“Elektra” por Luis Carrión

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-Tengo una buena para ti –
-Habla
-Doce añitos, blanquita de pelo negro –
-¿No tienes de nueve o diez? –
-No cholo, pero parece menor, de verdad –
-¿Cuánto? –
-Acá arreglamos, mírala primero –
-Ok –
Y efectivamente, parecía menor. Entré a la habitación y la vi ahí tirada en la cama contra la pared, con las piernas recogidas y jugando con una hilacha de la sabana. Levantó esos ojitos enormes y su mirada mitad de gatito aburrido de departamento y mitad de gatito callejero huraño me excitó demasiado. La ambigüedad siempre es erótica. Nos dejaron a solas y la desvestí en silencio. Su cuerpo era una escultura románica de mármol blanco.. Una escultura a medio esculpir, con las formas de las caderas y la cintura aun no muy definidas, con el cuerpo alargado, con las piernas delgadas y estiradas. Sus pechos ya asomaban por ahí, se sentían ya redonditos. Le hice el amor. Los niños tienen derecho al amor, lo dice la ONU. Ahí me di cuenta de la diferencia entre una de nueve y una de doce. Las de doce gritan pero no lloran. La hice sentirse mujer.

-Y ¿Qué tal? –
– Buenísima. ¿De dónde la sacaste? –
-¡Ah! Si te digo tendría que matarte –
Me alejé del lugar caminando, procurando retener todas las imágenes de lo que acaba de ser una de las mejores experiencias de mi vida. Llenaría volúmenes si contara al detalle todo lo que le hice, y de hecho pienso hacerlo. Lo único sería deshacerme de mi mujer, esa gorda de mierda que huele a cigarro y mayonesa, que se tira pedos toda la noche, que ronca como animal y que no se depila. Si me hubiera dado una hija aunque sea, obesa inútil. Una hija y hubiera sido feliz, una hija de doce años. Paré en una esquina mientras pasaban los carros y fue en ese momento que sentí unas manos frías que me tomaban del brazo. Salté del susto, pensando que me iban a robar el reloj, pero al voltear vi que era esta pequeña con la que acaba de tener relaciones. Me fui corriendo. Crucé la avenida, un par de calles y cuando volteé la vi corriendo hacia mi. Doblé un par de cuadras más y me metí a una bodega, poniéndome de espaldas a la puerta con tal que no me viera. Ella entró detrás de mí y se paró a mi lado. Me vibró el esternón.
-¿Si señor? – dijo el bodeguero.
-¿Ah? Eh… una coca-cola helada por favor –
-Y para la niña – (Mierda)
-¿Qué quieres? –
-Un helado – le dijo al señor y volteó para sonreírme.
-Toma mi amor. Que linda. ¿Su hijita? – (Mierda)
Asentí con la cabeza muy lentamente.
-Gracias –
-Gracias papi –
Tomó el helado con la mano derecha y mi mano con la izquierda y sin que hubiésemos siquiera salido de la tienda empezó a lamer el helado. A lamerlo con una profesionalidad, una naturalidad indescriptible. Como no hice que me la chupara. Se notaba que lo disfrutaba… y se derretía. Fue demasiado. Me di media vuelta y me pedí uno igual. Que rico. Hacía por lo menos diez o veinte años que no comía un helado. Lo lamía yo con tal avidez que de un par de bocados terminó derramado por toda mi boca. Ella me miró feliz, y no me quedó otra que sonreírle de vuelta. Me cogió de nuevo de la mano y salimos caminando por la calle. Doblando la esquina la solté.
-Vete –
-¿Adónde? –
-No me interesa –
Me alejé caminando a paso rápido hasta que ella empezó a gritar “¡Papà! ¡Papá no me dejes papá!” Mierda. Regresé corriendo. Le tapé la boca con fuerza.
-Cállate la boca, mierda –
Asintió con la cabeza. Le saqué las manos de la boca y me sonrió otra vez. Gatito manipulador.
-Vamos –
Entramos a un parque donde habían decenas de niños jugando. Esperaba perderla ahí. Que se quedara jugando por ahí y yo me escurriera entre los arbustos. Esos arbustos que otras veces me habían servido de refugio, desde donde acosaba a mis presas. Me apretó la mano cuando pasábamos por los juegos.
-Colúmpiame –
-No –
-Grito –
Empecé a dudar si de veras tenía doce y no dieciséis. Se subió al columpio y me hizo empujarla. No se me ocurría como hacer para zafarme de ella.
-Me llamo Ariel ¿y tú? –
-No te importa –
-Sí me importa, tengo que saber como se llama mi papá –
-Dime solo papá. –
-¿No te gusta columpiarte? –
-¿Qué? Sí. –
-Y ¿por qué no te columpias? –
-Porque no –
-Y ¿por qué no?
-Porque no –
-Colúmpiate, o grito –
-Esta bien –
-Estira los pies y luego dóblalos. –
-Ya se –
-Agárrate fuerte –
-Ya se –
-No. Lo haces muy mal. No sabes –
-¿No? Mira. –
Me comencé a balancear más fuerte, pero a la segunda pasada rompí el columpio y todo el andamio se vino abajo.
-¿Estas bien? –
-Sí –
-Ven, tenemos que irnos –
– Corre –
La cogí del brazo, nos paramos y salimos corriendo por entre los arbustos hacia fuera del parque. Nos escondimos junto a un claro. Nos sentamos en el piso y Ariel empezó a reírse. La miré y me reí también. Me reí por un buen rato y me dejé caer en el pasto. Ella se echó sobre mi pecho y le acaricié el pelo.
-¿Cómo te llamas? –
-Adivina –
-Dame una pista –
-Empieza con G –
-¿José? –
-Con G –
-No sé –
-Gerardo –
-¿Te puedo decir papá? –
-Bueno –
Se paró y me miró, sonriéndome con la picardía de una bailarina exótica y me besó en los labios. Me besó y no se despegó de mi. Yo la abracé y nos besamos por varios minutos. Hacía años que no besaba a nadie en los labios, en la boca. Tantos años que no recuerdo cuando fue la ultima vez.
-Y ¿tengo mamá?
-Si… no.
-¿Sí? o ¿No?
-No.
-Pero tu dijiste que si.
-Es una bruja, no puede ser tu mamá –
-Y ¿por qué no conseguimos otra mamá? –
-Porque no se puede. –
-¿Por qué? –
-Porque ya estoy casado, tiene que morirse. No me va a firmar el divorcio –
-Mátala –
-¿Qué? –
-Que la mates, para que podamos conseguir una mamá –
-No puedo. Ganas no me faltan Ariel, pero me meten preso y te quedas sin papá –
-¿No tienes una pistola? –
-Sí –
-Y ¿si no se dan cuenta? –
-Bueno… –
-¿Si la mato yo?
-¿Ah? –
-¿La cárcel es fea?
-Tu no irías a la cárcel, sino al reformatorio –
-¿Qué es eso? –
-Como un colegio para niños locos –
-¡Un colegio! Yo quiero ir al colegio –
-No podemos matar a la bruja –
-Gallina –
-¿Qué?
-No te atreves –
-Ya te dije que no puedo –
-Mentira. Es porque no me quieres conseguir otra mamá. Tu quieres a la bruja –
-No la quiero, quiero que se muera –
-Entonces mátala, no seas gallina –
-¿Gallina? ¿Yo? Ya vas a ver –
-Carrera a la esquina –
-¡No vale, no contaste hasta tres! –
Corrimos a la esquina, me ganó y me sacó la lengua. Y me dolió. Hacía años que nadie me sacaba la lengua, había olvidado el verdadero insulto que era sacar la lengua. Tomé un taxi y fuimos a mi casa. Todo el camino permaneció callada, prendida de la ventana como un perrito curioso. Casi podría jurar que sacó la lengua. Finalmente llegamos a mi departamento y la hice esperar en el pasillo mientras yo revisaba la casa. Entré y la gorda asquerosa estaba dormida en el sofá. Saqué la pistola de mi cajón de mi mesa de noche y regresé al pasadizo exterior. Hice entrar a Ariel, que se paró en el marco de la puerta mirando a la cerda con una expresión de odio muy notoria. Yo apunté con la pistola y permanecí inmóvil durante varios segundos. Volteé a mirar a Ariel, y ella estaba sentada en el apoyabrazos del sofá, mirando una pintura en la pared de la sala.
-No entiendo –
-Silencio –
-Apúrate –
-No puedo –
Se paró del sofá, me quitó la pistola y le disparó a mi esposa en el estomago. Salió sangre y grasa, mas grasa que sangre. Sangre espesa. La gorda se despertó y trató de gritar, pero la sangre le atoraba la garganta. Me miró y miró a la niña con la pistola, mirándola como si fuera algo totalmente normal. Le arrebaté la pistola a Ariel y con el mango de esta aplasté repetidamente la cabeza de la mujer. La golpeé hasta sentir que se partían los huesos y se aplastaban los sesos. Paré y miré a Ariel. Ella sonreía con la misma naturalidad de siempre, con su sonrisa de dientes caídos. Y comenzó a reírse. Pero esta vez yo no me pude reír. “Mira” me dijo, sumergiendo el dedo índice en el cerebro de mi ahora ex-esposa. Se embarró el dedo con sangre y fue a la pared de atrás que estaba toda manchada, y dibujó un perrito.
-Así no se dibuja un perrito –
Fui, sumergí mi dedo en la materia gris, y dibujé un perrito al lado del de ella. Y así, sumergiendo el dedo, y abriendo mas huecos cuando se nos secaban, pintamos todas las paredes de la sala hasta el anochecer.
-Ya tengo sueño, vamos a dormir –
La llevé al cuarto y ella solita se comenzó a desvestir, hasta quedar totalmente desnuda. Se metió a la cama junto a mi y me besó en los labios de nuevo.
-¿Que vamos a hacer mañana? –
-Vamos a buscar una mamá –

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