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Artículos publicados por alumnos del semestre 2007-I

“Tierra y humedad” (por Andrés Palacios)

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Don Maximiliano llevaba puesta una camisa a cuadros beige y un pantalón marrón con tirantes. Era domingo y la quinta se encontraba desolada, panorama que no le era extraño un día como aquel. “Holgazanes”, pensó al contemplar el área común y apresuró el paso en un intento por despojarse de la pereza de los demás. Rápidamente, salió de la quinta y llegó al puesto de periódicos de la esquina. Después de una breve charla con el vendedor acerca de lo irregular del clima, don Maximiliano volvió a encontrarse con la vereda derruida que marcaba el camino hacia la quinta. Con un pesado caminar, don Maximiliano llegó hasta la puerta de su casa. El patio seguía vacío a excepción de su vecina Berna, que se encontraba tendiendo la ropa mientras aun conservaba su pijama. Don Maximiliano volteó y le trató de dirigirle un ademán cortés a manera de saludo, pero no pudo y en su lugar giró sobre su sitio y cayó.

Su despertar fue lento. Primero una niebla espesa se apoderó de sus ojos, luego una mixtura de olores llegó a su nariz. El ambiente se encontraba cargado, diferentes químicos y desinfectantes se deslizaban en una atmósfera completamente clara. Don Maximiliano se sentía perturbado, la conmoción y los aromas que despedía su habitación lo confundían. Después de abrir y cerrar sus ojos con obstinación, recobró la nitidez de su vista. Se encontraba solo y con un dolor de cabeza moderado. Estaba recordando lo que había pasado: la vecina, la caída, el olor. Ahora no sólo su visión, sino también su memoria recobraba claridad. Pasó poco tiempo antes de que entrara una enfermera y le hiciera preguntas de rutina. Él respondía mientras ella cotejaba los números de diferentes aparatos. Antes de que saliera con la misma velocidad con la que llegó, le dijo que debido a su estado podría salir en un par de horas, que volvería para avisarle.

Esa misma noche, don Maximiliano se encontraba nuevamente en su casa alumbrado sólo por una lámpara de gas tan antigua como la casa misma. Antes de apagar el lamparín y proceder a acostarse, don Maximiliano fue atacado por un sobresalto. Un pequeño mareo le siguió, casi igual al de la mañana, lo que le obligó a tomar una pastilla para la presión y acostarse. En lo oscuro de la noche, la pesadez que había sentido esa misma mañana se volvía más fuerte y aumentaba su potencia con suma rapidez. Su respiración se agitaba y hasta él llegaba lo que parecía el perfume distintivo de su casa, olor de humedad y de vejez. Nunca había sentido con tal vigor aquel aroma que ahora lo desesperaba. No aguantó más, prendió la luz, busco sus zapatos de dormir y salió de su casa.

Había llegado a la puerta de su vecina Berna con fuerzas sacadas de la desesperación. El peso sobre su pecho se había disipado casi completamente, y su respiración se regularizaba. Tocó la puerta y está se abrió, observó la luz de la casa prendida y no objetó en entrar. A pesar de la luz que desprendía un foco en el techo de la sala, la habitación parecía encontrarse en rodeada de una niebla espesa que provenía del incienso prendido y las diferentes flores aromáticas que se encontraban remojando en bateas de plástico alrededor de la mesa central. Allí se encontraba Berna, vestida con diferentes telas de diversos colores ocres entrecruzadas sobre su anciano cuerpo. Ella estiró su delgado brazo y lo invitó a sentarse. Cada paso más cerca de aquella mujer era una confrontación con diferentes hedores de todo tipo de hierba exótica, y una pérdida sutil de la utilidad de la visión. Finalmente con ayuda de las manos don Maximiano se sentó en la mesa, frente a Berna.

-¿Qué problema te aqueja, Maximiliano querido? – la voz parecía proceder más que de Berna, de la habitación misma.
-En verdad no sé ni el porqué de mi llegada. Ha sido un día difícil, Berna. Estuve en el…
-Eso lo sé, querido, como sé lo que te ha pasado ésta noche. Tengo algo para ti. Toma esto – estira su mano y le alcanza un atado de hierbas. – , hiérvelas inmediatamente y deja que su efecto se apodere de tu casa y échate en tu cama con los pies en la cabecera. ¡Apresúrate!

Don Maximiliano no dijo nada, tomó el atado y caminó acelerado hasta su casa. Al entrar, aquel aroma aun se encontraba estancado en su sala, su cabeza empezó a dolerle. Recordó las palabras de Berna, no perdió tiempo y empezó a hervir el atado. Mientras el agua helada del caño se calentaba en la olla junto con las hierbas, don Maximiliano pensaba cuan loco se podría ver aquello. Recordaba que de joven nunca había creído en hierbas ni en ancianas pitonisas, que si algo lo molestaba una noche bastaba una cerveza. Después de un par, podía dormir toda la noche, no importaba si la ciudad era sacudida por un terremoto o una bomba. Ahora, sin embargo, los años le habían inculcado la idea de sospechar de cualquier hecho aparentemente casual. Antes un perro ladrándole a una pared el parecía consecuencia de una animal loco, ahora había aprendido a decir que si hacía eso “debía ser por algo”.

Después de unos minutos, don Maximiliano se sentía mucho mejor, las hierbas apestaban, pero lo habían descongestionado, y junto con ello, el dolor de cabeza había desaparecido. Pensó en cuantas noches de insomnio había pasado debido a la gripe y nunca había sabido de estas hierbas, mejores por lo que notaba a cualquier antigripal de consumo masivo.

Se despertó mareado y en seguida sintió una presión sobre su pecho. Trató de incorporarse, pero no pudo en el primer intento. No se desesperó, a veces le sucedía, se incorporo al segundo intento. Ahora observaba su habitación, derruida y oscura adquiría un tono grisáceo debido a la luz del día. Sin embargo, hoy era diferente, el humor del atado teñía de un color verdoso cada lugar del cuarto. Don Maximiliano se llevó la palma de su mano izquierda a la frente, la otra, encima de la rodilla. Miró el reloj, ya era la una de la tarde y él seguía sin haberse cambiado. Se reprochó a si mismo por el descuido de ese día, pero el cansancio adquirido durante el sueño no dejó fuerzas para seguir haciéndolo. Se preguntó la razón de su inesperado agotamiento después de haberse sentido tan bien en la noche cuando repentinamente escuchó golpes en su puerta. No tuvo otra elección que levantarse y arrastrar sus pies hasta la puerta de la casa; la abrió, era Berna.

-Lo sabía, sabía que no lo haría.- dijo mientras irrumpía en la casa con sus manos llenos de hierbas aún más exóticas que las de la noche anterior. Inmediatamente y ante la vista de don Maximiliano, Berna comenzó a hervir dos atados simultáneamente mientras cubría el de la noche anterior con diferentes tipos de polvos y brebajes. Finalmente le echó un polvillo blanco, lo enrolló en un periódico y terminó quemándolo en el patio ante la vista atónita de todos los de la quinta. En seguida se colocó diferentes collares y empezó a articular una lengua desconocida. Mientras todo aquello sucedió, don Maximiliano seguía parado en su sala con la puerta en la mano, luego se desvaneció. Para cuando él recobró conciencia de lo que pasaba, se encontró rodeado de diferentes aromas mientras descansaba sobre su cama con sus pies apoyados en la cabecera. Entre todas aquella mezcla de emanaciones, don Maximiliano encontró el olor de la noche pasada y de la mañana del día anterior. Un olor a humedad, a vejez, el olor de la tierra.

-Aun hay tiempo, aun se puede hacer algo a pesar del poco caso que me hizo anoche. Está usted pálido, descuide, esto lo calmará.
Berna prendió un incienso, roció el agua hervida de los atados en toda superficie mientras mascullaba palabras entre dientes. Don Maximiliano pensó que todo aquello era insano, una vieja que arruinaba su casa y que con sus aromas y menjunjes, terminaban mareándolo aun más.

-¿Qué cree que hace?
-Tú sabes.
-No sé y no quiero saber. ¿No ve que todo lo que hace me marea, me destruye con un dolor de cabeza?
-Eso no lo hago yo. ¡Es ella, es el olor!
-¡No quiero saber que estupideces habla, señora! ¡Quiero que se vaya! ¿Acaso trata de que pierda mi olfato con tanta planta podrida, con el olor a tierra?
-Pero esos no son de las hierbas, ese es…
-¡Lárguese de una vez con todas sus cosas!

Berna le dirigió una mirada de odio que lentamente se transformó en pena. Ella entendió y se limitó a recoger cada una de sus hierbas ante los ojos de don Maximiliano. A los diez minutos no quedaba hoja en habitación alguna. Después, se escuchó el sonido de la puerta y los pasos distantes de Berna. Don Maximiliano había recuperado su casa, sus sentidos. ¿Cómo pudo esa mujer conseguir tal libertad para poder ejercer su magia dentro de sus paredes? “La edad nos ablanda”, pensó. Los perfumes que Berna había dejado se desvanecían en el ambiente al mismo tiempo que don Maximiliano recuperaba sus sentidos. Se levantó y de pronto observó como desaparecían en el ambiente los rezagos verdes de los hedores de las plantas que había traído Berna. Miró el reloj, ya era casi de noche, la hora de tomar su pastilla. Cogió la mitad de una, se sirvió un vaso y la tomó. Se sintió mejor, más calmado. Para cuando observó la calle, ya era de noche, por lo que don Maximiliano prendió su lamparín. Ahora recordaba lo extraño de la noche anterior, de aquel olor que se encontraba estancado es su habitación. Luego, se preguntó por qué pensaba en aquello. Rápidamente se dio cuenta que aun lo sentía, casi imperceptible, pero allí estaba, había algo horrendo en el olor esta noche. En aquel instante el hedor entró a su sistema con fuerza, primero como un escalofrío en su espalda, luego como un ente oscuro que provenía de todas partes, que lo rodeaba. Siguieron sus piernas, que en un espasmo lo derribaron, terminando en el suelo. Cada respiración, le restaba fuerzas a su cuerpo, que se retorcía sobre los maderos antiguos del piso de su sala. Al final, en la última respiración, el olor de tierra y humedad estalló en su mente, hinchando sus pulmones con sangre. En aquel momento entró Berna, con ojos llorosos y hierbas en las manos. La oscuridad teñía cada objeto de la habitación, olía a muerte.
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Un alto en el camino

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Las obligaciones académicas hacen que los ejercicios de los talleristas cesen. La universidad exige la suma y consecuencia de casi cuatro meses de explorar prosas y autores. El tema es libre para el cuento y las instrucciones de carácter técnico implican todos los ejercicios revisados. Haciendo enfásis en el el logro de algunos de estos procedimientos más que en otros, los siguientes cuentos son expresiones sobresalientes de talleristas que se han explorado a fondo en sus textos. Exigen, desde luego, un comentario que evalue este despliegue de esfuerzo. Sigue leyendo

“Doncella de Hierro” por William Dodds

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Si cuando tenía dieciséis años le hubieran dicho a David que veinte años después estaría en un avión viajando de su Londres natal hacia Río de Janeiro, definitivamente le hubiera parecido una locura. Y sin embargo, veinte años después estaba en un avión con destino a Brasil. El único país al que había viajado hasta entonces había sido Estados Unidos, con motivo del cumpleaños de su abuela, a los diecisiete años, y desde entonces no había ido a ningún otro país. Hasta ahora, a sus treinta y seis años, que estaba viajando hacia Brasil, para asistir al concierto final de la gira de reencuentro de su banda favorita. Era una locura.

Y era una locura porque tenía treinta y seis años, una esposa y tres hijas, y él se comportaba como si todavía tuviera dieciocho y fuera un adolescente. Aunque su afición por Iron Maiden había comenzado en 1981, con el segundo disco de la banda y había concluido en 1993, David quería ir a verlos en Brasil, porque la banda volvía a ser la misma con el regreso de su cantante Bruce Dickinson, quien había abandonado la banda en 1993 y fue el causante de que David abandonara al legendario grupo de fans de la banda. “Aunque sea la última vez, iré a verlos”, le había dicho a su esposa, y no estaba dispuesto a faltar a su palabra. Su esposa había intentado disuadirlo, pero el adolescente fanático ganó la batalla y ahora David se iba al Rock In Rio a verlos tocar en vivo.

Ya en el hotel, se aseguró de tener el ticket de entrada y se comenzó a vestir. Pantalón negro, camiseta negra con el estampado de Eddie y el logo de Iron Maiden, pulseras negras. En fin, todo el atuendo necesario para estar acorde con la fanaticada. Al verse al espejo, recordó aquel concierto en Estados Unidos. Él tenía diecisiete años y encajaba muy bien con los fans de esa época. ¿Cómo sería ahora? Si bien era cierto, Iron Maiden era una banda antigua, y muchos fans tendrían alrededor de 40 años, como él. Pero también era cierto que la banda no había dejado de sacar discos desde su fundación, y que también tenía una gran masa de fans jóvenes, con los que probablemente no encajaría. Finalmente, mientras sonaba Flight of Icarus, su canción favorita, se olvidó de todo y se encaminó hacia el concierto, totalmente emocionado.

Tres horas después, David ya está entre las primeras filas y la muchedumbre comienza a armar alboroto. La banda sale a escena y comienza el show con Fear of the Dark. Fear… of… the… dark… oooooooooooooooo…I am a man who walks alone… Bruce Dickinson es Iron Maiden. No hay otro para tomar el micro e imponerse de esa forma. David canta cada una de las líneas de la canción y está totalmente emocionado. Ya se iba olvidando de que tenía treinta y seis años y volvía a su adolescencia. Los jóvenes que tiene a su costado visten como él, cantan como él, son él pero en jóvenes. Una chica que está a su costado no canta, pero disfruta como todos. “Seguro es una de las nuevas fanáticas”. Pronto el solo de Dave Murray y Adrian Smith, y todo el mundo callado, sin corear nada, viendo a los guitarristas tocar, luego el coro oooooooooooo, al que él se suma. Cambio de solo y de guitarrista. De nuevo el coro, y luego Dickinson vuelve a cantar y le ordena al público que cante el coro. Fear of the Dark, Fear of the Dark, Fear of the Dark, Fear of the Daaaaaaaaaaaarrk. ¡Qué canción! Pronto termina la canción. David es un adolescente más. La chica que no estaba cantando aplaude y grita algo en portugués que él no llega a entender, aunque no sabe si no lo entiende porque es portugués o porque todos sus compañeros fanáticos aplauden y gritan de tal forma que no puede escucharla bien. Mientras Dickinson saluda al público, él presta atención a la muchacha. Con la poca luz de los reflectores del escenario no la puede ver bien como para decir el color de sus ojos, pero si se da cuenta que su cabello es oscuro y de que es joven, tal vez diecinueve. De perfil, la muchacha es hermosa, aunque el maquillaje negro de los ojos opaca un poco esa belleza. David la sigue admirando, aprovecha que está concentrada escuchando a Dickinson hablar. Después de unos minutos, la guitarrea de 2 Minutes for Midnight comienza a sonar y Dickinson regresa al escenario. David es descubierto por la muchacha y se siente cohibido, pero finalmente la muchacha le guiña un ojo. Kill for gain or shoot to maim, but we don’t need a reason. David se sabe esa canción, pero no la quiere cantar. La chica lo ve, y parece preguntarle porqué no canta. El canta una línea de la canción, sin saber muy bien si la está cantando en el momento adecuado o no, y la chica se ríe. Señala hacia el escenario y canta la línea correcta. Él se sonroja, pero espera que con la luz ella no se dé cuenta. Se acerca y le pregunta su nombre. Ella responde en portugués algo que no podía parecerse a un nombre y vuelve a preguntar. Ella se rié y esta vez contesta en inglés. Mi nombre es Ana, Anita. Yo soy David. Con que te gusta Iron Maiden. Me encanta, los escuché hace un par de años. Yo los sigo desde hace años. David ahora desea borrar esa frase, porque se ha puesto en evidencia. Vuelve a su conciencia el hecho de que tiene treinta y seis, pero no quiere transmitirle esa sensación. Ella no dice nada y mira hacia el escenario. Midnight ya terminó y ahora sigue The Trooper. Ella comienza a cantar y David dice para sus adentros que para sólo conocerlos un par de años la muchacha se sabe muy bien las letras de las canciones y se lo dice. Ana sigue cantando We get so near yet so far away y David desiste.

David sigue cantando y disfrutando del concierto. Por un momento Ana, Anita ha quedado sólo a su costado, como parte de la muchedumbre y la música lo lleva de nuevo a su adolescencia. Veinte años han quedado atrás. El concierto ya lleva más de hora y media. La gente sigue gritando, son fanáticos de verdad. The Number of the Beast comienza. Es un clásico de la banda. The number of the beast for it is a human number, its number is Six hundred and sixty six. David espera la frase inicial de la canción pero la banda no la toca. En vez de eso, siente la mano de Ana, Anita que se envuelve en la suya y ella comienza a cantar I left alone, my mind was blank al mismo tiempo que Dickinson. Él aprieta su mano y sigue cantando. Su mano en la mano de Ana, Anita es el sello que lo deja veinte años más atrás. Ya no importaba la esposa ni las tres hijas. Hace veinte años yo no tenía ni esposa ni tres hijas, sólo esta pasión por la banda y es lo que tengo ahora. The night was black was no use holding back ‘cos I just had to see was someone watching me, Ana, Anita y David cantan a coro. Pronto The Number se acaba y Dickinson se despide de la muchedumbre. Las 250mil personas que están allí. Pero hay una canción más, dice Dickinson. Y es en ese momento que comienza a sonar Blood Brothers. Ana, Anita se abraza a él. And if you’re taking a walk troguh the garden of life what do you think you’d expect you would see, just like a mirror reflecting the moves of your life. La juventud ha regresado, ahora Ana Anita y él son uno sólo. Son hermanos de sangre, como la canción. Los dos cantan, es la canción favorita de ella. Él la mira, ella lo mira, se ven a los ojos y ella toma la iniciativa. Le da un beso. No hay nada de que preocuparse, de la noche no pasa. Es amor de jóvenes, de jóvenes que se conocieron una noche y que a la mañana siguiente no van a recordar qué fue lo que sucedió. El beso es eterno, la canción termina And if you’re taking a walk through the garden of life… Adiós Iron Maiden, hola Ana, Anita.

La juventud ha regresado, ahora, en su habitación de hotel, él puede explorar cada centímetro de su cuerpecito. No hay remordimientos, ella tiene diecinueve y él está en sus dieciséis. Si la gente se entera que lo hizo con una mayor de edad lo van a elogiar, ese sentimiento es lo máximo, ser el centro de atención de todo el mundo. El concierto me hizo pasar una noche con una chica de diecinueve, tres años mayor que yo. Es lo máximo. We’re Blood Brothers.

Y a la mañana siguiente, David se despertó. Tengo dieciséis y lo hice con una de diecinueve. Pero Ana, Anita no está. Ella ya tomó sus cosas y se fue. Amor de juventud. Una noche y nunca más te volví a ver, si te veo no te conozco, y si te conozco no me acuerdo. ¡Diablos! No tengo dieciséis, tengo treinta y seis, y estaba esperando encontrarte a mi costado cuando despertara hoy en la mañana. Amor de adultos. No soy joven, no podré volver a acostumbrarme a ser joven. ¿Qué he hecho? Lo he hecho con una de diecinueve. No es posible… con una de diecinueve… ¿qué dirá mi esposa? Ana, Anita, ¿quieres ser mi esposa? No, amor de adultos, y ella no es adulta. Yo no soy joven, lo fui… y nunca más volveré a serlo…
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“Lectura inesperada” (por Diego Martínez)

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lectura inesperada

Salió del ascensor con prisa, cruzó la sala de recepción de la empresa, y con un poco efusivo “Hasta mañana” abrió la puerta que daba a la calle. Eran casi las nueve de la noche, muy pocos autos pasaban por su costado, mientras él buscaba las llaves, se dirigía a su auto, aparcado en el estacionamiento de enfrente. Tomó las llaves, con los dedos iba tanteando para sacar la del auto, la cogió y abrió la puerta, apagó presuroso la alarma y entró. Condujo por las mismas calles de siempre, doblaba las mismas esquinas, escuchaba las mismas canciones de todos los días, y en cuestión de minutos llegó a su casa. Sabía que su esposa estaría despierta todavía, que el niño ya estaría dormido, y “argos” se avalancharía hacia él ni bien cruzara la puerta, y así fue. Luego sentados a comer, hablaron sobre cómo estuvo el día, de cómo él ya estaba aburrido de su trabajo, de que ella se había hecho tarde para recoger a Matías del colegio, de cómo “argos” había roto un florero de la sala. Él escuchaba y hablaba poco, comía con rapidez, sólo pensaba en llegar a su cuarto y leer esas pequeños cuentos que había conseguido una semana atrás en una feria de libros. Dejó a su esposa en la cocina, y subía las escaleras, fue directo a lavarse los dientes, salió y entró al cuarto de su hijo, le dio un beso en la frente, lo cobijó y salió hacia su dormitorio. Se cambió de ropa, cogió el libro de la mesa, se recostó en el sofá que estaba al costado de la cama y prendió la lámpara.
Con mucha comodidad abrió el libro, un hombre misterioso se ponía el gabán mientras miraba por la ventana, cogió el arma y dejó ordenó los papeles que tenía sobre el escritorio. Caminaba de un lado a otro impaciente, esperando el momento preciso para salir tras su víctima. Volvió a mirar por la ventana, miraba hacia el edificio de enfrente, mucha gente salía pero ninguno era el que él esperaba, de pronto lo vio, e inmediatamente cogió su arma, la guardó en el bolsillo interior de su gabán, también tomó los papeles de la mesa y salió del cuarto. Bajó por las escaleras porque así llegaría al primer piso más rápidamente, bajó la velocidad al salir a la sala principal del hotel, caminaba con paso firme, saludó a la señorita de recepción y cruzó la puerta. Tomó un taxi que estaba pasando por ahí, sólo dijo “Siga a ese auto” y se sentó en la parte posterior. Mientras lo seguía, iba pensando en el momento exacto para hacer lo que debía hacer, las calles pasaban y él se ponía más ansioso por llegar al destino, sacó los papeles que indicaban todos los movimientos de su presa, los leía y releía mientras el auto seguía en marcha.
De pronto su lectura fue interrumpida por su esposa que le dejó una taza de te al costado de su mesa, le dio un beso de buenas noches y se acostó en la cama. Él se levantó del sofá y se dirigió a la ventana, la noche estaba fresca y tranquila, cerró las cortinas y volvió a sentarse, tomó un sorbo de té y lo dejó otra vez en la mesa. La lectura lo tenía sumido, quería saber hacia dónde se dirigía este hombre misterioso, quién era su víctima y por qué lo quería matar. El taxi se estacionó junto a un parque, el hombre volvió la mirada y vio al auto estacionado en la otra acera, no dijo nada, sacó unas monedas del bolsillo y pagó la carrera. Salió del taxi y se sentó en unas de las bancas del parque, prendió un cigarro y esperó. Estuvo sentado por unos minutos, tiró el cigarro al piso y se levantó, cruzó la calle y llegó a un jardín. El perro duerme adentro, pero en un cuarto aparte, en la cocina siempre dejan la ventana que da a la calle entreabierta, se trepó con cuidado y entró a la casa. Todas las luces estaban apagadas, llevaba los papeles en una mano y en la otra, el arma. Se acercó a la luz de la calle y trataba de leer lo que decían los papeles, recordó que debía de sacar carne de la nevera para el perro y así lo hizo. Sabía todo lo que había en cada cuarto, se conocía la casa más que sus propios dueños. Con el perro comiendo feliz, no habría mayores dificultades en el primer piso, así que se dirigió a paso lento hacia la escalera.
Volvió la mirada hacia la cama, su esposa dormía plácidamente y el silencio era su único compañero en ese momento. Se volvió a levantar del sofá, y se dirigió hacia el cuarto de su hijo, todo estaba tranquilo, y así debía de ser. Tenía en la cabeza al cuento que estaba leyendo, sentía que tal vez eso podía estar sucediendo, así que volvió a su cuarto, se puso una bata y se dirigió a las escaleras. Bajó poco a poco, peldaño por peldaño, todo estaba oscuro, su vista no podía reconocer las cosas aún y se le hacía complicado bajar a tientas. Llegó al primer piso, no vio nada, todo estaba como siempre, así que volvió a subir, y recostado en el sofá retomó la lectura.
Al llegar al segundo piso, vio luz en el cuarto del fondo, volvió a sus papeles, tendría que ser él, seguía leyendo sus papeles mientras caminaba hacia la puerta, pasaba por otros dormitorios, pero él estaba seguro que él estaría en la del fondo. Mientras se acercaba, tomó el arma en las manos, pero con la mirada puesta en los papeles. Llegó a la puerta y deslizando la manija la fue abriendo.
El miedo lo absorbió, levantó la mirada y miró hacia la puerta esperando a que ésta se abriera, pero no ocurría nada. Se levantó y se dirigió hacia la puerta y en se preciso momento, se comienza a abrir. Espera parado, inmóvil, y de pronto entra su hijo. El alma le volvió al cuerpo, lo abraza y lo echa para que duerma con él. Cierra la puerta del cuarto y antes de irse a dormir le da curiosidad en qué acabaría el cuento, lo toma otra vez y lo vuelve a leer, mientras empieza la lectura escucha unos ruidos en la puerta, pero está muy concentrado para hacer caso.
Al abrir la puerta se queda parado y decide no entrar, sigue leyendo sus papeles y sabe que su víctima no está sólo, su esposa y su hijo están ahí también, y él no estaría dormido como debería sino sentado leyendo un libro. Da media vuelta, guarda sus papeles y el arma, baja las escaleras y sale por a ventana.
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“Mi mami con cerveza y marihuana” (por José Carlos Banda)

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Todo está perfecto. El departamento solo, mi Andreita conmigo, una botella de whisky de doce años que había tomado prestada de mi madre y 200 soles en marihuana. Mi madre va a pasar todo el fin de semana con su hermana en la playa. Yo me salve de semejante aburrimiento alegando a una práctica que debía dar el lunes y que aún me faltaba mucho por estudiar.
-Diiiing- sonó el timbre, cuando todavía faltaban cinco minutos para las diez de la noche.
Puse un disco de Jefferson Airplane en el equipo y fui a abrir la puerta. La impaciencia me hizo abrir sin preguntar quién era. Andrea. El cabello algo despeinado, un polo de los Who y unos jeans muy apretados. Me dio un beso en los labios y camino directamente hacía el equipo de música para subir un poco el volumen. Nos sentamos en el sofá. Nos besamos. Abrimos la botella de whisky. Nos besamos. Brindamos por nosotros y nos volvimos a besar.
Ya tenía todo preparado. Había armado quince cigarros y la marihuana restante la había dejado en un cajón dentro de mi cuarto. Después del segundo cigarro tuve que botar la botella de whisky casi llena por la ventana. Fui al refrigerador para buscar algo más refrescante y regrese con seis latas de cerveza bien heladas. Andrea me recibió en el sofá con un apasionado beso que parecía de nunca acabar. Empecé a acariciar su espalda y poco a poco mis manos iban bajando por ella. Nuestra escena romántica se detuvo cuando los dos fuimos a parar al piso. Yo me había golpeado un brazo al caer, pero ella solo empezó a reír, así que supuse que estaba bien. Ella se puso de pie y fue a cambiar la música. Yo fumé. Ya era el cuarto, cada vez tenía la visión más distorsionada. Ella parecía estar bien. Caminaba con algo de dificultad y no dejaba de reír, pero estaba bien. Pensaba en que no había nada mejor que su sonrisa, que ya empezaba a conocer de memoria. Abrí una lata de cerveza, seguí fumando y me senté de nuevo en el sofá esperando que regrese. Había puesto a los Sonic Youth. Era la mejor decisión. Me guiñó un ojo y se lanzó hacia mí. De casualidad empujó el sofá y de nuevo fui a parar al piso, solo que esta vez si me causó un intenso dolor.
Abrí los ojos y vi la cara de mi madre. Parecía algo nerviosa. Me besó tres veces en la frente, puso su cara sobre mi pecho y me abrazó. Su abrazo me producía nauseas. Al parecer se percato de esto y me soltó. Me ayudo a ponerme de pie y me sentó en el sofá. Me preguntó si me sentía bien, le dije que sí. Le dije que tenía mucha sed y me dio mi lata de cerveza. Todo seguía igual: los Sonic, los ceniceros llenos de ceniza, las latas de cerveza sobre la mesa, el último cigarro de los que armé seguía ahí; pero, Andrea había desaparecido. No quise preguntar. Quizás mi madre nos había encontrado y la había echado de la casa. Lo único que sabía era que me sentía muy bien ahí junto a mi madre. Me sentía protegido. Temblaba. Ella me abrazaba y me decía que me calmara, que todo iba a salir bien. Me sentía mal por Andrea, no sabía qué le había pasado, pero no me importaba. En ese momento me sentía indefenso frente a la vida y solo necesitaba a mi madre, Andrea había pasado a un segundo plano para mí. Sentir eso me defraudaba, pero eso era lo que en realidad sentía y no podía hacer más.
Me puse de pie y empecé a caminar hacia el baño. Necesitaba lavarme la cara para sentirme mejor. Mi madre se ofreció a ayudarme pero dije que podía ir solo.
Salí del baño y me sentí como nuevo. De pronto vi que Andrea se paró del sofá y vino hacia mí a preguntarme si ya estaba mejor. No entendía lo que pasaba. Mi madre había desaparecido y ahora era Andrea la que estaba conmigo.
Me tomó de la mano y me llevó a sentarme junto a ella en el sofá. Me dio un beso en los labios y se quedo abrazada a mí. No me soltaba. Se sentía bien, ella era una mujer. Mi madre era mi madre. Pero había algo que mi madre podía darme y Andrea no. Sentía que Andrea estaba tan indefensa como yo y yo no me sentía un hombre como para protegerla de este horrible mundo. No podía con mi vida y menos con la de ella también.
En ese momento me separe de ella bruscamente. Le pedí perdón y ella me respondió que no sabia de que estaba hablando. Le dije que no era lo suficientemente hombre como para estar con ella. Le dije que me sentía indefenso y no era capaz de protegerla. Protegerme de qué, me respondió. La verdad no estaba seguro de lo que estaba hablando pero le dije que ya no quería seguir con ella. Le dije que la quería mucho pero ya no quería estar con ella. Que era lo mejor, alejarse de un cobarde como yo. Se puso de pie y me miró como nunca me había mirado. Había decepción y quizás un poco de odio en esos ojos. Me puse de pie y le di un beso en la boca. Ella me empujó y yo caí al suelo.
Abrí los ojos y mi madre estaba de nuevo conmigo. Era como un súper héroe, siempre estaba en los momentos precisos para salvarme. Siempre estaba ahí cuando yo la necesitaba. Me abrazó muy fuerte. Note un par de lágrimas en su rostro. Me dijo que todo había salido muy mal esta noche. Se ofreció a llevarme a mi cama para que pueda descansar. Dijo que pasaría toda la noche junto a mí, cuidando mis sueños y que mañana me prepararía un rico desayuno. Yo le respondí con una sonrisa. Le dije que me esperase un momento, que necesitaba fumar ese último cigarro antes de ir a dormir. Me respondió que no había problema. Mi madre era perfecta. Me concedía todo lo que yo pedía y me daba todo sin pedir nada a cambio. Fume y fume. Mi madre se acostó sobre mi regazo y me dijo que yo era todavía un niño, pero que ella quería pasar su vida junto a mí. Dándome todo. Dijo que me amaba. Me ayudó a ponerme de pie y empezamos a caminar hacia mi habitación. Ella lo sabía todo. En ese momento lo único que necesitaba era dormir.
-Diiiiing- pude oír el timbre entre las guitarras de Sonic que sonaban desde hacía rato sin perder la armonía.
Le dije que me esperara un momento que yo iba a abrir la puerta. Caminé hacia la puerta esquivando un par de latas de cerveza que yacían sobre el piso y abrí. Era mi madre y me saludo con un beso en la frente
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Cuento (por Giuliana Zuñiga)

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El maestro Heriberto Gonzáles terminó de dictar la última clase de su carrera en la Gran Unidad Escolar entre aplausos. Sabía que los alumnos no habían entendido nada y que ni siquiera habían hecho el más mínimo esfuerzo por atender su clase. Había visto a varios conversar, a varios dormir e incluso, a uno que otro, hasta roncar.

Tampoco le sorprendía mucho. En los últimos años, casi siempre había sido lo mismo. A los alumnos no les gustaba estar en su clase. Decían que era muy aburrido, que no era dinámico, que no les daba confianza. En cambio, ahora, los niños adoraban a los maestros jóvenes que iban llegando al colegio. Decían que con ellos las clases eran mas llevaderos, más divertidas. El maestro Gonzáles trataba de negar la importancia de esto, aunque en el fondo sabía que le importaba y le dolía mucho que los niños no lo quisieran como antes.

El maestro Gonzáles había entrado a trabajar desde que el colegio recién abrió sus puertas. Había ingresado a enseñar hace unos 40 años. El era el único maestro joven de un grupo de maestros ya maduros y con más experiencia. Había entrado por recomendación de su padre, que era amigo del que era director del colegio en ese tiempo.

Antes los chicos me adoraban-pensó acongojado. Sus clases eran las más solicitadas y él era claramente el maestro favorito de la escuela. Incluso él también se quejaba con los alumnos de lo anticuados y aburridos que también le parecían los otros profesores. Siempre lo trataban como un niño, y hasta su forma de hablar, tan lenta, le parecía aburrida. En esto comprendía totalmente a los alumnos y pensaba que ellos también lo comprendían a él.

Ahora habían pasado los años y todos los antiguos profesores con los que había entrado, ya se habían retirado, o habían fallecido. Y sabía con pesar que ahora él se había convertido en eso a lo que antes se oponía. Sabía que ahora los alumnos y hasta los maestros jóvenes lo evitaba e ignoraban, en vez de valorar la experiencia que poseía.

Luego de la última clase que dictó, agradeció los aplausos, aunque sabía que los niños seguramente lo hacían porque el director se los había impuesto. Sabía que tenían planeado hacerle una despedida una hora mas tarde; sin embargo, cogió su maletín y cruzó la puerta del colegio por última vez, sin despedirse de nadie.

Caminó hasta la parada de autobús. Les estoy haciendo un favor-pensó-¿Quién querría marchar bajo el mediodía, y luego, cansados, estar dos horas escuchando hablar de un viejo del que ya no se tiene nada que decir, y para cerrar con broche de oro, escuchar media hora el discurso de un viejo que ya no tiene nada que decir? ..Si… definitivamente les estoy haciendo un favor.

Un joven, vestido con el uniforme del colegio, y muy agitado ya que había hecho el trecho desde el colegio hasta la parada de autobús corriendo, le preguntó.

-Profesor Gonzáles.. ¿no va a venir a su ceremonia de despedida?

-No Cueto, no voy a ir.

-Pero profesor, ya todos están formados, lo estamos esperando, solo falta usted. Hasta los padres de familia han venido.

– Cueto, me encuentro un poco indispuesto, preferiría…

-Heriberto, por favor, no hagamos escenas. Te están esperando, vamos ya.- lo interrumpió el director. El también había venido corriendo, aunque a mucha menor velocidad que Cueto.

Al profesor Gonzáles no le quedó otra opción que acompañarlos. Absolutamente todos los alumnos estaban formados, sudando bajo el abrazante sol de mediodía. Muchos padres de familia también habían ido aunque el maestro Gonzáles, sabía que solo habían ido a ver marchar a sus hijos. Tampoco era muy popular entre los padres debido a la quejas de él que comúnmente les daban sus hijos. Todos los profesores también se encontraban ahí. Sabía que ellos odiaban quedarse en el colegio, fuera de su horario de trabajo, sobre todo para actividades extracurriculares fofas como esa.

Lo ubicaron en un estrado junto al director. Los alumnos ya estaban listos para empezar a marchar, cuando repentinamente, el profesor Gonzáles tomó el micrófono:

– Se que aún no me compete hablar, y discúlpenme, pero créanme que seré muy breve. Primero quería agradecerles a todos por venir, aunque se realmente ustedes no quieren estar aquí, ya la verdad, yo tampoco. Llevó enseñando cuarenta años y ya creo que es tiempo de dejar a las nuevas generaciones que guíen a estos niños, y estoy seguro de que lo harán bien, ya que hay excelente maestros en esta escuela. Yo pensaba retirarme por mi propia cuenta ya dentro de muy poco tiempo, sin embargo nunca pensé que el colegio, en su afán de reducir costos me pidiera que adelante mi jubilación; claro, por lo mismo que yo cobro pueden traer a dos maestros jóvenes, que enseñaran mejor y que los niños querrán más. Yo no me opongo a esto, hasta los comprendo, y sé que incluso muchos de uds. se alegraron con la noticia de mi supuesto retiro; sin embargo, me parece una vileza de parte del director y del profesorado, no haberle dicho la verdad al alumnado y a los padres de familia y para colmo, hacerme una despedida fingiendo que todo esta bien. No me parece correcto señor director. Solo quería que sepan la verdad y agradecerle de nuevo por venir.

Sin decir más palabras se retiró, sin despedirse del director, que se encontraba muy abochornado, mirando al suelo. Algunos empezaron a aplaudir, y los demás los siguieron; hasta que todo el colegio vibró por los prolongados aplausos que se le brindaron al profesor Gonzáles. Incluso, muchos empezaron a pedir que no se vaya; algunas madres de familia, que habían sido alumnas suyas, tenían lágrimas en los ojos. Él, sin embargo, emprendió de nuevo el camino hacia la parada de autobús.
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“Lugar llamado Kindberg” (por Julio Cortázar)

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kindberg

[…]Lina al borde de la carretera a la salida del bosque en el crepúsculo, qué lugar para hacer auto-stop y sin embargo ya, otro poco de sopa osita, cómame que necesita salvarse de una angina, el pelo todavía húmedo pero ya chimenea crepitando… tengo una carta para nos hippies de Copenhague, unos dibujos que me dio Cecilia en Santiago, me dijo que son tipos estupendos, el biombo de raso y Lina colgando la ropa mojada, volcando indescritible la mochila… kleenex botones anteojos negros cajas de cartón Pablo Neruda paquetitos higiénicos plano de Alemania, tengo hambre, Marcelo me gusta tu nombre suena bien y tengo hambre, entonces vamos a comer, total para ducha ya tuviste bastante, después acabás de arreglar esa mochila, Lina levantando la cabeza bruscamente, mirándolo: Yo no arreglo nunca nada, para qué, la mochila es como yo y este viaje y la política, todo mezclado y qué importa. Mocosa, pensó Marcelo calambre, casi cosquilla (darle las aspirinas a la altura del café, efecto más rápido) pero a ella le molestaban esas distancias verbales […]

“Lugar llamado Kindberg”, magistral cuento de Julio Cortázar (1914-1984), actualiza como pocos relatos el antiguo tópico de la añoranza de la juventud y lo resuelve en una muy particular versión del “tempus fugit” latino (“el tiempo pasa”). Nuestros talleristas emprenden el mismo viaje por un lugar común para someterlo al matiz de sus distintas inclinaciones estéticas. Algunos, más inclinados por el Cortázar fantástico, aprovechan la oportunidad para probar temple en ese tipo de relatos. Último ejercicio del taller. Sigue leyendo

“Lentamente transcurre el tiempo en mi habitación” (por Rocío Huatuco)

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chica

Lentamente discurre el tiempo en mi habitación. El silencio es roto por el monótono sonido de la radio. Algún comentario. Tres canciones. Comerciales. Qué aburrido. Permanezco echada en mi cama en un día cálido de febrero. Necesito salir y tomar aire fresco, aunque sé que en este instante mi cuarto es más fresco que la calle. Miro el ventilador, vueltas y vueltas.
Me quedo dormida. Al rato me despierta y me dice que debemos ir al cine, aunque ella hablaba más para sí que conmigo, su voz se notaba tan lejana, tan extraña. Ella dijo que el jueves habían estrenado una excelente película, pero sé que estaba igual de aburrida que yo y no encontró mejor pretexto para salir que ir al cine.
Una vez en la sala de proyección, todo me parece ajeno. Estoy frente a la pantalla. Las imágenes pasan rápidamente. No comprendo porque la gente grita y se asusta. Al parecer es una película de terror. Me pierdo entre pensamientos y recuerdos. Siento ganas de dormir. Cada vez me siento más débil por el calor. Fue una mala idea salir al cine en estas condiciones. Pero era esto o quedarme igual de aburrida en mi habitación.
Terminó la película. Vamos a cenar. Ella pide pizza y yo sólo miro a las demás mesas. La gente conversa amenamente pero yo no. Hoy me siento lejos de todo. ¿Debí haberme quedado en casa?
Ella se levanta y me lleva a casa. La veo, el cuerpo que empiezo a mirar con mayor atención se parece al mío y a la vez no. Ella soy yo, pero no soy yo. Yo estoy pensando esto, pero ella habla de cosas distintas. Ella ha disfrutado de la película. Ella, incluso, pidió una porción más de pizza. Trato de vocalizar algo para mantener algún contacto con ella. Hablo. Grito. Ella no me escucha, ni siquiera se inmuta. Ella me va dejando y yo tengo que hacer mucho esfuerzo para alcanzarla.
Otra vez en la habitación. Ella sonríe. Habla en voz alta. Ha tenido un excelente día. La película que han pasado era espantosamente terrorífica, no porque diera miedo sino porque estaba espantosamente llena de clichés. Igual, sé que ella no podrá dormir porque tendrá miedo. Me conozco demasiado bien para saber que no podrá dormir. Eso espero. No quiero que se duerma. Ella hace feliz su vida y yo estoy aquí tratando de entrar. Creo que yo soy su pensamiento, el problema es que debería estar adentro y no afuera. Prometo que nunca más volveré a leer libros de ficción si encuentro la forma de volver a estar donde siempre.
La veo. Ella escucha música. Tatarea una que otra canción. Apaga el equipo y mira televisión. Al parecer encontró más divertido ver videos musicales que escuchar música por radio. Creo que está intentado aburrirse para poder dormir y yo no sé cómo impedirlo. Si se duerme tal vez me quede flotando, vendrá una ráfaga de viento y me esfumaré. Me llevaré sus recuerdos y ella se quedará con mi vida.
Tengo que hacer que se despierte. Está a punto de quedarse dormida. Sus párpados se están cerrando. La estoy perdiendo, me estoy perdiendo. Susurro en sus oídos, tal vez así pueda escucharme. Le digo que si se duerme tendrá una existencia vacía. Yo soy la que dirige nuestras acciones, sin mí ella sería nada, sólo un autómata. Pero ahora que lo pienso, ella seguiría existiendo, yo no correría con la misma suerte.
Domingo, domingo. Me quedé dormida en la sala. Me arreglaré. Tomaré desayuno. Trataré de no escuchar este eco en mi cabeza aunque cada vez se vuelve más y más débil. Mañana iré al doctor y le diré que la terapia está funcionando. Qué horrible se siente que esa voz esté intentando entrar a mi cabeza. A veces, se apoderaba de mí y yo terminaba pensando como ella. A veces, creo que se sentía en pleno derecho de invadir mi mente. Ayer no lo logró, me dormí a tiempo. Mañana iré a ver a mi doctor y le diré que la voz se está haciendo débil, es más creo que desde que me he despertado ya no la he escuchado. Sigue leyendo

“Un joven cobrador y una combi” (por César Ruiz)

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combi

Bueno si, la vida siempre fue difícil para mí. Desde pequeño sufrí muchas penurias: incontables hambrunas que padecimos con mis hermanos. Nuestra casita en un asentamiento humano no nos protegía del viento que soplaba inexorablemente, haciéndonos tiritar de frío bajo nuestras prendas ajadas.
Contar la historia de todos mis hermanos sería como narrar La Iliada o La Odisea. Sólo me limitaré a narrar cómo me hice cobrador de una de las tantas líneas de transporte urbano de la gran Lima. Como dije mi familia era pobre, así que tuve que trabajar desde muy pequeño. Mis hermanos ya ocupaban los diversos oficios en los que yo, un niño de 12 años, me hubiera podido desempeñar. Fue así que me decidí por ser cobrador.
A mis padres no les importó el riesgo que correría, en realidad no tenían tiempo de preocuparse y lo más que querían era que sus hijos lleven plata a la casa. Con el tiempo creo que hasta olvidaron mi oficio.

Comencé en la empresa S.T.U. Atahualpa, esa cuyos vehículos tienen líneas azules y verdes. Bajo una madrugada moribunda, cuando el alba ya empezaba a rayar salí a trabajar. Roger era mi compañero, un joven chofer, que a sus 28 años era capaz de convertir una simple vehiculo motorizado “combi” en uno de fórmula 1. “Por los pasajeros”, siempre decía eso cuando apretaba el acelerador a fondo.
Rápidamente aprendí el lenguaje subterráneo de los dateros: “Pampa”, “planchado”, si no, habla habla, sube baja baja sube, sudor, calor, sencillo vuelto, baja en la esquina, policía, tránsito pesado, pampa… policía, pisa pisa frenos, aguántate, sudor, papeleta, lágrimas, sencillo, gaseosa, 20 soles, jefe jefazo amigo, 10 vamos…
Así pues, poco a poco, fui haciéndome ducho en tal oficio. Roger siempre quería trabajar conmigo, y es que yo siempre le indicaba el momento preciso para apresurar la marcha o para emprenderla parsimoniosamente.
Nuestra marcha era interrumpida por los policías; nuestro botín era recoger pasajeros, más que las otras tantas empresas que nos hacían la vil competencia. Cada día era una lucha encarnizada. La primera batalla que yo libraba, era la de levantarme a tiempo. La fría y húmeda mañana me obligaban a permanecer en un agujero negro cálido, que no era otra cosa que mi cama. Cuantas veces hundí la cabeza entre las sábanas, topándome con otras cabezas, tratando de alargar los segundos que me separaban de la hora de la partida. La segunda contienda, ya en las pistas, era contra las otras tantas combis que también circulaban. Y la última batalla, la batalla, era contra los policías, los hombres uniformados que no nos dejaban laborar a nuestras anchas.
Un día, al volver a mi casa de trabajar, mi madre me dijo que el menor de mis hermanos estaba muy enfermo. El pobre se retorcía de dolor en su cuna, pues apenas contaba con 3 años. Le habían aparecido bubones a lo largo del cuello, así como ronchas en la cara y brazos. Todos estábamos muy preocupados. “Es la enfermedad, la misma que se llevo a Manuelito” dijo mi padre. Yo no iba a permitir que las mismas bacterias se lleven a la tumba a otro hermano mío. Si, al día siguiente me esforcé como un loco descarriado para obtener más plata de lo normal. Le exigí al máximo a Roger. Dentro de mí decía “él es como un caballo al que hay que arrear y espolear para exigirle mas velocidad y tirar de las riendas para frenar”. Nunca había laborado con tanta intensidad.
Sube baja… baja… dale, vamos…de frente derecha todo derecha sigue nomás…quédate ahí, sube… baja en la esquina rápido vamos…. Tingo maría todo Bolivia cercado de lima, Tacna, no pasa nada vamos… no pasa nada hasta la otra esquina pisa nomás… oiga no debería manejar tan rápido –vieja entrometida, pensé- ….mete la cabeza un policía -mierda- ya fue se quedó atrás… todo Bolivia Tacna… ya vamos…pasajes, con sencillo por favor, pasajes…. No, el medio está ochenta… ¿a dónde va? Un sol veinte…ah policía despacio nomás, ya pisa ahí, espera pera, sube la señora…vamos….cómo va…dos cinco uno, se va con 3 el rojo, 5 – 5, planchado…vamos bien…íbamos bien, nunca mi canguro se había llenado más de lo normal, así lo indicaba su peso y el chistar de la monedas.
De pronto, y menos mal fue cuando no había pasajeros, unos cuantos solamente, por seguir con el paso acelerado hicimos desviar a pequeño vehículo blanco con rojo de su ruta, estrellándose contra otro carro por esquivarnos. No paramos, seguimos de largo. “Así es la vida” pensé, “una desgracia por otra”.
Iba entre medio contento y medio preocupado todo el camino de regreso a mi casa. La cantidad que llevaba era mucha más de lo que acostumbraba a llevar, el triple aproximadamente. Aún así no serviría de mucho, pero entre todos sumaríamos una cantidad considerable.
Casi me desmorono de la impresión, del susto. Encontré a mi madre destrozada, llorando sin consuelo, mis hermanos solo atinaban a abrazarla. Ellos sollozaban en silencio, ahogando el grito de dolor. “¿Qué pasó?” atiné a decir, “Nuestro pequeño hermano, pues…murió. No fue a causa de la enfermedad, si no que la ambulancia en la que iba se chocó contra otro carro. Murieron todos los pasajeros al instante” “¡¿Qué?!” dije mientras me sujetaba e intentaba abrazarme “Fue a causa de una combi, una combi de líneas azules y verdes.”
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“Pasarela” (por Milan Pejnovic)

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backstage

Desde el momento que entró a mi camerino supe que me traería problemas. Medía por lo menos 1.85 metros, y tenía más espalda que los guardias en la entrada del desfile. Definitivamente era una mujer que imponía su presencia, aunque dudé desde un principio cuanto de mujer tendría. Lo primero que hizo fue empezar a revisar mi camerino, sacando todo de su lugar y desordenando lo que me había costado un día entero ordenar. Al final terminó encontrando las 5 botellas que había escondido cuidadosamente. Después se paró en la puerta, e inspeccionó con la mirada el cuarto entero. Segundos más tarde, agarró una botella que parecía de perfume en el tocador, y la puso junto a las 5 botellas.
– Como vez, no hay forma que puedas esconder las botellas de mi. Tengo un sexto sentido para estas cosas, así que mientras esté acá usted se va a concentrar en el desfile y a llegar sobria al final del evento. ¿Me entendió bien señorita?
– Si – respondí inmediatamente, aun asombrada por la escena que acaba de presenciar.
Le dio una última mirada al cuarto, me miró de forma amenazadora y salió. El desfile comenzaba en una hora, y no sabía que iba a poder hacer sin tomar algo hasta entonces. Tenía que tomar algo, lo necesitaba. No iba a poder salir a desfilar si no encontraba una solución a este dilema.

Hacer de niñera era lo último que había pensado hacer. Pero chamba es chamba y le estaban pagando bien. El que la contrató se veía muy desesperado y había depositado en ella toda su confianza.
– Claudia es una excelente modelo y una excelente persona, pero tiene este pequeño problema… usted sabe… suele tomar mas de lo debido – le explicó el señor cuando la fue a contratar. – Solo tienes que tener cuidado, ya que no hay hombre que pueda resistir su mirada. Todos caen rendidos y ella puede lograr que hagan lo que ella quiere. Mientras mantengas a los hombres alejados al igual que al trago, todo va a estar bien.
– No se preocupe señor, los hombres me suelen tener miedo y el trago es mi peor enemigo. Se como luchar contra los dos.
– Hasta la próxima semana entonces. Nos vemos. Esté puntual.
– Ahí estaré.
Una semana después aquí estoy, en este gran evento del modelaje, cuidando a una modelo alcohólica. El mundo cada vez está más loco. Miro la puerta del camerino de la chica. Solo espero no tener ningún problema.

Faltando media hora para que comience el desfile de modas, una chica sale de forma silenciosa de un camerino, y se va rápidamente hacia la puerta que da a la calle. Una mujer grande y musculosa se esconde detrás de una pared, espiando las acciones de la chica. A penas la ve dirigirse a la puerta, la sigue.
En la puerta hay dos hombres de seguridad uniformados, con frío y bastante aburridos. Cuando escuchan que alguien toca la puerta por dentro inmediatamente la abren. Bastó con que miraran a la chica a los ojos para que se quedaran inmóviles, como si hubieran sido embrujados. Intercambiaron unas palabras, y uno de ellos se separa del grupo, cruza la calle, y desaparece en la transversal. La chica entra de nuevo, y vuelve a su camerino por donde vino, con el mismo cuidado que a la ida.
Una vez que escucha la puerta cerrarse, la mujer grande y musculosa se dirige a la puerta de la calle, la abre, y sale.

Faltaban pocos minutos para el inicio, y el guardia no había tocado su puerta. Lo esperaba ansiosa, necesitando aquello que le podría promocionar. De pronto, un papel se desliza debajo de la puerta. Intrigada lo abre. Lo que leyó la hizo dar un grito de frustración. La maldita esa a la que le habían pagado para cuidarla le había escrito dándole las gracias por la botella de ron y deseándole mucha suerte en la pasarela. Necesitaba tomar. Acaso no entendía. Llevaba todo un día sin probar una sola gota del alcohol. Por unos momentos soñó con un cuba libre, pero la maquilladora tocó su puerta. Era hora de los últimos toques antes de que empiece el show. Pero esto no se había terminado. Sacó su celular e hizo unas llamadas. La que ríe al último ríe mejor.

Alrededor de la pasarela había un sin número de gente, todos esperando ver a las flamantes modelos salir a dar su caminata. Adentro, todo era un pandemonio. Chicas corriendo por todos lados, estilistas desesperados persiguiéndolas y organizadores haciendo arreglos de último minuto. Claudia ya estaba cambiada, aunque estaba lejos de estar tranquila. Aun no había conseguido el trago. Afuera la música empezó a sonar. La desesperación era cada vez más grande. Ella estaba entre las primeras, pero no había forma que salga sin tomar algo. Se deslizo hacia el final de la fila, esperando lograr más tiempo. De reojo pudo distinguir a Miguel, quien se le acerco con dificultad entre la multitud.
– Disculpa Claudia, me costó mucho poder escabullirme entre los de seguridad para entrar acá – explicó sin mirarla a la cara.
– ¿Tienes lo que te pedí?
– Si lo tengo – respondió Miguel mientras le mostraba una pequeña botella que tenía en el bolsillo. – Pero no te lo debería dar. Se lo prometí a tu hermana.
– Mírame a los ojos y dime si realmente crees que voy a tomar más de un sorbo. Solo es remojar los labios – insistió Claudia, mientras le levantaba la cabeza con la mano para que la mire.
Miguel intentó resistir, pero a penas su mirada hizo contacto con la de Claudia, se dio cuenta que cedería y que no podía negarle nada.
– Bueno Claudia, toma, pero solo un sorbo y me lo devuelves.
Claudia le arrebato el pequeña botella
– No te preocupes, yo lo guardaré. Quiero tomarlo justo antes de salir. Además, ya tienes que volver que el guardia de seguridad acaba de pasar por acá y parece que busca a alguien.
Miguel intentó contradecirle, pero no pudo, y viendo su impotencia ante esa mirada, dio media vuelta y se fue. Claudia estaba feliz. Se volteó para mirar la salida hacia la pasarela. Al dar la vuelta, se encontró con una muralla humana que le bloqueaba la vista.
– Te creíste muy inteligente. Pero yo tengo tu celular intervenido y supe lo de Miguel hace un buen rato. Es más, logró pasar porque le dije al de seguridad que mirara hacia otro lado cuando el intentara pasar.
Dicho esto, le quitó la botella y se la metió en el bolsillo. Inmediatamente después, la agarró del brazo y la puso adelante en la fila, para que así sea la próxima en salir.

No le quedó otra que salir. Las luces la atacaron a penas pisó la pasarela, pero ya había practicado mucho para esto. Intentaba controlarse por dentro, diciendo que podría sobrevivir una vuelta en la pasarela sin trago. Ya conseguiría alcohol antes de la siguiente marca de ropa. Pero era muy difícil. Le costaba mucho sonreír, aunque no dejaba de avanzar. El flash de las cámaras era incesante. Llegó al final de la pasarela y se detuvo unos segundos. Miró por unos segundos a la gente que tenía adelante. Eso bastó para que su mirada se encontrara con la de un joven sentado en segunda fila. Ya lo tenía en sus manos. Ella estaba segura que el vendría a buscarla, y que dado el lugar donde estaba sentado se notaba que tenía influencias para no tener que escabullirse como Miguel. Un poco más tranquila, regresó por la pasarela y desapareció.

Seguía habiendo un gran tumulto de gente detrás de la pasarela, preparándose para la siguiente marca. Ella buscó por todos las a la musculosa, pero no estaba por ningún lado. Se mezclo entre varias personas y se acercó lo más que pudo a la puerta que daba al público. En ese mismo instante apareció el joven por la puerta. No había tenido problema alguno para entrar. Tenía en su mano una copa, pero no sabía que podía. Se le acerco lentamente.
– Te viste muy hermosa ahora que saliste – le dijo el joven mientras la miraba directamente a los ojos.
– Muchas gracias – le respondió Claudia.
– Me llamo Antonio. No te preocupes en decirme tu nombre porque ya lo se – explicó con una sonrisa. – La verdad, no creo que alguien acá no lo conozca.
Claudia, segura que este ya había caído, y sin dejar de mirarlo a los ojos, le pidió que le invite un poco de su trago. El respondió inmediatamente que sí, y le dio la copa. Mientras acercaba la copa a su boca, se pudo escuchar un grito a lo lejos, mezclado con la música de la pasarela. Claudia supo quien se acercaba y se apuró en llevarse la copa a la boca. Unos pocos segundos después de que tomó un sorbo apareció, con una cara de indignación y a la vez de frustración. Miró a Claudia, se le acercó y le arrancho la copa. Aun estaba medio llena. Lo lanzo contra la pared, y enseguida llamó a seguridad. Se llevaron al joven entre dos, aunque este no dejaba de mirar a Claudia y sonreír.

Estaba de nuevo a punto de entrar a la pasarela, pero esta vez relajada y lista para asombrar a todos. Había logrado vencer al enemigo, y había al mismo tiempo tomado un poco. Pensé en conseguir un poco más, pero solo un poco, a penas regresara de esta caminada. Pero no pude seguir pensando en eso ya que la otra chica ya había regresado y ya me tocaba. Tomando una gran bocanada de aire, di unos pasos hacía adelante, entrando a la pasarela. Vería a quienes más podría seducir con la mirada.

– No puedo creer que se la creyó – dijo un joven parado en la puerta del desfile, mientras la gente salía del edificio.
– Fue una excelente idea viste. Estaba tan desesperada por tomar algo que ni se puso a pensar en que lo que le diste no tenía nada de alcohol – le respondió una mujer alta y musculosa. – Además, la actuación de los dos fue excelente.
– En verdad si. Y después de eso estuvo tranquila y dominó la pasarela. Pero esa mirada, en verdad me hipnotizó. Sentí que haría cualquier cosa que me pidiese.
– Nunca sabré por qué los hombres son tan débiles y manipulables.
Después de decir esto, se despidió del joven, quien siguió su camino con el resto de la multitud. Ella se quedó mirando al joven por unos segundos mientras se alejaba, y después también se fue.

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