“8 y 46 de la mañana, 11 de setiembre del 2001” por Mario Fiorentino

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El ruido ensordecedor causó que Federico corra a esconderse bajo la cama por unos instantes, esperando a que su madre apareciera. Todavía ensordecido por la gran explosión que acababa de escuchar, logró calmarse, y, tras algunos minutos de silencio, se dirigió al balcón, con ese andar felino de los de su especie cauto, cuidadoso y sin hacer ruido, para ver lo que estaba ocurriendo, ruido y por qué se estaba generando tremendo bullicio. El transcurso de la habitación a su destino fue lento, iluminado con una combinación de escala de grises y colores fríos, fríos como la muerte. Cuando llegó ahí, un penetrante olor a humo pobló sus narices y se escondió tras las plantas que decoraban el palco, sigiloso, cauto, sin hacer ruido, pues su instinto así se lo indicó. Una bulla estrepitosa empezaba a alzarse de los edificios y de la calle, que se encontraban a 500 metros de donde el se encontraba. Esperó silencioso, casi al asecho, mientras su procesaba la información que recibía apareció un ave a lo lejos, al parecer una paloma, de esas gordas que parecen embutidos y que solo hay en Nueva York. La presa se encontraba fuera del edificio, avanzando a través del cielo Este suceso lo distrajo de lo ocurrido momentos antes y lo dispuso instintivamente a comenzar con el ritual de cacería. Federico evaluó la situación, pues sabía que un paso en falso podría significar la muerte, se puso en posición de ataque y esperó el momento preciso para atacar. El juego de luces, frías como la muerte, le daba un toque premonitorio a la escena. Cuando el gato se disponía a lanzarse para atrapar a su presa, esta se abalanzó contra un edificio, cercano al que se encontraba en llamas, desapareciendo así y generando un fuertísimo haz de luz que encegueció al animal por unos instantes e irritó sus ojos. En un primer momento, el desconcierto del animal lo puso nervioso, pero luego el terrible miedo que sufría se apoderó de el, paralizándolo. Durante este tiempo, los dos edificios más altos comenzaron a desaparecer de la vista de Fede (como le decía su madre ). Un dolor desgarrador apareció en su pecho, lo que causó que el gato perdiera el control sobre su cuerpo, sobre su vida. Lo ancló al piso para siempre.. Muerto, sigiloso, cauto, sin hacer ruido.

Nota:Etológicamente, los gatos ven a los humanos cercanos a ellos como sustitos a la figura materna.

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