Era una noche como cualquier otra y yo estaba detrás de la barra. Recuerdo que era finales de julio y que sin embargo las noches habían estado bastante frescas. Tan solo quedaban un par de clientes desperdigados entre las mesas y este chiquillo algo flaco sentado frente a mí, bebiéndose un whiskey tras otro. Prometo no hacerla larga, amigo. Solo quiero ponerle énfasis al hecho de que realmente existen cosas extrañas por ahí.
En fin, el chico, este chico, el flaco, tenía un apellido polaco. Malinowski, Zborowski, algo así. Empezó a hablarme de repente, como porque sí. No parecía tener veintiún años, aunque los tenía, porque tenía identificación. Lo más probable es que tuviera más. Tampoco muchos más, veintitrés, veinticuatro. Me preguntó mi nombre, de donde venía, qué tal iba el negocio, esas cosas que uno pregunta cuando no sabe de qué hablar con el cantinero. Sí, este chico Malinowski no tenía mucha idea de cómo iniciar una conversación, pero era obvio que quería hablar con alguien.
Le dije que venía de Edimburgo y él me dijo “yo vengo de Iraq”. Me acuerdo bien, eso fue exactamente lo que dijo. Probablemente esa es la única cita textual que puedo dar, “yo vengo de Iraq”. “Acabo de volver, después de tres años. Ya terminé el servicio y llegué anoche. Mi autobús sale dentro de seis horas. Veré a mi novia y a mi familia, en Lima, Ohio.”
Lo felicité y le invité el siguiente whiskey. Si volvía al hogar después de tanto tiempo, pensé, tenía todo el derecho a estar borracho como una cuba.
“¿Ha escuchado hablar del estrés postraumático, Harry?” me preguntó. Yo me reí. Pensé que estaba intentando ser gracioso. Por supuesto que aquello no lo era. Tenía una cara y una voz muy serias, pese a estar tan borracho.
“Hay historias sobre la guerra de Iraq, que no tienes idea,” dijo.
“Bueno, chico,” dije yo, “algo de idea tengo, uno que otro soldado se pasa por aquí.”
No dijo nada entonces. Alzó el vaso y le dio un último sorbo. Luego lo acercó a mí y me dijo que no quería beber más, así que me lo terminé por él. Cuando lo hube hecho comenzó a contarme su historia, y no lo interrumpí una sola vez. Lo juro, hombre.
“Yo no sé si tengo estrés postraumático,” dijo el chico, “pero tengo pesadillas a menudo. El tiempo que estuve ahí, la verdad, pasó más o menos sin problemas, Harry. Sí, vi compañeros morir en Bagdad, pero todos los vemos en la guerra. Vi abusos, de nosotros hacia los prisioneros, hacia los civiles, pero también de los propios iraquíes, esos malditos cabeza de toalla, hacia los suyos. La guerra no es tan diferente de cómo la ves en la tele. Solo que quizá es menos emocionante.
‘No me malinterpretes. Soy un marine. Moriría por este país, por mis amigos, mis hermanos. Tengo fe en que todo este asunto no fue en vano. En que teníamos un propósito allá en el Medio Oriente, y que aún lo tenemos. ¿Sabes quién es Younis Mahmoud Kalef? ¿No? Probablemente no te suena… no está tan difundido en la televisión. Era uno de los tipos duros de Saddam, uno de sus principales torturadores, y estaba muy metido en uno de sus ministerios. Educación creo, no estoy seguro. Murió prácticamente al inicio de la guerra… se suicidó. Pero ese no es el asunto. La cosa es que Younis tenía un caserío en las afueras que no estaba registrado, así que fuimos a inspeccionarlo, yo con el resto de mi escuadrón, con la sospecha de que era uno de sus centros de tortura. Era una linda casa, ¿sabes? Grande, espaciosa, bien amoblada, como todas las casas de funcionarios corruptos en el tercer mundo (o como ahora me imagino las casas de todos esos tipos). Nada debía complicarse. Ahí se supone que no había nada. Era posible que encontráramos cadáveres en un sótano, tal vez incluso algún sobreviviente (aunque fuera muy improbable), tal vez incluso algún documento importante. Por supuesto que aquella no era la residencia oficial del tipo y hubiera sido difícil, pero no perdíamos la esperanza. Estuvimos ahí bromeando y haciendo el tonto bastante rato, hasta que Jackson, un compañero, nos llamó desde el corredor. Había encontrado un sótano, pero no había luz eléctrica desde hacía meses en la casa así que tendríamos que bajar con las linternas. El sargento nos ordenó a mí y a Jackson que bajáramos mientras los demás seguían investigando por el casco de la casa.
‘No quiero aburrirte con detalles típicos de cuentos de terror, pero la verdad es que encontramos infinidad de porquerías. Bolsas de vómito, sangre a montones, comida podrida, mierda y orines por todas partes. Incluso alguno que otro hueso por ahí. El sótano era inmenso, casi tan amplio como la planta alta, sino más, con corredores oscuros en cada esquina. Aún así teníamos tiempo de sobra y no pensamos que hiciera falta llamar a nadie más. En un momento dado, cuando los olores se intensificaron (supusimos que porque nos acercábamos al centro del trabajo de Younis), Jackson se agachó para vomitar. Solo un poco, algunos hilillos, como quien escupe lo que ya se acumuló en el paladar sin querer, je je. Me volví hacia él y estuve a punto de soltar una carcajada, hacer un chiste respecto a su masculinidad, no lo sé, en ese momento algo me mordió. Lo sentí en la rodilla, tan agudo y terrible como no lo había sentido nunca. En todo el tiempo que estuve en Iraq, nunca recibí una bala. Sí fui herido, con trozos de roca o metal que vuelan durante un combate, pero nunca recibí un balazo de lleno. No sé si dolerá tanto como me dolió. Algo se clavó en mi pie y atravesó mi bota como un clavo ardiendo que me fijaba al piso y antes de que mi cerebro hubiera procesado ese dolor, la mordida, justo en la rodilla. Se llevó parte del hueso, sentí la sangre manando a borbotones como nunca pensé que pudiera brotar de esa zona. Era como si algo en mi cuerpo hubiera estallado. No pude controlarme. Pegué un grito y comencé a disparar. ‘Una silueta se movió sumamente rápido del lugar y noté que estaba disparándole a la nada, pero seguía sangrando, seguía gritando y sufriendo y sabía que no estaba loco. Jackson también lo vio, o imagino que lo vio, porque estaba gritando “jesús, oh dios mío, mierda” como un loco y aferraba su arma con manos temblorosas y entonces llamó al sargento y al resto de la escuadra. Se acercó a mí y trató de vendarme pero en ese momento los vimos bajo la luz de la linterna de Jackson (yo había soltado la mía). Eran como niños, niños de piel podrida. Dientes y uñas como cuchillas largas, escamas de soriasis verdes, y no tenían piernas. Eran como gusanos, como serpientes, como babosas o sanguijuelas enormes de la cintura para abajo, no lo sé realmente. Mi mente quizá me jugaba una broma, yo estaba totalmente mal, fuera de mí. No estoy loco Harry, te lo aseguro. Eran unas cosas horribles, y se arrastraban hacia las sombras con una velocidad endiablada. Empezamos a dispararles, y el ruido realmente parecía espantarlos aún más que el dolor que pudiera producirles las balas. Los corredores empezaron a llenarse de sangre negra, y realmente yo no sabía cuantos de aquellos bichos habían en el lugar, pero sospechaba que pronto lo descubriríamos, pues los agudos chillidos habían empezado a multiplicarse y podía escuchar las afiladas uñas arañando el suelo y las paredes cada vez más cerca de nosotros.
‘Buscamos la salida y finalmente la encontramos. Tuvimos mucha suerte. Moverme me costaba muchísimo, pero mi miedo, mi horror, era mucho más grande que mi dolor. En ese momento el sargento y los demás hombres bajaron y casi sin pensarlo, comenzaron a disparar en la misma dirección que nosotros. En ese momento me sentí desfallecer, y en medio de aquél limbo que se apoderaba de mí pude escuchar al sargento ordenando a otro miembro del escuadrón que me sacara de allí.”
El chico, Malinowski, hizo una pausa entonces. Me pidió que le sirviera un trago y le dije que no, que ya había bebido demasiado. Se echó a reír.
“¿Yo te diré cuando es suficiente, Harry” me dijo, irónicamente, obviamente, y yo también me reí. Entonces se puso serio de nuevo y yo también. Debo decir que pese a lo absurdo de todo el relato y la borrachera que le comía el cerebro, las emociones del soldadito eran contagiosas. Tiraba un poco de mis hilos.
“Terrible, ¿eh? Desmayarme en medio de aquello. Desperté en el jeep, ya lejos de la casona de Younis. Pregunté por Spoon, uno de los nuestros. No lo logró, me dijo el sargento. Me lo ladró, más que me lo dijo. Jackson seguía atendiendo a mi herida. Yo no podía creerlo. No podía creer nada. Aún no me lo creo, ¿sabes? Tengo que mirar las cicatrices en mi rodilla y en mi empeine durante mucho tiempo todas las noches para convencerme de que fue cierto. El sargento no quería hablar de lo sucedido nunca y Jackson pisó una mina pocos meses después. El resto de mi escuadrón… la verdad que no tiene caso, Harry. Y sé perfectamente bien que tú tampoco me crees, y que crees que son los diablos azules que hablan por mí… oh sí, estoy borracho, por eso me he animado a contarte esto, por eso y para… para intentar recordar o para desahogarme o algo. Porque cuando llegue a Lima, no se lo voy a poder contar a nadie. A nadie, ni a mi familia. Tú eres un extraño Harry, déjame decírtelo, eres un extraño y lo que pienses me importa realmente nada. Pero ahora lo has escuchado, y creo que no podrás permanecer indiferente.”
Creo que me sentí algo ofendido, porque a pesar de que era cierto, de que él solamente era un clientecillo que ayudaba a pagar mis cuentas y a alimentar a mi perro, y de que su relato no tenía ni pies ni cabeza, yo sentía que acababa de romper lo cordial en nuestro trato. Me encogí de hombros, me froté las manos y dije en voz alta que ya íbamos a cerrar. Y entonces el chico dice, “eh, Harry, aún no te he enseñado mi rodilla.” Así que se remanga el pantalón, un pantalón de jean horrible, y me enseña su rodilla. Y carajo, era la rodilla más fea que hubiera visto nunca. Parecía una cara, una cara tallada en el cráter de un volcán, tan fea como si se la hubiera comido la lepra. Me mostró con el dedo el lugar donde, claramente, se veían marcas de dientes, de unos dientes enormes, como de león o de tiburón o de algo así. Y ambos nos empezamos a reír durante un largo rato.
“Esa estuvo buena, chico,” le dije. “Buena suerte con tu novia.”
“Psé,” dijo él, o algo como “psé”, “okey” tal vez, “ya”. Cogió su maletín y se largó para la estación de Grayhound. Luego eché a los otros dos borrachos y me fui arriba a dormir. Debo decirte, amigo, que esa noche dormí como un puto angelito.
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