La escritura y narración de cuentos y fábulas siempre me ha parecido una de las diferentes ramas de la literatura más interesantes e ilustrativas. Estos escritos pueden ser cortos o extensos, realistas o fantásticos, claros o confusos, pero siempre están impregnados de historias que nos invitan a la reflexión. Creo que a comparación de las otras ramas de la literatura, los cuentos pueden ser leídos y comprendidos muy fácilmente por cualquier persona, tiene un alcance universal, pero el mensaje que nos deja es muy relevante. Y en ello radica lo más significativo de los cuentos. Estos escritos nos narran y a la vez nos aleccionan, sus historias hacen referencia a temas como la amistad, la confianza, la indiferencia, etc.; temas con los cuales nos desenvolvemos cada día y sus personajes pueden reflejar fielmente a nosotros mismos. Los cuentos dicen más de lo que está escrito. Por ello me anima la escritura de cuentos o relatos. Me gusta pensar en crear una historia sencilla y didáctica, pero que tenga un contenido muy profundo. No sé si podré crear cuentos que constan de las características que he mencionado, no lo he practicado hasta ahora, pero me gustaría aportar algo. Poder transmitir lo que uno piensa a través de un cuento es muy complicado, pero cuando se logra los resultados son más que gratificantes. Sigue leyendo
Archivo de la categoría: Semestre 2007-II
Esteban Pole
Las letras y Yo
Novalis
Cuando pienso en lo que me impulsa a escribir, se me viene a la mente algo que podría llamar voluntad de poder. Un intenso deseo de que la realidad corresponda, para bien o para mal, a mis deseos o inquietudes. En la literatura, a diferencia de la vida real, siempre se tiene el control. Debo agregar que la fantasía de acceder a otras realidades a través de la ficción es algo que siempre me ha llamado la atención.
Para mí, al menos ahora, escribir es algo que hago porque sí, por entretenerme, en un acto lúdico en el que me libero y plasmo mis ocurrencias; por otro lado, responde a mi necesidad de comunicarme, de expresar, mis inquietudes, facetas y vivencias.
Me considero un hijo de mi tiempo. Los sucesos y la cultura actuales influyen directa o indirectamente en mi trabajo. Como buena imaginación posmoderna, la mía no reniega de ningún material: eventos, objetos, experiencias son la materia prima de mi trabajo. Pero es el trabajo de otros creadores lo que más me influencia. No solo se trata de las reflexiones o sentimientos que me inspiran, el hecho mismo de citarlos es parte intrínseca de mi producción. Por ello, considero la influencia como un arte.
Conspira contra mi labor el que, tras el impulso inicial, algo suele frenar mis avances, por eso tengo varias obras a medias. Muchas veces me pongo a escribir varias cosas a la vez y eso no ayuda precisamente a mi obra. Y, antes de que me olvide… generalmente me inspiro en las mañanas o en las noches y trato de escribir en todos los géneros.
Sigue leyendo
Pamela Manaví
Mi nombre es Pamela, soy una estudiante de la universidad Pontificia Católica del Perú. Voy al área de contabilidad, ya que siempre me han gustado los números, bueno mejor dicho, porque desde niña me han inculcado esa idea y fue para mi como una especie de idiosincrasia en mí. Como uno se puede imaginar la literatura y yo éramos hacia ese entonces como dos extrañas.
Sin embargo, cuando estuve en quinto año de secundaria, tuve mi primera ilusión con un mancebo y quería expresar mis sentimientos hacia él, pero que sin que se diera cuenta y es así que escribí mi primera poesía. La enseñé a mi mejor amiga y a ella le gustó, no sé si me lo dijo por compromiso o en verdad le agradó. Pasó el tiempo y no fue tan solo una poesía, sino que fueron cartas donde expresaban mis sentimientos, pero nunca los escritos llegaron a parar en sus manos.
Pasaron algunos meses, la desilusión fue muy grande como el dolor, pero mis cartas no murieron ni tampoco las ansias de seguir escribiendo. Ahora ya no escribía para mí, sino para mis amigas, ya que entre ellas se pasaron la voz que escribía, para su opinión, bien. Desde ese entonces ya no escribo, es por eso que me metí a este taller para revivir la musa que hay en mí.
Julissa Andrade
Al empezar a escribir, a veces, sin un porqué sentimos que las palabras huyen como si le temiesen al papel, pero la literatura sigue ahí; el arte es siempre un torrente que no se detiene, no lo ha hecho y no lo hará. Escribir, en el esplendor de su pureza, es precisamente esa minúscula palabra de magno significado: <
Yuriko Tanaka Ávila
Mi lazo con la literatura comenzó como en la mayoría de los casos, supongo, desde los primeros años de estudio y desde entonces paso a ser algo mas que una simple materia a llevar y aprobar; es pues algo que disfruto, que me permite explorar todo ese mundo que nos quieren presentar y que quiero presentar, ese mundo que a veces solo es nuestro y que nadie mas es permitido a conocer desde su interior, donde nosotros somos los protagonistas, donde en un párrafo leído o escrito esta oculto un mensaje donde solemos revelar nuestros mas profundos sentimientos y aunque muchos no se den cuenta , hay están esperando que alguien se de cuenta de su presencia. La literatura es pues, para mi parecer, una manera perfecta de utilizar las palabras en sus formas más exquisitas para convertirlas en cómplices de nuestra mente y almas.
La idea de hacer cuentos es, para mí, algo que me ayudará a descargar toda esta serie de sentimientos, ideas que están flotando en mi ser y que no encuentran razón para salir. Si bien es cierto que es la primera vez que intento hacer cuentos intentaré en ellos reflejar más que imaginación para crear, intentaré que, aunque estén envueltos en un mundo de ficción, no se escapen y sean parte de la realidad, de mi realidad.
Sigue leyendo
Diego Rodríguez
La relación que tengo con la literatura comenzó cuando tenía alrededor de diez años, gracias a mi abuela, quien me hizo ver que leer no era solo parte de los estudios escolares, sino también una manera de aprender y tener algo que decir a los amigos. Con el tiempo fui interesándome más, no tanto por impresionar a los demás con los conocimientos que adquiría, sino por el placer que me otorgaba (y que me otorga actualmente). Fue a los trece cuando participé en mi primer concurso de cuento corto, en los juegos florales del colegio, en el cual perdí, aunque no sin antes quedar entre los finalistas. Creo que el hecho de haber fracasado a medias me impulsó a seguir escribiendo y, en correlación, a mejorar (al menos eso creo yo). Con respecto a la razón por la que escribo, pues tendría que confesar que no lo había pensado antes. Y lo cierto es que no tengo una respuesta del todo segura, pero podría afirmar que escribo principalmente para mí, como un medio para conocerme, así como medio para expresar las ideas y pensamientos que en cualquier otro caso no podría decir por diferentes motivos. No suelo escribir en base a una realidad en general, sino a una algo más personal, mayormente relacionada con mis experiencias, aunque muchas son las veces que suelo agregar detalles no muy fieles a la realidad para aderezar el contenido. Sigue leyendo
César More Yturria
De príncipes, mendigos y escritores…
Recuerdo con exactitud la primera vez que leí un libro (es obvio que con “primera vez” sólo me refiero a la primera vez que leí un libro por el que me interesé personalmente y no obligado a leer por mis padres o mis profesores como le ha pasado a la mayoría de niños de esa edad). El título me envolvió sin mucho esfuerzo: El príncipe y el mendigo. El autor me era desconocido: Mark Twain (de hecho, de autores sólo conocía a los peruanos pues es en la primaria donde te obligan a leer a una innumerable lista de escritores que debías valorar porque eran “peruanos”; nunca entendí esa analogía).
La novela era tan hermosa, tan estética y tan finamente relatada que se convirtió en uno de mis libros favoritos. Pronto conseguí más de las obras de Twain, las más conocidas, las cuales, a decir verdad, me decepcionaron. No conseguí nada de El príncipe y el mendigo en Las aventuras de Tom Sawyer o en Las aventuras de Huckleberry Finn; por el contrario, me encontré con personajes extraños, mal formulados e historias simples y placenteras que no trascendían. Me desilusionaron completamente. Tal vez haya algún otro que sienta lo mismo por Las aventuras de Tom Sawyer y que repugne, en su totalidad, a El príncipe y el mendigo. Lo más seguro es que Twain no haya prestado atención a cuántos agradaría sus novelas al escribirlas.
Es por ello por lo que ahora escribo: no por saber a cuántos agradarán mis cuentos, sino por saber que habrá alguno que comprenderá, en su totalidad, a una de ellos.
Sigue leyendo
Juan Francisco Cárdenas Rodríguez
Arte ociosa
Siempre me fascinaron los números, que dentro de su aparente simplicidad se pudiesen explicar concretamente aspectos de la vida que en un principio parecerían no tener respuesta. Siempre miré por debajo del hombro a las letras, ese código banal y hablador que, para mí, sólo servía para comunicarnos y que había sido convertido en un arte por ociosos pendolistas (cabe destacar que nunca metí en este saco a la poesía, a la que siempre consideré un arte de abstracción casi algebraica). Yo era una persona numérica, racional, lógica; lo era. En mis primeros años de secundaria, durante la ordenada bimestral de mi cuarto, encontré en un popurrí de exámenes y pruebas de épocas pasadas; luego de leerlos, como postergando el tiempo para ordenar, sentí vergüenza de mí: cómo una persona que dominaba los números a la perfección (no era sí pero quería creerlo) podía sucumbir ante este vano código de parafernalia. Decidí cambiarlo, “metrar” este código, conocerlo y dominarlo. Ene años después, ya maduro, entré en contactos con autores que cambiaron mi pensamiento, me desnumerizaron y entendí que podía ir y hacer lo quisiera con la literatura. Así, con el pasar del tiempo, terminé por convertirme en súbito admirador de los maestros de esta aparente pero enriquecedora arte ociosa.
Ana Lucía Pinillos
No recuerdo cuando comencé a escribir. Probablemente fue alguna tarea para el colegio, de esas que suelen ser tediosas (pues toda tarea empieza con el prejuicio de serlo); y al sentarme a completar esta labor, mientras mi lápiz enamoraba al papel, sílaba por sílaba contándole una historia, yo me enamoré del sentimiento de la creación. De la libertad infinita para decidir los próximos sucesos, de las vividas imágenes que surgían con la precisión del uso del lenguaje. Pero esto último sucedió después, maduró junto conmigo. Sucedió cuando empecé a observar personas, en parques, en micros y en todos esos otros rincones del mundo donde suelen ir las personas a existir. Empecé a darme cuenta de ciertos patrones en su comportamiento, como las miradas desconfiadas a la hora de pagar el boleto, y me maravillé (porque todavía puedo hacerlo). Mi mirada absorbía cada movimiento, lo analizaba, comenzaba a conocerlos. Me parecía increíble como un estilo de vestimenta, una manera de caminar, un gesto, podían decir tanto sobre una persona. Y dentro de este asombro, empecé a escribir descripciones de las personas que veía, luego los introducía en una historia, en una vida. Y, bueno, esta es la historia (castrada, pues es más larga) de cómo comencé a jugar con las palabras, a hacerlas mías, a plasmarlas, a borrarlas; en fin, a escribir. Sigue leyendo
Diego Tuesta Reátegui
Otra tarea (créanme, (no) quiero que me crean)
Escribo porque tengo que hacerlo ya que si no lo hago –como ahora- sería naturalmente un inconveniente. Escribo porque se me ocurre hacerlo, porque en algún lugar mío vislumbró algo que tiene una proyección estética interesante. Escribo porque no hay nadie más discreto y caleta que un papel en blanco. Escribo porque, si no lo hago, lo pienso mas no lo veo… Escribo porque como en las canciones espero encontrar las respuestas que el viento sopla, pero que son indescifrables aún escribiéndolas, aún dejándose escuchar o leer y así “los no quiero” de mi vida como olas van y vienen; suelen irse cuando leo o escucho, vienen cuando vivo (ohhh). Escribo porque cada sentido, nota o palabra es la reivindicación furtiva y pasajera de mis limitaciones y de lo que fue o debería ser (la dama eléctrica). Y no hay grandes misterios, sólo ves lo que los otros quieren que veas y como yo quiero ver lo mío y lo que los otros no quieren ver, escribo y leo. Escribo quizás –como dice Bryce- “porque vuelvo a sentir la necesidad fisiológica de hacerlo cuando lo hago”. Ahora es tanto lo que escribo que, en algún momento, me canso y termino escribiendo “cualquier cosa”. Sin embargo, es preciso mencionar que cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia o mucho sueño.
Sigue leyendo