Archivo de la categoría: Semestre 2007-I

Artículos publicados por alumnos del semestre 2007-I

“Un clamor de justicia” (por Giuliana Zúñiga)

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vaca

Buenos días, señorita periodista, y buenos días a todo el publico televidente. Si me permite usted, señorita, quisiera aprovechar esta ocasión para enviar un saludo a mi prima Hermelinda que hoy cumple… ¿qué, no puedo enviar saludos? ¡Ah! Perdóneme usted, se me olvidaba que el tiempo en televisión es breve. Es que, usted sabe, son muy pocas las veces que a una vaca como yo se le permite salir en televisión, y menos aún a declarar. Comúnmente solo nos llaman para hacer comerciales de leche o cosas por el estilo, ¡nos tienen a todas esteriotipadas! Creo que hasta podría ser considerado discrimina… ¡Ay! Tiene usted razón señorita periodista, de nuevo me estoy desviando del tema. ¡Perdóneme, es la última vez! ahora si le prometo ir directo al grano! Bueno, usted desea saber acerca del incidente que sufrió esta mañana una de mis amigas, pero para que usted y todo el público televidente pueda entender bien que pasó, primero tengo que contarle que motivos la trajeron a mi amiga hasta aquí esta mañana. Créame señorita, es realmente necesario. ¿Esta bien, no? Por supuesto señorita, le prometo ser breve. Sucedió así:

Un grupo de amigas y yo, vinimos a Lima desde Cajamarca en el año noventa, gracias a una buena amiga mía, una vaca llamada Lulú. Fue ella la que nos avisó de este terreno que se encontraba abandonado; ya que el presidente anterior había hecho la promesa de terminar de construir aquí un tren, y como buen político, no cumplió. Nosotras, vacas realmente trabajadoras, hicimos de este lugar lo que es, ¡si usted, señorita, hubiera visto como estaba antes este lugar! Era todo un caos: El tren estaba abandonado y a medio construir, piezas y repuestos tirados por todos lados, abundante polvo por todas lados. Ahora ¿Cómo lo ve, señorita? Claro, una urbanización ordenada, bonita y tranquila. Así marchaba todo, perfectamente, hasta este año, en el que volvió a salir electo el mismo presidente que hace veinte años había prometido construir el tren. Yo no tenía ningún problema con este presidente, señorita periodista, hasta que él comunicó sus planes de reanudar la construcción del tren, que este pasaría por encima del lugar donde esta ubicada nuestra urbanización. Todas las vecinas nos encontrábamos muy preocupadas y por esto recurrimos a nuestra amiga Lulú, de la que le comenté hace un rato; y que, como todos saben, ahora es una figura respetable en nuestro medio político. Ella nos ofreció su ayuda desinteresadamente, realmente es una vaca muy noble y una gran líder. Nos organizó a todas las vecinas en comités y realizamos diversas manifestaciones y marchas frente al palacio de gobierno, en contra de la construcción del tren, pero lamentablemente no recibimos el apoyo que esperábamos. Como todos saben, el viaje inaugural del tren fue esta mañana, y se anunció que el presidente sería el pasajero de honor. Lulú, al amanecer, nos dio una charla muy motivadora acerca de nuestra responsabilidad social frente a la injusticia que el presidente estaba cometiendo con nosotras y que ya era hora de terminar con todo esto. Luego, Lulú nos congregó a todas las vecinas al frente de la urbanización, sobre los mismos rieles por donde pasaría el tren dentro de unos pocos minutos. Pienso que su idea era que el tren se detendría para evitar atropellar a las 120 vacas que se estaba cruzando en su camino; sin embargo todas veíamos con temor como el tren se iba acercando, al parecer sin la menor intención de detenerse. Una a una, temerosas y cabizbajas, fuimos alejándonos de los rieles para ponernos a salvo de una probable colisión, todas excepto Lulú, que estaba a la cabeza del grupo y que continuaba mirando fijamente al tren, como desafiándolo a que detenga su recorrido. Recuerdo claramente como Lulú, dando un paso al frente, levantó la pata delantera derecha en señal de alto, y como luego, un tren que marchaba a 200 km./h, la golpeó y la elevó varios metros por encima del suelo. Como ustedes saben, todo lo que sube tiene que bajar, y quiso la mala suerte que nuestra Lulú cayera en picada sobre el vagón donde se encontraba el presidente y toda su comitiva.

Bueno, señorita periodista, eso es todo lo que le puedo contar, ya que luego, para desesperación mía y de todas las demás vecinas, el tren continuó su marcha a toda velocidad, con nuestra querida Lulú dentro; y, hasta ahora, no tenemos ninguna noticia de ella.
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“Se necesitan forenses en las granjas modernas” (por Álvaro Bretel)

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granjero y vaca

Todas las mañanas el granjero, agitaba dos veces su canoso pelo en la puerta de su hogar y avanzaba sacudiendo su panza de un lado a otro mientras se dirigía hacia las barracas. Llamaba a Margarita, la peinaba con un cepillo de cerdas metálicas para despiojarla. Luego traía un banco, se sentaba y con el más delicado toque, la ordeñaba. En la cara de Margarita se podía ver el goce con cada toque de su ubre. Al finalizar, el granjero le besaba la cabeza y se retiraba a su hogar nuevamente.
Así sucedían las cosas casi todos los días, mientras que a nosotras, las demás, nos ponían esas frías máquinas para ordeñarnos, a Margarita le daban trato de calidad, trato especial. Creo que esa es la razón por la cual no nos acercábamos a aquella vaca arpía, venía y nos contaba de cada sobada que le daba el granjero, de cada toque en su ubre, de cada sensación. Se pavoneaba frente a nosotras, era una vaca egocéntrica, quizás por la crianza, quizás porque simplemente le encantaban nuestras caras de dolor y decepción después de la ordeñada matutina.
Lo peor fue cuando el granjero, trabajó por una semana para que Margarita, su vaca favorita, duerma bajo techo. Una bella casita, llena de pasto de la mejor calidad, de madera, roja con blanco, alta, cálida, cómoda, todo. Admirábamos aquella casa con odio y envidia, nosotras a la intemperie nos congelábamos y usualmente nos enfermábamos, y cuando nos enfermábamos, todos saben que pasa, nos sacrificaban si no teníamos cura. Margarita se acercaba cada mañana a decirnos cuán cómoda era su inmunda casa, cuán bien podía dormir, qué rico podía comer. Maldita perra.
Mi recurrente pregunta, y la de todas nosotras, era, qué le ve el granjero a la obesa de Margarita. El exceso de pasto la hizo engordar y engordar, a ella le gustaba regocijarse con su propia grasa. Era fea, sus manchas eran irregulares en demasía, algunas incluso eran marrones. Era una gorda sin raza, no pertenecía a la estirpe a la que todas nosotras pertenecíamos. Nosotras éramos vacas de familias nobles, ella era de padres impuros. Su ubre parecía una masa gelatinosa de cebo, era fea, le faltaba un pezón, no era tan rosada como las vacas de clase, era beige, que asco me podía dar aquella vaca. Fea, fea, fea, vaca fea y asquerosa, fea y sin clase, fea y sin elegancia. Rabo sin pelos.
El odio fue aumentando debido a todos estos factores, qué insoportable era Margarita. La preferida del granjero. La vaca obesa y asquerosa. La que recibía cuidados como princesa. La que se pavoneaba ante nosotras.
Por pensar en aquellas cosas es que sucedió todo esto. Por manifestar nuestro odio es que estamos en esta lamentable situación. Aún así, siento que no es culpa de nuestro odio, es culpa de la maldita arpía de Margarita.
No he dicho, sin embargo, lo que sucedió después, razón por la cual estamos desdichadas y miserables.
Nuestro odio aumentó y aumentó. Ya no teníamos abasto en nuestros cuatro estómagos para seguir alojando la rabia que teníamos en contra de la arpía. Así que, una mañana, luego de que el granjero ordeñara a esta amorfa vaca, su preferida, Margarita. Le dijimos que le teníamos una sorpresa, ingenua ella, ignorante de nuestro odio (la verdad, era una vaca estúpida, nunca se dio cuenta que la aborrecíamos), le dijimos que iríamos a ver el paisaje y a hablar de toros, cerca de las vías del tren. Así llegamos a este lugar, yo empecé a hablar de mi novio de la juventud, todo iba bien. A lo lejos logramos escuchar al tren aproximándose.
A cinco metros de nosotras, decididas y apegándonos a nuestro plan, empujamos con fuerza a Margarita. El tren no tuvo opción a frenar, descuartizó a Margarita. No nos sentimos mal, nos regocijamos de la desgracia que acababa de ocurrir. Era lo mejor que habíamos hecho en nuestras vidas. Pensamos en la razón por la cual no lo hicimos antes.
El granjero al día siguiente salió a buscar a su vaca favorita. No la encontraba. Caminaba y gritaba. Lo vi llorar. Lo vi patear arbustos. Lo vi golpear paredes. No podía encontrar a su vaca favorita. Llegó hasta el límite de su granja, cuando vio que en las vías del tren había algo extraño. Corrió. Observó. Margarita había muerto. No dudó un segundo de que este cuerpo no fuera el de su vaca preferida. Se echó pedazos de la arpía descuartizada al hombro. Con la sangre chorreando por su cuerpo, corrió, corrió, corrió, corrió. No vi nunca a alguien tan triste. Nunca vi a alguien tan solo. Desdichado.
Aquella noche el granjero apagó las luces de la casa, por último de su cuarto, al parecer se echó a dormir. Pero fue un sueño eterno, ya que el granjero no salió más.
Creemos que fue la depresión la que lo mató.
Así llegamos al día de hoy. Días en los que ya no hay pasto, se terminó. Días en los que no nos ordeñan, no hay nadie que lo pueda hacer. Días en los que las enfermedades nos atacan, no hay nadie que nos sane. Una por una, muriendo de inanición.
Todo porque quisimos ser justas con el mundo y matar a la arpía máxima.
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“La muerte de la vaca Matilda” (por William Dodds)

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vacuelas

Vaca estúpida. Sólo a ella le podía haber pasado algo como eso. Sí, ingenua y estúpida. ¿Cómo se le ocurre hacernos caso? Sí, compañeras vacas, nuestro plan dio resultado. Matilda acaba de morir descuartizada. Atropellada de la forma más espantosa. Jajaja, vaca estúpida.

Así comencé mi relato ante la gran audiencia de vacas que me miraba embelesada. Solamente yo me había ofrecido para cumplir esa tarea. Pero al final, todo resultó según el plan. Matilda era la vaca más mimada de toda la granja. Y no tenía nada de especial como para que lo fuera, era una vaca más, como nosotros. Si al menos hubiera dado mejor leche, o hubiera sido ligeramente más bonita, yo no me hubiera ofrecido. Lo hubiera entendido. Pero no, ella era la favorita. Y ni yo ni las otras vacas de la granja estábamos dispuestas a permitirlo. Una vez que yo hice el trabajo sucio, venía la parte más reconfortante: la historia. Todas esas otras vacas cobardes anhelantes me miraban expectantes, ansiosas por saber más. Y yo esperaba anhelante el clamor que me alzaría como la vaca más valiosa del rebaño. Así que, respondiendo a las preguntas de ¿cómo fue?, continué mi relato.

Ella pastaba tranquilamente, como todos los días, sin hacer ningún problema, aunque siempre la escuchaba decir que esperaba comer un mejor pasto algún día. La muy estúpida. Todavía la más mimada de la granja y se queja de lo que le dan. Y me puse a pastar con ella. Hablamos unas cuantas cosas sin importancia. Ya saben, siempre es bueno ganarse un aliado. Sí, que este pasto es horrible, que el granjero no sabe tratarnos. Sí, así es. Impón tus pensamientos a alguien y te ganarás un enemigo, convéncelo o adopta su propia idea y ganarás un aliado. Así es. Juego mental. Matilda nunca se dio cuenta de mi juego. Cuando por fin la convencí de que debíamos intentar salir del corral y probar nuevos pastos, comenzamos a caminar. Ustedes hicieron su trabajo espectacularmente. La puerta estaba abierta, y sin rastros de su presencia. ¿Cómo podría Matilda sospechar algo? Qué ingenua.

Comenzamos a caminar, y salimos de los dominios del granjero. Por un momento creí que el granjero estaba sobre nosotros, y casi me eché para atrás. Pero todo resultó un simple espejismo. Nadie venía. Compañeras, ese camino fue tan arduo. Conforme avanzábamos, Matilda iba a cayendo en la cuenta de mi plan. No sé cómo, pero se estaba dando cuenta. Casi al final del camino, pude percibir su expresión. No cabía duda, Matilda sabía que planeaba asesinarla. Al fin me plantó cara. Luchamos, como si nos estuviéramos peleando por la preferencia de un toro. Ella era fuerte, pero yo más. Aguanté el dolor de mis heridas, me revolqué unas cuantas veces, pero al final este cuerno que ustedes ven con manchas de sangre se clavó en uno de sus costados. Ya estaba mortalmente herida, pero yo no iba a permitir que se muriera lentamente. No le iba a dejar chances de recuperarse. Aproveché que el tren estaba allí. Le di un par de embestidas y se revolcó. Le di con precisión y fuerza exactas, y allí quedó, tendida, esperando su final. Matilda ya no se podía levantar. Yo no quería verlo, y empecé a volver a la granja, pero el tren vino muy rápido. No pude evitar ver morir a Matilda, y su cabeza cayó a mis pies. Vomité todo lo que llevaba en mi estómago. Fue horrible, pero al final se sobrepuse y regresé. Y aquí estoy, a la espera. Sé que me he vuelto una heroína.

Las otras vacas sólo pudieron mugir en asentimiento. Me sentía realizada, una heroína de verdad. Ahora ya no habría diferencias. Todas seríamos iguales. Otra vez. Qué felicidad sentí en ese momento. En medio de todos los vítores, yo salí a los bebederos a beber un poco, pues la plática me había dejado sedienta. Y he aquí lo vi. El granjero sentado en la puerta del granero. Y vi en su sonrisa malévola mi final. Todo había sido una conspiración. Se rió malévolamente. Y en esa risa percibí que yo era la próxima. Iba a hacer todo para que yo, la vaca Jacinta, fuera la más odiada entre todas las vacas y que planearan mi asesinato. Pero sé que no será así. Un par de cornadas y el granjero morirá. O tal no. Las otras vacas son tan cobardes que ninguna se atreverá a matarme como hice yo con Matilda. Mi final no está cerca. ¡Lo prometo!
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Lo que dijo una vaca

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vaquilla

Nunca se termina de destacar la importancia de la voz narrativa en la constitución de un cuento. Esta dota al relato de una determinada amplitud cognitiva y de una idiosincrasia singular, en un rango de amplitud que va desde la omnisciencia hasta el testimonio de carácter meramente conductista. En esta ocasión los talleristas fueron desafiados a contar el testimonio que una vaca da a sus compañeras sobre la muerte de otra, atropellada por un tren. La anécdota disparatada movilizó las interesantes voces narrativas que aparecen a continuación Sigue leyendo

“Recuerdo constante” (por Héctor Rodríguez)

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borges

Me acuerdo que constantemente tenía aquel sueño : yo, Héctor Rodríguez (seguro de eso), reposando sobre las oscuras sábanas de un catre, aparentemente en el silencioso espacio cerrado de algún hospital, postrado, inerte, inmóvil, seco. Me asombraba e inquietaba la idea, durante los primeros días de aquel insomnio en el sueño , de poder analizarme visualmente, enteramente; casi sentía el placer de palpar, con sumo y devoto cuidado, la aridez de mi piel, la textura de los cobertores, la ondulación de mis cabellos; sin embargo no se me permitió observar mi rostro. Eso me intrigaba sobremanera : sabía que era yo (lo sabía en mi sueño y en mi vigilia), pero mi rostro desconocido, saber que no podía mirarme, como a un espejo maldito y real, era algo atroz para mi. Era preciso adaptarse a esa rutina onírica, constante y recurrente, para indagar de manera fulminante la forma y el contenido de aquel pedazo de carne que me faltaba y que debía pertenecerme. Mi terror (o hasta cierto punto, mi maquiavélica felicidad) estaba en la angustia de verme cercado, casi de manera claustrofóbica, en una prisión en la que yo era actor y espectador, al mismo tiempo. Luego el terror devino en la vigilia. Andaba insoportable el día entero, hasta cuando la sensación lúdica del sueño me espesaba los ojos y caía rendido. No conseguía nada en aquellos ulteriores días.
– Es un sueño estúpido, ¿verdad?-inquiría, de vez en cuando, a algún amigo.
-Relájate, a menos de que el hombre que sueñas pueda matarte, no hay nada de que preocuparse ……jajaja- me dijo Alicia, una noche que retocé con ella.
Ya empezaba a perder la paciencia, hasta que dejé de soñar con aquel extraño sujeto, que era yo. Por aquellos días, encontré en mi biblioteca un arcano libro, fechado en 1942, de Jorge Luis Borges, llamado Historia de la muerte de un hombre en mis sueños . Lo leí con pasión, con fervor, con fe, hasta asustarme por completo; de pronto, con un previo escalofrío que recorrió mis vértebras y una emoción de excitación inexplicable que me aceleró los latidos, sentí que la modorra me embargaba las pupilas, sentí el cuerpo pesado, las manos inmóviles, las piernas entumecidas y el pecho agitado. Me vi de pronto en el sueño, en aquel sueño obtuso, en aquel espejo insomne. Me detuve, me acerqué a la cama y contemplé el cuerpo, lo contemplé ansiosamente, luego di con el rostro : el infierno en el que me sentí al ver aquella cara fue incomparable………luego de sufrir durante un siglo comprendí la magnitud de aquel descubrimiento : era Jorge Luis Borges muerto, era Héctor Rodríguez el espectador. Mi cuerpo estático y mi mente disipada no podían más. Luego, él abrió los ojos y me miró. La oscuridad vino hacia mi. 30 segundos después oí una voz dulce y condenadora :
-Jorge Luis, despierta, soy María-. Sudé frío al abrir los ojos. Sigue leyendo

“Continuidad en mi parque” (por Diego Martínez)

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perro

Acababa de llegar al parque con “Mus”, mi perro, y una pelota de fulbito para no aburrirnos. Estaba un poco cansado, con la barriga un poco llena, y un poco preocupado porque al día siguiente tenía que participar en el concurso de matemática en el colegio. Caminamos hasta casi el medio del parque y allí le saqué la cadena a “Mus”; mientras él corría como un loco de un lado a otro jadeando feliz, yo me senté en el pasto junto a la pelota. De pronto sentí que alguien me miraba y lentamente voltee hacia la pileta que se encontraba a unos cuantos metros detrás de mí. Había un señor sentado en una de las bancas que rodeaba la pileta, que me miraba con ojos dubitativos. Por un momento, absurdamente pensé que se podía tratar de un cazatalentos de algún equipo de fútbol de la ciudad, así que me levanté en seguida y me puse a practicar tiros al árbol con mucho profesionalismo. Estuve haciendo el ridículo con la pelota por unos minutos; sólo Mus parecía entenderme y corría detrás de la pelota y la dejaba a mis pies, siempre babeada. Cuando me disponía a voltear de nuevo, para ver si aquel señor seguía ahí, sentí pasos que crujían en las hojas secas del parque y una voz que me preguntaba “Hola, disculpa, ¿tienes hora?” rápidamente miré mi reloj, me voltee, lo vi y le dije que eran las cuatro y media en punto. Se quedó pensando por milésimas de segundo con la cabeza mirando al cielo, y luego, muy amablemente me dijo un simple: “Gracias”. No alcancé a responderle nada, él ya caminaba con mucha prisa hacia la esquina del parque. Su rostro me era muy familiar, se parecía mucho al de la foto que sacaron en el periódico, el del que mató a un muchacho en un tiroteo. Recuerdo que la historia de la muerte de ese chico se había vuelto un mito en el colegio, todos lo comentaban. Que había sido un buen alumno en el colegio, que siempre tenía buenas notas y que ganaba concursos, que era el preferido de los profesores, que era un buen deportista y que jugaba mucho fulbito. Sólo que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado, se había encontrado en medio de un tiroteo y una bala le había impactado directo en el pecho, se había desangrado porque nadie pudo auxiliarlo a tiempo, el tiroteo duró lo suficiente para que no llegaran por él. Su cuerpo yacía tendido sobre hojas secas, junto a un perro que se encontraba acostado a su lado y una pelota de fútbol con la que habría estado jugando. Esto le habría ocurrido, por darle la hora a uno de los integrantes de la banda que acababa de robar un banco cerca de aquel parque. Sigue leyendo

“Un mal recuerdo” (por Melissa Lazo)

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silueta

Me acuerdo que desperté en mi cama con el reloj de mi padre en la mano que marcaba las 4 de la tarde. Un poco confundida abrí la puerta de mi cuarto y me dirigí a la cocina para buscar algo de comer. Enseguida vi a mi madre al final del pasillo y traté de llamarla, pero no pude. Mi voz se había apagado. Me desesperé y traté de correr hacia ella, pero no tampoco conseguí hacerlo. Se sentía como si tuviera los pies amarrados al suelo.
Los siguientes minutos los recuerdo vagamente, me veo rodeada de varios primos, mis hermanos y algunos amigos gritándoles con todas mis fuerzas, pero ninguno parecía escucharme. Era la primera vez que me sucedía algo así y no sabia que hacer. Vi la puerta de mi casa abierta y corrí en busca de ayuda. Todo había cambiado. Las calles estaban vacías y las tiendas cerradas, no lograba comprender que pasaba.
Asustada trate de regresar a mi casa y sin recordar como logre llegar a la puerta e inmediatamente sentí como si una fuerza me jalara hacia atrás y me tumbara al suelo.
Finalmente logre despertarme y acostada sobre mi cama pude ver el reloj de mi padre en mi mano marcando las 4 de la tarde.

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“El sueño” (por William Dodds)

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lee

‘Me acuerdo del roche que protagonicé hace tres años en una actividad del colegio’, pensó Marco, recostado en la cama de su habitación del campus de la universidad de Yale mientras leía. Se había acordado de la última vez que vio Linda sólo porque su nombre aparecía en el libro que estaba leyendo para coger el sueño. Ya sabía lo que sucedería: no importaba cuánto más leyera, no iba a poder sacarse de la cabeza la espantosa pelea que había tenido con Linda el último día que la vería. No había dejado de pensar en ello desde entonces.

Sólo había sido una tonta pelea al principio, que tenía como el tema el hecho que uno no hubiera invitado al otro al baile de fin de año, para después variar hasta los temas más impensados. ‘Ya no quiero pensar en ello. Fue demasiado vergonzoso’. Marco había sido el que peor había quedado, pues Linda no había vacilado en sacar todos los trapos sucios con tal de no ser ella la perdedora. Así, lo había privado de la amistad de todo el mundo, incluso de sus mejores amigos, tan malas eran las cosas que le había dicho.

Por suerte, Marco, aunque muy dolido, no le dio tanta importancia. Ya el colegio había terminado y se iría a estudiar a la universidad, igual que todos sus amigos. Ya no importaba que sus amigos no le hablasen, ya tendría tiempo de hacer nuevos amigos. Lo que más le había dolido era que Linda le hubiera hecho eso delante de todo el mundo sólo por una tontería. Y, después de tres años, la herida no le había cerrado.

Convencido de que el libro que tenía entre manos no era bueno para su ánimo, dado que el personaje principal se llamaba Linda, decidió dejarlo y cambiarlo al día siguiente por otro. Se volteó y se tapó con las sábanas, aún pensando en Linda, su gran amor de secundaria. No duró mucho tiempo despierto: se durmió a los quince minutos.

Nunca se imaginó que iba a soñar lo que estaba soñando, en especial porque él nunca se acordaba de lo que soñaba. Linda y él estaban en el baile de fin de año, bailando juntos. Marco tenía a Linda abrazada como si nunca más la fuera a ver, casi con miedo de que así fuera. La canción era perfecta, el ambiente era perfecto. Sus amigos no se atrevían a intervenir, a la espera de que Marco le propusiera a Linda que fuera su novia –o al revés. Si así hubiera sido, los tres años que ya llevaba en la universidad hubieran sido tan diferentes… De pronto, en su sueño, Marco sintió que alguien lo llamaba. Sabía que debía despertar. A regañadientes, despertó y contestó el teléfono. La llamada que recibió fue de lo más sorpresiva. La voz de mujer sólo le había dicho:

“Lamento tanto lo que sucedió en el baile de fin de año, Marco. En este momento, me encantaría que todo hubiera sido como acabas de soñar en el sueño que yo he tenido”

Marco supo que era Linda y no dijo nada más. Sólo sintió que su mundo se desmoronaba y que todo se disolvía en el aire. Luego, volvió a dormir.
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“Soñando con alcohol y gomina” (por Álvaro Bretel)

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borrrachos

Al retornar al campamento, después de comprar suficiente alcohol y nicotina, estos chiquillos de catorce años, se cercioraron que el profesor Serra estaba durmiendo. Luego se escondieron tras unos arbustos, sacaron el ron y la gaseosa que habían comprado, prendieron unos cigarrillos y empezaron con la faena. Bebieron y fumaron, y dejaron que las horas pasaran solas. Transcurrido el tiempo, Pablo, ya bajo los efectos del alcohol, balbuceó y se dirigió al grupo, se dispuso a contar otra de sus famosas historias. «Ya escuchen, yo estaba con la Normita, que ricas tetas tenía, cuando se las toqué por primera vez las apreté hasta que le dolieran. Le gustaba que le toque los pezoncitos rosados que tenía, los cogía con los dedos y lentamente…»

Con el sonido de campanas se levantó bruscamente y entró a bañarse. Al rato, salió con la camisa dentro del pantalón y los zapatos bien lustrados, y fue donde su madre. Ésta, hacendosa como siempre, cogió un manojo de gomina y se lo echó a su Pablito en la cabeza, lo peinó con raya al costado. Pablo, listo, colocó sus libros bajo el brazo y se fue al colegio. Lo único que pudo pensar en el día, era en el sueño que había tenido. «Cigarrillos, alcohol, mujeres, ¿será pecado soñar con esto? Tengo catorce años y no debo soñar con esto». Por la noche, después de hacer sus tareas, cenó e inmediatamente se fue a su cuarto. «Jesucito, perdóname, no es mi culpa el que sueñe con esto». Luego de pedirle perdón a su Dios, se echó a dormir.

«¡Oe, qué chucha les pasa! Ya se que estoy jateando en el pasto, déjame. Estoy ebrio y es lo que los ebrios hacen, jatean.». Dispuesto a seguir bebiendo, Pablo contó el sueño que tuvo. «Alucinen que soñé que era un pavazo. Se los juro, era un huevón, mi mamá me peinaba con raya al costado. Y pa cagarla más, rezaba, ni cagando soy así. En verdad, ¡que tal pavo carajo!» Después de estas palabras, Pablo continuó contando acerca del día en que le tocó los senos a Normita. Ya era tarde, uno por uno dejaron la historia a medias y se fueron a sus carpas a dormir. Todos pensaron en las heroicas acciones de Pablo, ¡qué petizo, a esa edad, no quiere tener el honor de juguetear con los senos de una mujer! Por último, el héroe, también se retiró a su carpa. Ebrio, con frío, pero satisfecho de haber complacido a un grupo de libinidosos pendejitos de catorce años, se acurrucó con una manta y durmió.

«Historias llenas de acciones pecaminosas no dejan de atormentarme. Dos noches seguidas, soñando con los senos de una mujer, con muchachitos bebiendo hasta la inconciencia, humo de tabaco y libertinaje». Pablo entró a la ducha tratando de despejar su mente, buscaba evadir esos pensamientos, pero no pudo, atacaron su mente una y otra vez. Vio las imágenes con tanta claridad, que todo parecía ser real. Estaba seguro de que había incurrido en pecado, estos sueños, no eran normales en un niño ¿A qué se debían? ¿Qué diría su mamá si se enterara? ¿Sería castigado por Dios? Pablo salió más temprano que de costumbre con rumbo al colegio, pero antes hizo una parada en la Iglesia de Fátima. Entró y se arrodilló en un confesionario. «Padrecito, he tenido sueños recurrentes llenos de lujuria, vicios y desenfreno. El pecado me agobia en las noches, no quiero volver a dormir».

Pablo, cuando pudo pensar detenidamente, se preguntó a sí mismo, «¿Por qué uno sueña con quien no es?»
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“Me acuerdo, pero no me acuerdo” (por Carlos Quispe)

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Beatas

Me acuerdo cuando confundí a la mamá de mi enamorada con su abuela, felizmente ella nunca se enteró, pero me cuerdo que sucedió durante una procesión del Señor de los Milagros. Mi enamorada me dijo que fuera a ver a su mamá, que debía estar con su abuela, mientras ella compraba canchita. La vi a la señora con su velo blanco y vestido morado, estaba sola así que pensé que era la abuela, además como no se le veía bien tras el velo y todas las mujeres de esa familia eran iguales creí que la abuela estaba por otra parte. Le dije hola pero ella no me contestó porque estaba rezando y esa mujer es de las que reza con tal fervor que parece que está en trance. Ahora que me acuerdo bien ella tenía varias peculiaridades: no le gustaba el Cardenal pero cuando tuvo una oportunidad se le abalanzó para besarlo y alabarlo, tampoco le gustaban las fotografías porque creía que, según una revista, el alma se podía quedar atrapada en la imagen y así otras cosas más que no me acuerdo. No sé porque no puedo acordarme de otra cosa que no sea la procesión y solo cuando hay luz porque otras veces no me acuerdo de nada, a veces creo que es un sueño cada vez que veo la luz, no sé. Me acuerdo del Señor de los Milagros, de su cara pálida, de María Magdalena, de Dios, me acuerdo del humo pero no logro recordar su olor ni el sabor de la canchita. Me acuerdo de haber visto fijamente el retrato del señor de los milagros, de haberme concentrado tanto en él que en un momento me pareció verme en él. Luego me llamaron para una foto, extrañamente la mamá estaba contenta, nos pusimos todos en posición: mi enamorada con la canchita, la abuela con su sahumerio, la mamá con su velo y yo. Después de eso no me acuerdo más, pero a veces cuando hay luz veo figuras de personas posando, de personas sonriendo. Por ejemplo ahora veo unas personas sonriendo, el señor de los milagros atrás de ellas, canchita, velo y sahumerio y sobre estas una inscripción: nunca olvidaré este momento, cada vez que lo vea será como que vivo en él y solo en él. Sigue leyendo