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Cuentos de ese semestre

“Cosas imposibles” por Alfonso de la Torre

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La vida te da sorpresas,
Sorpresas te da la vida.
Rubén Blades

Asu que tal rebote, no puedo dormir. Esto es lo que pasa por excederme de tiros, jajaja como si fuera a dejar de hacerlo por eso. A la mierda con la rebotada, que rica estaba la alita…recién salida de la panadería y directamente hasta la jato de Nicolás, que tal juergaza. Pero que idiota soy, me olvide que mañana tengo final de Macroeconomía II y tengo que leer un montón, quien me manda a estudiar en la Pacífico, mas fácil la hubiera hecho en la USIL. Aunque mi viejo igual me hubiera obligado y no me hubiera regalado el BMW cuando ingresé. Ya fue, total de ahí le bajo un sencillo al profesor y me da un sustitutorio, en vez de estudiar mejor llamo a la chibola para entretenerme un rato. Seguro que la voy a despertar y va a renegar pero cuando escuche mi voz se va a poner toda contenta y melosa como siempre, después me pedirá: Manuel, ven a mi casa un rato, no importa que sea de madrugada, hazme tuya de nuevo. ¡Rodrigo! Te he dicho que te vayas a dormir de una buena vez y dejes de escribir tus tonterías, ¿Por qué nunca haces caso?-decía la madre parada en el umbral de la puerta, mientras su hijo se encontraba abstraído en las artes poéticas a las tres de la madrugada. El joven le respondía a su madre que estaba terminando el esquema de una monografía para su curso de Filosofía Contemporánea. Mientras la madre (que sabía que no se trataba de ninguna monografía para la San Marcos) le pedía que deje de hacer bulla arrugando y rompiendo papeles en plena madrugada. Como si no fuera suficiente que su hijo haya elegido Filosofía como carrera y posiblemente termine muriéndose de hambre como toda su familia, ahora se creía poeta, en otras palabras…la pobreza al cuadrado. Pero Rodrigo seguía; ya no era nada nuevo pasarse las madrugadas en vela escribiéndole versos desesperados a aquella esbelta y morena colegiala, y rompiendo los poemas una y otra vez hasta que le salga algo aceptable. Esa colegiala por la cual estaba perdiendo los papeles, esa misma que no lo dejaba descifrar a Nietzsche ni a Heidegger, la que nublaba sus teorías con un garabato de sonrisas tímidas (y tácitamente inocentes) y laberintos de faldas a cuadros. No, faldas a cuadros y piernas no, sólo inocencia. Es que ya iba demasiado tiempo así, escribiendo decenas de poemas, dedicándole medio repertorio de canciones de Silvio y Sabina, ella que sabía de poesía sólo se reía, le decía que lindo eres y me gusta como escribes. Pero fuera de eso, ni si quiera le había aceptado una salida al cine, o un paseo por el malecón. Siempre le ponía las típicas excusas como que tenía que estudiar para sus exámenes, que sus papás no la dejaban salir mucho, que tenía muchas tareas que hacer. Era por eso que solo la iba a visitar un rato a su casa de vez en cuando, a veces cuando regresaba de la universidad y le sobraba plata para otro pasaje se bajaba del micro en la Av. El Ejército y caminaba hasta su casa, con la esperanza de que ella salga por su ventana y le pregunte si le había hecho más poemas. No tengo tiempo para almorzar mamá, ya me voy a la universidad, no, no necesito plata para la gasolina, ayer mi papá lleno el tanque del auto. Un poquito de electrónica para relajarme mientras manejo, no caería nada mal, ¿Dónde estaba el disco? Ah ya se, en la guantera. ¿Aló? putamadre se cayó el CD de mierda. Ah, hola papá estoy yendo a la universidad y de ahí me paso a la oficina ¿Qué? Pero si el balance está bien hecho, no me vengas con eso de que no he aprendido ni mierda en la Pacífico, ya ya, en la noche lo arreglo. Sí, también voy a terminar el informe, chau. En la universidad me encuentro con mi brother El Sapo, me dice para tirarnos las clases, no puedo porque tengo examen final de Macro, me dice que seguro no he estudiado. Y le digo que mi viejo me está jodiendo para que vaya a la oficina a arreglar unas cosas, le cuento que es una huevada cuando tu papá es tu jefe también. Me contesta que si trabajo en la empresa de la familia ni cagando me van a botar. Suelto una carcajada porque está en lo cierto. También tiene razón cuando dice que no hay diferencia si voy o no a clases, porque igual voy a desaprobar el examen. Aparte esa nota se puede arreglar fácilmente con el profesor, cuando sepa quien es mi viejo. Entonces El Sapo sube al carro y como ya está anocheciendo no hay nada mejor que hacer piques en el Monumental, seguro ahí estará toda la gentita reunida. Mientras manejo la chibola me manda una alerta al Nextel y me dice que cuando nos vamos a ver, que ya me está extrañando y que sólo la llamo en las madrugadas cuando estoy aburrido y quiero tirar. Le contesto que el viernes la recojo del colegio, y puedo sentir esa emoción en su voz a través del teléfono, seguro ya está pensando en la cara de envidia de sus amiguitas cuando me vean llegar con el carro a la puerta del Belén. Me despido y cuelgo porque si algún tombo me ve manejando mientras hablo por celular, le voy a tener que bajar un sencillo y no tengo efectivo. ¿Y esa chibola quién es? Me pregunta El Sapo y le contesto que sólo es mi nuevo levante, que ella cree que estamos pero en verdad sólo la estoy vacilando. ¿Manuel, hora aparte de coquero e hijito de papi, también eres pedófilo?-me pregunta el muy pendejo como si nunca se hubiera levantado a una chibola. No nada que ver-me río y le contesto-solo es una mocosa que está rica y se caga por mi. Le digo que él también es un mantenido y malogrado con la plata de sus viejos, entonces voltea y asiente con la cabeza, somos iguales y nos cagamos de risa. Manuel donde carajo estás, cuando vas a venir a terminar el trabajo, estás perjudicando a la empresa con tu irresponsabilidad, ya se te va a acabar la mamadera- mi viejo gritando por el teléfono. Yo sólo me cago de risa con El Sapo y no le hago caso al huevón de mi viejo. Ese era uno de esos atardeceres en los cuales Rodrigo caminaba desde la UNMSM hasta la Av. La Marina y recién ahí cogía La S para ahorrarse el pasaje y así poder tener dinero para regresar desde la casa de Carolina hasta la suya. Mientras caminaba por toda la Av. Universitaria, Rodrigo andaba pensando ¿Por qué se había fijado en una chica como Carolina? Seguro que a ella la perseguían chicos del Markham o del Newton, seguro que jamás se fijaría en un chico pobre y de universidad nacional como él. Y la pregunta seguía sin respuesta ¿Por qué Carolina? Él no lo sabía con exactitud, pero lo que sí sabía era que ella era una chica inocente, inteligente y hermosa, pero sobre todo lo que más le gustaba era su inocencia, con eso bastaba. Mientras trataba de consolarse (sin mucho éxito) de que aunque él no tenga plata y ella sea de clase alta, él amor no distingue clase social y por lo tanto si podía conquistarla, ya estaba llegando por fin al paradero de la Av. La Marina. Una vez dentro de la combi, Rodrigo trataba de borrar una página de su viejo y lleno block de apuntes, para así poder escribir algo nuevo con que sorprender a Carolina. Pero una vez borrada la página, escribía algo y borraba, escribía y borraba una y otra vez, no se contentaba con nada y estaba a punto de romper la hoja que ya parecía tela de cebolla. Todo lo que escribía últimamente le parecía basura a comparación de lo que hacía antes, y eso que antes no tenía a ninguna musa de quien inspirarse y a quien dedicarle sus líneas. Era toda una contradicción pues si antes que no tenía musa escribía bien, ahora que la tenía sólo lograba arrugar una y otra vez las hojas gastadas y debería ser naturalmente al revés. Lo peor era que si bien el no tenía dinero, ni era un chico de colegio inglés, por lo menos al principio había tenido su poesía para conquistarla, y eso parecía haber sido una fórmula infalible desde que se inventó el alfabeto. Pero ahora, ahora no tenía nada…ni plata, ni posición social, ni poesía. Lo peor era que Carolina sabía mucho de literatura y no era la típica pituca hueca que caía rendida con un “Tus ojos son como dos luceros”; no, Carolina era una chica muy inteligente, aunque también era inocente. Pero el problema con esto era que una cualidad no inhibe a la otra, entonces Rodrigo con la falta de inspiración para dedicarle sus versos, había realmente cagado su única arma de conquista. Aún con su autoestima y toda su mente, toda hecha mierda por Carolina, logró escribir una declaración de amor finalmente, esta vez le parecía peor que la anterior pero por lo menos era algo poética y bastante frontal. Lo que Rodrigo no sabía era que todo estaba por cambiar. Putamadre de nuevo el rebote y en la mañana tengo que ir a hacer los balances e informes de la empresa, hace semanas que los he postergado. También tengo que dejar de llevar este ritmo de vida tan dañino. Jaaaa ¡Ni cagando!, esa no me la creo ni yo. Por fin después de una hora me quedo dormido y me levanto a las dos de la tarde, me provoca una parchadita pero mejor no y guardo los falsos en uno de los ternos de la chamba, bien caleta para que nadie se de cuenta. Una vez más que me levanto tarde y la cago con la chamba, que chucha…total mi viejo es mi jefe. Me llama mi brother El Sapo y me dice que vaya a su casa, que sus viejos se han ido a Ginebra, que tiene la casa solita y que la Navidad se adelantó y Papa Noel mandó nieve para todos. O sea la gente se ha armado una encerrona y justo es viernes, que bien. Busco las llaves del carro y veo que no están encima de la consola de la sala, la chola me dice que mi viejo las cogió en la mañana. Qué raro, pero no importa, como estoy apurado salgo a la calle y tomo un taxi nomás. Llego a la casa del Sapo y había rufianas por todos lados, en la piscina con sus bikinis apretados, en el jardín bronceándose, aprovechando las horas de sol que quedaban. Estaba toda la gente ahí haciendo el control de calidad de la morita, reunidos en la terraza como una gran familia, jalona, pero familia al fin y al cabo. Y yo un traguito de etiqueta azul, un poco de la morocha que está buenaza. Un puchito, un traguito de whisky, otro tirito más, esto es vida carajo. Pero de pronto un pensamiento inesperado asalta mi cabeza: ¿Qué pasó con la chibola? No se nada de su vida desde que me olvidé de recogerla de su colegio y ni la llamé para disculparme, ya me dieron ganas de levantarme ese cuerpo bronceadito y tiernito. Carajo porque siempre que estoy negro me entran unas ganas descontroladas de tirar. Que raro que ella tampoco me haya llamado, si se cagaba por mí y más aún desde que la saqué de pita, seguro se ha resentido y espera que yo la llame Jajaja. Voy a llamarla para ver si sale algo más tarde, aunque con todo lo que hay por consumir en esta casa, lo más probable es que salga de aquí el domingo. Que le pasa a esta chibola que no responde el Nextel, de repente tiene las alertas llenas, mejor la llamo como celular. Mierda, no responde tampoco. Intentaré una vez más, ya está… ¿Aló? soy yo…Manuel, ¿Cómo estás preciosa, te has olvidado de mi o qué? ¿Cómo que por qué te llamo? Pues para vernos y hacer un poco de ejercicio juntos jaja. ¿Qué?¿A quién le dices arrecho, que te pasa? Yo no soy ni arrecho, ni drogadicto, trátame con respeto o ya te olvidaste las cosas que hicimos y como me decías que me querías. No me puedes dejar, no tienes a nadie que te pague las cenas caras y te lleve a todos lados en un BMW, no va a haber otro huevón como yo que cumpla todos tus caprichitos. ¿Cómo que ahora estás con alguien más? ¡Si averiguo quien es ya sabes lo que voy a hacer, tú no me conoces! Pero están demás las amenazas, ya me cagaron la juerga y me he pasado de tiros encima. Me voy a mi casa y encuentro mi ropa, mi lap top, mis zapatillas y todas mis cosas tiradas en la calle. De pronto veo un terno tirado en el piso y manchado con polvo blanco por todos lados, putamadre me olvidé de sacar los falsos de los bolsillos. Mi viejo está ahí y me dice que ya me quitó el carro, que me está botando de la casa, no puedo creer que encontró los falsos y me dice que soy un coquero de mierda y que no aparezca por ahí nunca más. Rodrigo está sentado en un parque a unas cuadras de la Av. El Ejército, son las tres y media de la tarde y el está quemándose con un sorpresivo e inusualmente fuerte sol limeño, de mediados de Diciembre. Se queda mirando al cielo, directamente al sol, sintiendo esa rara sensación de pre-estornudo y ceguera temporal. De pronto (él no se da cuenta pues sigue mirando hacia arriba) se acerca una chica corriendo, con la piel tostada y su falda a cuadros. La preciosa chica se abalanza sobre él y empieza a jugar con sus labios como una pequeña experta en las artes del amor. Ella le empieza a contar que le tiene que decir algo, que ya no puede conservar en su conciencia: no es virgen y no quiere seguir mintiéndole. Rodrigo se decepciona, pues lo que más amaba sobre ella era su inocencia, pero repara en un solo hecho que lo convence a perdonarla: un chico pobre, miserablemente mediocre y aspirante a filósofo de universidad nacional, ha conquistado a la chica del cuerpo moreno y la falda de cuadritos del colegio de clase alta, y no piensa perderla. Piensa que Dios no hace milagros dos veces en la vida. Un perdedor como él ha vencido todas las convenciones sociales de una Lima retrógrada y segregadora. Entonces sólo se le ocurre hacerle una pregunta a la muchacha… ¿Por qué me elegiste habiendo tantos tras de ti, que te podían dar todo lo que querías? A lo que Carolina responde: Ninguno de ellos escribe poesía, y si lo hicieran…ninguno lo haría como tú.

Para nosotros, los que seguimos
Creyendo que un buen verso,
Vale mucho más que un carro.
Aunque la realidad demuestre lo contrario.

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‘Yo soy Daniel Matías’ por Elsa Cairampoma

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Mientras esperaba a que llegaran Italo y Ian, me senté en el sofá del centro del cuarto; y me detuve a ver una foto de tres sujetos. Uno de ellos usaba una camisa amarilla y un chaleco marrón; su castaño cabello estaba dividido en partes iguales y su mirada era fría. El sujeto del otro extremo usaba, en cambio, una chompa ancha; su cabello parecía no estar peinado; pero tenía una mirada amigable. Por otro lado, era alguien más quien resaltaba en la foto; el hombre del medio era como el equilibrio; su ropa era más formal que el primero, pero su mirada era despreocupada y tranquila; su cabello moderadamente ordenado, y una amplia sonrisa en su rostro. Aquel sujeto era Daniel Matías; el sujeto que anhelaba poder y proclamaba que futuros mundos irreales; aquel tipo que movía masas y confiaba en sus dos mejores amigos. Aquel sujeto que era sólo un pedazo de materia hueco de sentimientos con arte en la actuación. Aquel sujeto que soy yo.
Dejo la imagen en la mesa y me dirijo a abrir la puerta cuando oigo un golpeteo. Es Italo que me saluda y estira su brazo para que coja un pedazo de papel. Lo observo cuidadosamente pero al mismo tiempo le sonrio y lo saludo con un tono de aprobación, él me mira con esos ojos de aprecio ya que me considera su maestro y me dice “La guerra está ganada, Matías; es el fin de la familia Ferro”; ante esta aseveración, lo único que hago es leer lentamente el pedazo de papel; mis dedos presionan la hoja.
No eran más que un pequeño grupo de títeres de madera añeja y carcomida por las polillas, vestidos con ropa parchada y sucia. Tienen narices largas y puntiagudas, pares de ojos saltones que dan la impresión de estar cerca de salirse de sus orbitas; también están esas bocas mal pintadas como si les hubieran extirpado los labios o sufrieran de alguna enfermedad peculiar que se las agrandaron y estuvieran a punto de reventar. El lamentable chillido de los alambres de sus articulaciones acompaña la música de un hombre de sombrero amplio y desgastado al lado del escenario. Ante tal espectáculo, el público no hace nada más que guardar silencio; tal vez, sea el sentirse identificados.
Hay un hombre peculiar en el centro del escenario. Sus ropas son lujosas y estás sentado con las piernas cruzados sobre el asiento; su cabello rojizo esta peinado hacia atrás y sus achinados ojos se enfocan en los títeres. Tiene un anillo dorado reluciente en cada dedo; de cada cual, una fina cadena plateada crece hasta perderse a través de su manga. El sujeto gira la cabeza para observar a cada miembro de la audiencia, curva la boca y analiza una vez más a los títeres.
Camino y me dirijo al sofá donde estuve al inicio. Por su parte, Ítalo me sigue, avanza y se sienta en el pequeño sofá verde, al extremo izquierdo de la habitación desde donde se puede ver la ventana. Al parecer, destruir a Vladimir Ferro y a su estúpida hija, Nohelia Ferro, será un hecho real en pocos días. La familia Ferro tiene mucho poder y se opone a mi gobierno; esa maldita fuerza que radica en la niña Ferro, la cual es capaz de conocer las decisiones del enemigo apenas este las tome; sin embargo, la noticia de Italo explicaba que por algún extraño fenómeno, no podría usar esa habilidad dentro de cinco días. Italo me va explicando como uno de sus hombres se infiltró en la casa y obtuvo esa información de una fuente confiable, mientras yo me paro y me acerco a la ventana; no ingeriré fácilmente un potencial dulce veneno del falso éxito; después de todo Italo es un genio y mi mano derecha pero puede ser un traidor. Un joven de aspecto descuidado entra en el ambiente, me sonríe; trae la misma noticia.
Apenas la función da inicio, el público comienza a reaccionar indistintamente. Tres hombres se paran y se alejan, muchos presionan sus puños, y algunos más contraen los músculos de sus pies para evitar buscar al titiritero, que está escondido en alguna parte. La imagen de títeres y un escenario en decadencia parece molestarlos. Lo que un inicio fue una imagen comparativa, ahora se considera un insulto. Repentinamente, la melodía del hombre de sombrero ancho aumenta en volumen y comienza a presentar altibajos y muchas variaciones que encajan perfectamente con la situación. Las combinaciones de un do mayor, si séptima, la menor y otras tantas hacen que el público se calme y preste atención a tan curveada música. A un extremo del escenario el hombre de los anillos con cadenas se burla al ver la reacción de los asistentes.
El nuevo sujeto, Ian, avanza y se sienta en el otro sofá. Ambos se miran directamente y se analizan el uno al otro; sus ojos finalmente se apartan y me ven. Yo vuelvo a sentarme nuevamente en el sofá; también, los veos. Ian es el primero en hablar; me mira con unos ojos muy expresivos; y mientras levanta su brazo y aprieta si puño, explica su idea de que debemos capturar a la niña Ferro. Los ojos de Italo bajan hasta llegar a sus manos, las que unidas yacen sobre su regazo. Separa la derecha y rebate la idea al mismo instante que si mueca juega con su dedo índice al ritmo de su voz. Los veo a ambos y apoyo a Italo. Igualmente a lo que dijo, la decisión será tomada el mismo día; por ahora, los espías seguirían vigilando. A Ian, me decisión no le agrada; sus ojos se opacan e inclina la cabeza. He observado que por varios días esa tristeza ha ido aumentando día tras día; me pregunto cómo cree que lo apoyaré por eso; puedo haberlo criado por siete años y llamarlo hijo, pero es muy diferente el que importe. Italo se para, y se aleja para avisar a los hombres sobre las nuevas órdenes. Los tiesos hombres se mueven tal como él lo ordena; uno de los muñecos mueve sus piernas, y el brazo izquierdo va al compas de su caminar; su brazo derecho coge alguna que otra cosa; sus ojos volteaban a lo que debe ver; al hablar los labios modulan con precisión. Un muchacho sentado a mi costado le pregunta a su padre cuantos titiriteros hay en la función; el padre lo mira, lo piensa y concluye “debe haber, al menos, dos por personaje”. Las cadenas de los anillos del hombre dejan de moverse por un instante; los hilos colocados en cada parte del títere, desde sus brazos hasta el triple movimiento de un dedo, hacen que se deje de prestarle atención al público y también quede enfrascado en la historia.
Dos asesores, dos amigos, entran y ocupan sus sitios centrales en la mesa. Ian está a mi lado izquierda; Ítalo, inversamente, a mi derecha; cuatro hombres más los acompañan; son sujetos que no tiene ideas propias y se limitan a apoyarlos. Me paro para dar inicio a la reunión. Comienzo mi discurso con palabras de confraternidad y alegría, además de premiación y jubilo porque la victoria esta cerca, alzo mis brazos y felicito a cada sujeto que está sentado asintiendo mi cabeza a cada uno de ellos ligeramente; muy hondamente, los felicito por ser mis esclavos y ayudarme; los felicito por ser las ovejas que permiten que pueda dominar. Tomo asiento e indico a Ítalo que explique su plan; el repite de alguna manera lo que hice: se para y hace una introducción espléndida y corta. Tengo una postura firme, mi mano izquierda coge un papel y con la derecha levanto la pluma para hacer apuntes; Ítalo, luego, junta su silla a la mesa y comienza a caminar alrededor mientras explica que el mejor camino es capturar a la niña Ferro; derramo un poco de exceso de tinta cuando escucho sus ideas. Él era el que estaba oponiéndose, eso no iba bien. Cuando Italo pasa a un asiento mío, es decir frente a Ian, este último que esta algo reclinado lo interrumpe. Ni siquiera se para; no obstante, mueve eufóricamente los brazos; ve directamente al resto del sujetos; le increpa el sugerir conocer quien tenía más guardaespaldas, y preferir a la niña con seis guardaespaldas, cuando Vladimir solo tiene uno. Sigo apuntando lentamente; el dedo gordo de mi pie se revuelca dentro de mis zapatos para evitar gritarles. Veo a los ojos de Ian, que tiene su seguridad normal y su despreocupación; cómo es posible que el tenga la opinión más acertada. Italo había continuado caminando y quedo a su frente. Lo veo, y tenía ese extraño brillo cada vez que acertaba; hace caso omiso del comentario de Ítalo y continúa con su plan. Ian se enfurece, y baja la cabeza para que no pueda ver sus ojos y aspira profundamente.
El sujeto baja sus piernas cruzadas del asiento, se curva hacia delante y agranda sus ojos. El silencio reina en la sala; la audiencia había dejado de moverse totalmente hace unos minutos, y prestaba atención al conflicto de la historia. El músico había bajado ligeramente el volumen pero continúa el incesante movimiento de sus dedos. El hombre levanta su brazo y el chillar de las cadenas queda atrapado en el vacío; lo nota, capta lo que el público conscientemente ignora, pero subconscientemente lo hace amar aquel espectáculo; el toque del músico en cada tecla es igual a algún movimiento de la marioneta. “Si el señor Ferro es atrapado; el riesgo no disminuirá debido a que la niña siempre tendrá el poder disponible” dice Italo. Yo lo observo y encuentro la explicación hacia lo que creí irracional. “Sin embargo, ella sabe que lo irán tras ella; y, sus guardias deben ser muy buenos, solo perderemos todo.”, señala Ian. No había levantado su cabeza, seguía mirando hacia el piso; yo lo veo, todavía, escribió; su idea es coherente; pese a todo, si no podemos atrapar a la princesa ahora nunca lo haríamos, no hay opción. “Eso es cierto, pero nuestra gente es mejor” termina vocalizando Italo. Yo lo veo y hago un trazo más en la hoja; dentro de mí, sonrío. Esa era una frase magistral y sin discusión, no era probada ni justificada; pero tenía una gran carga emocional que incluso Ian, que puede pecar de imprudente, no se atrevió a refutar ante los miembros del escuadrón. Se hizo el silencio en la sala, mientras yo hacia algunos otros trazos; logré ver que no había levantado el rostro; la idea de él, al igual que yo, temiera que Ítalo nos engañara, cruza por mi mente. No obstante, esta vea lograría todo, no seguiría el consejo de ninguno.
Alcé mi brazo y estiré mis dedos para indicar silencio. “Italo como siempre tienes muy buenas ideas; es exactamente eso, lo que se hará; si no atrapamos a la niña Ferro no nos servirá de nada; y si le damos más tiempo podemos caer”, digo elogiándolo. Los sujetos del lado de Ítalo se inflan en gusto y miran sigilosamente a Ian. Él no lo ve, únicamente se limita a seguir mirando sus manos con la cabeza gacha. Yo continúo con mi discurso e indico a uno de los concordantes con Ítalos y a él, las tareas precisas para atrapar a Nohelia. La reacción de los demás, la esperaba; querían reclamar y tal vez incluso eran capaces de golpear a Ítalo; quien me mira apacible, tranquilo, como siempre. Sin lugar a dudas, debe estar vanagloriándose por dentro, mi querida mano derecha. Solo que mi discurso no acaba, “Ahora bien, los dos equipos son suficientes para atacar exclusivamente a Nohelia; así que, también tomaremos al señor Ferro.”
Una sucesión de hechos ocurren. Ian levanta la cabeza y se me queda mirando. Yo le sonrío y sigo, “si por alguna razón, la niña Ferro no es capturada, tendremos a Vladimir Ferro.” Italo me mira y reclama “Matías, pero si haces…”; elevo mi brazo como lo había hecho anteriormente y Italo se quedo callado. “Esta es nuestra oportunidad, y no la podemos perder, mientras cada grupo se encarga de atrapar a los Ferro; el grupo 3, 4 y yo atacaremos la misma casa para crear una falsa conmoción, y si es factible tomaremos la casa. ¡Comencemos!” Todos, menos Ítalo e Ion, salen. “¿Qué pasa?”, les digo. “Matías sabes que la mejor decisión es que todos ataquemos a la niña Ferro” dice Ítalo todavía sentado en su sitio. “Estoy de acuerdo, señor Daniel; dividir las fuerzas incrementara el riesgo de perdidas.”, dijo Ian un poco indeciso. Observo a uno y a otro, y respondo “Lo sé, pero somos capaces; y si no, no lograremos nada; nuestra meta no es la familia Ferro, solo es un obstáculo. Tomen sus puestos y actúen”. Italo me observa, se despide y se va. Ian también lo hace; se detiene en la puerta. “Hasta luego, señor Daniel” balbucea algo agachado y se marcha. Cuando están lejos, me paro y me acerco a mi ventana. Atacar a uno solo, era el mejor golpe; sin embargo, sospecho de Ítalo. Lo mejor es tratar de ganar uno de los puntos y descubrir al farsante. Respiro profundamente y miro al cielo, no es momento de pensar, es momento de actuar. Me encuentro con los dos jefes que mea con los que a crearemos la atracción, en el pasillo. Avanzamos en nuestras tropas y comenzamos el ataque. Hay más gente de lo normal, pero eso ya era predecible. “Vamos tropas, elimínenlos”, grito.
El choco de muchas manos, los aplausos del público, se escuchan fuertemente al iniciar el medio tiempo. Los tomates y las botellas vacían están acomodadas en los tachos de basura; definitivamente, nadie se quejaría de la obra .Los asistentes al espectáculo conversan mirándose unos a otros sobre aquella obra tan excelente en drama y movimientos. No tienen que decirlo, todos comprenden el arte de aquel maestro de marionetas era especial; sentían que marionetas vivas que interpretan su personaje como actores en el cine. Familias completas y hasta personas desconocidas discuten desenlace de la obra. Definitivamente estaban cautivados. El sujeto de ropas lujosas se para de su asiento y también participa de los debates. Se ríe de las ideas del público y luego se acerca al hombre de sombrero amplio que sigue tocando el piano en el medio tiempo. “Dime, ¿cuántos titiriteros son?, pregunta el sujeto mientras se arregla el cabello. “Solo uno, señor”. Sus dedos quedan atrapados en su cabello ante tal sorpresa. El pianista presiona con mayor fuerza el teclado y acelera los movimientos para iniciar la parte final. El último guardia ha caído, y uno de los míos abre la puerta, e ingresamos. Penetramos más las instalaciones hasta llegar a la casa principal donde Ítalo e Ian deben estar esperando con la familia Ferro atrapada. Nada más 5 metros para llegar a la puerta e ingresar, varias docenas de hombres salen y nos atacan; encargo a mis hombres que sigan al tiempo que yo con uno de los jefes y dos sujetos mas ingresamos a la casa. Abro la puerta; el cuarto está un tanto oscuro, pero se puede vislumbrar la silueta de cinco sujetos. Uno sentado en las escaleras apoyado en el barandal abrazado de una chica de cabellos largo; dos hombres en los sofás del medio del salón y otro en la parte superior cogiendo una arma de fuego. Los sujetos, que venían conmigo, sacan sus armas al unísono y se ponen delante de mío. La música del piano se hace cada vez más dramática, y las marionetas efectúan una cantidad innumerable de movimientos. El sujeto de la parte superior da tres disparos certeros y les quita las armas a mis hombres. El sujeto de los anillos grita “magnifico, magnifico”. No logro ver nada; ¿por que dispararon? Los aparto de mí, y ve los rostros de los cinco sujetos. ¿La razón? ¿El motivo? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Ian? “Es excelente, es más que eso”, dice y su cabello rojizo se despeina y las cadenas se mueven desordenadamente. Ítalo se para y se aleja del sofá, “Matías, fallaste” y se ríe. El do mayor y re séptima se hacen gigantescos. “Señor Daniel, lo siento; pero Nohelia es mi novia, y nadie le hará daño”, declara Ian. Los observo lentamente, el señor Ferro no me mira con odio ni cariño, es una mirada inanimada pero sé que lo disfruta; lo sé ya que conozco esa forma de ver, es la misma de Italo. El público aprieta sus manos sobre sus rodillas; han olvidado al fin que son sólo marionetas y lo hilos desaparecen para su mente. La niña Ferro tiene una mirada inocente pero con valor; no se inmuta ni tiembla cuando me ve; solo coge el brazo de Ian y lo estrecha contra sí. Él no me ve a la cara, ha bajado otra vez su cabeza y escondido sus ojos. La gente aplaude a pesar que la obra no ha terminado. Los hilos se mueven con elegancia; varias, al mismo tiempo. Nohelia le pone la mano en su mandíbula y lo obliga a levantar la cabeza. Sus ojos son tristes pero decididos. “Es una lástima; si hubieras confiado en Ian como debiste hacerlo en un inicio, vivirías; pero elegiste confiar en mí y al final desconfiar de ambos. Todo lo planeamos.” dice Ítalo y se levanta; tiene otra arma de fuego en sus manos. Un hombre de la audiencia se acerca, ingresa al escenario por la parte posterior y se acerca al telón. Alza su brazo y levanta su dedo pulgar para decirle al titiritero que toda estaba muy bien y también felicitarlo. Apunta directamente a mi cabeza y jala del gatillo
El telón cae suavemente y el individuo de ropas lujosas corre hacia la parte posterior del escenario por donde ingreso el otro sujeto. No hay ni una gota de sangre, ni una pisca de dolor, ni un fragmento de desfallecimiento. Mis ojos llegan a ver la caída de esa cortina negra, y mi cuerpo se estremece mientras un frío recorre mi duro cuerpo. El titiritero baja de su escondite y estrecha la mano llena de anillos del contratista; ha aceptado dar funciones en uno de los prestigiosos teatros. La cortina sigue cerrada. No me puedo mover; mis deseos de vida están clausurados; no logro mover mis brazos ni mis piernas. La melodía del pianista comienza a dar sus últimas notas. Mi sueño se rompe y sus cuchillas flagelan mi conciencia. El último do se escucha; los asientos hacen mucho ruido y la gente desgasta sus manos con aplausos. Después de todo, yo no soy Daniel Matías; solo disfruto creyendo serlo durante treinta minutos que dura la obra.
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“Psicosis religiosa” por Enrique Vilcapuma

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Teodorico se encontraba devastado por la muerte de su madre, el amor que sentía por ella había llegado al grado de obsesión. Nunca tuvo a nadie más que a ella. Durante toda su vida, su madre había sido su mayor objeto de admiración. Siempre anhelando ser como ella. Había llegado hasta a ponerse sus vestidos y a usar un poco de su maquillaje, mientras que ella no lo veía. Ahora se resistía a pensar que su madre estaba muerta, por más que él mismo haya estado velando su cuerpo la noche anterior.

“¿Pero cuánto más? Nunca se habían tardado tanto.” Me encontraba ahí sentado, sin prestar ninguna atención a lo que decía el Padre Santiago. Todo lo que repetía acerca del evangelio de hoy y los pecados capitales, yo ya me lo conocía muy bien. Leo a diario la Biblia, y asisto a misa una vez a la semana, pero no en días particulares como hoy. Hay dos razones por las que me encuentro hoy aquí sentado. Una es que necesito confesarme, pues desde mi última misión no he tenido tiempo para hacerlo. Y la otra, aún más importante, es que tengo que recibir el nombre del siguiente condenado.

Teodorico no acostumbraba salir a la calle, la mayoría de sus treinta y dos años de vida los había pasado en su casa, con su madre. Él no tenía necesidad de salir, adentro tenía todo: comida que su madre compraba afuera una vez a la semana, ropa limpia, lavada y planchada a diario, y el amor de su madre, que compensaba todos los vacíos que le pudiera haber generado el nunca haber compartido una amistad con algún otro chico de su barrio. Aunque esto último no es del todo cierto, ya que Teodorico si conoció a otro niño cuando era pequeño, y se hizo algo así como su amigo. Se trataba de Perico, un niño (ahora ya debe ser un adulto así como Teodorico) con el que conversaba en la misa, mientras su madre hacía una interminable fila para comulgar. Como ambos iban todos los domingos a escuchar el evangelio semanal, terminaron llevándose bien. Claro que esta amistad no tenía ningún futuro, en cuanto la mamá de Teodorico se dio cuenta de que éste en vez de entonar la alabanza se la pasaba distraído conversando con Perico, decidió llevarlo consigo a la fila y tenerlo a su costado mientras ella se preparaba para recibir el cuerpo de Cristo.

Mientras el padre avisaba que ya era la hora del pan y el vino, la gente se levantaba de sus asientos y se disponían en cola a la expectativa de su turno. Yo seguía sentado, algo cansado, y no recuerdo en qué momento me quedé dormido. El caso es que en sueños fue cuando al fin se comunicaron conmigo, pude ver como un ángel, al que no pude reconocer, se dirigía hacia mí y me hablaba algo en una lengua extraña que ,sin embargo, yo comprendía muy bien. Me dijo que últimamente estaba muy impaciente y que, aunque yo no me había dado cuenta, empezaba a disfrutar mis misiones. Eso era algo terrible. Es claro que el hecho de acabar con los demonios de este mundo es reconfortante, pero yo no podía sentir placer a la hora de matarlos. Entonces me dijo que mi mente se empezaba a contaminar y que estaba siendo tentado por el diablo, y que para purificarme de nuevo no bastaría con una confesión sino que debía pasar una prueba. Tendría que matar a una persona a la que yo conozco y que en un tiempo fue mi amigo. Pero eso no era lo peor, si él no moría hoy, entonces sería yo el sacrificado y así me llevaría mis pecados a la tumba. Luego procedió a mostrarme el rostro de la persona y entonces me desperté. La misa ya estaba terminando y decidí retirarme, sin haberme confesado.

Ahora Teodorico, con todo el temor que le causaba salir a la calle sin la compañía y protección de su madre, se dirigía a la iglesia, no para buscar apoyo espiritual en el Padre, sino porque tenía que hacerle unas preguntas. Caminaba apresurado, ya era un poco tarde y la misa ya debería estar por terminar. La iglesia no estaba muy lejos de su casa, por lo que no se tuvo que agitar para llegar. Cuando entró en la iglesia, ya no había gente, y el Padre se disponía a retirarse, pero él lo detuvo.

-Padre – le dijo – necesito su ayuda.
El Padre no pareció incomodarse:
-Como estas hijo, lamento mucho lo de tu madre, pero ella era muy fiel y devota y ahora ya debe encontrarse al lado del Señor.
– Justo de eso quería hablarle Padre y como no dispongo mucho de tiempo – aunque en realidad lo que pasaba era que le molestaba estar en cualquier sitio sin su madre – seré directo.
– Mmmm – el Padre puso un gesto de extrañeza – Muy bien hijo, dime qué es lo que te pasa.
– Mire, padre, mi madre se fue apenas ayer y para mí la vida se ha vuelto imposible . Yo se muy bien que no voy a sobrevivir sin ella a mi lado…
– Pero – el Padre empezaba a entender – No estarás pensando en cometer una locura. Mira hijo una madre es la persona a la cual vamos a amar toda nuestra vida y nunca vamos a querer separarnos de ella, porque no sólo nos permitió venir a este mundo sino porque siempre estuvo ahí para cuidarnos y protegernos pero Dios a veces nos pone pruebas muy difíciles que nosotros debemos saber entender… – una luz brilló en los ojos de Teodorico.
– Tiene razón Padre, ahora lo comprendo todo, esto es una prueba – Teodorico parecía muy exaltado – Muchas gracias Padre.

Teodorico se fue sin decir nada más, todo el camino estuvo pensando en lo que el Padre le había dicho acerca de que la muerte de su madre era una prueba y que él debía pasarla.

“Ahora necesito un trago”, estoy caminando por la calle y necesito beber algo para ayudarme a asimilar bien lo que sucedió en mi sueño. Yo estaba acostumbrado a que una voz me susurre al oído el nombre del siguiente, pero nunca me esperaba un encuentro en persona, o en sueños, ni mucho menos que el siguiente fuera alguien al que yo conozca y con el que halla mantenido una amistad. Entro en un bar y pido una cerveza, mientras me la tomo lentamente intento recodar las conversaciones que tuve con él, nunca fueron muy extensas, nunca me dijo su nombre, a pesar que yo si, ni donde vivía. Siempre hablábamos de cosas completamente sin importancia, lo que es normal ya que éramos unos niños nada más, pero él era muy raro, miraba constantemente a su madre, no se si por temor a que se fuera y lo dejara ahí o por miedo a que lo vea conversando, el caso es que nuestras charlas fueron muy cortas y ahora no sé como podría ubicarlo. Y ni siquiera sé si me atreveré a dispararle, porque ese niño fue mi mayor acercamiento a lo que se podría llamar una amistad.

Teodorico llegó exhausto hasta su casa, corrió todo el camino, que en realidad era muy corto, desde la iglesia. Cuando llegó cerró la puerta y subió hasta su habitación, no sin antes dedicarle una mirada de un profundo amor al retrato de su madre, que estaba ahí mucho tiempo antes de que falleciera pero que ahora él lo había divinizado y por lo cual le puso un marco de oro puro que retiró de una imagen del mismo Jesucristo. Estuvo pensando durante mucho rato acerca de la prueba que ahora le ponía Dios; sin embargo, él la interpretaba de una manera distinta a la que quiso darle a entender el Padre. Pensaba que Dios quería que él le de una muestra del verdadero amor que sentía por su madre, y fue por eso que se la llevó consigo, para ver si el amor que sentía era tan puro y auténtico que no dejaría que ni la muerte lo supere. Mientras más pensaba en esa idea, más se convencía de que ese era la prueba que debía superar y más seguro estaba de hacerlo. Decidido a mostrarle a Dios que en él existía ese amor tan divino como el que inspiró a su Hijo Jesús a sacrificarse por los hombres, él estaba dispuesto a sacrificarse por su madre. Bajó corriendo las escaleras, tomó el retrato de su madre y salió de su casa.

“Maldita sea, el trago ya empieza a hacer efecto”, luego de muchas rondas de cerveza, me doy cuenta de que cada vez se me hace más dificultoso mantener la cabeza firme, y que empiezo a sentir unos ligeros mareos. Sin darme cuenta, caigo dormido por segunda vez en el día, pero esta vez no por causa del Padre sino del alcohol. En sueños me parece ver al mismo ángel del primer sueño, pero ésta vez parece estar enfadado conmigo y se vuelve a comunicar en la extraña lengua que ahora no se me hace muy fácil de entender. Me parece que me está llamando la atención por mi comportamiento, por haberme emborrachado, aunque ligeramente, mientras llevaba a cabo una misión. Pero yo le dije, obviamente en mi lengua: castellano, que no podría hacerlo, que a esa persona a la que debo darle fin no la veo hace mucho tiempo, desde que éramos niños y peor aún desde que empecé a realizar mandatos divinos y tuve que viajar de un lugar a otro. Le dije que no podría encontrarlo antes del anochecer, que aunque estaba dispuesto a pasar la prueba, sería imposible encontrarlo hoy día y que por favor me den un poco más de tiempo. Él ángel rechazó mi petición y me dijo que el sujeto tendría que morir hoy o si no el que se iría sería yo. Pero para mi sorpresa, ya que nunca me daban ninguna otra información aparte del rostro del condenado, el ángel me dijo que está dispuesto a ayudarme, ya que siempre había cumplido muy bien con mi labor y me dijo que el sujeto se presentaría hoy en la azotea del edificio abandonado en el centro de la ciudad a las siete de la noche. Luego de esto me desperté y vi mi reloj, eran las 6:13, todavía estaba a tiempo.

Teodorico se encontraba corriendo por la calle con el retrato de su madre apretado fuertemente contra su pecho, buscaba algo, no sabía qué, esperaba que Dios se lo revelase. Anduvo corriendo sin rumbo alguno durante mucho tiempo hasta que lo vio, ahí, en frente suyo, había un gigantesco edificio, al parecer sin ninguna persona adentro. Mirándolo de lejos pudo ver cómo en la cima de ese edificio había una antena muy gruesa en forma de cruz y entonces, sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el edificio. Cuando llegó hasta la entrada pudo leer algo “Seguros de Vida Gólgota”, no le prestó atención y pasó. Adentro todo estaba oscuro y sólo se apreciaba una luz tenue que bajaba por las escaleras. Corrió hasta ellas tropezando con un montón de desperdicios y empezó a subir. Recorrió apresurado las escaleras de los catorce pisos y entonces llegó hasta la azotea. Vio la enorme antena a unos cuantos metros y a una paloma parada en el borde del edificio. Esperó un momento a recuperar el aliento y se quedó pensando en lo que estaba por hacer.

Salí apresurado del bar y tomé un carro para que me lleve hasta el edificio. Aunque caminando hubiera podido llegar a tiempo, decidí llegar temprano al lugar para poder esconderme y apreciarlo antes de darle el tiro. Me preguntaba cómo habría cambiado ese niño que conocí en la iglesia y que parecía tan inocente, asustadizo y desconfiado. Qué pecado tan grave habrá cometido para que ahora Dios lo condene a muerte. O tal vez sólo lo sacrificaba para que yo le demuestre mi lealtad. Durante un buen rato estuve pensando en estas cosas, y me empezó a dar sueño. No me quería dormir por temor a que el hombre se vaya, luego de esta oportunidad sería muy difícil volverlo a localizar.

“¿Pero qué, este hombre será el niño que conocí hace tantos años?”, estaba ahí delante de mí, se veía algo agitado. Se detuvo un instante como para recobrar el aliento. Puede haber salido en ese instante y dispararle sin que él lo notara, pero decidí esperar un poco. Quería ver qué es lo que se disponía a hacer un sujeto como él a estas horas y en el techo de un edificio abandonado. Mientras lo veía pude darme cuenta que no había cambiado en mucho, seguía teniendo el mismo rostro que inspira desconfianza y todavía parecía ser una persona delicada.

Cuando Teodorico recuperó al fin el aliento, se acercó hacia la paloma. Él pensaba que era una señal, ya que no habría ninguna razón para que una paloma, y encima blanca, esté en ese lugar. Teodorico se acercó, primero temerariamente, pues nunca había estado en un lugar más alto que los dos pisos de su casa. A medida que se fue acercando fue perdiendo el temor, pensando en que pronto realizaría un acto tan divino que expresaría todo el amor profundo que sentía por su madre. Se sacrificaría por amor. Esa era la prueba que le había puesto Dios. Se fue acercando cada vez más al borde…

“Pero que hace este imbécil”, no me digas que te viniste a suicidar. Bueno por lo menos no sentiré mucho remordimiento cuando te dispare. Tú de todas formas querías morir. ¡MIERDA! Si yo no le disparo…

– ¡Oye tú! – Perico salió apresuradamente de su escondite.

Teodorico, que estaba contemplando el vacío, fue sorprendido por la voz, y cuando volteaba asustado, no pudo contener el equilibrio y cayó.

– ¡MIERDA! NO! – Perico entró en desesperación, ahí frente a él lo vio desplomarse. Corrió hasta el borde y dio muchos disparos, la oscuridad de la noche y el aturdimiento de la cerveza le impidieron acertar los tiros. Teodorico seguía cayendo.

Mierda. Ese imbécil. No le di. El ángel. La prueba. Yo muero. Mierda. Mi vida. No. Muerte. No. Noooooooo!!!

Perico obedeció a un instinto y se lanzó. “Si le doy, Dios no permitirá que yo muera. Ese era el trato”

Ahí estaban los dos, cayendo por el edificio. Perico disparaba ferozmente su arma con la esperanza de que un solo disparo impacte a Teodorico y lo mate.

Casi al instante se escuchó un primer impacto. Segundos después vino el segundo. Nadie se acercó a ver.

Algunos minutos después llegó la policía. Se disponían a recoger ambos cuerpos para llevarlos a la morgue. El lugar estaba embarrado de sangre. Los forenses inspeccionaban los cuerpos, y entonces se escuchó: “¡Este está vivo!”

Cuando el oficial de la policía llegó al lugar el médico forense procedió a informarle: “Al parecer los dos estaban peleando en el techo, uno se quiso deshacer del otro y empezó a dispararle. No me explico por qué pero ambos terminaron cayendo. Ahora, lo extraño es que uno de ellos tuvo una suerte divina, primero porque cayó encima de una pila de colchones viejos y sólo se desmayó por la caída del rebote. Y segundo, porque todos los disparos le impactaron en un retrato de oro puro”

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S/T por Carolina Goyzueta

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What is the world
To a man with no hands?
And what is the world
To a man with no ears?And what is the world
To a man with no tongue?
To a man with all three
But who knows less than he
Summer is the man – Blues Magoos

El delantero Giorgio Ferrini, de la selección italiana, cometió la primera falta. Un golpe violento al chileno Honorino Landa hizo que carabineros irrumpieran en el campo para apresarlo. Ferrini no obedecía ni al árbitro. Era el mundial de fútbol de 1962 y en ese momento, en la cordillera de los apeninos italianos, nacía Luca Ponti. Nunca demostraría pasión por el fútbol como Giorgio Ferrini en aquel mundial memorable.

En Parma, ciudad perdida entre marcas de leche y quesos parmesanos, el frío se desprende del azul de la atmósfera que madruga. Por la casa de Luca Ponti, los cerros se acumulan imitando senos enhiestos por la gelidez de la altura. Se presentan como un batallón militar que resguarda la salida de esa bola de fuego que ametralla a las nubes, estas se encuentran dispuestas como si fuesen vacas de algodón, su densidad es irreal. Luca Ponti nació en medio del color que otorgan estos valles. Años más tarde su peculiar modo de vestir se debería, en parte, a la paleta de colores que llevaba en la memoria.

Sus padres decidieron cambiar los aires de Parma por los asfixiantes subterráneos del Metropolitan Transportation Authority en Brooklyn. A los once años, Luca aprendió que para cruzar una calle en Manhattan debía presionar un botón del semáforo que cambiaba la luz de manera conveniente. En la ciudad se definirá mejor, pensó el padre de Luca.

La piel extendiéndose como un manto de canela en 1 metro 65 centímetros de estatura. Los ojos duros como si fuesen dos caramelos, provocaban ser saboreados hasta desgastarlos. Miles de años de cultura mediterránea tatuada en el rostro. Era el perfecto latin lover. Su aspecto físico era un cliché del macho italiano. A los 18 años, a petición de sus padres, Luca ingresó al ejército de los Estados Unidos de Norteamérica. Los vecinos ya hablaban sobre el delineador maybelline que los fines de semana dibujaba sus ojos. Luca amaba a los hombres con pasión extrema. El ejército sería un buen lugar para componerse, pensaba su padre. Lo que Luca no sabía era que Iraq invadiría Irán y que luego pediría ayuda al país de las hamburguesas. Se marcaron las heridas del golfo pérsico. Fue duro. Luca nunca hablaría de la guerra.

Kathleen Hanna iba casi a diario al Blue Nile, una tienda de tabaco en la esquina de Bleecker y Christopher St. Los dueños eran amigables y Luca había alquilado la parte de arriba de la tienda. Era 1997 en el barrio más gay del Greenwich village. Fue Kathleen la de la idea de cambiar el nombre de Luca por el de Lucky Luke y fue Luca el de la idea de llamar a la banda de Kathleen, Le Tigre. Gracias a su participación en la guerra del golfo, Lucky Luke recibía una pensión de parte del gobierno y no tenía que preocuparse por trabajar. John Cameron Mitchel, al que se lo encontraba siempre en la St. Mark’s bookshop, le propuso actuar en un documental sobre la movida drag queen del Noho. Lucky Luke aceptó y desde ese momento adoptó el personaje. Era parte de él. Salía por las noches, cual vampiro sediento, a beber todo lo que se encontrara en el camino. Lucky Luke comenzaba a ser conocido por todo el Lower East Side. Le agradaba jugar a la puta y si le gustaba el cliente se lo hacía gratis.

Lu prendió la radio, The Beta Band rasgaba una guitarra folk hop en Dry the rain, recordó cuando vio por primera vez a John Cusak como vendedor de discos en High fidelity. Fue la primera vez que escuchó a The Band y lo hacía mientras cambiaba los pañales a su hijo. En esa época había optado por la adopción. No aceptaba a las mujeres en su vida, le parecían insoportables. Convivir con una embarazada se le hacía imposible. Complicadas al extremo. Concordaba con Lacan al decir que el amor es dar lo que no se tiene a quien no es. Prefería, entonces, evitar cualquier tipo de drama.

En los últimos 15 años Lu había dedicado su vida al arte. Sus pinturas tenían esa condición de no pertenecer a ningún movimiento artístico. De ahí que su arte podía ser exhibido en el MOMA como también en los grasosos baños de cantinas de algún barrio latino en Queens. No soportaba el silencio, sufría de horror al vacío y le aterrorizaba quedarse solo. Por ese motivo, sus amigos eran pequeñas casas rodantes a las que él recurría con frecuencia. Su casa siempre tenía las puertas abiertas y en algunas ocasiones su pequeño departamento se convertía en un hervidero de pretzels humanos. En ese lugar se llevaban a cabo los más delirantes proyectos. Como las fotos que enseñaban el desmesurado tamaño del pene de Lu. Era un proyecto que iba en contra la posición feminista. El pene seguía siendo el centro del poder, afirmaba Lu. Fue en el Bowery’s white house hotel donde se hizo la exposición. Las fotos estaban pegadas en todas las puertas de los cubículos-habitaciones. Trudy, la recepcionista del hotel, no sabía qué responder cuando le preguntaban por las fotos. Solo sonreía, meneando la cabeza como si tratase de desenroscarla y decía: “The same old shit man”

El hijo de Lu, Adrien, llevaba once años acompañándolo. El saberse adoptado no le creó mayores desbalances emocionales. A pesar de convivir con la bohemia que rodeaba a su padre, Adrien no gozaba de la misma libertad artística que su padre hubiese querido. Nada de provocaciones a los sentidos ni de juegos con las apariencias sensibles. El mundo tenía muchos problemas como para andar cubriéndolo de pintura, pensaba. Le apasionaban los temas de carácter universalistas y, además, la anatomía de los seres, así llamaba indistintamente a animales o humanos. El niño había leído ocho tipos diferentes de enciclopedias sobre anatomía y era fanático habitual de la vida en los museos. A los once años ya había conseguido su primer empleo. Por las tardes, a la salida del colegio, tomaba el subway en Penn Station hacia Times Square, de ahí conectaba hacia Columbus circle. Caminaba diez minutos por el Central Park hasta llegar al Museo de Historia Natural. Ahí pasaba casi todas las tardes como voluntario en el área paleolítica. No tenía amigos. ¿Para qué interactuar con personas que creen estar vivas, deambulando en medio de este cementerio? Los amigos de Lu solían decir: “Tu hijo no tiene corazón”.

“Las más recientes excavaciones arqueológicas realizadas en los entornos de la Acrópolis de Atenas han sacado a la luz tres bustos de la época romana, entre ellos, uno del filósofo griego Aristóteles”. Que interesante noticia, se dijo Adrien mientras ojeaba el New York Post y tomaba desayuno. Ayer saqué el libro Historia de los Animales y me di cuenta que coincido con Aristóteles. La vida de los animales y los esclavos se asemejan ya que las maneras que utilizamos para con los animales domesticados no son muy diferentes de las que utilizamos para con los esclavos. Pitágoras era un idiota, ¿cómo se le ocurre pensar que el alma inmortal está en todo? Los esclavos no tienen alma, ahí están los amigos de mi padre. ¿Qué hora es? Que raro que no halla venido aún, siempre aparece trayendo donas para el desayuno. Que raro. ¡Oh no! Ya llegaron estos escandalosos, hasta ahora no entiendo cómo es que esta manada de freaks sigue viva y mi padre, manteniéndolos.
Llegan, abren la refrigeradora, fuman. Ya estoy harto de todo esto. Hola que tal. Sí, sí, ya estoy saliendo para el colegio. ¿Qué? ¿Que si ya me gradué? Pero si recién estoy en el high school… hoy hay una exposición muy interesante sobre órganos humanos…Pero para qué me empeño en hablarle, ni siquiera entiende lo que le estoy diciendo. Esta chica solo piensa en su banda de punk y en sus estúpidas ideas feministas. Es una maldita lesbiana que no tiene otra cosa mejor que hacer que venir a practicar sus angustiados gritos. ¿Has visto a mi padre? Siempre sale en las noches pero al amanecer llega con donas para mi desayuno y hoy no ha venido. Qué raro, en fin, debo irme a la escuela.

Lucky Luke caminaba de un lado para otro. Estaba esperando a Peppermint stick, uno de los drag queens más glamorosos en la escena del West Village. El Lips era un local interesante. Nunca se había aventurado a levantarse a alguien en este club. Esta era la noche pensó. Si no llegaba Peppermint se iría con cualquiera. Lucky Luke tenía la capacidad de contar una y otra vez las mismas historias sin darse cuenta. Todos reparaban en esto pero a nadie le importaba porque sus historias, llenas de nostalgia, eran verdaderos alucinógenos para el alma. Adrien no hubiese estado de acuerdo con esto de “alucinógenos para el alma” Lu si lo hubiese comprendido.

Era las 4 de la mañana y Peppermint nunca llegó a la cita. Ya Lucky Luke había agotado la noche con historias clásicas como de la vez que en las duchas del ejército todos se sorprendieron de las verrugas en su pene o de la vez que al alquilar su departamento se dio con la sorpresa que incluía un pintor expresionista que tardó 3 meses en encontrar otro lugar que obviamente terminaría sin pagar. Las historias de Lucky Luke eran las mismas siempre, solo cambiaba la forma de contarlas, a veces cambiaba nombres, lugares, pero finalmente eran las mismas. Decidió ir al baño a mojarse la cara e ir a su cama solo. Lu había salido con la intención de tomarse un trago y si se podía, liar con alguien. Dos travestis entraron al baño, armaron tal escándalo que Lu, mientras se veía en el espejo, pensó que deberían existir políticas para desaparecerlos. A pesar de considerarse de mente abierta a todas las corrientes y estéticas vanguardistas, Lu no soportaba a los homosexuales. Se rumoreaba que su paso por el ejército tenía que ver con esta aversión. Nadie lo sabía. Lucky Luke a veces se contradecía y por más ganas que tuviese en levantarse a cualquiera terminaba en la cama tomando leche y con tomates en los ojos. Ya tenía 44 años y se sentía cansado. Al salir del baño Lucky Luke se arrojó a dos lagunas negras. Los ojos de un ser misterioso lo seguían de tacos a peluca. Sintió olas de placer agitándose por todo su cuerpo. Se vió a sí mismo en un clandestino hotel recibiendo lo que más quería. Nadie vio salir a Lucky Luke con este misterioso hombre. La voz ronca, fuerte y toscas sus formas enloquecían más a Lucky Luke.

Subieron hasta Harlem, entre la 148 y la 150 de Broadway, las balaceras y disturbios clásicos habían desaparecido. Harlem estaba controlado y los migrantes latinos se habían apoderado de este barrio. Era poco usual la presencia de un blanco por estas calles. Lucky Luke sintió un poco de miedo pero recordó que los años ochentas ya habían muerto. Entraron al departamento, el calor era excesivo, la calefacción era antigua y no se graduaba automáticamente. Lucky Luke dejó sus abrigos sobre el único mueble que pudo distinguir en la oscuridad. Su compañero entró antes que él y no prendió las luces. Quiere jugar sucio eh, pensó Lucky Luke mientras dejaba libres sus panties de nylon. El silencio empezaba a inquietarlo. Horro al vacío pensó. De pronto se sintió aturdido, todo le daba vueltas y en eso la luz se le apagó.
Una muñequera con púas le ataba las manos a una especie de plataforma ubicada verticalmente en medio de la sala. Un cinturón de hierro lo inmovilizaba por completo. Los pies inmóviles. Cadenas los apresaban. En la boca una mordaza roja atragantaba sus impotentes gritos. Lucky Luke había caído en las manos de un sádico fetichista. La habitación era enorme y tanto las paredes como el piso estaban cubiertos de plástico negro. Había además una mesita y, sobre esta, tres pinzas medianas, un cuchillo grande, navajas antiguas de afeitar y un serrucho. El pervertido hizo su aparición disfrazado de policía, llevaba en las manos un maso que se tiñó de rojo al atravesar la piel de Lucky Luke.

Al llegar a la escuela se olvidó de su padre y se animó al ver la pancarta que decía “Expoferia de ciencias naturales”. Adrien entró rápidamente y lo primero que hizo fue buscar la sección de órganos humanos. Por fin vería órganos de verdad. La sala de deportes había sido acondicionada para tal evento. Cada área tenía cubículos donde se exhibían, como piezas de museo, los órganos humanos. Ahí estaba el área digestiva con un esófago, intestinos enfrascados en formol y un estómago. Adrien se encontraba maravillado por las texturas y colores que cada órgano ofrecía. Ninguna máquina era tan perfecta como la del cuerpo humano. De pronto, ahí estaba, en medio de la sala. Estaba envuelto en capas de grasa pero aún así se podía advertir su color rosa pálido.

El policía pervertido vendió los órganos de Lucky Luke y se deshizo del cuerpo arrojándolo al Hudson river. Había conseguido vender el interior de Lucky Luke gracias al portero de su edificio que trabajaba por las mañanas en un colegio donde se requería con urgencia órganos humanos para una expoferia que se desarrollaría al día siguiente.

La directora del colegio de Adrien ya estaba informada de la terrible situación. El padre de Adrien, Lu, había desaparecido la noche anterior y su cuerpo había sido hallado en la bahía de Hudson, al parecer había sido torturado y sus órganos no se hallaron. Lu tenía la costumbre de caracterizarse todas las noches como Lucky Luke y en el bar del restaurant Lips fue la última vez que lo vieron.

Adrien estaba maravillado con la hermosura de tal órgano, el mejor de todos pensó. ¿Cómo no voy a tener este hermoso músculo en mi pecho? Es el corazón el órgano más hermoso, mi papá debería ver esto.
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“The Youth” por Carolina Goyzueta

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This is a call of arms to live and love and sleep together
We could flood the streets with love or light or heat whatever
Lock the parents out, cut a rug, twist and shout
Wave your hands
Make it rain
For stars will rise again
The youth is starting to change
Are you starting to change?
Are you?
The youth – MGMT

En el barrio todos lo conocían. La señora Elsita, su vecina, siempre decía: “Ese hombre tiene un corazón de oro, tendrá sus cosas pero en el fondo es noble”. Tito Gianotti regresaba de sus juergas, duro, como si tuviese marrocas en las manos; sin embargo nunca dejó de ir a la panadería para comprar el desayuno a Elsita. Esta tenía 40 años viviendo sola en la misma casa y conocía muy bien a la mamá de Tito: la señora Aurora. Durante 20 años, la mamá de Tito fue la amante del reconocido arquitecto Francesco Gianotti. De ahí nació Tito. El arquitecto nunca reconoció a su hijo, no lo visitaba, sólo enviaba mensualmente con su chofer un sobre con dinero a la casa de la calle Clemente X.

El chino Stanley lo dejaba pasar al Nirvana, ahí la gente se abría paso ante Tito. Las luces destellaban entre las mezclas que DJ Bencho magistralmente sincronizaba. Grupos como Siouxsie and the Banshees, Tones on tail y Love and rockets ejecutaban el soundtrack de la época. Tito proveía de cocaína a todo Miraflores y nadie se atrevía a quemarlo. Se decía que había pisado la cárcel North County en Los Angeles por un pase de heroína que fue tirado a dedo. El nunca confirmó esto. Tal vez el halo de misterio que se formaba a su alrededor era parte de su estrategia para atraer personalidades extremas. A los 48 años Tito sabía muy bien esto.

Violeta trabajaba como modelo para diferentes agencias de publicidad. Trabajaba por puro placer, le gustaba admirarse en los grandes paneles publicitarios, no tenía necesidad de ganar dinero, su padre era un diplomático argentino y las juergas que se armaban en su casa de Alvarez Calderón lo incluían todo. Fue ahí que conoció a Tito. Luego nunca se despegarían. Tito no acostumbraba a llevar mujeres a su casa. La compartía con su madre. La relación madre-hijo era inquietante, la señora Aurora delegaba en él varias responsabilidades: la de hijo, la de padre y la de esposo. Tito nunca abandonaba a su madre y ésta nunca delataba a su hijo. En casa tenían una cocina de pasta básica y todo el barrio lo sabía, sin embargo nunca nadie se atrevió a decirlo.

La calle Clemente X, llena de pasto estático y portezuelas color azul, cubría el paisaje dominado por la cruel atmósfera de los sinsentidos. Las nubes plomas de Lima se ven hermosamente tristes en verano y fue en ese momento del año que Cayetana y su madre decidieron mudarse a Clemente X. Alquilaron una casa pequeña que en tiempos mejores había sido una gran residencia, pero que en la actualidad se encontraba dividida. Los dueños lograban de esta manera aumentar sus rentas. Cayetana iba caminando al Sophianum, colegio de monjas al cual iba desde inicial. La moralina de Quevedo en sus clases de literatura para segundo año la aburrían y más bien disfrutaba de la melodía pesimista que se desprendía de los poemas de Trakl. El desarraigo la traía enamorada de la época terrible que le tocó vivir. La kloaka ya dictaba manifiestos pero ella aún no los leía. Su piel nunca se dejaba tocar por el sol, una capa de bloqueador la cubría de pies a cabeza. Su madre iniciaba el ritual todas las noches antes de acostarla. Las cosas del amor bastan con pronunciarse en silencio pensaba. Pasaba el bloqueador primero por sus brazos y luego por sus piernas que aún mantenían diminutos vellos traslúcidos, como la pelusa que acompaña a los bebés en los primeros meses de vida. Su piel era perfecta, a pesar de no estar bronceada mantenía el color rosado en sus mejillas. No tenía muchas amigas. En las noches se quedaba durante horas viajando por la oscuridad del espacio mientras el jugo de alguna fruta, las fresas eran sus favoritas, se le escurría por los labios. Sus pensamientos divagaban entre la posible antigüedad de cada estrella y la profundidad del cielo.

Leiv Fleishman decidió no comprar mas pasta a Tito y éste se quedó sin su principal cliente. La colonia judía en el Perú mas tarde se lo agradecería. El terrorismo, muy lejos aún, había causado una gran depresión económica en la sociedad, esto obviamente afectaba a las altas esferas del poder así como a los negocios de Tito.
A Tito el cansancio se le mostraba por momentos tosco, hostil. En los festivales del licor, música, luces y colores Tito terminaba arrugado en una esquina, sus pensamientos lo vencían. Estaba cansado de esa inocencia falsa que todos le enseñaban. ¿Dónde estaría la maravillosa capacidad, que todos ya hemos perdido, de sorprendernos? Un día, conversando con sus amigos en el Davory, decidió secuestrar a Violeta y pedir una generosa suma de dinero a cambio de su libertad. Sería fácil, conocía a la familia. Solo debía llevarse una temporada a Violeta a su casa y mantenerla ahí hasta que el padre depositara el dinero. Le tomaría unas fotos y las enviaría por correo. La pasarían bien. Violeta estaba al borde de la excitación, por fin conocería la casa de Tito.

Tito se sorprendió al ver a su madre y a Violeta conversando cómodamente sobre los antiguos muebles de su casa. Había ido por unas botellas y ellas ya eran íntimas. De una mirada le dijo a Violeta que se deje de huevadas y que lo siga a su cuarto. Violeta obedeció y la señora Aurora hundió los ojos en los tapetes que adornaban burdamente la mesa de su sala. En la bodega del chino todos se preguntaban a dónde irían a parar las botellas de vodka y whisky barato que a diario Tito compraba. Durante semanas, que a Violeta le parecieron años, Tito encerró en su cuarto los días, los llantos y la angustia a base de fenobarbital, alprazolam y vodka. El whisky era para él.

La vez que recibió las fotos de su hija, Darío Alessandro pensó que se trataba de una desaparecida más. Una broma de mal gusto. Como aquella vez que Violeta fue a la fiesta de los Gruenberg en Casuarinas y terminó en la Warmoesstraat en Ámsterdam. Violeta se le había escapado de las manos desde antes que naciera. Cuando Apolonia llegó una mañana con la correspondencia, Darío Alessandro sabía que algo no andaba bien. Las manos de Apolonia escupieron un sobre amarillo. Una oreja con un arete de onix que él mismo había comprado en Tiffany tres años atrás, era el contenido.

Su madre le había regalado un walkman y Cayetana escuchaba More than this de Bryan Ferry a todo volumen. Cuando llegó a la puerta de su casa vio que en la vereda había una Ducati Forza y sobre ella un pelirrojo que la miraba de pies a cabeza. A diferencia de otras niñas de su edad Cayetana no se puso nerviosa, tranquilamente guardó los audífonos en su mochila a la vez que buscaba las llaves de su casa, su madre seguía en la oficina y ella era lo suficientemente independiente como para calentarse la comida y hacer la tarea sola. Su madre así la había acostumbrado. Para sorpresa de Cayetana las llaves no estaban por ningún lado y en ese preciso momento recordó haberlas dejado dentro de la cartuchera de colores que había prestado a Laura, una idiota que solo le interesaba pintar dibujos de walt disney. La sensación de verse alejada mentalmente de la gente de su generación la convertía en una nínfula antigua a la que solo le brillaban los ojos cuando discutía con personas mayores.
Se lamentó de estudiar en un colegio de monjas reprimidas.Tito salió y le entregó un sobre al pelirrojo Rachitoff. Oye huevón, ¿bien enfermo eres no? Ahora entiendo porque nunca sales de tu casa, ¡pajero! ¿Te gustan las chibolas no conchetumadre? Ante estos comentarios del pelirrojo, Tito frunció el ceño y desviando la mirada le dijo: Déjalo hoy, ahí está la dirección. Y entró a su casa. Estaba enviando un sobre al papá de Violeta y Rachitoff lo entregaría, la situación lo ponía nervioso. La ducati desapareció por la Javier Prado y Cayetana se atrevió a tocar la puerta de su vecino, tal vez podría quedarse en esa casa esperando a que llegue su mamá. La señora Aurora le abrió la puerta y la invitó a pasar.

En esa casa siempre escuchaba su voz y la de su madre, en los últimos días la de Violeta, pero ahora salió de su amodorramiento psicotrópico para investigar de quién era esta nueva voz que escuchaba a lo lejos. ¿Quién es ella? Es la hija de la nueva vecina, se olvidó las llaves y no tiene donde quedarse hasta que su mamá llegue. Puedes hacer tus tareas mientras esperas, se atrevió Tito. Eso iba a hacer, le dijo Cayetana mientras sacaba sus cuadernos de la maleta. La mesa del comedor tenía un mantel hecho de hilos blancos. La punta de la maleta se quedó atascada con el mantel. Déjame ayudarte, Tito fue hasta la mesa y al coger la mochila en sus manos percibió su olor. Era un sueño de bloqueadores revolcándose en oleajes de descansos eternos. Nunca había advertido esa sensación. Gracias, soy muy torpe con mis cosas, admitió Cayetana. A veces sucede, Tito miró de reojo sus cuadernos, todos estaban terriblemente forrados. La señora Aurora se fue a la cocina a servir limonada y Tito salió a la calle a despejarse un poco. Llegó el fin de la tarde y Cayetana escuchó los tacos de su mamá. A veces los podía escuchar viniendo desde lejos en la avenida Pershing.

La vivacidad de sus palabras y su cabello lacio brillante lo transtornaron. Nunca se escuchaba música en la casa de Tito sin embargo desde que Cayetana acostumbraba a ir por las tardes a jugar cartas no faltaban las cintas maxell, tdk y sony para grabar, en desorden, los especiales maratónicos de Billy Idol que pasaban por la radio. Se divertían haciéndolo. Por las noches, Tito pegaba los ojos en el techo de su cuarto y escuchaba una y otra vez hipnotizado, naufragando en un estremecimiento que por nuevo no dejaba de ser hermoso, eyes without a face. Los ojos de Cayetana brillaban mientras tajaba sus colores en la clase de arte del colegio.

Las acrobacias de circo no le eran tan ajenas, desde que se hizo asidua jugadora de ocho locos en la casa de Tito, Cayetana practicaba equilibrio por las azoteas que separaban su casa de la de él. Todas las casas vecinas mantenían azoteas en común y cualquiera podía pasarse. Cayetana sabía que los vecinos le podían contar a su madre que todos los días iba a visitar la casa más ruinosa de todas. Por eso mantenía en anonimato sus clandestinas excursiones. Al caer dentro del patio la señora Aurora siempre corría con sospechosa ansiedad para conducir a Cayetana a la sala. Una puerta de madera podrida encerraba a Violeta al fondo del patio trasero de la casa. El alprazolam se comía sus gritos. Cayetana miraba esa puerta con cierta curiosidad. Tito le decía que ahí solo había palos viejos.

Sobre la mesa de centro había un plato de loza con fresas. Estaban de oferta, mentira, era la fruta más cara y difícil de conseguir y Tito había visto a Cayetana ensimismada mirando las estrellas por las noches mientras devoraba esa fruta que sólo ella saboreaba al máximo. Me gusta sentir las diminutas pepas, como si fueran pequeñas bombas de sabor que explotan en mi boca. Cayetana parecía un pañuelo abandonado en los sillones, sus piernas estaban colgadas sobre los brazos del mueble más grande. Por cada fresa que se llevaba a la boca caía una gota de agua rosada al piso. Tito se imaginaba nadando en esas pequeñas lagunas que se formaban gracias a estas gotas rosas, que podrían ser la continuidad del jugo de sabor que explotaba en la boca de Cayetana. Ella solo miraba el techo, sus movimientos inquietos daban la pista de que se encontraba sumergida en el deleite de la fruta.

La sangre había pintado las sábanas que envolvían el cuerpo de Violeta, desde la noche anterior se quejaba de dolores en el bajo abdomen y Tito solo le daba más y más fenobarbital. Ahora ya no gritaba, solo trataba inútilmente de abrigarse con las sábanas empapadas de dolor. La señora Aurora había insistido en llevarla al hospital pero Tito no le hacía caso. En medio de alucinadas fresas, la mamá de Tito irrumpió en la sala, estaba pálida y no podía articular palabras. Tito se levantó y se dirigió con ella al patio. ¿Qué demonios te pasa? ¡Es que Violeta no para de quejarse hijo! ¡Cállate, vamos a verla, pero cállate, deja de tocarme, esto es una verdadera mierda, encima a su viejo no le interesa ni un carajo! ¡Puta madre! Sus ojos quedaron clavados en la laguna roja que se había formado en el piso. Violeta estaba doblada por la mitad, como una bisagra, emitía pequeños aullidos y la mamá de Tito lloraba descontroladamente. Te dije para llevarla a un doctor. Esta chica a estado embarazada y con tantas cosas que le das se está desangrando. ¡Cállate! Si no le daba la medicina se iba a desangrar por la oreja. ¡Que puta mierda es todo esto, me voy a volver loco! ¡He dicho que te calles!

No había ningún giro en la cuenta del banco que había abierto para que le depositen. ¿Lo estaría buscando la policía? ¡Por qué Violeta no se callaba de una maldita vez! ¡Esta vieja de mierda, que se calle, todo lo complica! Nunca fue capaz de exigirle nada al arquitecto. Hijo de puta. Venía, se la follaba y ella no decía nada. La taurus 9mm reposaba brillando entre calzoncillos y medias percudidas. Con dos balazos terminó el sufrimiento de ese amasijo de babas, sangre y lágrimas en la que se había convertido Violeta. La mamá de Tito comenzó a gritar pero inmediatamente sus alaridos fueron apagados. Dos disparos secos y seguidos la dejaron en el piso. Tito sintió que había perdido cien kilos. El humo dibujaba en el ambiente olas de tranquilidad, cuando estas desaparecieron la figura de Cayetana se vislumbraba en la puerta.

Las tablas antiguas y largas del piso del cuarto rechinaron cuando Tito dejó caer su arma. Cayetana lo miraba incrédula y los ojos de Tito brillaban. Hay un patrullero afuera…te están buscando. Tito se quedó inmóvil. Entonces vámonos de aquí. Tito miró hacia la puerta y Cayetana solo lo siguió. Se miraron de pies a cabeza y Cayetana le mostró el camino más familiar para llegar a su casa. La azotea. Salieron por la puerta principal, eran las 6.10 y el barrio estaba vestido de naranja, el verano ya se acababa. La policía terminó derribando la puerta. No encontraron más que los cuerpos mudos de Violeta y la señora Aurora. El mayor Walter Remicio estaba a cargo de la investigación por extorsión, secuestro y tráfico de drogas que se le imputaba a Eduardo Gianotti. Se le escapó de las manos otra vez y con la hija de un embajador argentino muerta. Esto sería un escándalo. El mayor Remicio decidió preguntar a los vecinos sobre el paradero de Tito. Al salir de la casa solo se topó con Elsita.
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“Elektra” por Luis Carrión

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-Tengo una buena para ti –
-Habla
-Doce añitos, blanquita de pelo negro –
-¿No tienes de nueve o diez? –
-No cholo, pero parece menor, de verdad –
-¿Cuánto? –
-Acá arreglamos, mírala primero –
-Ok –
Y efectivamente, parecía menor. Entré a la habitación y la vi ahí tirada en la cama contra la pared, con las piernas recogidas y jugando con una hilacha de la sabana. Levantó esos ojitos enormes y su mirada mitad de gatito aburrido de departamento y mitad de gatito callejero huraño me excitó demasiado. La ambigüedad siempre es erótica. Nos dejaron a solas y la desvestí en silencio. Su cuerpo era una escultura románica de mármol blanco.. Una escultura a medio esculpir, con las formas de las caderas y la cintura aun no muy definidas, con el cuerpo alargado, con las piernas delgadas y estiradas. Sus pechos ya asomaban por ahí, se sentían ya redonditos. Le hice el amor. Los niños tienen derecho al amor, lo dice la ONU. Ahí me di cuenta de la diferencia entre una de nueve y una de doce. Las de doce gritan pero no lloran. La hice sentirse mujer.

-Y ¿Qué tal? –
– Buenísima. ¿De dónde la sacaste? –
-¡Ah! Si te digo tendría que matarte –
Me alejé del lugar caminando, procurando retener todas las imágenes de lo que acaba de ser una de las mejores experiencias de mi vida. Llenaría volúmenes si contara al detalle todo lo que le hice, y de hecho pienso hacerlo. Lo único sería deshacerme de mi mujer, esa gorda de mierda que huele a cigarro y mayonesa, que se tira pedos toda la noche, que ronca como animal y que no se depila. Si me hubiera dado una hija aunque sea, obesa inútil. Una hija y hubiera sido feliz, una hija de doce años. Paré en una esquina mientras pasaban los carros y fue en ese momento que sentí unas manos frías que me tomaban del brazo. Salté del susto, pensando que me iban a robar el reloj, pero al voltear vi que era esta pequeña con la que acaba de tener relaciones. Me fui corriendo. Crucé la avenida, un par de calles y cuando volteé la vi corriendo hacia mi. Doblé un par de cuadras más y me metí a una bodega, poniéndome de espaldas a la puerta con tal que no me viera. Ella entró detrás de mí y se paró a mi lado. Me vibró el esternón.
-¿Si señor? – dijo el bodeguero.
-¿Ah? Eh… una coca-cola helada por favor –
-Y para la niña – (Mierda)
-¿Qué quieres? –
-Un helado – le dijo al señor y volteó para sonreírme.
-Toma mi amor. Que linda. ¿Su hijita? – (Mierda)
Asentí con la cabeza muy lentamente.
-Gracias –
-Gracias papi –
Tomó el helado con la mano derecha y mi mano con la izquierda y sin que hubiésemos siquiera salido de la tienda empezó a lamer el helado. A lamerlo con una profesionalidad, una naturalidad indescriptible. Como no hice que me la chupara. Se notaba que lo disfrutaba… y se derretía. Fue demasiado. Me di media vuelta y me pedí uno igual. Que rico. Hacía por lo menos diez o veinte años que no comía un helado. Lo lamía yo con tal avidez que de un par de bocados terminó derramado por toda mi boca. Ella me miró feliz, y no me quedó otra que sonreírle de vuelta. Me cogió de nuevo de la mano y salimos caminando por la calle. Doblando la esquina la solté.
-Vete –
-¿Adónde? –
-No me interesa –
Me alejé caminando a paso rápido hasta que ella empezó a gritar “¡Papà! ¡Papá no me dejes papá!” Mierda. Regresé corriendo. Le tapé la boca con fuerza.
-Cállate la boca, mierda –
Asintió con la cabeza. Le saqué las manos de la boca y me sonrió otra vez. Gatito manipulador.
-Vamos –
Entramos a un parque donde habían decenas de niños jugando. Esperaba perderla ahí. Que se quedara jugando por ahí y yo me escurriera entre los arbustos. Esos arbustos que otras veces me habían servido de refugio, desde donde acosaba a mis presas. Me apretó la mano cuando pasábamos por los juegos.
-Colúmpiame –
-No –
-Grito –
Empecé a dudar si de veras tenía doce y no dieciséis. Se subió al columpio y me hizo empujarla. No se me ocurría como hacer para zafarme de ella.
-Me llamo Ariel ¿y tú? –
-No te importa –
-Sí me importa, tengo que saber como se llama mi papá –
-Dime solo papá. –
-¿No te gusta columpiarte? –
-¿Qué? Sí. –
-Y ¿por qué no te columpias? –
-Porque no –
-Y ¿por qué no?
-Porque no –
-Colúmpiate, o grito –
-Esta bien –
-Estira los pies y luego dóblalos. –
-Ya se –
-Agárrate fuerte –
-Ya se –
-No. Lo haces muy mal. No sabes –
-¿No? Mira. –
Me comencé a balancear más fuerte, pero a la segunda pasada rompí el columpio y todo el andamio se vino abajo.
-¿Estas bien? –
-Sí –
-Ven, tenemos que irnos –
– Corre –
La cogí del brazo, nos paramos y salimos corriendo por entre los arbustos hacia fuera del parque. Nos escondimos junto a un claro. Nos sentamos en el piso y Ariel empezó a reírse. La miré y me reí también. Me reí por un buen rato y me dejé caer en el pasto. Ella se echó sobre mi pecho y le acaricié el pelo.
-¿Cómo te llamas? –
-Adivina –
-Dame una pista –
-Empieza con G –
-¿José? –
-Con G –
-No sé –
-Gerardo –
-¿Te puedo decir papá? –
-Bueno –
Se paró y me miró, sonriéndome con la picardía de una bailarina exótica y me besó en los labios. Me besó y no se despegó de mi. Yo la abracé y nos besamos por varios minutos. Hacía años que no besaba a nadie en los labios, en la boca. Tantos años que no recuerdo cuando fue la ultima vez.
-Y ¿tengo mamá?
-Si… no.
-¿Sí? o ¿No?
-No.
-Pero tu dijiste que si.
-Es una bruja, no puede ser tu mamá –
-Y ¿por qué no conseguimos otra mamá? –
-Porque no se puede. –
-¿Por qué? –
-Porque ya estoy casado, tiene que morirse. No me va a firmar el divorcio –
-Mátala –
-¿Qué? –
-Que la mates, para que podamos conseguir una mamá –
-No puedo. Ganas no me faltan Ariel, pero me meten preso y te quedas sin papá –
-¿No tienes una pistola? –
-Sí –
-Y ¿si no se dan cuenta? –
-Bueno… –
-¿Si la mato yo?
-¿Ah? –
-¿La cárcel es fea?
-Tu no irías a la cárcel, sino al reformatorio –
-¿Qué es eso? –
-Como un colegio para niños locos –
-¡Un colegio! Yo quiero ir al colegio –
-No podemos matar a la bruja –
-Gallina –
-¿Qué?
-No te atreves –
-Ya te dije que no puedo –
-Mentira. Es porque no me quieres conseguir otra mamá. Tu quieres a la bruja –
-No la quiero, quiero que se muera –
-Entonces mátala, no seas gallina –
-¿Gallina? ¿Yo? Ya vas a ver –
-Carrera a la esquina –
-¡No vale, no contaste hasta tres! –
Corrimos a la esquina, me ganó y me sacó la lengua. Y me dolió. Hacía años que nadie me sacaba la lengua, había olvidado el verdadero insulto que era sacar la lengua. Tomé un taxi y fuimos a mi casa. Todo el camino permaneció callada, prendida de la ventana como un perrito curioso. Casi podría jurar que sacó la lengua. Finalmente llegamos a mi departamento y la hice esperar en el pasillo mientras yo revisaba la casa. Entré y la gorda asquerosa estaba dormida en el sofá. Saqué la pistola de mi cajón de mi mesa de noche y regresé al pasadizo exterior. Hice entrar a Ariel, que se paró en el marco de la puerta mirando a la cerda con una expresión de odio muy notoria. Yo apunté con la pistola y permanecí inmóvil durante varios segundos. Volteé a mirar a Ariel, y ella estaba sentada en el apoyabrazos del sofá, mirando una pintura en la pared de la sala.
-No entiendo –
-Silencio –
-Apúrate –
-No puedo –
Se paró del sofá, me quitó la pistola y le disparó a mi esposa en el estomago. Salió sangre y grasa, mas grasa que sangre. Sangre espesa. La gorda se despertó y trató de gritar, pero la sangre le atoraba la garganta. Me miró y miró a la niña con la pistola, mirándola como si fuera algo totalmente normal. Le arrebaté la pistola a Ariel y con el mango de esta aplasté repetidamente la cabeza de la mujer. La golpeé hasta sentir que se partían los huesos y se aplastaban los sesos. Paré y miré a Ariel. Ella sonreía con la misma naturalidad de siempre, con su sonrisa de dientes caídos. Y comenzó a reírse. Pero esta vez yo no me pude reír. “Mira” me dijo, sumergiendo el dedo índice en el cerebro de mi ahora ex-esposa. Se embarró el dedo con sangre y fue a la pared de atrás que estaba toda manchada, y dibujó un perrito.
-Así no se dibuja un perrito –
Fui, sumergí mi dedo en la materia gris, y dibujé un perrito al lado del de ella. Y así, sumergiendo el dedo, y abriendo mas huecos cuando se nos secaban, pintamos todas las paredes de la sala hasta el anochecer.
-Ya tengo sueño, vamos a dormir –
La llevé al cuarto y ella solita se comenzó a desvestir, hasta quedar totalmente desnuda. Se metió a la cama junto a mi y me besó en los labios de nuevo.
-¿Que vamos a hacer mañana? –
-Vamos a buscar una mamá –
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“El día huele a manzana” por Marino Mateo

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No sé. Esas tardes estaban llenas de manzanas. No sé por qué. En el exterior se tornaba algo de rojo y acaso en su interior algo blanco con cierta exquisitez solamente percibida con los labios. A mí me gusta comer esas manzanas, por las tardes, cuando miro al parque que está frente a mi ventana. Sus juegos, la arena para bebés, las bancas alrededor de la fuente de agua, los enamorados en las bancas y sus besos, aquellos que solo se siente cuando uno es joven, luego son simples contactos de desesperación y de necesidad. Es así y no va a cambiar. Me gusta el parque lleno de manzanas cuando veo a esa niña jugar sola y feliz con su muñeca. Dando vueltas. Girando sonriente. Mirando al cielo con nubes como almohadas pequeñas inconscientemente rotas, mirando a las flores como amigas que se cuentan historias al unísono con el viento; y de nuevo mira al cielo, y de nuevo a las flores. Me gusta recordar ese girar pueril cada noche cuando duermo desnudo, solo, en silencio y en compañía de manzanas dentro de mi habitación.
El sábado estaba viendo, como todos los días, el girar pueril; sin embargo, ella no sonreía, más bien sollozaba entorno a las personas que fueron a su ayuda. Y seguía llorando. Una lágrima. Muchas. Estaba preocupado. Desde mi ventana no se podía escuchar sus palabras, supongo, tristes. Desde mi ventana tan sólo la veía llorar mientras giraba mirando al cielo sin nubes, mirando a las flores calladas. Me acerqué a la multitud. Confuso, quizá, como cuando uno siente que una manzana ha perdido su color (rojo) y se ha convertido en grisácea por la neblina de las pupilas y del pensamiento sensible. Me acerqué a la niña. Dos palabras de amor y un abrazo. Cesó de llorar. La multitud pensó que yo era su abuelo o el padre irresponsable. De cualquier modo, ella cesó de llorar. Le dije que me acompañe a mi casa mientras esperamos que sus padres aparezcan. Aceptó. No sé por qué. Me ofreció una manzana ese día como en muestra de agradecimiento. Esa tarde ya no era nubes ni flores que cuentan historias. Por la noche dormí con ropa, con cantos de niña. La noche ya no era silenciosa.
Al día siguiente, un timbre repetitivo me despertó. Tocaban con fuerza. Me puse mis lentes, sujeté mi bastón y me acerqué a la puerta. Eran dos oficiales y una señora con cara de manzana. Con esos labios a manzana reseca. Con un vestido rojo y de imágenes de manzanas blancas. Cuando el oficial me preguntó sobre la desaparición de una niña que llevaba una canasta de manzanas, me percaté que él comía una. Estoy seguro de que el otro oficial llevaba otra en su bolsillo. La señora no espero a que yo respondiera la pregunta. Se adentró con suma prisa. De la cocina a la sala, luego a la biblioteca. Tal vez pensó lo peor. Las señoras con cara de manzanas siempre son de esa manera. Aquélla subió a mi habitación y encontró a su niña durmiendo en mi cama. Y pensó lo peor. Cuando le guitó la sábana, le encontró con un disfraz a manzana. Y pensó lo peor. La sujetó y bajó como una fiera hasta la puerta. Me preguntó sobre el disfraz y el atrevimiento de vestirla de manzana. Y yo le dije que me había quedado dormido y no sabía sobre ese disfraz. Le preguntaron a la niña y dijo que lo había encontrado en la habitación de su mamá. Y dijo que la llevaba en su canasta como recuerdo de ella. La señora con cara de manzana se avergonzó por tener esa cara y por gustarle las manzanas. No sé por qué. Todos se fueron. La niña me besó en mi frente. Y sentí lo mismo que cuando era joven y me besaban en la frente señoras con cara de manzanas.
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‘Lugar llamado Kindberg’ por Julio Cortázar

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kindberg

[…]Lina al borde de la carretera a la salida del bosque en el crepúsculo, qué lugar para hacer auto-stop y sin embargo ya, otro poco de sopa osita, cómame que necesita salvarse de una angina, el pelo todavía húmedo pero ya chimenea crepitando… tengo una carta para nos hippies de Copenhague, unos dibujos que me dio Cecilia en Santiago, me dijo que son tipos estupendos, el biombo de raso y Lina colgando la ropa mojada, volcando indescritible la mochila… kleenex botones anteojos negros cajas de cartón Pablo Neruda paquetitos higiénicos plano de Alemania, tengo hambre, Marcelo me gusta tu nombre suena bien y tengo hambre, entonces vamos a comer, total para ducha ya tuviste bastante, después acabás de arreglar esa mochila, Lina levantando la cabeza bruscamente, mirándolo: Yo no arreglo nunca nada, para qué, la mochila es como yo y este viaje y la política, todo mezclado y qué importa. Mocosa, pensó Marcelo calambre, casi cosquilla (darle las aspirinas a la altura del café, efecto más rápido) pero a ella le molestaban esas distancias verbales […]

“Lugar llamado Kindberg”, magistral cuento de Julio Cortázar (1914-1984), actualiza como pocos relatos el antiguo tópico de la añoranza de la juventud y lo resuelve en una muy particular versión del “tempus fugit” latino (“el tiempo pasa”). Nuestros talleristas emprenden el mismo viaje por un lugar común para someterlo al matiz de sus distintas inclinaciones estéticas. Algunos, más inclinados por el Cortázar fantástico, aprovechan la oportunidad para probar temple en ese tipo de relatos. Último ejercicio del taller. Sigue leyendo

“Ejercicios de estilo” por Renato Guizado

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1. Hoy llegué temprano luego de que la clase de historia, la única del día, hubiese sido cancelada. Estrené las llaves que mi abuela me entregó anoche antes de dormir y tiré mi mochila en un sofá, como es mi costumbre. Mecánicamente me dirigí a las escaleras para subirlas mientras pensaba en ver televisión, sentado y comiendo algo de cereal con yogurt; cuando ya tenía un pie en el primer peldaño, recordé que debía ir a la cocina para preparar el manjar que tenía en mente. En menos de cinco minutos ya tenía un tazón lleno de hojuelas de maíz bañadas en dulce yogurt de fresa y estaba a punto de llegar al segundo piso. Cuando vi a mi abuela llorando sobre un charco que salía de mi tío, que estaba tirado a un costado y muy pálido, fue que entendí que este no sería el día más rutinario ni feliz.

2. Ese sonido debe venir de la puerta, he escuchado a esa maldita puerta abrirse y cerrarse durante más de treinta años. Seguro se trata de Fernando, iré a cerciorarme ya que no necesito bajar las escaleras ni cansarme. ¿Es que nunca dejará de ser tan desordenado ese mocoso? Quita la ma… no puede escucharme, el maldito bribón no puede oírme. ¿Por qué vuelve sobre sus pasos? Ni así deja de irritarme el muchacho… pero ¿yogurt de fresa? ¿A qué edad crecen? ¿No está ya en la universidad? ¡Tómate una cerveza idiota! Ya me comienza a incomodar el no poder avergonzarlo. Termina de subir las escaleras, vamos, termina. Te tengo una sorpresa que tus ojitos de fresa no soportarán.

3. ¿Por qué lo hiciste? Mita tu cabecita, tus cabellitos ensortijados, tus ojitos ¿por qué lo hiciste corazón? ¡La puerta! Debe ser Fernandito, aunque es muy temprano, seguro olvido algo el retoño. Mejor bajo… ¿en qué estoy pensando? Debo limpiar la sangre y llamar a la policía, Fernandito no puede ver a su tío así.
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