Archivo de la categoría: Semestre 2007-I

Artículos publicados por alumnos del semestre 2007-I

“Me miras, te miro, ríes, lloro” (por Álvaro Bretel)

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pasarela

No doy más que el primer paso, apresurada para entrar a la pasarela, cuando a lo lejos veo dos ojos, hermosos, nunca había visto ojos de esta clase en mi vida. Ya acercándome cada vez más, la figura del hombre más precioso del mundo se va armando progresivamente. A cada paso, un detalle más de belleza es agregado a su completo físico. Paso frente a él, se que él me está mirando, siento sus ojos perseguir cada paso que doy.
Tengo que hallar alguna forma para entregarle mi número de celular y el número de habitación en la que me quedaré. No me rechazará, tiene pinta de soltero, tiene pinta de tener plata. No hay duda en que este hombre irá a mi habitación en cuanto sepa cuál es.
Se acabó mi primera pasada, me quedan seis intentos más, seis posibilidades para darle mis datos al misterioso hombre. Por un lado, no parece ser un trabajo complicado, aquel hombre está sentado en la primera fila, justo en un extremo de la pasarela. Por otro lado, todos tienen los ojos fijos en mí. No puedo decepcionar a mi agente de ninguna forma, no puedo decepcionar al diseñador. Se darán cuenta si me agacho y le alcanzo el papel a este extraño. Se darán cuenta si arrojo un papel.
Cojo un papel, un lapicero cualquiera, apunto mi número de celular y el número de habitación, no puedo olvidarme de mi nombre tampoco (aunque hay que admitir que soy famosa, él sabrá mi nombre).
Segunda pasada, primer paso. Todo tranquilo hasta el momento, en este primer intento de darle mi número. Tengo el papel arrugado en mi mano, mi mano puesta en puño, como siempre lo hago, no siendo tan agraciada, ya que ahí radica mi belleza, en los rasgos fuertes, marcados, un tanto masculinos, pero que aún así son de una de las mujeres más bellas del planeta. Claro, mi fotografía emerge en cada calle, ya sea posando en lencería o alguna marca de jeanes. Quien no quisiera pasar una noche conmigo, justo esta, le daré la oportunidad a un extraño (será extraño, pero es hermoso).
Estoy frente a él, tomando cada fracción de segundo para pensar mis movimientos, no podré arrojárselo, mi agente me ve fijamente. No puede dejar de verme, no se si será porque me ve como un producto, o porque en verdad admira la hermosura, gracia, garbo, clase, que puedo irradiar a través de cada uno de mis poros. El primer intento es fallido, no he podido arrojarle el papelito, todos me ven.
Me preparo para una tercera pasada. Poniéndome este nuevo vestido (que calza perfectamente en mí. También, qué vestido no calza en mí, mi figura es espectacular. Soy la envidia de cualquier mujer, y la mujer que todo hombre quisiera tener. En verdad, que hermosa soy y el espejo lo dice), caigo en cuenta de que necesito fuerzas, sorbo un largo trago de vodka puro, servido en una gran copa de cristal, digna de princesas y damas de alcurnia como yo. (No he comido nada desde ayer, ya estamos de noche. De niña, mi madre me dijo que nunca tome alcohol con el estomago vacío, decía que se subía más rápido). Antes de salir a la pasarela, guardo el papelito entre la planta de mi pie derecho y el zapato de taco, supongo que si logro mover con clase mi pantorrilla, el papelito saldrá volando directamente hacia mi hombre misterioso.
Tercer intento, nuevamente decidida. Muevo mi cabeza con elegancia, muevo mi cuerpo con elegancia, todo en mi se mueve como elegancia. Aunque ese trago de vodka ya está causando sus primeros estragos, mi cabeza empieza a sentirse más liviana, siento como se va con el viento. Igual, qué importa, soy hermosa y todos se fijan en eso. Frente al extraño una nueva ocasión, lo veo y el me ve, trato de arrojar mi pie hacia él, pero el papelito no sale despedido, no encamina su trayectoria hacia el blanco que yo le había propuesto. Mi agente me ve de lejos, noto rabia en sus ojos, está enojado por haber hecho un paso tan brusco, pero todo sea por mi hombre misterioso.
Otro cambio de vestido. Ya me está dando calor. Pido que me limpien el sudor de la frente, como tengo esclavos, ellos se encargan. El alcohol ya me está mareando cada vez más. Se acerca mi agente, me amenaza, me ha dicho que no vuelva a dar un paso tan brusco y que si el alcohol sigue subiendo por mi sangre, me despedirá y se encargará de sepultar mi carrera como modelo. Cómo se atreve a amenazarme de esta manera, no sabe con quién se ha metido. Si me despide, pérdida para él. Soy la mujer más hermosa de la historia, cualquiera me contrataría
Un trago más, esta vez un vaso de gin, luego, apurada logro ponerme el vestido encima. Coloco, una vez más, el papelito debajo de la planta de mi pie, esta vez un tanto más cerca al borde. Sé que esta vez, el mi número de celular, mi número de habitación y mi nombre, volarán hacia mi hombre misterioso. Él lo leerá y en la noche tocará mi puerta y me tomará, tendrá sexo conmigo, exquisito sexo. Que suerte la de este hombre, podrá tener entre sus brazos a alguien tan bella como yo.
Primer paso de la cuarta pasada. Siento torpeza en mis movimientos. ¡Maldito sea el alcohol! Me siento muy mareada, se refleja en cada uno de mis pasos, que torpeza. Me es muy difícil distinguir el resto de camino que me falta por recorrer, me es muy difícil reconocer a las personas de la audiencia (pero, aún así diviso a mi hombre a lo lejos), me es muy difícil concentrarme en dar un paso tras otro.
Me encuentro frente a mi hombre misterioso. Sacudo un tanto mi pie, pero… ¡Carajo!, mis pies se traban, siento que me voy a caer.
Todo se torna en cámara lenta, siento como me voy hacia el piso. Esto no puede estar pasando, soy la mujer más hermosa del mundo. Pero cada vez veo el piso más de cerca. Estoy cayéndome justo al costado de mi adonis. ¡Qué vergüenza! Lo miro, él me mira, y veo su rostro. Veo una sonrisa, veo más que una sonrisa. Se está riendo de mí, la mujer más hermosa del mundo. ¡Que se joda, no le daré mi número! ¡Que se jodan todos, despídanme!
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“El audi rojo” (por William Dodds)

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autorojo

¡Qué excelente día había sido! Cuando subí al micro esta mañana no pensé que todo hubiera salido a pedir de boca. Ni un solo policía en las calles, los pasajeros no reclamaron por el alza de los precios, aunque en realidad no deberían reclamar tanto. Mi compañero el chofer Miguelón, como le decimos cariñosamente en la estación, está contento. En este momento el micro está vacío, a pesar que son las siete de la noche. Miguelón y yo estamos disfrutando de un miguelón, esos sándwiches que venden en la avenida La Marina, y de donde sacamos el apodo para Miguel, porque estamos celebrando el día. Hemos ganado en sólo doce horas lo que normalmente hacemos en veinte, y ambos creemos que tenemos el derecho de celebrarlo, aunque sea brevemente.

Fue entonces cuando entra. ¡Qué pareja por Dios! Una tipo de un metro noventa y altura proporcionada, un excelente ejemplar de hombre, con ojos negros súper penetrantes y pelo muy cortito, casi al ras de la cabeza. Está acompañado por una escultural dama de un metro setenta aproximadamente, flaquita, curvilínea, delicadamente voluptuosa, con un largísimo cabello negro peinado con raya al costado y sus par de ojos celestes que entonaban muy bien. Ambos van vestidos muy a la moda, parecía que su ropa era nueva, ¡y a mí me daba una envidia…! Y eso que yo no soy como cualquier cobradorcito de esos que te puedes encontrar en cualquier micro. A mí también me gusta vestir muy bien y a la moda. Debo ser el cobrador más fashion que existe en el medio. Pero volvamos a nuestra pareja. Ellos entran y se sientan. Ella hace un gesto que es casi un gesto repugnante, mientras él simplemente se sienta y pide. La hamburguesa más grande para él y una light para ella. La verdad es que yo había querido también esa Light, pero no quería quedar mal así que me pedí una grande. Y como no quería marcharme sin admirar bien a la pareja, me pedí otra hamburguesa, aunque un poco más chica. Sólo para hacer tiempo. Miguelón me reprocha, porque tampoco se trata de perder el tiempo sin trabajar. Y yo, aunque tengo memoria fotográfica y recuerdo a las personas con sólo haberlas visto una sola vez (lo que me permite hacer amistad entre los pasajeros frecuentes), sé que es muy poco probable que los vuelva a ver, así que quiero quedarme un rato más y admirarlos. Miguelón hace un gesto de impaciencia y se va al micro. No creo que se demore demasiado.

Quince minutos después, la pareja y yo hemos terminado de comer. Ella (que ya escuche que se llama Mai) se limpia las manos en donde puede y él (que escuche que se llama Diego, nombre bonito) se sube al auto sin escucharla. ¡Qué señor auto! Era un Audi TT Roadster del año 2003. No era un carro del año pero de todas formas era un carrazo. Y tenía dos figuras en su asientos que lo hacía ver mucho mejor. Era un convertible de color rojo pasión, totalmente brillante. Déjenme repetirlo, ¡qué señor auto! Ya quisiera yo ir en el asiento del copiloto.

En realidad yo no había terminado de comer, pero igual salgo y me subo al micro rápidamente. Creo que hay esperanzas de poder admirarlos un rato más si seguimos la misma ruta. Y a juzgar por lo poco que he escuchado, me parece que al menos una parte de ella sí la vamos a hacer juntos. Miguelón me dice que ya es hora y partimos. Al principio la Toyota Hiace en la que voy está al mismo nivel que su Audi Roadster. Yo, si tengo que ser sincero, no soy feo, tengo mi pinta, por lo que no me sorprendió la mirada pícara que me dirige Mai, aunque puedo ver que con un gesto de su mano me pregunta qué diablos hacía yo en una combi. Es simple, no hay otra forma de poder pagar todos estos accesorios que me suelo poner, mis collares y pulseritas, que no pueden ser cualquier cosa. Mis padres tampoco son millonarios. Pero Diego y Mai sí lo son. Y Mai me sonríe, pero en realidad ella no pasaría de ser simplemente una amiga con la cual ir a comprar ropa y accesorios. En realidad el que me llama la atención es Diego. Es demasiado varonil. Le tengo envidia a ese cuerpo.

Estamos en un semáforo en rojo. Diego y su amiga están al costado de nosotros, pero un metro más adelante. El micro está vacío y yo aprovecho para bajar y llamar a la gente, poniéndome convenientemente del lado de Diego, pero un poco alejado. No quiero que se dé cuenta tan fácilmente de mis intenciones. Pero el semáforo cambia a verde y yo tengo que correr a mi Hiace, mientras dos señoras se demoran en subir, mientras Diego se va en su Roadster. Miguelón no parece apurado, en realidad se ha dado cuenta de que así se acerca más gente. Y es la primera vez que me molesta que la gente venga y se suba a la combi. Eso me aleja más de Diego. Ya sé que ya estaba por hacerme la ilusión de que no volvería a verlo pero quiero verlo el mayor tiempo posible. Y Miguelón con su santa paciencia. Ya estamos andando, pero Diego y Mai ya deben estar a un par de cuadras. Y Miguelón para cada vez que ve a alguien parado, que para colmo ni siquiera se sube. Diego ya debe estar más lejos, pero por suerte ahora estamos en una cuadra en donde no hay gente y al fondo hay un semáforo en rojo. Diego y Mai están allí, y nos ponemos casi a su costado. Yo me meto y veo que Miguelón ya ha visto a Mai y que la está examinando. Una par de personas se suben. No hay ni una sola de ellas a las que reconozca. Es que a esta hora no suelo estar por esta zona, por eso es que ninguna de mis amigas está en el micro, y es mejor, porque ellas me distraerían un poco.

Cuando el semáforo se pone en verde, Miguelón parece dispuesto a permanecer al costado del Roadster de Diego, y yo digo qué felicidad. Pero las ansias económicas de Miguelón pueden más que sus hormonas y escoge recoger pasajeros antes que seguir mirando a Mai, que por cierto tengo que admitir que está regia la condenada. Y bueno, así es el trabajo. El Roadster se adelantó con toda la potencia de su motor, pero yo consigo ver a Mai que me mira, no sé si burlándose o qué otra cosa, pero me mira. El reloj indica que son las siete y media. Nuestra no-relación ha durado sólo media hora. Y bueno, supongo que tendré que volver a mi trabajo.

La gente sube y baja, y eso nos aleja más del Roadster. Yo sigo con mi fachada y le pregunto a Miguelón y le gustaba esa chica. Él me dice que le encanta porque está buenota. Yo le digo que es gracias a mí que la ha visto porque me demoré en comer mi sándwich, y que podríamos perseguirla porque está siguiendo el mismo camino que nosotros. Y Miguelón acepta, así que acelera. Ojalá Diego no haya volteado en alguna esquina.

Y la Hiace acelera y mi corazón también. Hemos vuelto a alcanzar al Roadster. Creo que estoy dispuesto a sonreírle a Mai y a usar mis encantos para hacerme amigo suyo. Total, aunque cobradorcito y no tan millonario como ella, soy un chico cool y puedo acoplarme a su mundo muy fácilmente. Estoy dispuesto a conversarle y a dejar a Miguelón si es necesario, todo para aproximarme a Diego. Ya nos hemos acercado. No hay nuevos pasajeros. Eso es raro para ser la hora que es, pero no importa. Mai vuelve a sonreírme y yo la miro. Tengo que parecer hombre en este momento, para que podamos establecer contacto. Quiero mirar a Diego. Mai me saluda, Miguelón la mira, el semáforo en rojo, cambia a verde. Mai me dice hola. El Roadster acelera al máximo. Miguelón se demora en arrancar. La Hiace se apaga, Miguelón se demora en prenderla. Yo me desespero.

El Roadster ya está muy lejos. Miguelón se ha detenido varias veces por pasajeros. Y he aquí que puedo verlo. El Roadster rojo, con mi querido Diego y la hermosa Mai, dan vuelta lo lejos. Se fueron hacia la derecha. Y ya no hay oportunidad se seguir siguiéndolos, porque la ruta que la Hiace sigue la hace voltear en la misma esquina pero hacia la izquierda. Adiós Dieguito.

Una cuadra más adelante, le reprocho a Miguelón que es su culpa que la hayamos perdido y él me pregunta qué tanto interés tenía en ella, si al fin y al cabo era probable que se estuviera burlando de mí. Pero él no sabe, y creo que ni siquiera sospecha, que mi real interés no es ella, sino él. Totalmente furioso, tomo todo el dinero en mis bolsillos y me bajo de la Hiace en cuanto puedo. Abandono el barco. Buscaré a Diego aunque sea caminando.

Miguelón no se baja de la Hiace ni aunque sabe que tengo todas las ganancias del día en mis bolsillos. Sabe con demasiada seguridad que volveré mañana, porque mis padres no me van a seguir dando dinero para darme todo esos pequeños lujos que me doy.

Y lo peor de todo es que tiene razón.
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“Todo por la música” (por Anna Davis)

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groupie

[…]
Antes de meterme en el taxi, me quedo un par de minutos observando al mundo al que no pertenezco. Me doy uno de mis abrazos desde adentro. Dios sabe que necesito que alguién me de un auténtico abrazo. Solo me tomo un par de minutos para mí misma. Luego volveré a casa con mamá y Jake […]

Anna Davis, escritora también antologada en Los nuevos puritanos, ofrece en “Todo por la música” la versión adolescente, suburbana y escocesa del relato de aventuras. Una quinceañera observadora y manipuladora debe enfrentar la persecusión de su madre que no quiere que asista al concierto de la banda rockera de sus sueños, único objeto de la ternura de la chica. Ella, fecunda en ardides como Ulises, enfrentará la aventura de la caminata nocturna, con el auto de la madre dando vueltas y el blanco de su deseo apareciendo y deapareciendo. El perseguidor, el perseguido, la meta, todos son lugares comunes de este tipo de ficciones que nuestros talleristas enfrentan apelando a dos personajes dispares de la Lima contemporánea: el cobrador de combi y la modelo.

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“África” (por Milan Pejnovic)

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barco

El viento soplaba lentamente, balanceando el bote al compás de las olas. Yo estaba echado en el fondo, sobre unas mantas, tomando un poco de sol. Solo tenía una cantimplora y comida para dos días, pero eso debía ser suficiente. La vela improvisada de un pedazo de tela y el viento del norte harían que llegue pronto a tierra firme. Levanté la pequeña caja que tenía a mi costado y la abrí. La luz del sol inmediatamente se reflejó en sus múltiples lados, creando un brillo casi sobrenatural que me dejo ciego por unos momentos. Cerré rápidamente la caja, y me levanté. Miré en dirección al sur, esperando poder ver la costa que hace unos días había logrado divisar en el horizonte. Aún estaba ahí. Acomodé la vela, tome un poco de agua, comí y me volví a echar en el fondo del barco. Lentamente me fui durmiendo, bajo el calor del sol.

El ruido de la selva rodeaba el claro, y su silencio alrededor de la hoguera hacía presentir la espera de algo. Todos estaban sentados, con los ojos cerrados, agarrados de las manos. Tenían la cara pintada de blanco con símbolos en algún dialecto imposible de identificar. De repente uno se paró y apuntando con la mano, señaló en dirección del norte. Dijo algo incomprensible, y todos se pararon de golpe. Agarraron sus lanzas, ubicadas a sus espaldas, y empezaron a correr, adentrándose en la selva, perdiéndose dentro de aquel mar verde de plantas.

Me levanté de un salto. Había tenido de nuevo la misma pesadilla. A mi alrededor ya era de noche, y podía ver las estrellas. El bote ahora estaba muy cerca de la costa, y podía escuchar las olas romper contra la costa. Saqué los remos, y decidido a llegar de una vez a la costa, remé sin parar hasta estar tan cerca que las olas me empezaron a llevar, cada vez más rápido, en contra de la playa. A penas encalló el bote en la arena, me bajé, lo jalé a un lujar seguro, y metiéndome dentro, decidí dormir lo que quedaba de la noche. Me dormí inmediatamente, muy agotado por el esfuerzo físico.

Corrieron sin parar toda la noche. Se movían a través de la selva sin titubear un segundo, como si conocieran cada centímetro del terreno. Su mirada no se desviaba para ningún lado, manteniéndose en dirección al norte. Parecían en algún tipo de trance. Al amanecer se detuvieron al costado de un río para comer y tomar agua, y terminado esto continuaron. Algo los estaba apurando, pero era imposible saber que era.

Las pesadillas volvieron esa noche, y cuando me levante con los primeros rayos del sol estaba sudando. Había tenido esas pesadillas desde hace 5 días, cuando el galeón portugués en el que iba fue atacado por dos fragatas holandesas. La razón del ataque la tenía ahora entre mis manos, en esa pequeña caja de madera que yo había cogido y donde había escondido el diamante más grande descubierto hasta ahora en África. La mayoría de mis compañeros habían muerto, y los que no probablemente habían sido tomados prisioneros. Intentando sacar esas imágenes de mi cabeza, saque de mi bolsillo un pedazo de papel que había guardado con casi tanto recelo como la caja de madera. Era el mapa de esta parte de las costas africanas. Tenía que poder encontrar alguna referencia a mi alrededor para poder ubicarme y poder ir al enclave portugués más cercano. Esta zona de la costa debía estar llena de ellos.

Para el final del segundo día de viaje una persona normal ya hubiera estado totalmente agotado, pero ellos seguían corriendo. La motivación que podría empujar a un grupo de hombres a seguir tan enraizadamente el camino hacia unameta era impresionante. Su cara no producía gesto alguno, y corrían a un paso constante, pareciendo más maquinas cruzando la espesura de la selva que hombres. En algún momento de la noche, bajo la luz de las estrellas, se pudo ver como la marcha se aceleraba. Algo hacía presentir que se acercaban a su objetivo. Ya no faltaba mucho.

Nada. No había nada a mi alrededor que me diera una pista de donde podría estar. Mi desesperación crecía con el tiempo, y yo no dejaba de mirar la caja de madera. Me senté en la arena, y no pude evitar volver a pensar en la tragedia. Había sido una noche oscura, y la niebla cubría casi toda la visión del galeón. Todo parecía tranquilo, y yo estaba en la cubierta, limpiando la proa. De pronto se escucha el sonido de un cañón. Segundos después, hay un hueco en la cubierta. Se da la alarma. La gente corre, se desespera. Cargan los cañones, pero es imposible saber donde está el barco enemigo. Se escucha el sonido de otro cañón, y segundos después hemos perdido uno de los tres mástiles. Pero ahora sabíamos donde estaba el otro barco. Una suave brisa del este quitó un poco de la niebla, y pudimos distinguir a medias a una fragata holandesa. La batalla se fue intensificando con el tiempo, y lo peor de todo es que aun nadie sabía cual era la razón de las hostilidades. Sin querer, me di cuenta que el capitán se estaba escabullendo hacia el bote que usábamos para desembarcar, llevando algo entre brazos.
– ¡Capitán! – grite, intentando que mi voz le llegue entre todo el griterío y los sonidos de los cañones. Pero el no volteó.
Me le acerqué corriendo, esquivando objetos que volaban por los aires. Pero cuando estaba casi detrás de él, una explosión cercana lanzó un pedazo de madera directamente al rostro del capitán, quien murió instantáneamente. La caja cayó al suelo, y se abrió. Inmediatamente entendí. Cogí el diamante, lo metí en la caja, me subí al bote, y me escape. No fue muy difícil gracias a la niebla, pero si pude ver como el galeón se hundía lentamente, entre llamas y gritos. Todavía no se por qué me escapé. Fue más un impulso que un acto racional.

La selva cada vez se hacía menos espesa, y una brisa marina se empezaba a colar entre las hojas de los árboles. La marcha se fue aminorando conforme se acercaban a la playa. El fin de su viaje se acercaba, y pronto encontrarían aquello que buscaban con tanta desesperación y ansiedad. El sol ya quemaba una vez más arriba de los árboles. Llegarían antes del ocaso.

Todo había sido por gusto. Mejor me hubiera quedado en el galeón y probado mi suerte ahí. Estaba perdido en medio de un territorio totalmente desconocido y hostil. Esa zona estaba llena de tribus caníbales, y sabía lo sangrientos que podían ser. Habíamos luchado contra una tribu muy grande hacia unas semanas, y probablemente fue ahí donde el capitán robo el diamante. ¿Cómo se habían enterado los holandeses? Eso si era aun una incógnita. Me eché en la arena. Ya no tenía comida, y no tenía agua. Me aterrorizaba tener que adentrarme en la selva, pero a la vez me aterrorizaba quedarme ahí, solo en medio de la playa.

La noche llegó rápidamente, y esta vez no hubo estrellas. Una oscuridad casi absoluta me empezó a rodear poco a poco. Mi corazón empezó a latir más rápido. Me paré y me metí dentro del bote, y me tapé con la frazada. A lo lejos escuché un sonido raro, como si un cuerpo grande se moviera entre las plantas. Levanté mi cabeza levemente, y pude ver dos ojos brillantes contrastando la oscuridad de la noche. Enseguida aparecieron dos más, y después dos más. Definitivamente hoy no estaba con suerte.

Cuando llegaron a la playa, el sol ya se ocultaba en el horizonte. Delante de ellos había un bote. Sabían que lo que habían estado buscando se encontraba ahí dentro. Se acercaron con desconfianza, lanzas apuntando hacia delante, listas para atacar. Cuando llegaron al borde del bote, el líder, aquel que los había llevado a través de la selva dirigiéndolos en la travesía, se metió de un salto y con la lanza empezó a mover todo lo que había en el fondo. No había nadie, pero sin querer golpeo una caja de madera. Esta rodó para un costado y se abrió. El líder agarro el diamante, lo levantó con sus dos manos, y todos los demás guerreros se arrodillaron. Habían recuperado aquellos que les fue arrebatado. Se levantaron, y enseguida empezaron correr de vuelta hacia la espesura de la selva, donde desaparecieron rápidamente. En el bote solo quedó un pequeño mapa, unas frazadas rotas, una cantimplora vacía, y las marcas de arañazos en el fondo. El sol, en el horizonte, se terminó de ocultar.

Secuencias narrativas en paralelo simultáneas y con retardo

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S/T (por Henry Dyer)

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actores

-Mi vida fue el grupo de teatro.
Veo a Ismael Del Risco y tiene el rostro hinchado, como si estuviese conteniendo un inmenso impulso físico que desea que su cuerpo se estire, salté, haga piruetas y golpeé obstáculos de un juego con retos. Parece que su cara tuviera capas, la segunda esconde el rostro de niño risueño y molestoso que me describieron sus amigos de colegio cuando los entrevisté como parte de la investigación que hacía sobre la vida de Ismael; Ismael, qué poco queda de ese niño de las costras y heridas en las piernas, Ismael que estás detrás, juega.
Estamos en un claustro, este no es un centro penitenciario del estado, pero no necesita serlo; por lo menos no para Ismael. No poder hacer sus maniobras en escena le hace sentir como a un discapacitado. Ismael era el hombre-habilidad-energía del grupo de teatro al que pertenecía, un conjunto de románticos dedicados a reflejar problemáticas sociales de nuestra tierra. Treinta años de trayectoria llevaron al apogeo causado por la realización de una obra sobre los olvidados. Y la fama creció. Y la fama se rebalsó. Todos conocimos el suceso e Ismael se fue del grupo.

Fue genial. Rompimos esquemas, safamos. Recuerdo que yo propuse la idea de que el público se desplazase; sí, los espectadores sentados sueñan, pero si pueden caminar, estos participan; eligen qué quieren ver. Juego de enfoque con las luces, música preciosa tocada por nosotros; caminábamos entre la gente y armábamos un escenario en diferentes partes del cuarto en segundos. Oh, sí; esto era solo nuestro, interactuábamos con el público…

-Eres un prófugo ¿Piensas entregarte a manos de la justicia?
– Solo quiero volver a terminar mi papel, esto me deja intranquilo; quiero estar seguro de que yo no lo hice…
-¿Crees que lo hizo tu personaje?
-Yo no tengo a nadie.
Siento que Ismael me puede agredir si lo contradigo, prefiero dejarlo hablar. Su barba bicolor ha crecido, su voz tiene ondulaciones, sus ojos giran inevitablemente al medio y a la derecha, se arquean sus cejas cuando recuerda.

Sí, transgredir. Soy un radical de Stanivlasky, soy un revolucionario que odia a los traidores, hay que educar a los niños según lo que manda el partido, estoy de guardia. Las luces se apagaron dentro del cuarto. Yo debo llegar a mi zona, juego de luces; el turno de Julio, una luz fortísima lo muestra ante todos, es un camarada que trabaja en un pueblo aymara y va a matar a un flojo… cuando está por cortarlo con el machete, la luz se apaga y es mi turno; tengo los ojos de la caterva limeña puesta en mi, muchos burócratas, muestro el entrenamiento rutinario con un cuchillo en mano, me muevo como se mueve el jaguar y la luz me perdió; mi cuchillo se incrusta en troncos endebles que caen y gritan, yo no había acuchillado árboles como estos antes.

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“Un retrato perfecto” (por Ángela Gaona)

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retrao de familia

Esta va ser una noche difícil –se dijo Ralph a sí mismo- mientras tomaba su abrigo. Salió a recoger el auto para dirigirse a la escena del crimen. Manejó durante dos horas para darse cuenta que había pasado por la casa en cuestión al menos tres veces: ”Creo que ya no estoy hecho para trabajar de noche” pensó. Bajó del auto, conversó con los policías que habían llegado antes a la casa; mientras uno de ellos le informaba sobre lo sucedido lo condujo hasta el lugar donde se hallaba el cuerpo. El muchacho lo llevó por el pequeño apartamento hasta el baño, donde yacía una muchacha de unos diecinueve años en una tina, su piel lucía celeste. El forense le comento que esto se debía a que ella se había estado allí por varias horas antes de su llegada. Ralph pidió que terminaran de fotografiar el lugar y que llevaran la navaja al laboratorio (aún en casos como estos, era necesario procesar la evidencia para asegurarse de que había sido un suicidio). Empezó a dar vueltas por la habitación de la muchacha; encontró una foto de ella de cuando tenía unos dieciséis años con un sueter largo sentada en el pasto abrazando a un perro y sonriendo. La muchacha se parecía mucho a su hija Gloria. Recordó cuando su familia tenía aquel labrador grande que se había comido una vez un billete de a dólar, así como una foto en que su hija tenía un sueter similar con aquel perro en las vacaciones que habían tomado un verano. De pronto, su celular empezó a sonar, era su hijo:

-Necesitamos mas calmantes, papá, esta noche, mamá esta muy intranquila. Ha empezado a decir de nuevo que algo malo sucede con Gloria. Si sigue así…- Ralph lo interrumpió-
-Llama al Doctor, su número está en la libreta azul, el sabrá que hacer.

Colgó el teléfono, sin esperar la respuesta de su hijo. Siguió observando el cuarto de la muchacha. Su nombre era Ofelia, era una estudiante universitaria. Encontró varias fotos más, así como varios documentos personales que rondaban en su habitación. Entre ellos se encontraba su diario. En la ultima pagina relataba: “Estoy cansada ¿por qué mis padres no me dejan en paz? ¿Por qué tengo que fingir que estoy feliz? Las mismas caras, la misma gente, las mismas mentiras… ¿Y yo, sigo siendo la misma? Ya no creo en nadie, desde que EL se fue, nada es igual. Mi psicólogo dice que esto pasará que un día entenderé, que mis sentimientos cambiaran y maduraran poco a poco. Mi psicólogo no sabe nada, mis padres tampoco. El era el amor de mi vida y lo perdí, lo perdí…” En el diario habían también fotos de ella y su novio, así como de su familia, eran fotos de alguna navidad, donde todos sonreían a la cámara menos ella que miraba al piso. Ralph recordó la última navidad, él había comprado una cámara nueva y pasaron horas averiguando como funcionaba; finalmente, lograron tomar un precioso retrato de toda la familia. En el figuraban su esposa, Gloria, su hijo Carlos y la pequeña Andrea. Todos sonrientes, todos alegres. Había sido una gran navidad ahora que lo pensaba. Comieron mucho pavo y Gloria les comunicó que tenía un nuevo novio. En ese momento, el forense llamó a Ralph, le dijo que se dirigiera a la estación, los padres de la muchacha se encontraban allí. Cuando él llegó a la estación, el padre y la madre de Ofelia se encontraban ahí, sentados, ninguno lloraba, pero ambos tenían un rostro que denotaba pesadez y cansancio. El padre se levantó y se acercó a Ralph, apenas lo vio entrar a la habitación. Le dijo que él identificaría el cadáver, no quería perturbar a su esposa. Como él no había dicho nada aún sobre el motivo por el cual los habían llamado a la estación, le sorprendió lo que acababa de oír. Le preguntó al padre de Ofelia cómo sabía que ese era el motivo por el que los habían llamado. El hombre respondió que ambos se lo esperaban, Ofelia ya lo había intentado dos veces y su psicólogo indicaba que sus avances eran pobres y su depresión empeoraba. Ralph continuó mirando al hombre, parecía no comprender lo que le decía. Terminó de explicarle algunos detalles sobre lo que tendría que hacer con el cuerpo de su hija. Le dijo que tenía que esperar veinticuatro horas (por ley) para poder enterrarla. La madre preguntó si tendría que traer el vestido con el cual sería enterrada. Ralph le contestó sorprendido que sí, conciente recién en aquél momento de que a pesar de que ellos hablaban a unos metros de ella, ella podía escucharlos. Su madre dijo que traería el vestido que utilizó en su fiesta de promoción, luego de eso no había asistido a ningún otro evento social. Su novio terminó con ella en la fiesta de promoción -añadió su padre-, tratando de explicar. Ralph recordó la fiesta de promoción de Gloria y aquél precioso vestido amarillo que había utilizado, recordó también, la foto que su esposa guardaba de aquel momento en el cajón de su velador y que miraba cada noche antes de dormir. Los padres de Ofelia se fueron. Ralph terminó con el papeleo restante, para luego dirigirse a casa. Al llegar, lo recibió Carlos. Le dijo que su madre había estado mas perturbada que de costumbre, y que le habían tenido que poner dos dosis de calmantes. Ralph lo miró y se quedo callado. Su hijo se puso furioso y empezó a gritar que la culpa de todo esto la tenía Gloria por haberlos abandonado así, sin más explicaciones que aquella nota, empujó a su padre y llorando no dejaba de repetir que la culpa era de Gloria por marcharse así. Ralph solo abrazó al muchacho hasta que este se calmó, luego, lo llevó a su cuarto, lo acostó y apagó la luz. Bajó a la sala, y vio las fotos familiares que se encontraban en uno de los cajones del mueble del espejo. Vio a sus hijos, vio a Gloria y una lágrima corrió por su mejilla. Volteó el marco en el que se encontraba la foto de navidad de la familia, abrió la tapa y sacó un papel que habían encontrado entre las cosas de Gloria. Lo tomo sin verlo mientras se dirigía al comedor principal aún con la foto y la nota en la mano. Se sentó y pensó en cuán feliz era Gloria, en cuánto la querían sus amigos y toda la familia. Pensó también en aquella noche, en la familia sentada alrededor del comedor principal junto con el novio de Gloria y sus mejores amigos; pensó en el disparo, en la sangre y en cómo jamás entendería por qué una persona que era feliz se suicidó.

Secuencias narrativas en paralelo con retrospección y dato escondido Sigue leyendo

“Dame tu sexo y te doy mi sonrisa” (por José Carlos Banda)

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fiesta

Esa noche Jimena había tomado de más. Siempre fue la chica más deseada en las fiestas, pero siempre estuvo como en un altar, ningún hombre se atrevía a intentar algo con ella. Esta noche era diferente, estaba en la mira de todos los hombres, pero los hombres hoy estaban dispuestos a disparar. Todos notaban lo mareada que estaba (ella nunca pasa desapercibida) y la blusa medio transparente que llevaba puesta hacía imaginarla en baby doll jugueteando bajo las sabanas.
El primer valiente fue Tomás. Vio en Jimena a una presa fácil para poder recuperar, sin mucho palabreo, el status que había perdido. Esperó que su amiga vaya al baño y se sentó a su mesa y le invitó un trago. El tomó casi todo su vaso, ella solo se mojaba los labios. Cuando notó que Jimena ya no podía mantener los ojos abiertos la invitó a bailar. Quería que se quedara dormida sobre él en la pista de baile, para tener la oportunidad de ofrecerse a llevarla a su casa. Y así fue como sucedió. Jimena cayó sobre su hombro, casi a punto de perder el conocimiento. El bajaba las manos por su espalda, jugueteaba con su ropa interior y por momentos la besaba en los labios.
Tomás extrañaba estas situaciones. Extrañaba sentirse admirado por todos. Sentía que volvía a las épocas de secundaria, donde hacía lo que quería con las chicas más deseadas de Lima y al día siguiente solo eran un nombre más en su lista de teléfonos. Toda la secundaría la había pasado así. Amanecía en automóviles, en diversos hostales, en lujosos cuartos de lujosas casas de San Isidro, Miraflores, La Planicie y algunas otras zonas residenciales limeñas y hasta en alguna playa; pero siempre acompañado por las mujeres más deseadas del país.
Estas muy mal, no quieres ir a tu casa – le dijo Tomás al oído. Jimena aceptó y él sintió un revoloteo de hormonas que no sentía hace mucho tiempo. Ella lo tomo del brazo fuertemente (si no lo hacía probablemente se halla desplomado hacia el piso). El prendió un cigarrillo con la otra mano y ambos salieron juntos.
Esa caminata, del brazo de una hermosa mujer, lo hizo recordar su fiesta de promoción. Habían pasado ya cinco largos años y desde ese momento su reputación de casanova había quedado en el olvido. Nunca más se le vio abrazando a las mujeres más deseadas, besuqueando a cinco chicas diferentes en una noche o metiendo la mano por debajo de una falda en plena pista de baile.
Juntos bajaban las escalares ante la admiración de todos. El recuerdo de Tomás estaba presente en todos. El fue un hito, un ejemplo a seguir para toda una generación de adolescentes limeños con las hormonas revoloteadas. Llegaron a la cochera y dieron un par de vueltas hasta encontrar su carro. No era un carro lujoso, ni uno del año, pero cualquier otro carro lo envidiaría por lo que solía pasar en el asiento de atrás. Le abrió la puerta, la acomodó en el asiento del copiloto y le puso el cinturón de seguridad. Ella ya casi había perdida el conocimiento. Se movía por inercia y solo atinaba a decir: “aaaja”, “no eshtoy bodacha” o “no quiero ir a mi jaato”. El se subió al auto y lo puso en marcha. Solo había tomado un par de copas, así que se sentía seguro para manejar. Como ella no quería ir a su casa, él la invitó a dar una vuelta por la Costa Verde. Ella respondió con un sonido medio extraño, que el interpretó como un sí.
Todo salía muy bien, como aquella noche de su fiesta de promoción. Fue la mejor fiesta y fue con la mejor pareja. Al final, quiso coronarse como el mejor. Llevo a Andrea, su pareja de aquella noche, a dar una vuelta por Lima y el paseo terminó en una playa de la Costa Verde también. Se fueron al asiento de atrás y sin mucho palabreo le sacó el vestido y sucedió lo que tenia que suceder. El siguiente día invito a todos sus amigos a su casa para contarles su hazaña. Pero su momento de gloria finalizó cuando a las 6 de la tarde un policía tocó el timbre de su casa y lo arrestó por violación a una menor de edad. Andrea estaba arrepentida de haberle entregado su virginidad a un casanova como Tomás y le contó todo a su padre, modificando algunas partes de la historia. Como Tomás ya había cumplido los 18 años, su padre no dudó en presentar cargos.
Todo le estaba saliendo perfecto. Volvía a ser el mismo de antes. Se detuvo en la misma playa de hace algunos años y apagó el carro. Puso un disco con música suave y relajante y empezó a besar a Jimena. Ella tenía los ojos semiabiertos y parecía más dormida que despierta. Pero como no se resistía a las manos de Tomás, él lo interpretó como una aprobación.
Tuvo que casi cargarla hasta el asiento de atrás. Se demoro unos cuantos segundos en retirar la blusa y el brasier. Siguió besándola. Ella simplemente estaba echada en el asiento. Tenía problemas en sacarle los jeans, estaban muy apretados y ella no ayudaba. Pero luego de una ardua lucha lo consiguió. Sentía que había recuperado la confianza. En ese momento ella abrió los ojos y lo miró fijamente, aunque sin imponer resistencia física alguna. Simplemente una mirada para que él se detuviera por si solo. Abrió la puerta del auto, salió, se sentó junto a la llanta y empezó a llorar.
Todavía no había podido superarlo. En la cárcel había sido violado por tres presidiarios. No había podido hacer nada para defenderse. Simplemente trató de cerrar los ojos y olvidar todo lo que estaba pasando. Pero cuando todo termino, abrió ligeramente la vista y vio a uno de los violadores sonriéndole. Abrió los ojos completamente y siguió mirándolo por unos cuantos segundos, hasta que este se fue sin perder aquella sonrisa de los labios. Sonrisa que le hizo refugiarse en un mar de lágrimas. Sonrisa que lo agobia desde ese día en adelante. Sonrisa que nunca pudo olvidar.
Al parecer la mirada de Jimena lo había hecho recordarse a sí mismo. Echado, indefenso y con los pantalones abajo. Esa escena lo había hecho estallar en lágrimas y acobardarse como nunca lo había hecho. Quizá ya nunca más podría tocar a una mujer.
Decidió sacar a Jimena del auto, recostarla en la playa y dejarle su casaca para que pueda soportar el frío de la madrugada limeña. Las lágrimas no paraban. El subió al auto, lo encendió, miro fijamente adelante, ya se podían ver las olas iluminadas por los primeros rayos de sol, y pisó el acelerador a fondo.

Secuencias narrativas en paralelo con restrospección y dato escondido. Sigue leyendo

“Mónaco” (por Alex Garland)

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sterlin moss

[…]
Mónaco está lleno de historias.
El primer ganador de la carrera, en 1929, se inscribió solo como “Williams”. Algunas leyendas dicen que era un aficionado acaudalado.; otras, que un humilde chófer. Pero su verdadero nombre era William Groover y pilotó para el equipo Bugatti. Medio inglés, medio francés, Grover se alistó en calidad de conductor en el cuerpo de la Armada Real, donde gracias a ser bilingüe fue reclutado por el cuerpo de operaciones especiales en 1942. Lo entrenaron para ser un agente secreto y lo lanzaron en paracaídas sobre Francia, donde aterrizó cerca del circuito de Le Mans. En Paris organizó una red de sabotaje y reclutó para ella a otros dos pilotos franceses, Benoist y Wimille.
En 1943 se descubrió la red. Grover fue torturado por la Gestapo y luego ejecutado. Benoist escapó, pero volvieron a capturarlo en 1944 y murió en Buchewald.
No sé qué le pasó a Wimille.

Pero conseguí la foto.
La muchacha se agarra a la valla con la mano libre, tiene la cabeza echada hacia atrás y la espalda arqueada. El joven se incorpora a medias en su asiento. Un cliente mira hacia allí, al parecer acaba de comprender lo que está haciendo la muchacha. Otro comensal se vuelve hacia adelante, donde el Ferrari pierde su tren posterior en medio de una nube de caucho en llamas.

Alex Garland (Londres, 1970) ha escrito dos libros titulados The Beach (1997) y The Tesseract (1998) y en “Mónaco”, cuento escrito específicamente para la antología Los nuevos puritanos, publicada por Nicholas Blincoe y Matt Thorne, materializa un esquema típico de la narrativa contemporánea: el montaje de secuencias narrativas en paralelo y simultáneas. Otro cuento, “La punta” de Charles D’Ambrosio (Seattle, 1960), que incluye Juan Fernando Merino en su variada Habrá una vez. Antología del cuento joven norteamericano sirvió para ilustrar a los talleristas sobre el tipo de secuencia favorita de Mario Vargas Llosa: el montaje en paralelo con retrospección y dato escondido. Con la libertad de optar por una secuencia narrativa u otra,, los talleristas presentaron sus cuentos, de los que rescato para el comentario los que me parecieron ejercicios notables. Sigue leyendo

“La caída del zorro” (por Milan Pejnovic)

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ron

Me quedo ellos se van todos se van no puede ser que todos se vayan. Trago, más trago, ron, salud por los que se quedan pero nadie se queda. Quiero llorar. No debo. Se van, me dejan yo también debería irme pero me quedo ¡por qué me quedo! Quiero quedarme, pero todos se van y quiero irme pero no puedo no debo. Todos se van y necesito más ron ron, donde estará el ron un cuba libre para hacer salud. Tengo que pararme me mareo mejor me siento. Donde están todos mejor grito pero no debo no quiero que piensen que estoy ebrio de hecho no estoy ebrio milito tiene cabeza. Pero todos se van milito se queda el zorro se queda. Se va lewis después nicolás después manuel después mauricio después jorge después todos y yo me quedo solo en lima. La gente que vale es la que se queda pero nadie se queda claro que algunos se van después pero igual se van. Se van. No más capitán y el zorro. No más yeti. No más gente fiel. Quiero llorar nada de eso pero es difícil. Me deprimo. Me deprimí. Acá tengo el militomovil el club regatas mi familia mi carrera tengo todo tengo que quedarme pero solo. Una vez mas dónde está el ron un cuba libre un salud por los buenos tiempos pero dicen que no hay ron como no puede haber ron. Que traigan lo que sea para hacer salud aunque sea un último salud ya que mañana se va lewis y después poco a poco se van todos. Me dan un vaso pero no sé que tiene no parece trago pero que importa estoy picado y fácil no siento el trago. Salud. Todos dicen que se van pero que volverán que no me dejan solo que todos volverán no sé si creerles como dice la canción todos vuelven pero no sé si será verdad. Gritan un salud por el zorro yo soy el zorro pero el zorro no existe si no están los demás que se van y yo me quedo me quedo acá en lima solo pero dicen que siempre hay más amigos gente nueva pero sé yo sé que no será lo mismo. Lloro ahora si creo que lloro no debería pero no lo puedo evitar aunque yo nunca lloro el zorro nunca llora que vergüenza pero ahora lloro y no paro de llorar. Ya no quiero más trago no hay más ron y creo que ahora si estoy mal no debí haber tomado tanto pero todos se van yo me quedo si se van por lo menos hay que despedirlos bien me intento parar pero el zorro cae el zorro ha sido vencido hay un golpe varias manos me agarran me cargan. Me están llevando a algún lado. Lloro. Lloro. Vergüenza. Lloro. Sueño. El zorro tiene sueño milito tiene sueño no me quiero dormir pero no lo puedo evitar. Sueño. Mucho trago. Me siento mal quiero vomitar y tengo sueño no me debo dormir. Nauseas. Sueño. Mal. Mal. Vomito. Vomito. Vergüenza. El zorro cayó… Sigue leyendo

“No fumo no tomo ni bailo pegadito” (por Andrea Villarreal)

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box

Soy un hombre y tú una mujer bonita y a las mujeres bonitas no se les dice que no pero no porque yo no tomo no fumo ni bailo pegadito; aunque puede que baile pero no pegadito porque no es de caballeros y yo sí que soy caballero. Bailamos bailando, ¿yo? ¡No! Yo no bailo, tomo, pero no fumo pero tomo whisky que sabe a madera y nadie sabe por qué sabe a madera pero siempre supo así y yo no sé por qué pero tomo árboles y madera. Golpe wuuu!!! Alegría dolor sangre.. ¿sangre? No, tinte dulce granadina sangre salada.. sal.. ¡afuera saltando!. Voy saltando junto con todo que me da vueltas y no puedo saltar pero lo hago y vomito y estoy soñando pero no estoy soñando porque estoy vomitando y… quiero entrar!! Adentro bailando. Bailando no tomando y bailando y fumando y bailando pegadito pegadito. ¡Para! Luz fuerte, muy fuerte y calor a lo lejos, allá, más arriba. Me dicen que si quiero trago pero yo no tomo pero es regalado y a caballo regalado no se le mira el diente y sí tomo pero no fumo pero si es regalado sí fumo y subo las escaleras. Paso paso paso. ¡Saltemos! Todos saltando y gritando y bailando y acercándose más más y yo… ups! ¡Correa afuera! alcohol alcohol y pelos rubios, rojos, pelucas de colores! Fuera polo, más mujeres acercándose. Fuera polo y sí soy musculoso y sexy y un papito ¡lo sé! Deseo. Ellas yo bailando bailo. Luces cámaras ¿cámara? ¡Acción! Sí mucha acción, cámaras no, pantalón fuera pero boxer no, boxer negro no blanco no negro…fuera boxer! Boxer se queda. Bailo bailo camaras y vueltas y luces y vueltas y alcohol. ¿Televisión nacional? ¿Qué dicen? En televisión yo solo no bailo aunque sí acompañado pero no pegadito porque soy un caballero y no un caballo y los caballos regalan porque no tienen dientes por eso no me regalo pues yo tengo dientes y puedo bailar pero no tomar aunque sí tomo si es regalado. Pero la ropa no me la quito porque es mi ropa y no la puedo regalar porque no soy caballo pero el alcohol es divertido y yo no lo pago y si me piden mi ropa la regalo. Ahora fresquito, ropita sin ropa en television nacional ¡hola mamá! ¡hola papá! Se acercan las cámaras cerquita y mi cuerpo muy bonito y mis músculos muy grandes y miren… boxer fuera… no es chiquita!

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