

 El Ladrón de Bicicletas es un relato secuencial, parsimonioso y descarnado, inscrito en un espacio temporal de dos días, donde las desventuras de la familia Ricci son tan recurrentes que parecieran forman parte de la condición de clase. Se pasa de la desesperación a la sensación esperanzadora y reconciliadora de estar frente a la ansiada seguridad y felicidad. Se pasa, a su vez, de la renovadora alegría a la desesperación producto del robo, inoportuna y nunca esperada trasgresión causada por la triste y dura realidad social que se evidencia en las calles, en las gentes, en las actitudes, en la ciudad. No obstante, no todo es oscuro; entre los desventurados, hace su aparición la solidaridad. Desafortunadamente, aun cuando se da, verdadera y desinteresada, resultará infructuosa.

 La bicicleta es un elemento simbólico, que aparece solo en breves momentos, pero aun así logra permanecer espectralmente en nuestro imaginario durante toda la película, para convertirse en la protagonista sobre la cual ha girado toda la historia. Luego de conseguir liberar su bicicleta de la casa de empeños, para lo cual la familia tuvo que empeñar sus sábanas; y mientras Antonio Ricci pegaba los carteles, la bicicleta le es robada. Este es un momento de quiebre en la película, tras el cual retorna la necesidad, la pobreza, la angustia, la desazón, la incertidumbre por perder el objeto que posibilita la subsistencia y el progreso de la familia. La búsqueda de la bicicleta, su recuperación, marca la línea argumentativa sobre la cual todos los actores deben transitar. Posterior al robo, Antonio, por el resto de la cinta, ya no retornará a la casa, y se sumirá, más bien, en una búsqueda titánica para ubicar la suya en un mar de bicicletas. Intenta desesperadamente ubicarla acompañado de su hijo, quien tendrá la tarea de intentar reconocer sus partes en un mercado en el que se han desguazado cientos, sino miles, de bicicletas, la mayoría de ellas seguro robadas.

 Luego de ubicar y atrapar al que se piensa es el ladrón, Antonio nuevamente se enfrenta a un colectivo transgresor e indiferente ante su desgracia, ante su situación de precariedad social en la que la Ley es un convidado de papel. Así, vemos cómo toda la reserva de dignidad y estoicismo que caracteriza a Antonio se resquebrajan ante la desesperación; y ceden dando paso al Antonio trasgresor, quien en, un intento frustrado de apropiarse de una otra bicicleta, es atrapado, ajusticiado y denigrado ante la mirada desesperada de su hijo.

 Tras ser liberado por el despojado, que se compadece de la evidente miseria, ignominia y desesperación de Antonio y el doloroso sufrimiento de su hijo, Antonio es tomado de la mano por su hijo, el cual le manifiesta su incondicional amor y lealtad. Así, ante la pobreza, que subalterna al proletariado, se evidencia a la descendencia como su mayor y única riqueza, la cual es, finalmente, la razón y el sustento de su existencia, pero también su desgracia.

Fuente de la imagen:

http://escopofilicos.blogspot.com/2011/07/ladri-di-biciclette.html

El espacio como determinante del conflicto irreparable entre padre e hijo

Comparación de tres películas: Ladrón de bicicletas (De Sica), Recursos Humanos (Cantet) y Martín (Hache) (Aristarain)

por Cristina Sáenz

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Tanto Ladrón de bicicletas como Recursos Humanos manejan largos silencios en los que la cámara nos guía para observar de manera minuciosa los espacios en los que se mueven los sujetos. Se nos muestran con detalle las calles de los pueblos por los que transita Antonio Ricci, acompañado por su hijo Bruno, en búsqueda de la bicicleta robada o los ambientes de la fábrica donde Franck trabaja como aprendiz de jefe y Jean Claude, como obrero.

Nos damos cuenta a primera vista de que los directores, quizás deliberadamente, nos muestran un determinado contexto histórico; sin embargo, en este punto es pertinente hacernos una pregunta: ¿Por qué es que Martín (Hache), a diferencia de los personajes principales de las otras dos películas antes mencionadas, no nos muestra con mucha calma cada espacio? ¿No hay una situación histórica a la cual nos quiera remitir el director? A simple vista, se podría decir que no, pues esta película no señala expresamente un contexto en la historia más específico que las nuevas tendencias surgidas en la vida social desde finales del siglo XX y apreciadas en el contraste Argentina/España  en la película.

Entonces,  ¿qué es lo que vincula a estas tres películas? La respuesta está en

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el desarrollo de cada una. Estas, pues, se dan en torno a lo más real que puede existir en la esfera natural de los seres humanos: la relación padre – hijo. En todas las etapas de la vida del hijo, la infancia (en el caso de Bruno), la juventud (vista en Hache), la adultez (aplicada a Franck), se halla la figura del padre distante en un sentido espacial, lo que, además, se proyecta en el plano emocional.

Entonces, ahora podemos remitirnos nuevamente a los espacios luego de esclarecido el tema vinculante. Las tomas mostradas tienen la particularidad de causarnos una leve sospecha de que hay un problema constante, que los escenarios en donde transcurren las películas, ya sean pocos o muchos para cada filme, presentan un ambiente enrarecido. Esto no sucede a causa de la producción de cada película en un determinado contexto histórico, sino que precisamente la relación padre-hijo, al ser tan conflictiva, se deberá mover en espacios llenos de tensión, aspereza e inestabilidad.

De manera deductiva, podemos afirmar que no había forma de que cada película no termine prácticamente tal como inició, ya que cada silencio, objeto, calle, persona, circunstancia, línea o diálogo, nos encamina a afirmar que efectivamente el conflicto es irremediable; que el vínculo padre-hijo nunca será más cercano que en aquellos momentos en que esta relación era mediada. Nos topamos con la realidad de que Antonio, Martín y Jean Claude nunca podrán hablar más allá de cosas superfluas para los sentimientos de sus hijos, que se limitarán siempre a tratar de encaminar a estos hacia lo que se consideran imperativos morales del hombre: tener honor; ser productivo, respetado y masculino; con una ruta marcada, sin objeción a los parámetros. Por lo tanto, no había forma de que Antonio y Bruno logren encontrar la bicicleta; de que Hache y Martín vivieran juntos en el mismo departamento o en el mismo país; o de que Franck se sienta él mismo con su padre y con su ciudad natal y permanezca ahí.

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Por último, es importante señalar que la posibilidad de acercamiento era nula, ya que el lugar de los hijos, en el preciso momento en que se desarrolla cada película, no estaba al lado del padre: Bruno aún no estaba listo para enfrentarse al ambiente público, su lugar era al lado de su madre; Hache no tenía dirección y no podía permanecer al lado de un hombre que ya tenía una vida planeada; y Franck no podía permanecer en un lugar en el que debía ser jefe o subordinado, nunca amigo.

Fuente de imágenes

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http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/radar/00-06/00-06-11/nota4.htm

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