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Cuentos de ese semestre

“Cuadra 19” por Marino Mateo

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Es de noche. Sube al ómnibus en la cuadra 19. Se sienta al fondo. Poca gente. Ningún ruido. El señor le pregunta algo sobre Esparta. El chico asienta la cabeza. El señor se rasca sin disimulo la entrepierna. Una conversación sobre esposa maltratada e hijos abandonados. Algunas lágrimas. El señor le confiesa al chico que tiene ganas, que su bolsa está llena y no puede controlarla. Se rasca nuevamente. Revisa debajo de los asientos con cuidado. Un vaso descartable. Lo sujeta a la medida de su entrepierna. Sonríe a los costados. Deposita a intervalos algún líquido. Esconde su sexo que estaba lleno de licor. El vaso sale disparado por la ventana y cae en el rostro de una niña. Algunos gritos. Algunas risas.
Me acuerdo que luego de mi clase de filosofía subí al ómnibus para regresar a casa. Poca gente. Siempre me dije que al fondo adquieres el tiempo necesario para meditar sobre el inevitable vaivén de la noche a estas horas cuando todo parece filosofía en la cuadra 19. «El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo», el mismo vaivén de la noche. Y recuerdo que un viejo con anteojos oscuros me atropelló con su mirada dentro del ómnibus en el asiento de al fondo. Olía a licor. Su barba blanca y sus anteojos oscuros me hacían recordar que «la auténtica naturaleza de las cosas suele estar oculta». La sabiduría de este viejo no me interesó. Empezó a llorar. Y de una lágrima a un escozor en la entrepierna que luego se convirtió en una sonrisa después de una orinaba en cualquier vaso descartable que encontró. Y la humedad. La humedad del hombre más pura y más contaminada. El vaso buscó su naturaleza fuera del ómnibus, y claro, cayó en una niña. La inocencia del rostro de una niña y la orinada de un viejo sabio igual que el arco y la lira.
No sé. Es de noche y no sé si existo, porque mi cuerpo completamente oscuro se articula con la noche y me confunde. Qué es el ser. No importa… en fin… cuadra 19… ¿de qué avenida?, le preguntaré al joven que acaba de subir. Lo miro, él me mira, nos miramos… ¿qué es la mirada?, no creo en el amor y menos en la mariconada. Le digo que de joven, igual que él, tenía la masa muscular como de un espartano. Y claro, con ese cuerpo se te acercan las chicas. Mierda, luego de eso se te acerca una esposa y con ella muchos niños. Lo que queda es vivir con un poco de tragos para sobrellevar la mierda de la vida. Cuadra 20, ¿de qué avenida? No sé si existo. Una comezón en mi entrepierna me jode. Los tragos de la vida me abordan. Mi bolsa está llena, y claro, sin plata no puedo bajarme del carro para orinar con tranquilidad como manda la naturaleza. ¿Un vaso? Ahora una sonrisa, eso cobra más sentido. No sé si la noche fue siempre oscura. Le daré color con este vaso que contiene mi orina y de esa manera ya no estaré confundido. Mierda, la mitad de mi color se lo tragó una niña. En fin, ahora no sé si existo.
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“Estilos” por Rafael Vallejo

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Vacilaciones (Presunto testigo)

¿Qué cómo pasó? Le diré la verdad, no vi el accidente… ¡Pero escuche!, no se vaya… dicen por ahí que fue culpa del chofer, igual, ¿No siempre es culpa del chofer? Yo estaba tomando unas cervezas aquí donde el “Gordo”, cuando escuché el estruendo. ¡Boom! Sonó fuerte, muy fuerte…Dicen que el bus se pasó la luz roja para ganar pasajeros, imagínese… ¡Ah! ¡Sí! Tiene razón, la víctima… Un joven, de unos veintiún años, universitario creo… habían muchos papeles regados, cuadernos y esas cosas… El cuerpo fue a parar cerca del sardinel… habrá volado unos cuarenta metros. ¿Qué? ¿No me cree? Bueno, sí, exagero, habrán sido unos seis u ocho metros, pero eso no importa. Yo creo que se vería bien en su periódico: “Chibolo vuela cuarenta metros y se estrella en sardinel” Buen titular, yo siempre quise ser reportero, así como usted, pero terminé de albañil… aunque el periodismo siempre me atrajo, el de espectáculos sobre todo, me gusta mucho ese mundo sabe… la farándula… una vez conocí a Susi Díaz, gran mujer, gran mujer… y sobretodo muy inteligente, no por nada fue congresista, también una vez conocí a Ton… Oiga, ¿A dónde va? ¿Y el pollo a la braza que me prometió? Siquiera déjeme un sencillo. ¡¿Qué?! ¿Cinco soles? Bueno, algo es algo ¿no?, tacaño…

Relato Periodístico (Amarillista)

“Chibolo vuela sesenta metros y chofer se da a la fuga”

Nuevamente, las calles se tiñeron de sangre, luego de que otro inescrupuloso chofer de combi cobrará otra vida.

Ayer, a las seis de la tarde ocurrió este lamentable suceso. Ricardo Ramírez Orellana (21), quién se dirigía rumbo a su universidad, fue brutalmente arroyado. Según han declarado testigos presenciales del hecho, el cuerpo del joven estudiante de veterinaria y defensor acérrimo de los animales, voló aproximadamente unos sesenta metros, atravesando por completo el Parque Carmona y estrellándose en la fachada de una pulpería.

“Fue culpa del chofer, lo vi con mis propios ojos, se pasó la luz roja y se dio a la fuga” declaró un atento albañil que se encontraba trabajando en las inmediaciones.

Además, en su desesperada huída, el chofer embistió un carrito sanguchero, dejando gravemente herido a su obeso propietario y regando panes y embutidos en toda la calle. El bus de la empresa “Virgen de Motupe” de placa QQ-6989, fue localizado horas después junto con el chofer cuando se disponía a comer un lomo saltado cerca de La Victoria. Hoy se realizará el interrogatorio pertinente. Esperamos que esto no se vuelva a repetir. (J. Huiro)

Punto de vista subjetivo (Chofer)

¿Qué? ¿Cómo que fue mi culpa? Acaso usted me vio. ¡No pues! Está usted creyendo lo que dicen los periódicos… esos siempre mienten. ¿Cómo qué no? Siempre mienten pues jefe, siempre, yo se lo digo, soy hombre de mundo, he recorrido el Perú en carro y, nunca ni una sola papeleta. Nunca. Bueno, tal vez dos o tres veces…pero eso sí, no fue mi culpa. Como ahora jefe, ¿quién se va a imaginar que un mocoso va a cruzar la calle sin mirar? Además, usted sabe como es la juventud, descarriada pues jefe, con las hormonas exaltadas, y metiéndose de todo por la nariz, los pulmones y las venas, ¿Si o no? Yo se lo digo jefe, yo también he sido muchacho, usted también supongo… ¿Qué? ¿Quién le ha dicho eso? Si yo no me di a la fuga, lo que pasa es que… tenía hambre jefe… no había comido y ya anochecía y, conozco un hueco que ni se imagina, un lomo saltado… ¡que rico!, si quiere le digo la dirección, podríamos ir ahorita. Bueno, pero tampoco se ponga así. No, se equivoca, si apenas choque con el cuerpo. No, no, no; no me pase la luz, ¿cómo cree? Fue culpa del muchacho…Ah, eso no sé, cosa de periodistas, mueven el cuerpo antes que llegue el fiscal, lo cambian de lugar para vender más y exagerar la noticia. ¿Eh? ¿Qué dice su compañero? ¿Qué por falta de pruebas me ponen en libertad? Qué le dije, ve que soy inocente, por eso yo nunca dudo de la justicia de nuestro país. Buen trabajo, jefe.
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“Ejercicios de estilo” por Carolina Goyzueta

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Hace frío en la avenida, si me hubiera puesto las botas esta piel de gallina no ahuyentaría a la gente ¿Se notará bajo esta horrorosa luz las ganas de mi piel? Ojalá los pequeños puntitos que quedan al rasurarme las pantorrillas me aviven, a algunos clientes les gusta sentirlos sobre sus espaldas, sobre todo cuando me convierto en hombre. ¿Qué pensaría mi padre si me viera como una vieja puta de avenida? Dios lo tenga en su gloria al viejo. Los años pasan macabramente; siempre la vejez ha sido cosa de erectar los pezones. Mejor me voy con ese grupo de chicas, no vaya a ser que caiga la mancada. ¡Esos cerdos!, sus risas deformadas por la falta de dentadura, las carnes en el cuello grasiento y el uniforme asqueroso. ¡Ahí viene uno!, me parece que es él… ¡sí, sí, sí es! Es él. Ése viejo terrible y despreciable, ojalá y muera de un paro de lo cerdo que es, con la barriga descolgándosele y entre sus dientes un pestilente hilo con color a pulmón podrido. ¡Que la santísima virgen guarde a la Mogollón! pobre… tan bonito que le quedaron las tetas y el culo. El día que se las puso, vino corriendo a contármelo todo y se quedó en casa. Le dejaba compresas calientes en mi velador por las mañanas al volver del trabajo, ella se las ponía sobre las tetas magulladas y hermosas. Entonces la adopté, cuidé de ella por un mes, por el puro amor que le tenía. Cuántas veces la pasamos así de bien, juntas como hermanas, como si hubiésemos sido puestas en la tierra solo para endemoniarnos. A veces pecábamos pero… ¡como nos gustaba!, en eso concordábamos, nada de dramas, al menos en ese momento. ¡Pero ese enfermo, cerdo degenerado, hambriento por sus más degenerados deseos! Aún recuerdo a la Mogollón gritando y sus zapatos morados colgados en la cartera.

Que noche de mierda, ¡maldita puntualidad!, sólo nos jode la vida. ¡Este chino!, ¿por qué no ha venido? Es el esclavo ideal; no está mal tener un chino, como un pequeño ratoncito. Cuando llegó a la cómica tenía cara de pedo aguantado y ahora se las sabe todas. Con padrino uno aprende el oficio, si no obedeces a alguien y le chupas el culo estás cagado. Este día será bien pendejo sin él. ¿Y por qué ahora no pasa nada?, vueltas y vueltas y más vueltas. Si dejo la pat sin una puta gota de gasolina y sin carnecita, ahí sí que me jodí…Como quisiera quemarlos vivos a todos, en la comisaría sería tan fácil como atrapar un cabro. Sus vidas quedarían como la piel de Vilma cuando le apago el cigarrillo en la carne y luego le chunto un golpe con la hebilla del cinturón de mi uniforme. Que bien la pasé ese día del cabro chupamocos, estaba cargadazo. Nos fuimos a festejar a Marañón y me compré veinticinco ligas, dale que dale, fuma y fuma en esas asquerosas azoteas. Hay cuartuchos que te los alquilan sólo para fumequear y ahí nos quedamos como 2 días sin parar, gracias al cabro ese. Pobre, quedó mal. ¡Mmm! me parece ver a uno con pinta de caer. Estos no aprenden nunca, se paran en la misma puta esquina. Ojalá tenga algo, me cago de hambre.

La oscuridad abría paso al renacer de estas flores. Se desplazaban lentamente y la avenida les servía de pasarela. Los carros se agolpaban para observarlas de cerca. Las piernas largas como el péndulo de un reloj marcaban el ritmo de la noche. La más bella e iluminada de todas. Pude ver las escarchas en sus piernas, sentí la frialdad de su tristeza e imaginé tardes barrocas de verano a su lado. ¿Por qué un embrutecido animal tenía el poder de marchitarlas? Siempre aparecían con sus jaulas a cuestas. Asustaban a las pobres. Mi hermosa chica, volaba entre algodones plomos, húmedos. Los algodones habían aprendido a absorber sus lágrimas. ¿Qué le pasaría? La ansiedad apuñalaba mi cuerpo y la noche ya casi se encendía.
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“Ejercicios de estilo” por Raymond Queneau

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Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.

Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo.” Le indica dónde (en el escote) y por qué.

Relato
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.

Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.

Vacilaciones
No sé muy bien dónde ocurría aquello… ¿en una iglesia, en un cubo de la basura, en un osario? ¿Quizás en un autobús? Había allí… pero, ¿qué había allí? ¿Huevos, alfombras, rábanos? ¿Esqueletos? Sí, pero con su carne aún alrededor, y vivos. Sí, me parece que era eso. Gente en un autobús. Pero había uno (¿o dos?) que se hacía notar, no sé muy bien por qué. ¿Por su megalomanía? ¿Por su adiposidad? ¿Por su melancolía? No, mejor… más exactamente… por su juventud, adornada con un largo… ¿narigón? ¿mentón? ¿pulgar? No: cuello; y por un sombrero extraño, extraño, extraño. Se puso a pelear -sí, eso es-, sin duda con otro viajero (¿hombre o mujer?, ¿niño o viejo?) Luego eso se acabó, concluyó acabándose de alguna forma, probablemente con la huida de uno de los dos adversarios.

Estoy casi seguro de que es ese mismo personaje el que me volví a encontrar, pero ¿dónde? ¿Delante de una iglesia? ¿delante de un osario? ¿delante de un cubo de la basura? Con un compañero que debía de estar hablándole de alguna cosa, pero ¿de qué? ¿de qué? ¿de qué?

Retrógrado
Te deberías añadir un botón en el abrigo, le dice su amigo. Me lo encontré en medio de la plaza de Roma, después de haberlo dejado cundo se precipitaba con avidez sobre un asiento. Acababa de protestar por el empujón de otro viajero que, según él, le atropellaba cada vez que bajaba alguien. Este descarnado joven era portador de un sombrero ridículo. Eso ocurrió en la plataforma de un S completo aquel mediodía.

Punto de vista subjetivo
No estaba descontento con mi vestimenta, precisamente hoy. Estrenaba un sombrero nuevo, bastante chulo, y un abrigo que me parecía pero que muy bien. Me encuentro a X delante de la estación de Saint-Lazare, el cual intenta aguarme la fiesta tratando de demostrarme que el abrigo es muy escotado y que debería añadirle un botón más. Aunque, menos mal que no se ha atrevido a meterse con mi gorro.
Poco antes, había reñido de lo lindo a una especie de patán que me empujaba adrede como un bruto cada vez que el personal pasaba, al bajar o al subir. Eso ocurría en uno de esos inmundos autobuses que se llenan de populacho precisamente a las horas en que debo dignarme a utilizarlos.

Una de las viejas afirmaciones más socorridas respecto del estilo literario – Cada hombre es su estilo-, parece desvanacerse al leer el inútil y al, mismo tiempo, sabio libro de Raymond Queneau (El Havre, 1903 –1976), Ejercicios de estilo. Contando una y otra vez, hasta el cansancio, la misma historia intrascendente nos ilustra sobre el poder de la voluntad: en cada instante que se aplica una voluntad distinta a la escritura aparece un nuevo estilo (que también, en ocasiones, es una nueva perspectiva). Aunque trata más bien de hacer una broma-revelación de corte semiótico -el texto es el resultado de una combinatoria de signos, barajados con independencia de la personalidad del autor-,más bien consigue mostrar la presencia del autor cada vez que cambia de estilo (exhibe su necesidad para decidir el cambio). Sigue leyendo

“El pito de mierda del guachimán raquítico” por Luis Carrión

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Me estuvo siguiendo varias cuadras, me perseguía a paso lento, yo corría y no se por qué no avanzaba mas rápido que él, que me seguía con la manos en los bolsillos de la casaca con toda la paciencia del mundo. Respiraba fuerte, como un animal que olfatea a su presa, todo el vapor que salía de su nariz le tapaba la cara. Él conocía el lugar, yo no, porque doblé en varias calles y me metí por callejones y él siempre estaba en algún lado mirándome. Te juro que parecía que se multiplicaba el maldito ese. Me acorraló. Acechaba y se tomaba su tiempo para fijar la mirada en cada movimiento que yo hacía. Le mostré los dientes, como una señal de que le iba a dar pelea ¿no? Y el muy pendejo me sonríe. Ahí me desesperé porque me di cuenta de que era un pervertido y sabía lo que quería. Rogaba no sabes cómo que apareciera aunque sea un guachimán raquítico con su pito de mierda. Esos policías incompetentes ¿donde carajo están cuando en verdad los necesitas ah? Se esconden en la esquina donde no se puede doblar en U y te joden con la papeleta hasta que les sacas una coima. ¿Qué barato venden su dignidad no? Y cuando de verdad los necesitas se están rascando la mota allá en San Isidro.

No sabes lo que fue hermano. Las huevonas son bien putas ¿sabias? Todas, sin excepción. Y te digo que son bien putas porque no es como pescártelas en un tono, sino que en el fondo quieren que te las caches. Se mueren por que les metas huevo, y cuando te las estas matando no quieren agarrar, solo quieren que se las metas, que le des como animal, que la uses, que la hagas sentir puta, ¿entiendes? Ponte esta flaca no se dejaba que la bese, porque no lo necesita ¿te das cuenta? Porque ya se siente realizada durante el acto sexual, porque ya es una puta, ya lo logró. Estaba bien rica no te miento, esas chicas que tu dices “ni cagando es puta” pero en el fondo lo es, como todas las mujeres. Por eso los cabros son tan sabios huevón, porque se meten con hombres cabros, porque entre ellos son todos putazos, porque meterte con una mujer es meterte con una ex puta, salvo que te toque la cojuda que cree en Dios y en la castidad, que luego vas a rogar que sea puta porque no te va a dar ni mierda en la cama y tu vas a andar tan carreta que te vas a meter con la primera chola que se te cruce y vas a terminar cagando tu matrimonio.

Bueno me estoy yendo por las ramas. La cosa es que no había ni una puta alma en la calle y yo ya estaba sacando la billetera y el celular. “Llévate lo que quieras” le dije, y ¿sabes que me dijo? “Te quiero a ti”. Yo me puse a llorar te juro, estaba lista para dar pelea pero el miedo me quitaba las fuerzas. No me di cuenta cuando se acercó y ni le pude pegar con la cartera, y si lo hice no se sintió. Me empujó contra la pared y me tapo la boca con la mano. Traté de gritar desesperada y le metí puñetes y patadas y nada. No te imaginas cuanto lloraba. Sentía que mis gritos se iban para adentro y me dolían las tripas de tanto gritar.

Ya bueno, me estoy yendo por las ramas. La cosa es que la tipa esta estaba bien rica. Buena cintura, un culo cinco tenedores ¿manyas? De cara no estaba mal, pero puta, en verdad que chucha la cara con el poto que tenía. Como lo movía cuando caminaba, era un péndulo, te quedabas hipnotizado, huevonizado alucina. Le metí su bonito floro ¿no? Del fino. De ese que aprendimos del gran maestro Diegón. La cagada ese huevón ¿no? Mas cachero que la concha su madre. Puta la toqué así bonito, tierno pues con calidad. Y de la nada la perra esta se me puso de espaldas contra la pared, como si ya supiera que le quería dar por a troya.

Empecé a temblar y a sudar frío. Ya no sabía como zafarme de ese monstruo. Me había volteado contra la pared y me metía la mano por todas partes. Yo no podía para de llorar… hasta ahora no puedo dejar de llorar. Me sentía como un objeto. Me sentía convertida en nada. Empecé a mojarme pues huevón. Le metí mano y a la flaca esta empezó a gustarle eso de sentirse perra creo. Tipo que comenzó a respirar mas fuerte, como que a suspirar, algo así. Me arrancó el pantalón y el calzón y yo ya no tenía mas fuerzas para seguir intentando gritar. Le bajé el pantalón y la tanga chiquitita pues, mas perra la tipa. Y ese culo brother no sabes como se sentía. Es que no sabes. Suavecito, redondito. Como echarte en tu cama después de haber estado meses durmiendo en el piso, algo así ¿entiendes? Le metí pinga en una, pero por el ano es mas yuca pues, no está lubricado. Lo peor fue cuando sentí que su pene me tocaba, quería moverme y rompérselo y que se muriera desangrado ahí mismo. Raspaba como mierda y hasta dolía, pero tenía que presionar mas pues para que entrase ya de una vez, le di así con ganas, paf paf. Era asqueroso como trataba de meterlo, y me raspaba horrible, yo sentía que me desangraba y que me estaba rompiendo las paredes. Y gemía la huevona, le estaba gustando así con dolor, más masoquista. ¿Ves? Perra como todas, se siente animal. Igual yo le seguía metiendo su palabreo con mucha clase. Me decía asquerosidades, era un maldito enfermo el hijo de puta, enfermo de verdad, estaba loco. Sentía su baba en el oído cuando me decía cosas, y no podía hacer nada. Me lamía y me sentía asquerosa, como envenenada por una serpiente. Le lamía las orejas y el cuello, a ver si se excitaba más pero la muy bitch seguía igual de seca, ya me dolía un montón, raspaba pues. Ya no sabía que hacer, me quería morir en ese momento. Me ponía la cara el muy maldito, y yo sacudía la cabeza con la esperanza de acertarle un cabezazo y poder escapar. La quería besar, y me sacaba la cara la muy soberbia. Como te dije ¿no ves? No necesitan que las beses cuando ya por fin son putas. Me sentía peor que un objeto. Se sentía realizada como perra. Hasta que sonó el pito de mierda del guachimán raquítico. Hasta que sonó el pito de mierda de un guachimán.
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“Fuego cobarde” por Renato Constantino

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Todavía gritan, cada vez más débilmente, cuando el carro de bomberos
entra a toda máquina por la calle atestada de curiosos.
“Es en el décimo piso”, dice el teniente.
“Va a ser duro, hay viento del norte. Vamos”.
Julio Córtazar – Todos los fuegos el fuego

Miro mi cara en el espejo para saber quién soy, para saber
cómo me portaré dentro de unas horas, cuando me enfrente con el fin.
Mi carne puede tener miedo; yo, no.
Jorge Luis Borges – Deutsches Requiem

Mariella sabía de lo pesado de su carrera desde que pensó en ingresar a San Marcos. Sin embargo, mientras se hundía en una depresión sobre las distintas clases de bacilos, se preguntaba si todo esto había valido la pena. El sol brillaba fuerte y ella no quitaba los ojos de sus aburridas páginas. No te preocupes, le dijo Mónica. Falta mucho para el examen, agregó. San Marcos es una tierra triste.
Los libros de Santiago revelaban mucho más de lo que su cabeza comprendía. Trotsky y Trotsky y Trotsky. Y el Che. No te olvides de eso. Una y otra vez repasaba sus líneas, sus apuntes al lado del margen. Casi no quedaba espacio para nada más. Eran su tesoro. Ya casi no se encontraban de esos. Y la tapa roja. ¡Qué dulce es San Marcos! pensó. Cuando los apristas no nos fastidian, complementó rápidamente. ¡Apúrese, camarada! le disparó verbalmente Raúl. Ya tenían que ir a clase.
No sabía mucho de la vida. Todo era insípido. Y los hombres más. En San Marcos quien no era feo era terriblemente ideologizado. A Mariella eso no le gustaba. Prefería seguir como estaba. Santiago se preguntaba si haber ingresado a San Marcos en el profético 1984 significaba algo. Algo debía significar. Quizá era el año en que el trotskismo finalmente venciera sobre su rival estalinista. No lo sabía. Solo tenía como algo seguro que la verdad se ocultaba allí, en alguna parte de esos libros de tapa roja que citaban a Marx una y otra y otra vez. De esa forma repetía Mariella los nombres de los síntomas que debía memorizar. Uno tras otro: fiebre, malestar, erupciones en la piel y erupciones en todo el país. Porque donde se pone el dedo salta la pus. Y Santiago ya había leído a los clásicos. Ya había leído el Discurso en el Politeama y los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. No estaba seguro qué era ser socialista o comunista o trotskista, pero el llamado estaba hecho y él iría obediente.
Los amigos de Mariella eran casi todos aburridos. Mariella solo iba entre mujeres. Cuchicheaban, se reían y se sentían protegidas. Siempre había un profesor mañosón como el que los llevaba a abrir los cuerpos. ¡Y qué asco de cuerpos! Eran enfermos, viejos, mendigos sucios… aunque siempre hubiese un niño que enternecía la mirada. Doloroso. Santiago creía que le dolía el país. De hecho, lo afirmaba abiertamente mientras recitaba a Heraud y juraba que barrería a los miserables “patriotas
explotadores”. Los amigos de Santiago eran cada uno distinto del otro. Provenían de barrios miserables y de barrios opulentos. Eran católicos renegados. Que leían a Marx, ese barbón del que siempre se raja en los colegios de curas. Luego de clases tomaban cervezas heladas en algún hueco frente a la universidad. Allí discutían y creían hacer mucho por el país. Excepto Santiago. El cambio debía ser o él no sería. ¿Qué hacer?
Mariella se moría por alguien. Era Carlos. Era joven, atlético, delegado de su promoción y preocupado. Era voluntario de una compañía de bomberos en ese tiempo de toques de queda. Ella también se metió. Pensaba que esperar el llamado del fuego mientras fumaba un cigarrillo con Carlos era lo más romántico que podía pasar.
Están llegando nuevos a la universidad. Nuevos grupos políticos se entiende. Guevaristas que dicen que la guerrilla es el camino. Pero hay un grupo de gente que no predica una guerra: la está llevando a cabo. Son un grupo que se define maoísta y mariateguista. Eso no le sorprende a Santiago: todos son mariateguistas el día de hoy. Pero le sorprendía la crudeza de la propuesta. La realidad, la materialidad del cambio, cambio de batas. Mariella prefería llevar su bata en la mochila y cambiarse una vez en la universidad. Pasearla por Lima le parecía banal. Y a veces llegaba manchada de sangre y le daba asco. Por eso envidiaba a los que estudiaban para dentistas. Sus batas no solían mancharse. Eran lindas, perfectas.
Comenzó a leer de las propuestas de Mao. Eran un círculo. Perfectas y redondas. Desde el inicio de la guerrilla clandestina hasta la planificación detallada de la economía. Del campo a la ciudad. El profesor había dicho “de afuera hacia adentro”. Así había que limpiar las heridas. Encerrarlas. No dejar que ningún microbio pueda ingresar al espacio sobre el que va a trabajar. Hay que ser precisos. Hay pocas balas, camaradas. Cada una vale oro en nombre de la revolución. Y lo sabían. Cauterizar. De eso se trataba. De detener la infección. La infección.
El tiempo corría y ya Mao lo decepcionaba. Se sabía cobarde. Jamás le diría a Carlos que le gustaba, que quería salir con él, pasearse con él de la mano mientras Lima los veía con sus batas blancas o con sus trajes rojos. Ese libro rojo de Mao lo traía estúpido. Renegaba de él. Se sentía débil y tonto. No podía matar perros como sus compañeros. Era un cobarde. Un pequeñoburgués iluso… así le decían y así se sentía. No podía hacer nada por la revolución y no podía ayudar. Y tampoco salirse. Ya se lo habían advertido.
En el puesto de bomberos se sentía inútil, no tenía ninguna experiencia y solo podía ir para dar unos lastimeros primeros auxilios. Carlos no la veía nunca. Ya no le importaba tanto pero… siempre queda la duda. ¿Irse o seguir? Santiago no la tenía clara. Irse o no. Pensaba en irse pero sabía a lo que se enfrentaba. Un asesinato cruel, malévolo. Quizá sin balas, a machetazo limpio. Esa palabra lo descuadraba y lo deprimía. Cada vez que la repetía caía en la cuenta que él no era un gran macho. Era un triste pequeñoburgués iluso. Pero no quería ser cobarde. Se enfrentaría al fuego.
Cauterizar. Esa palabra suele ser premonitoria. Significa que hay que extirpar. La revolución exige una cuota de sangre. No todos pueden ser héroes. Eso de a pocos lo estaba entendiendo Santiago. Su lugar no era la vanguardia revolucionaria. Su lugar era la sangre derramada. La sangre callada, la cuota. Esa cuota. Le contó a una camarada sobre su muchas dudas. Se fue a casa sabiendo su destino. Ya escrito. Ya decidido.
Mariella había decidido enfrentarse al fuego y a Carlos. Y lo iba a hacer cuando sonó la campana. Emergencia. Siempre los llamaban primero a ellos. Santiago sabía que el balazo iba a llegar pronto. Pero hubiese deseado que fuese en la cabeza. Pero Patricia (o cual fuese su verdadero nombre) deseaba hacerlo sufrir por haber siquiera pensado en denunciar al Partido. Pero el dolor lo redimía. La historia recuerda a los vencedores y para esto es necesaria la violencia, partera de la historia. Solo nos queda esperar eso. Violencia y violencia. Mariella se dio cuenta al llegar que se estaban enfrentando a algo nuevo. Era la explosión de un auto frente a una casa de Lince. Le daba miedo enfrentar al fuego pero entró. Y allí encontró tendido a Santiago.
-¡Hay que cauterizar la herida! – gritó pero nadie la oyó, solo Santiago
Una viga acababa de caer. Carlos no podría salvarla. El fuego los consumiría. Cobardía. Soy la herida, cauterizar, Carlos, que venga, soy la herida…
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“Taku y el Robot Samurai” por José Rubina

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Taku despertó de golpe, despertó de esas pesadillas de las que uno se olvida rápido, pero estaba algo angustiado. Sabía que era tarde y que tenía que salir cuanto antes. Ya estaba vestido, se puso las botas que tenía al pie de la cama y se quedó mirando el póster del Robot Samurai que había pegado en la pared de su clóset. Faltaban cinco minutos para las nueve y media de la noche, la mayoría de recolectores estarían en las fábricas alrededor de las diez. Sólo se podía ir a buscar semillas de noche, en el día trabajaban las máquinas de demolición del sector O-6 del gran Imperio de las Islas de Oriente. Caminando a través del túnel principal (desagües en ruinas, construcciones muy antiguas, ahora caminos bastante transitados), Taku, a sus siete años, reflexionaba sobre el mundo que conocía. Todo lo que veía, lo había visto así desde su nacimiento, pero sentía que en algún momento la ciudad había sido diferente. No le importaba mucho, no estaba enterado de las guerras pasadas, ni de las grandes epidemias, ni de la situación apocalíptica que atravesaba el planeta en general, y sus reflexiones siempre terminaban muy vagas e inconclusas. La verdad es que no tenía tiempo para estar preguntándose tonterías.

Hiro Tsunamura se las arreglaba para ir comiendo un par de tostadas frías mientras aseguraba las partes de su armadura. Cuando terminó, tomó su casco y se miró al espejo. Estaba cansado. Se había despertado hace poco, pero en su expresión se notaba un cansancio perpetuo, el cansancio de un mundo entero, de un mundo sucio, olvidado. Se puso el casco y activó el sistema de visión nocturna. Agarró la espada colgada de la puerta, y empezó a correr a través de los techos del perdido sector O-6. Durante el resto de la noche estaría ocupado con delincuentes y saqueadores, sus únicos compañeros serían los lobos salvajes, cazadores de ratas. Hiro se divertía pensando en que él también era un lobo, sigiloso y solitario, cazador de roedores inmundos.

Taku dejó el túnel principal para subir por una escalera, destapar una alcantarilla y rápidamente entrar a través de unas tablas de madera a la sala principal de la fábrica procesadora de frutas. Había dejado de funcionar hace mucho, y el trabajo de los recolectores consistía en recoger semillas desperdigadas por todo el lugar para luego llevarlas a los grandes viveros en el centro de la ciudad, donde trabajaba su padre. Sabía que tenía que moverse rápido y con cuidado, la periferia siempre había sido peligrosa. Empezó a llenar su mochila con pepitas de naranja, de sandía, pepas de melocotón y de durazno. Una hora más tarde, la mochila estaba llena. Taku estaba bastante satisfecho con su trabajo y con la zona de la fábrica que había elegido explorar esa noche. De pronto, escuchó abrirse una puerta cerca de él, luego pasos, mientras sentía que alguien se acercaba. Volteó para alumbrar con su linterna cuando otro niño, quizá un año mayor, se abalanzó sobre su mochila y trató de quitársela. Taku era relativamente fuerte y no la soltaría por nada del mundo, así que empezaron a forcejear. Taku, a sus siete años, estaba furioso y decidió gritarle al otro niño todos los insultos que sabía. Se le acabaron rápido, pero los siguió repitiendo. El otro niño también empezó a gritar, ninguno de los dos sabía bien qué estaba diciendo, pero ni Taku ni el niño ladrón tenían intención de ceder.

Hiro Tsunamura saltó desde la fábrica procesadora de frutas hasta el techo de una megatienda de artefactos electrónicos que aún funcionaba en una de sus secciones. El resto del local servía de almacén y hospedaje. Hiro prestaba mucha atención a los negocios que se mantenían vivos en la periferia. No entendía por qué eran saqueados constantemente.- ¿Cómo salir adelante, sino entre nosotros?- se decía muchas veces frente al espejo, buscando una razón para dejar de lado el cansancio. El mundo podía ser injusto, el mundo podía estar a punto de acabarse, pero no era justificación para el atropello que cometían los saqueadores. Hiro había decidido hacer cumplir la ley en una ciudad de caos. Lo había decidido hacía mucho, cuando las cosas no estaban tan mal todavía, pero se mantendría firme en su posición. Se encontraba escondido entre un muro y un antiguo tanque de agua cuando escuchó romperse el vidrio de una de las ventanas del establecimiento. De un salto llegó hasta el lugar de donde venía el ruido y tomó a un asustado anciano del cuello. Probablemente era un viejo loco buscando basura. Quién sabe cuánto tiempo había estado perdido entre puentes y techos. Hiro no dudó en cargarlo y bajarlo a la calle, donde seguro el anciano se ubicaría mejor. Apenas lo dejó ir, el anciano loco echó a correr y, tras tropezarse con un par de cajas, se metió por un callejón. Nada podía hacer Hiro por él, y se quedó un rato mirando la calle, recordando cómo había sido antes su ciudad, su sector O-6, cuando era un efectivo de la policía del Imperio de las Islas de Oriente. Vio los postes torcidos, la carretera agrietada, las fachadas maltrechas. Estaba muy cansado, y un poco perdido en la melancolía que generaba el paisaje, cuando buena parte de una pared de tablas de la antigua fábrica procesadora de frutas se vino abajo.

Taku sintió que se le acababan las fuerzas y que sus manos ya no podrían aferrarse a la mochila por mucho tiempo. El otro niño también estaba cansado, pero parecía un año mayor, así que probablemente resistiría lo suficiente para llevarse la mochila y sus semillas. Taku tenía ganas de soltarla y caer al piso llorando. Tenía ganas de estar en su cuarto jugando a ser el Robot Samurai. Parecía que el otro niño iba a ganar en el forcejeo cuando un lobo salvaje pasó corriendo entre los dos para luego perderse en la oscuridad de la fábrica. Pasó tan rápido que no lo vieron bien. En el impacto, volaron las dos linternas y los dos niños en direcciones opuestas. Taku, mientras salía disparado, pudo distinguir la cara del animal. No tuvo miedo, a él le gustaban los lobos, y pensó que éste en particular le había sonreído. En el vuelo, atravesó la pared de tablas por la que había entrado a la fábrica y cayó a la vereda de la calle. Tenía un par de rasguños aquí y allá, nada grave. Lo mejor era que había logrado quedarse con su mochila y estaba muy orgulloso de eso. Se había parado y estaba sacudiéndose del polvo cuando vio al Robot Samurai parado frente a él, en medio de la pista.

Hiro Tsunamura se acercó al niño que había aparecido de entre el polvo y las tablas rotas de la pared colapsada. Taku le explicó, muy agitado, lo que había sucedido. Hiro trató de calmarlo, pensando que estaba asustado. Lo cierto es que Taku estaba emocionadísimo. Tenía al Robot Samurai a un paso de distancia y era exactamente igual al de su póster. Tenía la armadura; el pecho anaranjado, las hombreras y botas rojas, los guantes y el casco azules, y la espada muy parecida a la que su madre le había comprado por su cumpleaños. Lo había visto un par de veces, saltando entre los techos de los edificios, nunca muy seguro de que en verdad era él, pero esta vez definitivamente era él, y era algo extraordinario. Hiro le dio la mano al niño y le sonrió. Él también estaba bastante emocionado. Taku estrechó la mano del Robot Samurai con fuerza, aparentando ser mucho más maduro y sereno que lo que sus siete años le permitían. La luna llena alumbraba la calle deshabitada donde tenía lugar este inusual encuentro: un niño y un vigilante justiciero. Taku no sabía qué decir, seguía estrechando fuerte la mano del Robot Samurai, y decidió aullar como lobo. Había practicado su aullido muchas veces, en verdad le gustaban mucho los lobos y le gustaba verlos pasar por las calles o por los túneles. A veces le hubiera gustado ser un lobo y no tener que recolectar semillas. Hiro pensó que la reacción del niño había sido muy extraña, pero por alguna razón sintió que quizá no estaba tan cansado como creía. Aulló también lo mejor que pudo. Ambos escucharon unos cuantos aullidos a manera de respuesta, de varios lugares diferentes. Los dos se pusieron a reír y luego, sin decir nada, se despidieron. Taku recogió su mochila del piso y se dispuso a bajar las escaleras hacia el túnel principal mientras el Robot Samurai, luego de un par de saltos, ya estaba de nuevo entre los techos de los edificios del sector O-6 del decadente Imperio de las Islas de Oriente.
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“Todos los fuego el fuego” por Julio Cortázar

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Gritando una orden, el procónsul empuja a Irene siempre de espaldas e inmóvil. “Pronto, antes de que se amontonen en la galería baja”, grita Licas precipitándose delante de su mujer. Irene es la primera que huele el aceite hirviendo, el incendio de los depósitos subterráneos; atrás, el velario cae cobre las espaldas de los que pugnan por abrirse paso en una masa de cuerpos confundidos que obstruyen las galerías demasiado estrechas. Los hay que saltan a la arena por centenares, buscando otras salidas, pero el humo del aceite borra las imágenes, un jirón de tela flota en el extremo de las llamas y cae sobre el procónsul antes de que pueda guarecerse en el pasaje que lleva a la galería imperial. Irene se vuelve al oír su grito, le arranca la tela chamuscada tomándola con dos dedos, delicadamente. “No podremos salir”, dice, “están amontonados ahí abajo como animales”. Entonces Sonia grita, queriendo desatarse del brazo ardiente que la envuelve desde el sueño, y su primer alarido se confunde con el de Roland que inútilmente quiere enderezarse, ahogado por el humo negro. Todavía gritan, cada vez más débilmente, cuando el carro de bomberos entra a toda máquina por la calle atestada de curiosos. “Es en el décimo piso”, dice el teniente. “Va a ser duro, hay viento del norte. Vamos”.

Julio Cortázar (1914-1984), uno de los renovadores de la narrativa argentina de los años sesenta y una de las grandes voces de la narrativa moderna latinoamericana materializa, en “Todos los fuegos el fuego” una de las estrategias típicas de la narrativa contemporánea, sea literaria o cinematográfica: el montaje de secuencias narrativas en paralelo. Los tallerista presentan a continuacíón sus ensayos sobre esta técnica. Sigue leyendo

“La apuesta” por Alfonso de la Torre

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Me levanté con esa sequedad en la garganta, que no es otra cosa que el aborto de una noche frustrada en compañía de un ron barato. Sí, la había cagado de nuevo con Carla. A este paso nunca voy a tirar carajo, y lo peor de todo que es por mi culpa, por ser tan inocente y respetuoso, por ser tan pavo.
Ay Roberto pero si era facilito nomás, te la agarrabas con lengua un rato y de ahí le metías la mano por debajo de la falda, en vez de estar dándole piquitos como un niñito de primaria-decía Marco cuando caminábamos por la avenida Pardo, mientras me miraba con su cara de pendejo y yo con toda la furia en la cabeza, con la sangre hirviendo, con esas punzadas que me empezaban en el ombligo, acababan una cuarta más abajo y la puta madre, debe ser por falta de uso. En esa época Marco vivía en mi barrio y era mi mejor amigo, todas las mañanas caminaba con él hacia el paradero a tomar el micro. Ya, ya no te hagas el muy cacherito conmigo Marco, acuérdate que tu también eres virgen; yo por lo menos conozco a una flaca que me va a hacer el favor tarde o temprano, es más hoy voy a ir a su casa en la tarde, en cambio tu si estás cagado. Calla huevón, ya te dije que yo puedo tirar cuando quiera-me contestó él. ¿Ah si, y con quién?-Le respondí. Con Paulita pues, la amiga de Martín que estudia en el Villa-decía él mientras yo me reía. El cagado acá eres tú, emborrachándote solo el domingo en la noche y todo porque eres lento con las flacas, yo hoy día voy a ver a Paulita y me ha dicho que me tiene una sorpresa-terminó de decir Marco mientras parábamos la S, en la esquina de Roma con Pardo. Que pobre iluso, ella nunca te hará caso porque esta muy rica para ti, pero por lo menos tu no te lamentas con trago y vas con resaca al colegio al día siguiente-pensaba yo mientras subíamos. Ya estás viendo mucho al huevón ese de Martín, seguro que más que te ayude con Paulita, quieres tirártelo a él, maricón-le dije y su respuesta se perdió entre el grito de “topardobenaviecaminoelinca” que hacía la cobradora a mi costado. En esa época yo tenía 16 años y estaba harto de que mis compañeros del Santa María me jodieran todo el día porque era el único que no había tenido sexo, estaba harto de que no hayan mujeres en mi colegio, harto de ir a mendigar sonrisas en faldas cortas a las chicas del San Silvestre. Estaba preocupado por haber apostado en el colegio que iba a tirar antes de las vacaciones de octubre, iba a perder 100 soles, pero que importa la plata, si perdía mi reputación se iba a ir a la mierda y eso me jodía, me jodía lo que opinaran de mi en la secundaria y no me había puesto a pensar que esa apuesta cagaría mi vida. Marco sin embargo, siempre parecía muy relajado respecto al tema y decía que en la Inmaculada era normal tirar el último año y recién estaba en cuarto de media, igual él me diría al día siguiente que se había tirado a Paulita. Ese día, después del colegio llegué a mi casa y me cambié, luego saqué mi mochila y le dije a mi abuela que tenía una tarea en grupo. Cuando llegué a la casa de Carla ella estaba sentada de piernas cruzadas sobre el sofá, con un libro en su regazo y esa falda de cuadritos que la hacía ver tan linda, tan colegiala, tan puta. Me quedé parado en la puerta de la sala viéndole las piernas, cuando se dio cuenta me dijo-¿Que tanto me miras ah? Mejor ven y salúdame como se debe. No te estaba mirando, estaba mirando el libro que estás leyendo, quería saber cual era- contesté yo, como si pensara que ella lo creería. Jajaja, te apuesto que me mirabas las piernas, seguro eres un pajero con memoria fotográfica y más tarde vas a pensar en mi cuando estés en tu cuarto-decía ella con esa actitud de engreída y creída ala vez, que tenía cuando se daba cuenta que la estaba mirando. Salté rápidamente a su lado y le quise dar un beso en la boca, pero ella solo me evitó y dijo que ahorita no tenía ganas, que tal vez más tarde. Pensé que seguro era porque no me había lavado los dientes, pero lo olvidé instantáneamente y decidí contentarme con ese “tal vez mas tarde”. Efectivamente, una hora después por fin deslicé mi mano por debajo de esa falda de putita miraflorina y colegiala, de esas que ocupan el primer lugar de su promoción y están en el coro de los domingos en misa, de las que se masturbaban en el baño del colegio. Mientras ella se retorcía y me empezaba a enseñar ese sostén que le bailaba en el adolescente pecho, yo le decía que podía venir su mama en cualquier momento o de repente mandaba al serrano de su chofer a ver si ya estaba lista para ir a la clase de piano y la cagada. No hables así de Rómulo, él es bien lindo, además que chucha oye, no seas maricón y sigue nomás, con peligro es más emocionante, ¿bien lento eres no?-me contestó ella. Ese día no llegamos a tirar, y eso que nadie nos interrumpió. A la mañana siguiente Marco tocó el timbre puntual y lo primero que hizo fue preguntar que había pasado en la casa de Carlita. No se me paraba huevón, no sabía que me pasaba, ella calata al frente de mí y yo sin poder hacer nada, me sentí muy poco hombre, creo que ya perdí la apuesta-le contesté. Después de reírse un rato el me dijo que había escuchado que a veces eso pasaba cuando uno estaba muy nervioso. Mientras caminábamos hacia la avenida, le empecé a contar que no sabía que hacer, ¿ahora como iba a ir a su casa de nuevo, que pensará de mi? Seguro piensa lo mismo que yo, que estabas nervioso nomás, a todos los hombres nos puede pasar, no te preocupes que ella entenderá y seguro que te la tiras un día de éstos-me dijo Marco tratando de consolarme, como si yo necesitara su lástima, huevón. Él se había tirado a Paulita, a mi Paulita y ahora yo tenía que conformarme con Carlita la putita. Eso lo dices porque eres mi pata, en el mejor de los casos Carla pensará que soy un pavaso que no tiene nada de experiencia, dirá que soy un pajero y le pediré disculpas, pero no, pensará que soy un maricón, yo un nieto de Belaunde Terry que estudia en el Santa María y maricón. Ven a mi casa en la noche, van a venir unos amigos de la playa y vamos a ir a ver el partido de Perú a la calle de las pizzas, hasta temprano nomás porque mañana hay clases.-le dije. Pero el me respondió que ya había quedado con Martín en ver el partido en su casa porque había comprado un televisor nuevo para su cuarto y lo iban a probar. ¿Y Paulita, ella también va a estar?-le pregunté. Ah si, seguro que va, pero no sé, creo que ya no me gusta tanto desde que me la tiré-me respondió y tomamos el micro. Pero esa noche no vi el partido, Carla se apareció en mi casa con el cuento que necesitaba alguien que le ayudara a hacer su tarea de matemáticas, pero si ella estaba en el cuadro de mérito de su colegio, la muy puta solo venía a averiguar porque no se me había parado y a decirme que si no me parecía bonita, que si había sido por eso. Claro que era bonita, y ella lo sabía muy bien, lo cual era el motivo de su pedante narcisismo, solo quería que se lo repita y me sienta más maricón por no haber tirado con ella la noche anterior. No pasó nada, solo que no tenía ganas, estaba cansado y quería dormir, por eso me fui a mi casa. Ah ya-fue todo lo que me dijo, y claro, yo no esperaba que se crea esa miserable y descarada mentira, pero tampoco le podía decir que había estado pensando en la inocencia de Paulita, porque de ahí no tendría a nadie con quien tirar y se acababa toda la huevada de la apuesta. Pero si sólo Carla me hubiera dicho que me necesitaba y que no le importaba lo que pasó en su casa, que me perdonaría la estupidez porque me quería. Estaba muy claro que nunca me lo diría. Ella me empezaba a besar y a decir que le gustaban las cosas que yo le hacía, como movía mis manos por sus piernas, como la tomaba por el pelo y mis labios jugaban con su cuello, como no se me paraba cuando la veía calata, bueno eso no me lo decía pero seguro que lo pensaba la muy puta, seguro se reía de mi y decía que pajero eres Roberto. Esa noche tampoco pasó nada, seguro que ella no quería que en el momento decisivo mi hombría falle y se decepcione nuevamente, por eso me aguantaba y me desaceleraba, seguro que no quería verme desnudo e impotente, me tenía lástima y no quería eso. No, no me tenía lástima porque era una puta y se reía de mí, mientras me decía pajero y seguro pensaba en su chofercito de mierda cuando se masturbaba en el baño de su colegio, pero de repente no, porque era solo un chofer cholo y ella estudiaba en el San Silvestre. Igual Paulita nunca haría eso, tampoco me haría caso por supuesto. Ya me cagué, ahora si estoy mal, huevón-le decía a Marco un par de semanas después, mientras tomábamos una cerveza en la bodega del chino. Pero ya de una vez déjate de mieditos y trata de tirártela de nuevo Roberto, yo se que vas a ganar esa apuesta, no es tan difícil-me contestaba él. Es que no es por la apuesta, la plata no me interesa, el problema es que ya no sólo quiero tirármela, ahora pienso en ella un montón, bueno a quien voy a engañar, también es porque no quiero quedar como el maricón frente a los cojudos de mi promoción. Marco me dijo que no me preocupara tanto que todo iba a salir bien y que se tenía que ir a la casa de Martín. Si claro huevón, que no me preocupe. Es fácil para ti decirlo porque te tiras a Paulita la mamacita y te puedes dar el lujo de decir que no te gusta pero igual tirártela, en cambio yo te digo que pienso en Carlita la putita y no me la puedo tirar porque no se me para-pensaba yo mientras caminaba de regreso a mi casa a almorzar con mi abuela. Y es por eso que quiero a veces amarrarte, anudarte. Es contigo que quiero hasta el fin masturbarme. Esa estúpida canción sonaba de nuevo en mi cabeza y era lo único que faltaba, un pajero cantando canciones de otro pajero. Esa noche, mientras le daba la tercera vuelta al Invol2ver de Sasha en el estéreo, llegó Marco llorando a mi casa, a Paulita la había atropellado un carro mientras paseaba a su perro, su muerte había sido instantánea. No lo podía creer, Paulita, la chica de los cabellos tan rubios casi albinos y los ojos verdes, la chica del bikini rosa en Naplo había muerto, mi amor platónico de la infancia. Y este pelotudo que se la tiraba sin darle la menor importancia, ahora venía a llorar a mi casa. Le pegué tan duro a Marco que se le rompió la ceja, en cambio él (que era más grande y avezado) no me respondió y sólo atinó a irse. No lo volví a ver hasta 10 años después que lo encontré de casualidad en el Café Z, viejo punto de reunión en las épocas escolares y que ahora estaba sumido en la más penosa decadencia. En realidad él me encontró a mí y me saludó, le conté que me había graduado de Derecho en la Católica y que trabajaba en el estudio de mi suegro, que me había casado con Carla ¿Carlita la putita?-Me preguntó él y le respondí que sí con un carcajada. Le pregunté si alguna vez había superado la muerte de Paulita, me dijo que sí, que nunca se la tiró realmente porque Paulita estaba enamorada de mí, que me mintió todo el tiempo. Ahora él tenía una pareja estable y pensaba irse a casar a Europa ese verano. Me preguntó si había perdido o ganado esa estúpida apuesta en la secundaria, le dije que la gané y embaracé a Carla al mismo tiempo, que por eso me había casado con ella, que no la amaba y que necesitaba de mi suegro y su prestigioso estudio de abogados. Me contestó que eso era lo que se le había ocurrido al principio, además me dijo que era gay. ¿En serio eres maricón?-le pregunté. Me gustan los hombres huevón, cual es el problema-fue lo que me contestó., solo atiné a preguntarle con quien se iba a casar entonces. Me respondió-¿Con quién más crees pues Roberto?, con Martín por supuesto. Hablamos un rato más y me despedí de Marco. Ya no importaba lo que yo hiciera en ese momento, nada retrocedería el tiempo y me haría evitar esa estúpida apuesta que acabó con mi Paulita, que me cagó la vida con Carlita, que volvió maricón a Marco. Nunca más lo volvería a ver; crucé la calle, saqué las llaves y encendí mi BMW. Mientras tanto en mi casa, el serrano de mierda del Rómulo se tiraba a mi mujer.
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“De cómo llegué en noviembre y en noviembre me fui” por Mario Fiorentino

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Ella usó mi cabeza, como un revolver
E incendió mi cabeza, con sus demonios
Ella usó mi cabeza como un revolver – Soda Stereo

Así que las estrellas no son blancas como el humo del cigarro, no, miento, el humo del cigarro no es blanco, es gris, a veces azul, pero… ¿qué carajo importa eso? Lo que importa es que tienen muchos colores. Mi nombre es Irina Bosnikov y soy hija de la revolución desde noviembre, desde que mi familia murió. Mierda, que frío hace. Carajo, por eso odio Diciembre, y lo odio aún más porque significa el fin de mi relato y también el comienzo. ¿El clima?… no me acuerdo, tampoco recuerdo el día exacto, ni el mes, mierda, creo que ni me acuerdo el año. Solo sé que con todo eso de la revolución, hacía tiempo que no me detenía para mirar las estrellas, esas que creía eran blancas y que tanta paz me daban. Hacía tiempo que no disfrutaba de un cigarrillo, ya que todos los fumaba a medias, entre las balas y las explosiones, entre la sangre de los inocentes que morían por la causa y los perros que morían por el régimen totalitarista. En fin, recuerdo que por esos días yo estaba fumando demasiado. ¡Ja! ¿Qué diría mi madre si supiera que su hija, la condesa de Jajce, hija del archiduque Bosnikov, estaba fumando como una cualquiera? Eso no importa, total, pronto los distintivos aristocráticos no valdrían ni mierda y mi padre no sería el archihuevón de Jajce, y yo no sería la condesa, y mi madre ya no sería una zorra porque probablemente la revolución acabaría con su vida. Ya me acordé, creo que era noviembre, ¿o quizás octubre? No importa, la cosa es que el régimen socialista estaba a punto de ser proclamado victorioso, el pueblo lo buscaba, yo lo buscaba, la sangre no había corrido en vano. Hasta podía oler el momento de la victoria, la sangre de los caídos, el olor a pólvora húmeda; podía sentir nuestra victoria aproximarse, mi victoria. Carajo, maldita esa frase, maldita la idea de victoria, maldita la misma madre que me parió. ¿Por qué tuve que pensar en eso? ¿Por qué me tuve que condenar así? ¿Por qué? Tal vez por la hermosura de las estrellas, esas a las que nada les importa, o por el frío de mierda que hace en Yugoslavia. No… no creo, seguramente porque en el fondo, yo sabía que no todo era como parecía. Desde hacía un tiempo, venía con esa imagen en la cabeza; desde hacía un tiempo, yo sabía, muy adentro de mi ser, que algo andaba mal. Creo que era el cigarro…no, mierda, no era el cigarro. ¿Tal vez mi figura? Vamos, ser la revolucionaria más puta de la revolución tenía sus beneficios, beneficios que tenía que proteger. No, tampoco era eso, nunca fui tan narcisista. A veces creo que… no, ni cagando, eso no puede ser, era casi un insulto pensar que eso andaba mal. Pero, ¿quizás? No… Irina, no puede ser eso, tú sabes que si hay algo que está bien es eso por lo que tú luchas, tú sabes que no has liderado una revolución por las huevas. O, ¿quizás sí? Prendí el segundo cigarro, o tal vez el décimo, no me acuerdo y tampoco me importa. Las estrellas seguían ahí, parecía que se movían, que se querían escapar, cerrar los ojos y huir de este mundo de mierda. Claro, por eso luchaba, para cambiar este mundo de mierda, o ¿era por otra cosa? No, mierda, Irina, deja de pensar así –dije pausadamente y luego de un rato, y de un par más de cigarros, proseguí: tú luchas por tus ideales y punto. O, ¿es que luchaba por algo más? Mierda, no puede ser, no, yo lucho por la gente, yo lucho por el bien, yo mato y muero todos los días para alcanzar justicia, no, puta madre, no, no puede ser eso. En medio de esas contemplaciones, alguien me interrumpió. Creo que fue un teniente, o un simple soldado, no me acuerdo y no interesa, el punto es que la persona que vino lo hizo con mi comida y con una lista de papeles que tenía que firmar y un informe de 14 folios en los que se me informaba minuciosamente acerca de la evolución de la revolución. 7’405 muertos, 24’965 heridos, 4 regiones más se encontraban bajo nuestro régimen, mierda, ¡¿Ya son 7’405 los muertos que han derramado su sangre por la revolución, en las blancas nieves de Yugoslavia?! ¿Qué? ¿7’405 en un solo día? ¿En total, la sangre de casi el 10% de la población ha sido desparramada en la nieve? Mierda, mierda, y más mierda, necesito un trago. Teniente, tráigame Vodka, brindemos por los héroes que han muerto por la causa, por cada uno de ellos, brindemos por las estrellas. Después de haber tomado unos cuantos tragos, le di la orden al teniente de desnudarse, de quedarse en pelotas, como su madre lo trajo al mundo, y de follarme, como si de una puta se tratara, cómo me gustaba sentirme puta, cómo me gustaba pensar que, si mi madre se enterase de que su hijita, la condesa de Jajce, era toda una puta, se moriría, tal vez, de vergüenza. No, creo que se moriría de un infarto o se suicidaría. Creo que eso me brindó más placer que el mediocre sexo que me dio el teniente. Eso, el sentirme toda una zorra a los pies de un casi desconocido y de imaginar a mi madre, mirándome con esos ojos de vergüenza, de estúpida, con los mismos ojos que me miraban mi padre y mis hermanos todas las noches antes de dormir. Después de follarme como una tortuga vieja lo hubiera hecho, le di la orden, fulminándolo con la mirada, de que retirase todo y se fuera a descansar, ya que, probablemente, mañana moriría, o moriría su familia, o tal vez no, tal vez yo moriría. Esa noche no pude dormir, esa noche me quedé mirando las estrellas, esas, blancas como la nieve… no, miento, la nieve ya no es blanca, ahora es roja por la sangre de todos los Yugoslavos, de todos y cada uno de ellos. Esa noche tuve pesadillas despierta, me acordé de cuando mi madre me quería volver una condesa, con sus clases de etiqueta y sus sesiones de té, ese té asqueroso que se traía de china. De esas buenas costumbres a las que nunca me acostumbré. También soñé con esas noches en las que mi padre me venía a visitar…con mis cuatro hermanos y juntos jugábamos al doctor…a la mamá y al papá…a la orgía romana. Mi padre y mis cuatro hermanos me violaban sin que mi madre dijera nada, para luego mirarme con esa cara de vergüenza, esa cara que nunca olvidaré. También, con mi padre, frente a mí, mandando a fusilar a 15 campesinos por reclamar sus derechos, por pedir un pan más al día. Creo que ese día fue el primero en el que morí…no, mentiría si dijese eso, creo que ese mismo día fue en el que realmente nací. Y nací como una revolucionaria. También soñé con el día en el que me enamoré por primera vez, me acuerdo muy bien de Yugoslav, me acuerdo de sus ojos, me acuerdo de la primera vez que cargué un arma y cuando me enseñó a matar, y me acuerdo de su cuerpo, y de cuando me regaló mi primer fusil… me acuerdo de su puntería para matar y enseñarme de nuevo a vivir, pues solo me sentía viva cuando mataba. Me acuerdo cuando sentí el placer de vengarme por primera vez de mi madre y huir de la casa…de la primera vez en la que pensé que lo único puro en este mundo eran las estrellas, esas estrellas blancas, blancas como los huesos que se despedazaban al contacto con las balas. También me acuerdo de la primera vez en la que prendí un cigarro en noviembre, todo en noviembre. A la mañana siguiente me levanté con un malestar tremendo. Eran las siete y todos ya estaban listos para iniciar la partida. Era el momento de culminar con la revolución, de re-instaurar el régimen socialista, de luchar y morir por la patria, de cagarme en mi madre, fumando y follando como una puta, de matarla, de matar a todos mis fantasmas, de matarme. No, mierda, no pienses en matarte, no pienses en tu muerte, tu eres la líder de la revolución y no puedes morir… carajo, no puedes morir y menos suicidarte. Me levanté, ya sin estrellas, y prendí el primer cigarro del día. Ya me acordé, era noviembre, me acuerdo porque una semana antes había sido mi cumpleaños, me acuerdo porque mi cumpleaños cae en otoño y porque en otoño se ven mejor las estrellas, porque en otoño hace un frío de mierda y las muertes de mis hermanos compatriotas lo hacían más frío aún…me acuerdo porque el día de mi cumpleaños hacía el mismo frío y fue en uno de mis cumpleaños la primera vez en que mi padre me violó, carajo, si algo sentí esa noche fue frío. También me acuerdo que era noviembre porque toda mi vida pasó en noviembre así que asumo que debe de haber sido noviembre. Puta madre, la resaca me estaba matando y tenía que salir a dirigir la revolución, así que, luego de bañarme en agua fría (pensándolo bien, comparada con el frío exterior, era casi como agua hirviendo), me vestí y me preparé para la guerra, para la muerte. Me acuerdo que salí con un cigarro en la boca, un fusil en el hombro y un frío de mierda en los huesos. Ese era el día de mi muerte, o tal vez de mi vida, y había comenzado mal. En el transcurso del día nos dirigimos a Jajce, donde todo comenzó y donde todo terminaría. Ese día se impondría la revolución, ese día mataría a la puta de mi madre por el pueblo o, ¿por mí? No, mierda, Irina, cuantas veces tengo que repetirlo, esto lo haces por el pueblo, no por ti, ¿entiendes? Carajo, no me quedaban cigarrillos, en el próximo pueblo tendría que abastecerme de una gran cantidad de tabaco o mi humor sería peor de lo normal. Ya quería ver la cara de mi madre cuando me viera llegar, liderando la lucha armada, asesinando a mis hermanos, esos hijos de puta que me había violado tantas veces, en esas noches sin estrellas…fumando como una mujer de mal vivir. Aún hoy puedo escuchar el rugir de la masa, hasta hoy puedo oler la sangre de esa vieja puta, hasta hoy la puedo escuchar rogar por su vida, besarme los pies, lamerlos. Todavía conservo la sangre en mi bota derecha, la cual se manchó al romperle la nariz de un puntapié. Creo que hasta puedo sentir ese placer. Y, ¿ahora qué? Mi madre está muerta, mi padre está muerto, a mis hermanos los está violando todo el ejército revolucionario, uno por uno, un polvo por estrella, un polvo por cigarrillo que he fumado en mi vida. Llegó la noche…esta vez no hubo informe, no hubo muertos, o tal vez sí, no me importa, solo una fiesta, un aquelarre, casi una orgía romana. No me acuerdo cuán puta me sentí esa noche, cuánto Vodka bebí, cuántas veces follé con cuánto hombre quisiera hacerlo: ese día fui del pueblo. Ese día me cagué en mi madre y en todas sus cojudeces, esa noche por primera vez me sentí viva sin matar, no, me equivoco, por primera vez me sentí realmente viva gracias a la muerte de mi madre, la de mi padre, la del régimen totalitarista, la muerte del capitalismo y al triunfo de la causa.¡No! a mí qué me importa la causa. Me cago en la causa ¡No! ¡Mierda! ¡Irina! Estás viva porque ganaste la revolución, estás viva porque el pueblo se ha visto reivindicado, porque toda esa sangre que ha corrido no ha sido en vano, porque tu victoria es la del pueblo. Estás viva por las estrellas. ¡Ja! ¡Esa puta yace ante mis pies, su sangre misma mancha mi ropa! Madre, me he vengado, me he vengado de la mejor manera y ahora tus hijos sufren, sufren cien veces lo que yo he sufrido y mañana sufrirán aún más, cuando los castren. Cuando les quiten las pelotas y los dejen vivir, humillados como tú me humillaste, como el bastardo de mi padre me humilló, como tu permitiste que me humillara. No, esta noche no, esta noche hay estrellas y no pienso desperdiciarlas, esta noche, duerme tranquila porque lo has logrado. Esta noche, no tomarás té y no tendrás que acostumbrarte a las buenas costumbres. Duerme, carajo, ¡Duerme! No, no podía dormir tranquila, esta vez me acosaban nuevas pesadillas, nuevos fantasmas en forma de una puta pregunta: y, ¿ahora qué, Irina Bosnikov? ¿Ahora por qué vives? ¿Por el pueblo? No, me importa un carajo el pueblo, nunca me ha importado mucho en realidad ¿Por ti? No, me importa un carajo mi vida, soy una puta adicta al tabaco. ¿Por la causa? No, es una cojudez eso de la utopía, yo lo se, todos lo saben, por las huevas hacemos esto ¿Por qué habría de importarme mi vida? ¿Tal vez, para demostrarle a tu madre quién eres? No, carajo, ya está muerta, no puedo vivir por un muerto, coño. ¿Por qué carajo vivo? ¿Por las estrellas? ¿Por los cigarros? ¿Para sentir poder? No, mierda, el poder me lo paso por el culo. ¡Tú! ¡Ven! Te ordeno que te desnudes y me folles como una tortuga, que me uses, que me hagas sentir una puta. ¡Tú también! Creo que una veintena de hombres pasaron por mí esa noche, o tal vez más, una centena, un millar, no me importa cuántos, lo que importa es que así fui follada hasta muy entrada la noche, intentando huir de mis demonios, sintiendo placer al cagarme en mi vieja, en toda su cojudez del té, de la etiqueta, en todas sus desigualdades. Mierda, creo que Freud se sentiría feliz de analizarme…qué pena que esté muerto. Mierda, las estrellas se están ocultando, apagando mejor dicho, o quizás eran los efectos del licor. Definitivamente fue noviembre, porque en noviembre fue la última vez en la que disfruté de un cigarrillo, fue la última vez en la que observé las estrellas mientras me follaban, fue la última vez en la que me sentí puta y me gustó, fue la última vez en la que sentí el frío de mierda otoñal congelando mis huesos, fue la última vez en la que me sentí viva. En noviembre, me pegué un tiro en la cabeza, en noviembre acabé con todos mis fantasmas, en noviembre descubrí que toda mi vida he creído que luchaba por mis ideales, cuando simplemente luchaba contra la puta de mi madre. En noviembre, mi sangre, como la de tantos otros yugoslavos, manchó la nieve por última vez.

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