A las 2:15 de la madrugada sonó el teléfono. Camila contestó:
-Aló, ¿Sebas? – dijo somnolienta.
-Hola Cami, ¿Cómo estás? ¿Qué haces? – respondió Sebastian con voz entrecortada–. Discúlpame por llamarte a esta hora, lo que pasa es que…
-¿Qué pasa, Sebas? – preguntó Camila intrigada, mientras bostezaba .– Puedes contarme todo lo que quieras-. Bostezó otra vez.
-Es que…me da un poco de vergüenza contarte esto…- dijo Sebastian sofocado por los calores de la noche, mientras daba vueltas en su cama.
-Dime, no importa, no se lo voy a contar a nadie, te lo juro Sebas, sabes que puedes contar conmigo… ¿o no?- agregó Camila.
-Sí, pero no…bueno…entonces te digo…
-¡Espera! Tengo una llamada en la otra línea – contestó intempestivamente Camila:
-¿Aló? ¿Cami?
-Hola, Paloma, ¿Cómo estás?
-Mal – respondió sollozante ésta – no puedo dormir.
-¿Qué ha pasado? ¿Sebastián te ha hecho algo? – preguntó Camila.
-Sí, hemos terminado… lo que pasa es que Sebastián me engañaba…
-¡¿Qué?! ¡No lo puedo creer! ¿Sebastian?- dijo incrédula Camila- Pero parecía el chico más fiel de Lima.
-Sí… eso también pensaba yo…y…después de todo…- respondió Paloma afligida.
-Pucha…lo siento Cami, enserio lo siento mucho… Espérame un rato tengo una llamada en la otra línea.
-¿Aló? – dijo Sebastian.
-Hola Sebas, discúlpame es que estaba hablando con mi prima…la que vive en… Suecia, a veces llama a esta hora – afirmó Camila.
-Bueno, ahora si te digo, lo que pasa es que no puedo dormir – dijo decidido Sebastian – y como hoy no terminamos de hacer lo que estábamos haciendo porque vino tu viejo…me quede, bueno, tu sabes, me quede con ganas… ¿Entiendes?
-¡Sí! Pero… espera un toque, mi prima otra vez- dijo Camila y presionó el botón de la línea dos -Sorry, Paloma, ahora si, cuéntame ¿Qué paso exactamente?
-Nada Camila… – dijo suspirando- me engañaba con una amiga suya, me da tanta rabia.
-Sí, te entiendo Paloma, pero en el fondo yo sabia que Sebastian era un pendejo, así que mejor que haya pasado esto de una vez.
-¿Tú crees Cami?- dijo Paloma dubitativa.
-Sí, tonta pero espera, me llaman – respondió y presionó el botón de la línea uno- Ya Sebas ahora si. Dime, ¿qué quieres que haga? ¿Qué gima, qué me la corra contigo, qué te diga cochinadas?
-Lo que tú quieras Camilita- respondió Sebastian ahora con más confianza, mientras sentía que el moribundo que aprisionaba con la mano derecha ahora revivía con cada ardiente palabra pronunciada por Camila – ¡No pares Cami ya me vengo!
-Un toque, ya regreso Sebas – respondió Camila y presionó el botón de la línea dos -. Bueno, Palomita, creo que es mejor que duermas bien y no pienses más en el imbecil de Sebastian, porque sólo un imbecil perdería a una chica tan linda como tú. Además, dicen que se viene rápido…
-Jajaja, no sé, nunca hice nada de eso con él, por eso es que me engañó. Bueno, gracias por todo Cami, no sé que haría sin ti amiga. Cuídate mucho.
-Ya no te preocupes, para eso están las mejores amigas.T te quiero mucho. Chau – dijo Camila y, descuidadamente, creyó presionar el botón de la línea uno – Sebas, ¿sigues ahí? ¿Quieres que siga gimiendo o ya te viniste?
-¿Qué? – respondió Paloma desconcertada – ¿Qué acabas de decir?
-Mierda – murmuró Camila y colgó el teléfono, con la certeza de que al menos por esta noche ya no volvería a contestar.
“Que no se hable más” por Pamela Quintero
Lucy levantó la mano y la movió suavemente para indicarle que estaba allí.
-¡Hola! – decía Josué mientras se sentaba frente a ella.
-¿Cómo estás? – preguntó Lucy
-¡Bien!, ¿qué haces? – dijo él ojeando los papeles que estaban sobre la mesa
-¡Nada importante! – contestó y como no quería perder tiempo, pues el clima no era muy bueno, añadió al instante – ¿puedo decirte algo?
-¿Por qué pides permiso? – preguntó Josué
–No sé – respondió ella
-Bueno, entonces di lo que tienes que decir
-Pero – ella titubeó un poco y al fin añadió – ¿prometes no enojarte?
-Jajá jajá, solo dilo
-Primero promete no enojarte – dijo Lucy
Josué no respondió y solo la miró escépticamente
-Lo que pasa es que siempre te enojas por las cosas que digo y a veces ni siquiera te importan – explicó ella
Él continuó callado y volvió a ojear los papeles de la mesa
-¿Ves? – replicó ella- ¡No te interesa nada! ¡Di algo!
-¿Hola? – dijo él y sonrió
-¡Eres un inmaduro! – le gritó Lucy con un tono casi furioso – ¿Puedes hablar por una vez en tu vida en serio?
-Está bien – respondió Josué casi indiferentemente
-¡Júralo!
-¡Por diosito! – respondió burlonamente
-¿Por qué te comportas así? – preguntó Lucy recriminando su actitud
-¿Cómo así? – dijo él
-Sabes – dijo Lucy y se calló. Levantó la cabeza por un momento; al bajarla, sintió que unas gotas resbalaban por su rostro.
-¡Olvídalo! – dijo mientras se ponía de pie, cogía sus cosas y se echaba a correr antes que la lluvia, que empezaba a hacerse más fuerte, terminara por empaparla.
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S/T por Pablo Quevedo
– ¡¡Buenas, buenas caserito!! ¿Qué le parece 150 manguitos por este pastorcito alemán de pura cepa? Tiene solo dos mesecitos, dijo enfáticamente el comerciante con un tono de quien trata de convencer a su interlocutor.
– ¡150! -respondió el peatón-, ¿pero, será fino no?
– Por supuesto caserito. Tócale su cabecita, suave, las encías negritas están, las orejas paraditas.
– Mmm… ¿No hay ninguna rebajita?
– No pué caserito eso es lo mínimo, este cachorro es de puro pedigrí.
– Veo, veo, pero que es… acaso… esto…. ¡¿Tiene chicle detrás de las orejas?!
– No, no debe de habérsele pegado por ahí, respondió el vendedor tratando de insinuar la trampa.
– ¡No pues maestro! Uno interesado y usted tratando de engañar.
– ¡No casero es que en realidad es un doberman!
– A mi no me engañas choche, te pago 50 luquitas por este chusquito.
– Casero, a 100 no más ¿Qué le parece?
– Míster, me lo llevo, con pulgas y mugre, todo a 65 mangos.
– Ya pué casero, qué se hará.
– Muchas gracias, ahora me lo llevo para darle un buen baño. Sigue leyendo
S/T por Nuria Allemant
-Tengo miedo – dijo mirando al piso
-¿Miedo de qué, Emilio?
-De lo lógico, Mariana, de que algo salga mal
-Nada va a salir mal – dijo mientras suspiraba – Hemos planeado esto por todo un año
-Lo sé pero… ¿qué pasa si la policía lo descubre todo?
-Tenemos a la policía más inepta y corrupta del mundo… eso no puede parecerte un problema
-Sí, pero…
-Además – le interrumpe- sólo imagina esos tres millones en tu bolsillo para el amanecer… ¿No te gusta este país? Vete a otro, vete a los que quieras. Es una fortuna y la vida comprada por sólo jalar un gatillo apuntando bien
-Qué poco – susurra sarcásticamente
-Ya basta de mariconadas, Emilio. Decide de una vez. Puedo hacerlo sola, pero eso sí; los seis millones para mí. Tienes minutos. En minutos tenemos que hacer el trabajo. Habla, ¿qué dices?
-Que te calles, el tipo sale del edificio, es ahora.
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S/T por José Milla
-No puedo creer que se haya puesto de esa forma por una simple y vieja chaqueta – dijo Morgan.
-Pues, cabe la posibilidad de que sea muy importante para él – susurró Miquel.
-Lo dudo, cosas así solo me muestran su inmadurez – comentó Morgan, mientras servía dos copas de vino. Hubo una larga pausa.
-¿Recuerdas ese elegante sombrero que compré hace unos días? – preguntó Miquel, llevando la taza de vino hacia su boca.
-Sí… me pareció raro no verte con él.
-Bueno, la verdad no me gustaba mucho y se lo di a Ian – dijo, antes de tomar otro sorbo de vino.
-¿Qué hiciste qué? – preguntó Morgan sobresaltado.
-Se lo di a Ian – repitió serenamente Miquel.
-¿Y se lo diste a él sin tomarme en cuenta? – exclamó enfurecido Morgan.
-Pues sí… creo que él es quien más lo necesita. Además no veo porque ha de importante tanto un sombrero como al inmaduro de Ian – replicó con la voz tranquila Miquel.
Hubo un silencio crudo, el cual aprovechó Miquel para tomar otro sorbo de vino.
-Sé a que quisiste llegar – comentó luego de un rato Morgan. – No era para que yo haga las cosas tan dramáticas con Ian.
-No sé de que hablas – respondió Miquel con la misma tranquilidad de siempre.- Pero me alegra que quieras arreglar las cosas con él… ya estaba pensando qué hacer para lograr que entres en razón – agregó Miquel luego de tomar el último sorbo de la copa de vino.
“María solamente de noche” por Marino Mateo
Y despertó a lado de una señorita en la barra de la cantina “María solamente de noche”.
-Me gustan las vocales abiertas acompañadas siempre de un silencio efímero- le dijo la señorita mientras se tomaba otro copa de whisky.
-A mí también, sobre todo si es con amor en plena cama- dijo el joven luego de ser abordado por el comentario de la señorita-. Desnudos- agregó.
EL joven le hizo un gesto con la cabeza hacia a un esquina. La señorita entendió y aceptó en silencio. Se dirigieron con cautela y zigzagueantes por el alcohol. Llegaron a la esquina. Se miraron. Se acercaron entre sí. Dos besos. Tres besos breves. Uno con lengüita. Unos toques por el contorno de la cintura. Un Censurado. Volvieron a la cintura. Bajaron. Un Censurado. Subieron. Se miraron nuevamente.
-Creo que porque tienen ese sentido de lejanía con el mundo, aquélla que uno necesita cuando piensa que nada es cierto y todo resulta vacío, incomprensible, y luego quizá asombroso, ¿no crees?- dijo la señorita.
– Te comprendo aunque no creo en el destino- dijo el joven.
-¿En qué crees?- preguntó la señorita.
– En las mañanas de cielo con nubes- respondió el joven-. ¿Te gusta el cielo con nubes o sin nubes?
-Ahora, me gusta el destino con nubes- dijo la señorita.
Tres besos breves. Un Censurado nada más. Se miraron. Cambiaron de lugar: de una esquina a un baño para hombres dentro del mismo local. Se quitaron la ropa a ciegas dentro del baño mientras se besaban. La prenda roja de la señorita caía. El pantalón y la casaca tirados en el piso, mojados.
-¿Me amas?- preguntó la señorita.
-En este lugar sí, mucho- dijo el joven.
-¿Qué es el amor?- preguntó la señorita.
-Sexo y whisky- respondió el joven-. ¿Y para ti?
-Varios destinos con nubes- dijo la señorita.
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“Día festivo” por Luis Carrión
-Llegó tu gran día, miserable – dijo el carcelero
-Sí que llegó, y si que es grande, infeliz – respondió el prisionero
-Oye bien – indicó el que tenía las llaves, señalando a través de la pared.
-Día festivo es aquel que mi muerte honra, día en que los niños satisfacen su morbosa curiosidad, en que los perros deleitan sus lenguas en charcos de sangre mía. La bulla, los gritos, las risas de las mujeres, burlonas, el olor del pan que penetra en la roca de mi celda fría. Es un paraíso lleno de paz y júbilo.
-La muerte es una fiesta – asintió el guardián – un carnaval de mortales que se reúne a rendir culto al apogeo de la vida humana: su final.
-La culminación de tan larga espera es la mas digna entre las dignas de un ritual tan espectacular y puro como el que oyes, carcelero mío –
-Y tan necesario, cautivo de mi alma. – agrego el carcelero, mientras una lágrima rodaba por su mejilla
-Y ¿por qué llorar en la antesala de mi peripecia? – preguntó el condenado
-Quiero morir –
-No te es permitido celebrar conmigo, Caronte – agregó el cautivo
-Dime si vale la pena morir – dijo a manera de pregunta el centinela
-De eso no hay duda, y vale las penas de toda una vida terrenal el descubrir la gloria del acto en la escena final –
-No oigo nada sino murmullos afuera. Los mismos que escucho cada vez que pierdo un amigo – dijo el guardia, con voz temblorosa.
-Son las trompetas de las puertas de Kiev – añadió el recluso con picardía.
-Quiero morir. Hoy – dijo el carcelero a punto de quebrarse.
-Visita mi tumba, hermano, y yo te contaré las mejores historias de aquel país al que tanto deseas viajar –
-Y yo dejaré flores marchitas sobre tu lecho – dijo el guardián, un poco más calmado.
-No me dejes flores, déjame un pan – indicó el condenado con una sonrisa en el rostro.
-Feliz muerte, mi amor – dijo el carcelero mientras sacaba de su bolsillo un puñal y un segundo después la yugular condenado salpicaba sangre por todo el lugar, pintando los barrotes de un rojo intenso y lubricándolos para que el muerto resbale suavemente por ellos hasta tocar el suelo.
Segundos después, entró el comisario, acompañado por el verdugo y un sacerdote. Al ver la sangre del condenado derramada por el suelo, y al carcelero besando la mano del muerto los hombres se paralizaron por un momento. El sacerdote rompió el silencio:
-El público esta esperando. Alguien debe morir en el estrado –
Y tomándolo por los cabellos, el verdugo arrastró al carcelero hasta la salida.
“La letra extraña” por Rey Mosqueira
“Lamento que estès enojada justo el dìa de hoy: el sol es fresco, la gente es poca y tenìa pensado ver còmo el sol se guarda entre nuestras islas”, leìa Rafael totalmente enfrascado en el cuento y sentado en el piso apoyado en una pared de ladrillos y de piernas cruzadas; de pronto, una chica se le acerca :
-¿Còmo mierda puedes estar ahí y con esa calma imperturbable, aun cuando ya todos los saben? -Sus ojos rojos ya acusaban algùn asomo de làgrimas- ¿No serà que la ùnica engañada aquì fui yo? ,¿sòlo dime por qué lo hiciste? Ya deja de ver esa pàgina que no lees y mìrame, carajo, una sola vez con sinceridad. ¿Acaso la vida para ti es ya solo un juego?
Rafael, con la mirada puesta en la lectura y sin asomo de molestìa, cambia la pagina e intenta leer, àvido, el final del cuento; fue tal vez el sonido de la hoja con la punta del pulgar el detonante, porque la chica rompiò en un llanto furioso y empezó a gritar:
_ Mataste al +Angel, huevòn, lo mataste, mataste a ese necio que te dio la vida- dice por fin, entre gritos y sollozando, como quien libera algo profundamente guardado.
Ël, al fin, levanta la cabeza y fuerte, aunque con algo de tedio, dice:
_ ¿Quièn demonios eres tù y de què Angel me hablas? -. Con gesto de moderada molestia, cierra el libro, se levanta y se va.
En esa instensificaciòn de silencio y tiempo, la chica solo atina a verlo de espaldas. Esa casaca beige de siempe, piensa, y aunque ya està algo màs lejos, aùn puede distinguir las iniciales de su florido nombre, nombre que èl mismo habìa bordado en el cuello de esa, su casaca favorita.
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S/T por José Rubina
– Pequeña zorrita intrépida, ¿Por qué me has engañado?- Julio estaba borracho, en-la-mierda, despeinado, con la camisa arrugada, moviendo exaltado una botellita de cocacola con ron. Ella le había dicho que no iría a la discoteca, por lo menos no a esa, y el no quería ir a ninguna, si es que no iba a ir ella, pero había terminado en esa por cuestiones de aburrimiento. Ella estaba en esa discoteca. Él hubiera querido ir con ella. Ella le hubiera podido haber dicho. No le había dicho.
– ¿Qué te pasa?- le dijo ella, molesta, gritando molesta, pero también porque la música estaba muy alta.
– Nada, no me hagas caso, estoy borracho.
-¿Tú? Qué milagro.- ella seguía mortificada. Julio decidió obviar el comentario.
– ¿Cómo así estás acá? Pensé que te sentías mal o algo.
– Te preguntaría lo mismo. Tú nunca vienes, pero tampoco es que nos debamos explicaciones.- Julio sintió un golpe seco en las costillas.
– ¿Qué tienes?- respondió, buscando entender la reacción de ella; siempre le preguntaba lo mismo y nunca entendía. Nunca había llegado a entenderla. Qué rica estaba.
– Ay ya, no me molestes.- ella le dijo, mientras miraba alrededor buscando una vía de escape.
– ¿Quieres bailar?- Julio preguntó esto sin saber bien por qué. Aún en reflexiones futuras, nunca entendió por qué chucha se le ocurrió decir eso. Julio no entendió muchas cosas esa noche.
– Estoy cansadísima. Ya nos vemos más tarde.- respondió ella, y sin embargo, recién eran las once. No se volverían a ver en toda la noche, ambos lo sabían.
Mientras Julio la veía perderse entre el humo, las luces y los cuerpos bailantes, alcanzó a decir, casi para sí mismo, como en un grito ahogado:
– Calla cachera.
Nunca hubiera podido decírselo a la cara. Aún siendo tan inmaduro, aún estando tan borracho, se resignaría a morir en silencio, sin que a ella le importara, sin que ella se diera cuenta.
Eso es lo peor de todo, sin que ella se diera cuenta.
En efecto, ella era una cachera, pero esa noche Julio no se enteraría. Solo lo dijo por no tener qué más decir, y porque en esos tiempos sonaba fuerte una nueva canción de DJ Warner.
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S/T por Julio Buiza
Luego de que por mucho tiempo se habían cruzado sus miradas con cierta intensidad, Nicolás se acercó a la joven y le preguntó:
-Disculpa, creo que nos hemos visto en algún otro lugar- dijo él con voz temblorosa.
-Sí. Tengo la misma sensación pero no logro recodarlo con exactitud.
-Dime, ¿cuál es tu nombre? – dijo el joven con una voz mucho más segura.
-Me llamo Felicia Ordóñez, ¿y tú?
-Nicolás Paredes. Tengo 24 años y soy soltero- entre risas.
-Pues que casualidad: tenemos la misma edad- dijo la joven, mientras sonreía-. ¿Eres de por aquí?
-No, me acabo de mudar a esta ciudad la semana pasada, y recién hoy descubrí este parque. Está muy bueno para sentarse largas horas a meditar.
-Siempre hago eso, es bueno hacerlo aunque sea de vez en cuando, pero aún no logro recordar donde te he visto- dijo la joven poniendo las manos en el mentón.
-¿Podría ser que toques en alguna banda?- dijo el muchacho con ojos esperanzados-. Solo dos veces he venido a esta ciudad, y una de ellas fue por una guerra de bandas que realizaron en el centro.
-¡No! ¡Imposible! Soy muy mala con los instrumentos. Definitivamente no nací para la música.
-No se me ocurre otra cosa…
-Tú dijiste que has venido dos veces a esta ciudad, ¿cuál fue la razón de la otra visita?
-No puedo decirlo, me da vergüenza.
-¡Dime!
-En serio, no puedo. Es muy vergonzoso- dijo intentando no ver la cara de Felicia.
-Sea lo que sea, prometo no reírme ni tampoco juzgarte- dijo con una voz bastante firme.
-Bueno, está bien. La otra vez vine para ser el chambelán de mi prima.
-¿Y eso qué tiene de vergonzoso?
-Es que en pleno “Tiempo de vals”, se me desamarró un pasador, me tropecé y caí junto con mi prima- dijo con una cara que se tornaba cada vez más roja.
-¡No puede ser! ¡Eras tú!-dijo entre carcajadas-. Sí estuve ahí, mi tía que es madrina de la quinceañera me llevó.
-Entonces somos primos de cariño.
-Se podría decir.
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