Giuliana Zúñiga

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Ante todo, me veo en la necesidad de hacer una confesión: Yo no escribo. Permítanme explicarme: si la pregunta, al referirse a “escribir”, va algo mas allá que a solo tomar el lápiz y el papel en clase para esbozar desordenados apuntes; o, si con “escribir”, la pregunta aspira a algo más que a solo sentarme frente al computador para tipear a la velocidad del rayo, hasta que la última persona “conectada” se haya marchado; entonces, la respuesta es no, yo no escribo.
Me apena mucho decir esto, siendo el escribir algo que tanto disfruté las pocas veces que lo hice. Aquí vale una aclaración: el hecho de que actualmente no escriba, no significa de ningún modo que no me guste escribir, que no quiera hacerlo, o que nunca lo haya intentado. De hecho, ¡qué no daría yo por ser una buena escritora! Durante mis tediosas tardes infantiles, leía todo lo que me caía en las manos, y, anhelaba poder escribir algún día como esos hombres y mujeres que tanto admiraba. Alguna vez lo intenté, le dedicaba largas horas al hecho de pensar en algo realmente bueno que mereciese ser plasmado en el papel, para al final solo poder redactar unas pocas líneas que no hacían más que decepcionarme. Yo quería escribir realmente algo muy bueno, así como los libros de los grandes autores que había leído, pero peleaba una guerra ya perdida de antemano. Tuve que pegarme de cara contra la pared y darme cuenta que solo me quedaba el camino de la resignación, al saberme parte de ese 99.9% de mortales que no posee el don creativo y a limitarme a solo poder disfrutar de la literatura pasivamente, leyendo lo que esa minoría escogida, los bien llamados “genios” escribe maravillosamente.
Pero también hay otro motivo que me desanimo de escribir: el que simplemente hubiera muerto de vergüenza si alguien hubiera leído mis escritos. Sentía que mis escritos eran algo muy personal, muy mío. Les tenía demasiado aprecio como para exponerlos a las críticas de un público a veces demasiado duro. Por ello, nunca se los mostré a nadie. Era un secreto entre el papel y yo. El terrible golpe de gracia se dio cuando mi hermana encontró el diario en que había estaba escribiendo largo tiempo, y se burló de lo que ahí yo había escrito, amenazándome con divulgarlo. Santo remedio: se esfumaron mis ganas de escribir. Ya no podía confiar en el papel. Él había contado mis secretos, me había traicionado.
Por estos, básicamente, dejé de escribir, si acaso alguna vez lo hice. Sin embargo, creo que en el fondo nunca perdí las esperanzas de volver a hacerlo. Lo más probable es que nunca escriba algo realmente bueno o trascendente, pero escribiré lo mejor que pueda a mi modo particular; ya que cada persona tiene un modo único e irrepetible de escribir y expresarse y eso es lo realmente valioso en el hecho de escribir, ya que es una forma para que cada uno pueda expresar su individualidad y sentirse orgulloso de ella.
Tal vez yo no escriba bien, pero al menos haré el intento. El que me haya matriculado en este taller, pienso, es la mayor prueba de ello.

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